Un viaje interior | Sobre las memorias de Antonio Enrique

El autor recorre las memorias del poeta granadino Antonio Enrique, creador original y valiente, que se enfrenta a los dilemas de su tiempo y, por supuesto, de la experiencia común de los seres humanos.
© JOSÉ ANTONIO SANTANO

Es cierto que el viaje en sí mismo ocupa un lugar preferente de la actividad humana. En los libros, por ejemplo, podemos hallar su aspecto más integrador. En ellos, los libros, podemos visitar lugares que, posiblemente, nunca podamos realizar; no habrá momento histórico que se escape a la mirada atenta del lector, época, paisaje o personaje que queramos conocer, pero también el alma de todas las cosas y seres. Todo eso es posible en las páginas de un libro. De todos los viajes, empero, el que más me interesa siempre es el que se realiza al interior de sí mismo, sin que esto signifique que no se deba complementar con todos los elementos propios de lo vivido, mejor sería decir de la emoción, que a fin de cuentas es lo relevante de toda relación humana. Tan es así que no hay mejor regalo que ese sentir de la emoción derivada del conocimiento y la experiencia. Por ello, cuando nos acercamos a un escritor como lo es Antonio Enrique (Granada, 1953) y a los tres volúmenes  aparecidos recientemente: Los extraños mamíferos (I), Lectura de nubes en el cielo (II) y Los días que paró el mundo (III) —al cuidado editorial de Dauro— se espera una otra forma de escribir y de sentir, también una manera sustancial de entender unas Memorias, que es lo que ha llevado a cabo en esta trilogía gestada en un tiempo gris, extraño y convulso debido a esta maldita pandemia. A pesar de esta circunstancia Antonio Enrique toca la fibra sensible del lector (del lector que sea sensible, claro), porque su manera de contar las cosas no solo representa a las distintas realidades que un hombre —un escritor— haya podido experimentar y traducir,   también la que corresponde al exégeta, pero a más la de filósofo, aunque mejor diría la de pensador, que es una palabra más acertada, más profunda en su significado. Y es que en estos tres volúmenes la Memoria es el ámbito de actuación, y aunque existen páginas en las que hallamos al autor en su vida, más son los momentos —las páginas— en las que hallamos al pensador, a ese ser que viaja a la médula de su interior y dialoga consigo mismo. Acepta, pues, el escritor, un reto importante, alejándose así de la biografía simplista o plana, cuando lo que se pretende es indagar en aspectos vitales, acontecidos al autor o no, pero que señalan un camino a seguir, una manera de ser y estar amalgamada en su esencialidad de librepensador. Así descubrimos universos múltiples, paisajes, personas y reflexiones que son motivo para pensar, para traspasar la frontera de lo mediato y vano, y comprender (desde esa libertad de pensamiento que nada tiene que ver con la de expresión, como bien matiza el profesor Emilio Lledó) cuanto acontece dentro y fuera, es decir, para comprender el mundo.

Antonio Enrique

En las primeras páginas del primer volumen, para más exactitud, en el preámbulo de Los extraños mamíferos, encontramos una importante confesión, acertadísima para entender al hombre y al escritor: «Existo porque escribo. Y si no hubiera sido el modesto escritor que soy, tampoco sería yo, porque, como en tantas otras personas, había una fuerza en mí superior a mí mismo: tal vez hubiera buscado la propia extinción, porque la vida sin el referente de los libros me abruma, es más, no la concibo». A esta seguirán otras muchas confesiones, muchas otras reflexiones sustentadas por el conocimiento y la experiencia, pero coronadas por la emoción trascendida: La vida y la muerte, Dios, la literatura en general, la filosofía serán temas recurrentes, pero también aquellas que nos modelan como seres humanos: conceptos como el amor, la fatalidad, la amistad, la belleza, el destino, la inmortalidad, el éxtasis, la ternura, la vejez, el subconsciente, etc. Destaco, respecto a lo conceptual, este párrafo que contiene una clara visión sobre la poesía y, por ende, la fama o el triunfo, como cuando escribe el capítulo titulado «Gloria a los poetas sin suerte»: «Es el banquete de los poetas sin suerte. Un poeta con suerte es rarísimo —nos dice Antonio Enrique— como si fuera una contradicción, un hiato, un oxímoron sorprendente. Mi vida ha estado llena de ellos, que me enseñaron el auténtico sentido de la poesía, que es escribir y callar. En este fracaso, fueron felices; mucho más felices, a su manera, que quienes triunfan. Quizá porque el triunfo puede ser gratificante como todo cuanto halaga la vanidad, pero nunca es poético». O como cuando se centra conceptualmente en la significación del amor: «Somos lo que somos por amor, lo único que no se pierde, lo único que queda de nosotros. Su vibración, su resplandor, son permanentes. (…) Amar consiste en regalar bondad. Por solo amar, amar sin causa ni medida, ya vives en amor. Y quienes en amor viven, no pueden equivocarse,» para llegar hasta un término concepto que quiero destacar por olvidarse con mucha frecuencia: la ternura, que si bien para algunos pudiera ser una cuestión cursi o sentimentaloide, para el autor forma parte esencial de las relaciones humanas: «Es así como la ternura es un sentimiento contiguo a la amistad; si esta no se da, la ternura no fluye, porque nace de una solidaridad mutua y espontánea frente al dolor que nosotros mismos, involuntariamente, nos podamos infligir. Pues el amor conlleva indefensión ante el otro, ante la otra. (…) Viene a ser la ternura, algo así como tomar el calor de la otra persona, y con ello, imbuirse de su intimidad más humana y profunda. (…) La exquisitez de la ternura consiste en que mantiene la adoración en un punto extático, y con ella una infinita apetencia: entonces penetras en la dimensión mística del propio amor». Como colofón a estas casi trescientas páginas, opto por un pasaje memorable que nos sitúa ante la muerte y el poeta Antonio Machado: «…A esa tumba de Leonor llegué muy joven, apenas con mi primer sueldo de profesor rural de literatura. Era temprano, acababan de abrir el Alto Espino y me senté en un banco a esperar, con el ramo de rosas que había comprado la víspera preguntándome de qué color ella las hubiera preferido. Me alojaba en la Fonda del Comercio, donde alguna vez lo hizo él. (…) Qué impresionante: sobre la   lápida, blanca como la tapa de nácar de un misal de primera comunión, bajo el de ella, un nombre escueto, Antonio. “Su” Antonio. Abandoné el ramo entre otras flores allí depositadas. Y cuando ya me iba, tras un buen rato en el marasmo de olores a cipreses y tierra, recordé que en mi bolsillo llevaba otro regalo: una simple carterilla de tabaco de picadura, el que gastaba él para cebar aquellos cigarros de guitarrón, como los llamaban por obligar a sacudir el chaleco a semejanza de quien tañe una guitarra. Por si venía don Antonio, por si pasaba por allí. Que al menos pudiera fumar». ¡Cuánta emoción y ternura en este pasaje, cuanta sabiduría y cuánto amor, verdad!

Conforma Antonio Enrique un universo literario que no deja lugar a la improvisación, sino todo lo contario, porque en la continuada reflexión de los hechos y acontecimientos vividos se encuentra la verdad, al menos la verdad del escritor, que no es otra que creación de otras realidades.

Lectura de las nubes es el segundo volumen de estas interesantísimas memorias del profesor y escritor granadino Antonio Enrique. Treinta y cinco capítulos contiene este   libro que, fundamentalmente, se ocupa de la experiencia docente y vital también, pero sobre todo, literaria, que reúne con el subtítulo Los círculos etéreos. Antonio Enrique, como se ha dicho al inicio de esta reseña, no sigue una cronología narrativa determinada, todo lo contrario, escribe según le sobreviene el recuerdo, los recuerdos. El primero de estos recuerdos escritos tiene que ver con su padre —modesto comerciante de la Vega de Granada—, que decía algo así como «un hombre decente sale dos veces en el periódico: una cuando nace y otra en su óbito», para a continuación honrarle diciendo que «En toda su vida —refiriéndose a su padre— no le escuché una mala palabra sobre nadie, una palabra más alta que otra…» y derivar la cuestión hacia el oficio de escritor. Más adelante se transportará hasta Mallorca para acudir a un evento literario corriendo el año 2016. Este es el inicio de esta segunda entrega, donde tendrá un mayor peso la familia (esposa e hijo), como también el paisaje (Salamanca, Úbeda, Valencia, Sevilla, Málaga, Madrid, Ávila, entre otras, pero por encima de todas Granada, con su altiva y bella Alhambra), como algunos de sus más queridos libros publicados (La Armónica Montaña, El discípulo amado o Boabdil. Príncipe del día y de la noche, entre otros muchos) y que satisficieron su condición de escritor, para culminar este viaje con numerosos libros abordados a lo largo de su vida, que han sido presa del olvido y que él, con sabio criterio ha querido rescatar en estas páginas. Nos habla de su casa en Guadix, de la torre desde donde escribe, nombrada como torre del Gallo de Viento; de sus vecinos y de toda su actividad como gestor cultural a cargo del aula Abentofail, por la que han pasado lo más destacado del panorama literario español contemporáneo; a su casa del Gallo de Viento dedica un capítulo entero, en la que vivió con María Neef, holandesa y madre de su hijo; al día de hoy lo hace junto a la bailarina, primera que fuera del Ballet de Londres, Trinidad Sevillano, su Cisne esdrújulo; así lo deja escrito: “…esta casa de Gallo de Viento a la que llamé así para traerme un poco de Granada conmigo a estas tierras accitanas. Le puse una veleta con un gallo de viento encima de la torre donde escribo. El gallo de viento, como en el cuento de Washinton Irving, la hace mágica”. Tampoco faltarán en este volumen los nombres de algunos de los poetas con los que se ha relacionado más directamente (José Lupiáñez, Fernando de Villena, Enrique Morón o Juan León, miembros del grupo denominado Ánade) y de otros más lejanos, en las que las vivencias y anécdotas junto a ellos vienen a formar una inestimable historia de la literatura española (caso de Antonio Hernández, Ricardo Bellveser, Domingo Faílde, etc. y otros como lo acontecido al poeta Javier Egea o el olvido de escritores como Felipe Romero, Manuel García Viñó, etc; o, cómo no, hechos como el nacimiento del Salón de Independientes o la corriente poética “de la Diferencia”, que tanto eco tuvo en su confrontación con la de “la Experiencia o Nueva sentimentalidad”. Como broche de oro a este segundo volumen no me resisto a reproducir esta honda reflexión sobre la poesía: «Sin misterio no hay poesía, solo evidencia, y sin emoción ni hay poesía ni misterio».

El tercer volumen y último responde al título El día que paró el mundo, escrito bajo la tensa circunstancia del largo encierro de la pandemia y que al día de hoy nos sigue acosando. Y, muchas son las páginas que dedica al tema y su relación libresca, caso de La peste o La biblia, por citar alguno. Pero sobre todo, Antonio Enrique insiste en profundizar en el análisis psicológico de sí mismo y del resto de las personas que lo acompañan en este viaje, caso de su compañera Trinidad Sevillano. Con ella mantiene una serena complicidad, dialoga con ella en voz alta, y se desnuda ante el lector de manera sutil y elegante.  Incluso desde el punto de vista estético este libro es diferente, pues en él hallamos un interlineado menor que lo hace más denso, más pesado si se quiere, más hondo por concentrado, como las ideas que en él se dictan. La pandemia y sus horrores como eje central, lo vivido en las residencias, la continua reflexión sobre la muerte, el abandono de los ancianos, la oscuridad como elemento distorsionador, perseguidos por un miedo atroz, como si todo se dispusiera para un final del mundo, con los cuatro jinetes del Apocalípsis proclamándolo a los cuatro vientos. Conforma así Antonio Enrique un universo literario que no deja lugar a la improvisación, sino todo lo contario, porque en la continuada reflexión de los hechos y acontecimientos vividos se encuentra la verdad, al menos la verdad del escritor, que no es otra que creación de otras realidades. Y en esa relación estrecha con la salud física establece otra paralela tal es la lectura, como otra forma de salud, cuando dice: “Quien no lee, no está sano del todo”. Otras muchas páginas tendrán que ver con “su” bailarina y ese diálogo que con ella, Trinidad Sevillano, establece como antídoto al virus que acecha, al tiempo que otras se vincularán con amistades personales y literarias o hechos relacionados con la literatura, como el caso del encuentro en Mojácar con Francisco López Barrios, Antonio Trigueros, Morales Lomas, José A. Santano, entre otros, y su hermano, así lo definía el autor, Antonio Garrido Moraga (Antoñón), que recitaba versos por un camino alumbrado solo por las estrellas del firmamento, tras el ágape con el que los deleitaron en la cercana finca de Javier Loustau y su esposa Carmen. Ya casi al final del libro Antonio Enrique se pregunta si “¿Hay esperanza?, al tiempo que se responde: “No sé, no puedo saberlo. El ser humano es impredecible”, y concluir con una reflexión que reproduzco y pone punto y final a esta trilogía de “Memorias” de quien es, sin lugar a duda alguna, uno de los escritores más relevantes del actual panorama literario español, Antonio Enrique, cuando dice: «Tal vez quienes se van se queden. Nos quedemos. Eso dicen, ya se sabe. Pasamos a otra dimensión, pero quedamos presentes en ésta, cada vez que se nos invoque. Cuando llegue la hora de cada cual. ¡El infierno, el infierno! Huyamos, huyamos del infierno, del infierno en la tierra. Porque el infierno, amigos, no es infierno por los padecimientos y tormentos. Sino porque no tiene fondo ni final».

Los mamíferos extraños (I), Lectura de nubes en el cielo (II) y El día que paró el mundo (III). Antonio Enrique. Editorial Dauro. Granada. 2020. 


EL AUTOR

JOSÉ ANTONIO SANTANO (Baena, Córdoba, 1957), cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de 20 libros, entre los que destacan: Profecía de Otoño. Premio Internacional de Poesía “Barro”. (Sevilla, 1994); Exilio en Caridemo. Premio Ciudad de El Ejido de Poesía 1995 (IEA, Almería, 1998), Íntima heredad. Accésit Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro,(Endymion, Madrid, 1998), La piedra escrita (Alhulia. Salobreña, 2000), finalista Premio Nacional de la Crítica 2000, Suerte de alquimia (Alhulia. Salobreña, 2003), finalista del Premio Andalucía de la Crítica 2003, Trasmar, de narrativa (Alhulia, Salobreña, 2005), Premio Andalucía de la Crítica “Ópera Prima” 2005Las edades de arcilla (Alhulia, Salobreña, 2005); Razón de ser. X Premio Internacional de poesía “Luis Feria” 2008, Caleidoscopio (IEA, 2010), Estación Sur (Alhulia, 2012), Tiempo gris de cosmos. Premio Gremio de Libreros de Almería al mejor libro de poesía 2014, (Nazarí,Granada, 2014), Memorial de silencios. Ediciones en Huida (Sevilla, 2014), Los silencios de La Cava (Alhulia, 2015),  La voz ausente (Alhulia, 2017), Lunas de oriente (Ediciones Dauro, 2018) y Cielo y Chanca (2019). Textos suyos han sido traducidos al catalán, euskera, gallego, inglés, francés, italiano, búlgaro, rumano, ruso, alemán, portugués, griego, árabe y chino. Actualmente es miembro de la Asociación Española de Críticos Literarios y de las Juntas Directivas de ACE-A (Asociación Colegial de Escritores de España, Sección Autónoma de Andalucía)AAEC (Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios). Asimismo es cofundador de Humanismo Solidario y miembro de la junta directiva de la Asociación Internacional Humanismo Solidario.