Universo y poesía | Sobre «Creación y vacío», de Idoia Arbillaga

El autor recorre la obra de la poeta Idoia Arbillaga, en concreto de su último poemario, vinculándolo con la mística y realizando un profundo análisis de sus motivaciones, apegadas a lo más profundo del ser humano.
© RAFAEL ESCOBAR SÁNCHEZ

En su esclarecedor prólogo a este nuevo poemario de Idoia Arbillaga, Francisco Javier Fernández Vallina afirma: Cinco son los libros que forman la estructura de este Poemario, que combina, a un tiempo, el respeto a los nombres y preocupaciones de la Cábala que enhebra la obra entera, pero también la propia libertad, hasta la transgresión… Exacto. Es lo que hace Arbillaga. También lo que hacía San Juan de la Cruz, poeta cuyo recuerdo es aquí especialmente pertinente. Fusionar tradiciones e imaginarios culturales sin prejuicios de ningún tipo (católicos y profanos, cultos y populares, racionales y emocionales…) para tejer sobre ellos algo que es a la vez reverencia y libertad de subversión. Cita también Fernández Vallina a Borges o Guillén como poetas que alguna vez se propusieron, con éxito, un reto similar al que aquí Arbillaga también consigue. Y es cierto, pero mi mente no deja de hermanarla con Ernestina de Champourcin o Josefina de la Torre, por un estilo sintético, preciso, nunca hermético, pero lleno de muescas de irracionalidad que multiplican exponencialmente la sugerencia de los textos. Y pienso que, de haber nacido en aquella época, también habría sido ignorada y redescubierta posteriormente con una actitud híbrida entre el asombro y la culpa.

La poeta Idoia Arbillaga

La gran creación: universo y poesía retrata el hecho lírico como resultado de la encarnación de lo evanescente, aunque presuponga caída y la tentativa agónica de crear una forma coherente entre rastros dispersos. La búsqueda de la propia identidad degenera en estupor ante la inmensidad del mundo (V) o los fantasmagóricos límites del tiempo (VII) que llegan a hacer sinónimos la raíz y el ocaso (XI) como se hacen idénticos lo anecdótico y lo infinito (XII). Frente a ello, el autoconocimiento parece una tentativa imposible de llegar al tuétano mismo de lo vivo (XIV) y lleva al descubrimiento de que para nosotros lo eterno es la perpetua regeneración del tedio (Prosa del condenado, que transcribo más abajo), cuya astilla más hiriente es, además, no poder dejar de percibir que existe su superación y que no nos concierne. La creación humana: Nákel, la No-concepción afronta una temática de lo germinal que abarca también su antípoda, lo que queda retenido en un limbo impreciso en que sufre por sentir el pálpito de la vida (II,VI) y a menudo lo que se ha engendrado es el rencor por quedar varado en la inexistencia (…una esfera de miedo corroe su garganta./La niña enferma de ausencia/quiere mi muerte). Por contra, apunta su encarnación prodigiosa entre la densidad de la muerte que lo cerca (VIII) aunque con el vivir se inicie un tránsito entre cicatrices sucesivas (XII). Se alude a la idea de lo engendrado como un continuum en que vida y muerte son complementarios y no el uno la antítesis del otro (III) o el nacer como una desposesión en que se entrega lo individual a cambio de la totalidad (XX).

Es capaz de percibir cómo lo desaparecido se queda “retemblando”, aún palpitante, en alguna dimensión a la que puede accederse con la intuición o un ojo realmente habilitado para mirar.

La creación artificial: La ciudad y sus perfiles presenta una escenografía urbana en que la aurora, a diferencia de la de Lorca, remite más a la terquedad de la esperanza que a la desesperación (I), a la discreción con que se mezclan entre nosotros lo bello y lo fabuloso (III) que repuntan incluso entre los lugares que los hombres han condenado a ser el sumidero de su dolor (V, VI). La ciudad oscila entre la realidad y una evanescencia que la convierte en visión o delirio (VII) y desvirtúa los perfiles de las cosas (VIII). En esa ambigüedad esencial, también se inmiscuye la dualidad entre la vida y el vacío (XI), que la poeta llega a afrontar como un pulso personal en que se percibe capaz de doblegarlo con la terquedad de su energía o una convicción que epata el amor más allá de la muerte quevedesca (“Vertical en la intemperie”, al final del texto). Otras veces, es capaz de percibir cómo lo desaparecido se queda “retemblando”, aún palpitante, en alguna dimensión a la que puede accederse con la intuición o un ojo realmente habilitado para mirar, como el presagio de un retorno donde se afirmará la perpetuidad de la vida (XIX).

La creación de la muerte: Guilgul, el hombre del mar afronta la nada como un hibridismo deliberado entre el mito y la memoria personal, individualizando la tradición a la manera de los clásicos. Estos poemas demuestran un dominio sobre la creación de atmósferas para caracterizar la muerte como una ambigüedad de perfiles donde conviven la nada y la promesa del resurgimiento (IV, V), con el dibujo de un vacío lleno de muescas, de rastros de lo vivo (VI, XVIII) que remiten a esa citada concepción de lo poético como tentativa de crear lo unitario desde lo fragmentario. Ciertos poemas caracterizan la muerte como ese tan callando manriqueño, amenaza que sólo deja sentir su propio presagio, pero no el momento ni la forma efectiva de su realización (XII), y por ello llega casi a desvanecerse como algo deslizante u onírico (XXIII), un sufrimiento para el que puede resultar un intento vano el de lograr una fuga en la contemplación o el disfrute de lo vivo (XVI) y que sólo permite el afán por conseguir su delectación estética.

La creación desde dentro apuntala el peso de lo místico en este poemario, la enajenación en uno mismo hasta que la realidad sea solo un vehículo para llegar a esa dimensión oculta como clave de la fertilidad artística (Voces myticae). Por ello, Cábala de la Merkabá va punteando un itinerario con fases hacia lo sublime cual si fueran las moradas ascendentes de Santa Teresa (ese …supera los trucos de Domiel y Katspiel,/los ángeles del palacio sexto, y en el séptimo,/hallarás el trono… también nos remite a ese “ni temeré las fieras ni cogeré las flores” que resumía la audacia de la pastora/alma en el Cántico Espiritual), que se alcanzan por medio de la suspensión de lo racional por lo intuitivo (No las pienses; no analices/ni admires atributos celestiales./Siéntelas en tu costado,/luces que atraviesan tu costilla).

Finalmente, creo que es conveniente añadir una apostilla para poder relativizar ciertos complejos de inferioridad que pueden punzarnos a la hora de leer el poemario. Por mí mismo sé que se puede ser un absoluto profano en la materia que sirve de hilo temático central y suministrador de símbolos y motivos (aunque uno deja de serlo al menos en una mínima parte después del Epígrafe que oportunamente la poeta añade al final) y aun así paladearlo con el mayor de los gustos. Creación y vacío no es poesía culturalista. Y aun si lo fuera (que no sería estigma de ningún tipo) pertenecería a su acepción más genuina y de más alta estirpe de calidad: la que contempla su mundo referencial no como un fin (de exhibicionismo ni hablamos, por suerte) sino como un camino hacia las verdades poéticas y humanas que nos inquietan por igual tanto al viejo Moshé de León como a nosotros.

Un camino hacia las verdades poéticas y humanas que nos inquietan por igual tanto al viejo Moshé de León como a nosotros.

Prosa del condenado: La criatura mortal es noria, su propia dimensión de círculo finito. Poco sabe de lo eterno, mas vive con su helor, metálica ceniza y mercurio mojando el paladar de la certeza. Polvo encarnado, que aún piensa y camina, así el hombre.

Vertical en la intemperie: En el erial eterno de la muerte/mi amor será una estaca de madera/clavada vertical en la intemperie. /Cuando la bruma débil la ilumine/el trazo de su sombra alargará,/remoto su reflejo al infinito./Mi amor te seguirá, una sombra mansa/que abandone la ciudad,/soñando tus tobillos tan livianos./Por más lejos que vayas en tu muerte/mi sombra será sombra de tus restos,/mis yemas serán cauce de tu alma,/mi piel la senda firme hacia tu cuerpo.  

Idoia Arbillaga, Creación y vacío. Introducción: F.J. Fernández Vallina, Prólogo: E. Bendahan. Colección Rayo Azul. Editorial Huerga y Fierro. Madrid, 2020. 154 páginas, 15 €.


EL AUTOR

RAFAEL ESCOBAR SÁNCHEZ. Nacido en Belmonte (Cuenca). En 2001 se licenció  en Filología Hispánica por la Universidad de Castilla- La Mancha y desde 2003 ha trabajado como profesor de enseñanza secundaria en varios centros de la región. Actualmente ejerce la docencia en el IES Jorge Manrique de Motilla del Palancar (Cuenca). En 2005 ganó el primer premio del Certamen de Jóvenes Artistas de Castilla- La Mancha en la modalidad de poesía, fue seleccionado para la antología de joven poesía manchega Inmaduros de Jesús Maroto y ha publicado poemas en varias revistas literarias como Turia,  Verbo azul, Cuadernos áticos , Veintiún versos o Ex-libris. En 2009 obtuvo el XXV Premio de Poesía Joaquín Benito de Lucas por la obra Todo el mundo debería ser apedreado, publicada por la editorial Melibea de Talavera de la Reina en 2010. En 2012 publicó los poemarios (recopilados en un solo volumen) Repartir los huesos y Caridad y claridad en la editorial valenciana Cocó y a finales de 2014, Cerca de la herida en el sello Tigres de Papel. Recientemente, y con la misma editorial ha aparecido Sino a quien conmigo va (2017).