El autor, tras un análisis de lo que significa el relato en el cosmos literario, se centra en los relatos del mexicano Eduardo Ruiz Sosa, una profunda indagación en el misterio de la vida.
© IGNACIO LLORET
El género más difícil. El más exigente. Esa modalidad de prosa a la que unos autores ni se acercan, otros prefieren ignorar y muchos temen porque saben por experiencia que no dominan y que, si intentaran construir y más tarde se atrevieran a publicar textos de ese tipo, se les verían de golpe todas sus limitaciones como escritores.
Claro, el relato. El cuento moderno. A eso me refiero. A que todo narrador debería volver continuamente a él. Tener uno o varios volúmenes a su alcance. Debería bastarle con estirar el brazo para sacar del montón de su mesa o de la estantería más próxima algún ejemplar, alguna recopilación de historias cortas. Debería aprender de ellas y considerarlas cada vez que quiera ponerse a la labor.
El escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa
Yo procuro hacerlo. Entre las lecturas que me propongo en cada estación, siempre incluyo esta clase de narrativa. Porque es la mejor escuela. Porque es el territorio literario donde confluyen todas las destrezas, todos los matices, todas las formas posibles. Porque se trata de un espacio distinto en el que, a través de conflictos pequeños, de hechos aparentemente anodinos, se extrae un significado universal.
Eduardo Ruiz Sosa lo sabe. Debió de entenderlo enseguida. Hace tiempo, en algún momento de su formación. Debió de intuir que el relato, gracias a su ropaje estético, estilístico, es el mejor artefacto para meterse en la oscuridad. Para bajar a las profundidades. Para adentrarse en lo extraño. De una manera más o menos consciente, se dio cuenta de que, a la hora de contar lo que él quería, no podía recurrir a la zafiedad de la novela. No podía fiarse de su falta de tacto, ni de su habitual hipertrofia de sucesos, ni de su tendencia a ser demasiado explícita en el desarrollo de los mismos. No, el autor mexicano comprendió que para alcanzar su propósito necesitaba la belleza, el cariz sutil y sublime del relato.
Son cuentos con argumento. Y, sin embargo, lo esencial empieza antes de él. Va más allá de él. Rebasa y se libra de su servidumbre.
Entonces escribió éstos. Los de este libro. Y le salieron bien. En ellos, Ruiz Sosa cuenta cómo una casa va estropeándose poco a poco, muriéndose al mismo tiempo que sus inquilinos. Cuenta cómo una mujer emigra con una maleta donde lleva los huesos de su madre. Cuenta la vida de dos hermanos que van quedándose ciegos de maneras diferentes. Indaga en el enigma de una estatua con una mano perdida.
Oh, claro, son cuentos con argumento. Y, sin embargo, lo esencial empieza antes de él. Va más allá de él. Rebasa y se libra de su servidumbre. Lo valioso es el modo en que van dibujándose las tramas. Como acostumbra a ocurrir en las obras de este género, aquí es el lenguaje quien decide. Es el que manda. Aquí, los fraseos largos, las enumeraciones sin comas, los sintagmas colocados en forma de cascada como estrofas de poemas son los que determinan lo que va a suceder. Aquí lo épico obedece a lo lírico. Aquí la música se impone a la letra. Aquí sólo prospera y sólo sirve lo que puede cantarse.
Es cierto. Siempre hay gente que necesita saber de qué va la canción. Que se interesa por el texto después de haberse emocionado con la melodía. Es un deseo legítimo. Bueno, pues estas canciones, las que toca Ruiz Sosa, hablan de mujeres maltratadas, de la violencia en las familias y en las ciudades, de la indolencia que generan con los años los crímenes que no cesan, de los secretos que no llegan a revelarse, de la confusión afortunada o desgraciada entre realidad y ficción que se da en nosotros y en nuestras vidas. Sí, estas baladas hablan de todo eso entre líneas. Dicen todo eso entre corcheas.
Les sugiero que atiendan al aire de los hechos más que a los propios hechos, a la perplejidad más que al dolor, a la extrañeza más que al misterio.
Lo entiendo. Me imagino a muchos novelistas, a muchos colegas míos asustados ante semejante panorama. Ante tamañas premisas. ¿Por dónde debo empezar?, se preguntan, ¿cómo escribo algo así? Oh, mis consejos valen tanto como los de otros, como los de todos aquellos que siguen aprendiendo, impartiendo, leyendo y ejercitando esta disciplina narrativa. Puesto en ese papel, yo les sugiero que atiendan al aire de los hechos más que a los propios hechos, a la perplejidad más que al dolor, a la extrañeza más que al misterio. Ah, y que se fijen en cómo silban las personas cuando andan por la calle.
Cuántos de los tuyos han muerto. Eduardo Ruiz Sosa. Editorial Candaya. Barcelona, 2020. 15,20 €, 176 páginas.
EL AUTOR
IGNACIO LLORET (Barcelona, 1968) es licenciado en Filología Alemana y en Derecho por la Universidad de Barcelona. Diploma de Estudios avanzados en Literatura y Ciencia Literaria por la Universidad del País Vasco. Ha publicado la novela Juguetes sin recoger (2002), el volumen de relatos Monocotiledóneas (2008), el libro de narrativa Tu alma en la orilla (2012), la novela El hombre selvático (2014), el libro de narrativa Nosotros como esperanza (2015), la novela El puente de Potsdam (2016), el libro de narrativa La pequeña llama del día (2017), el libro de relatos Diálogos animados con personas muertas (2018) y la novela Una ventana a la oscuridad (2020). Imparte cursos, talleres y conferencias. Colabora en periódicos, revistas y programas literarios de radio y televisión.