La industria discográfica no es la misma desde la irrupción de internet, lo que nos lleva a pensar que tampoco nosotros somos los mismos. Sin embargo, la esencia, esto es, la música, permanece. Y los músicos, a los que Bruno Galindo tuvo un privilegiado acceso durante décadas, cuyas experiencias comparte en este ensayo autobiográfico cargado de heavy fuel, como cantaban Dire Straits.
© EDUARDO LAPORTE
La contracubierta de Toma de tierra (Libros del K.O.), de Bruno Galindo, lanza una serie de preguntas inquietantes. ¿Qué marca el final de la Movida? ¿Tiene Netflix más peso cultural que toda la industria musical? ¿Quién se descargó el último politono y cuál era?
Cuestiones en absoluto triviales en cuanto que nos recuerdan que nadie se baña dos veces en el mismo río. Que todo lo que era sólido no tiene sentido ya, y mucho menos en una industria como la musical, tan expuesta a los cambios, tras la aparición de internet y la eclosión tecnológica de los dosmil. ¿Cuándo se jodió el Perú? ¿En qué medida se ha jodido?
Quien pronosticó el fin de la historia no tuvo en cuenta las impredecibles evoluciones de la industria discográfica, cuyo incierto devenir puede equipararse a otras áreas de nuestra sociedad, de nuestra cultura. Lo que un día fue moderno, como aquellas cabinas telefónicas que ahora languidecen en las ciudades españolas, se convierte en incómodo material arqueológico; aún no se ha recubierto de una pátina de nostalgia, pero sin embargo es ya inservible.
Bruno Galindo nos ofrece una especie de Salón de Pasos Perdidos del star system más rutilante, con mirada aguda y abierta de escritor.
Grosso modo, estos serían algunos de los mimbres de Toma de tierra, un singularísimo repaso a las últimas décadas de la historia musical internacional con su autor como particular testigo de la mismas. Astrud cantaron aquello de «Hay un hombre en España que lo hace todo» y se podría pensar, tras leer Toma de tierra, que se refieren a Bruno Galindo. Nacido en Buenos Aires en 1968, se incorporó pronto al circuito de la industria del disco y ya en los estertores de la Movida ya estaba, como el dinosaurio, allí.
Porque una de las apuestas del libro es su enfoque netamente autobiográfico. Y de Astrud nos vamos a Chaves Nogales, considerado también el hombre que estaba allí (como su personaje Juan Martínez, bailaor atrapado en la Rusia comunista, en uno de sus libros mayores). Y porque el contacto estrecho que el autor, como periodista sobre todo, ha mantenido con el verdadero quién es quién de la historia del rock mundial da gasolina al texto. De Lou Reed a Enrique Morente. De David Bowie a Franco Battiato. De Noel Gallagher a Andrés Calamaro. Con todos estuvo Bruno Galindo.
En uno de los consejos de Gurdjieff a su hija (el 63), le sugiere que no se fotografíe junto a personajes famosos. Que huya de esa vanidad delegada que nos genera el brillo ajeno. Habrá quien juzgue este ensayo autobiográfico de Galindo como un gran compendio de fotos con famosos. Y estarían cargadas de razón esas posibles invectivas de no ser porque cada guest starring que aparece tiene su razón de ser. Y su pequeña enseñanza, su dosis de poesía, su trozo de una época que completa el puzle de este gran zeitgeist musical que quizá sea ya historia. O no.
Porque este ensayo no establece fronteras ni fija límites. ¿El reguetón, con su avasalladora irrupción en 2004, marcó el fin de una era musical? ¿El paso del walkman al mp3? ¿La desaparición de las tiendas de discos y la consolidación del streaming tras la fase de las descargas? Una de las ideas que sobrevuela el texto es que los nuevos paradigmas se funden con nuevos paradigmas, en un escenario móvil en el que es difícil sacar conclusiones sobre nada. Porque a cada final, señala con acierto el polifacético Galindo, le sigue un nuevo principio. Y al revés. Y así ad infinitum.
Aunque alguna idea parece fuera de relativismos: «Internet lo cambiará todo». Y una fecha: el 8 de julio de 2006 como día de muerte oficial de la industria discográfica tradicional. Ese día cambia la ley, dando alas a la piratería y todo estalla.
Toma de tierra se puede leer en esas dos direcciones. La del análisis de un mundo en constante cambio y la del relato de una época musical que quizá suene más auténtica porque es la que se vivió con más autenticidad: en la juventud. Aunque una fina línea de nostalgia parece adivinarse en el transcurso de las páginas. Como si un cierto carisma, una actitud rockera, un talento desbordante, hubiera menguando en la era del selfi, las stories de Instagram y los festivales de música en serie. ¿Sería posible un Live Aid como el de 1985 hoy?
A mí, la parte que me más me ha interesado es ese careo tan directo con las leyendas del rock. Porque también es cierto que a ratos puede abrumar la cantidad de información, nombres, situaciones, pero uno puede también configurar su propia lectura y no pasa nada. Leyendas del rock como punto fuerte, decíamos. Un poco por mitomanía, un mucho por el jugo que extrae de cada una de ellas. Como cuando Björk le dice a Galindo que somos nervios y sangre, cuerpo y beats. O cuando Sinéad O’Connor le revela que Dios es mujer. O cuando Bono, de U2, le asegura, sentados ambos en su Mercedes 500 plateado a finales de los noventa, que «La industria va a perder, Bruno».
Todo lo que era sólido no tiene sentido ya, y mucho menos en una industria como la musical, tan expuesta a los cambios.
Antes, le ha dicho que el rock ha tocado techo. Que todo es nostalgia, versiones de éxitos anteriores y con el nuevo milenio se acaba la originalidad.
Hay algo de Forrest Gump en el relato de Galindo. Entiéndaseme. Como esa persona que está presente en momentos clave, esa microhistoria, modificándola. Como cuando Calamaro le pide su opinión sobre el título de su siguiente disco: ¿Honestidad brutal o Aterrizaje forzoso? «Mejor el primero, ¿no?». O como cuando Montxo Armendáriz le encarga un repertorio para su próxima película, Historias del Kronen, y Galindo no duda en proponer Chup Chup, de Australian Blonde, tema emblemático de una época y un indie español que marcaría los noventa alternativos.
Galindo escucha a R.E.M. cuando aún no eran conocidos. Pero Michael Stipe le «impresiona de por vida». A través de un espejo, lo ve pintarse los ojos y repara en su fina coleta china. «No he visto figura más magnética sobre el escenario». Pistas del merecido éxito de algunos.
De Lou Reed a Enrique Morente. De David Bowie a Franco Battiato. De Noel Gallagher a Andrés Calamaro. Con todos estuvo Bruno Galindo.
Pocos se pueden jactar de comenzar capítulos con frases como «Espero a David Bowie en un hotel en Hyde Park». O de acompañar a Lou Reed en un concierto que —¡se fue el sonido también!— recuerda peligrosamente al de Moscardó de 1980 y la famosa ‘espantá’. A Bruno le toca calmar las iras de Lou, que pasa del cabreo nada underground al taichí, en el backstage, para recuperar la calma. Vuelve al escenario y todo acaba bien. «Luego, se larga».
Y estos detalles, a quienes quisimos ser estrellas del rock y apostamos por la literatura como segundo plato, nos conquistan. Porque, a diferencia del dietario donde abundan alusiones a poetas y plumillas varios a menudo de tercera, Bruno Galindo nos ofrece una especie de Salón de Pasos Perdidos del star system más rutilante, con mirada aguda y abierta de escritor que se cuela allí. Como se coló, y eso es otra historia, en la mismísima Corea del Norte. Toma de tierra como toma de conciencia. De vida.
Toma de tierra. Bruno Galindo. Libros del K.O., 2021.
EL AUTOR
EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.
En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato.