Una nueva percepción del amor | Sobre «Las manos cerradas» de Paco Bescós

El autor escribe sobre la profunda impresión que ha sentido al descubrir la universalidad, la emoción y el talento de lo que, antes de abrirlo, parecía un ensayo sobre un tema concreto.
© EDUARDO LAPORTE

Leer sobre la hija con discapacidad de un amigo me generaba algo de respeto. En el peor de los casos temía que el libro me aburriera. O que me sintiera como un impertinente voyeur en la intimidad de una familia que lidia contra ese punto de giro inesperado en el guion de su vida.

Conozco a Paco, Francisco Bescós, desde los tiempos de la universidad. He seguido con alegría su carrera de premio en premio y me ha alegrado ver cómo se hacía un nombre en la cosa literaria, haciéndose fuerte en la novela negra. Paco tiene voz propia, inteligencia a raudales y mezcla ironía y belleza como nadie.

A menudo, antes de que nacieran sus hijos (luego ha sido más difícil verle el pelo), discutíamos sobre la ficción, la autoficción, la autobiografía. Paco, humilde, venía a decir que le parecía más fácil levantar una novela de trama que un texto que partiera realmente de esa mina interior, que decía José Luis Sampedro, que todos tenemos.

Yo replicaba que lo jodido es llenar una pared de póstits, escaletas, puntos de giros, tramas, subtramas, clímax y anagnórisis varias y dar un orden a todo eso en 400 páginas. Complicado y, sobre todo, arduo. Paco ha demostrado —los premios lo avalan— que domina la ficción, pero, con Las manos cerradas ha demostrado también que es capaz de legar un libro no tanto testimonial como autobiográfico, un verdadero ensayo emocional, que, tras agotar la primera edición en tan sólo un mes, se ha convertido ya en un pequeño fenómeno editorial que ojalá no se detenga.

Me generaba cierto miedo previo, ya digo, este texto. Sin embargo, no deja de ser fascinante leer libros que consiguen despertar el interés de uno, en un ejercicio de empatía inesperado. No soy padre, el mundo de la discapacidad me resulta ajeno, pero he leído Las manos cerradas con una avidez que me ha sorprendido.

No hay lector puro y entiendo que mi amistad con Paco ha puesto de su parte para que mi juicio sea benévolo de entrada. Pero uno es ya lector viejo, o viejo en general, y si un libro no le gusta, pues no le gusta. Sin embargo, Paco te seduce desde la página uno con un ejercicio de inteligencia y sensibilidad al enfrentarse al mayor desafío de su vida, compartido, lidiado, con su mujer y madre de Paulina, Rebeca.

Paco te seduce desde la página uno con un ejercicio de inteligencia y sensibilidad al enfrentarse al mayor desafío de su vida, compartido, lidiado, con su mujer y madre de Paulina.

Y es que la dulce Paulina llegó al mundo en mayo de 2015 en un parto complicado con una asfixia perinatal que casi la mata. Esta falta de oxígeno le provocó una «parálisis cerebral irreversible», en una de las pocas certezas clínicas que sus padres recibieron en esos duros momentos. A partir de entonces, y este es el nervio y uno de los enfoques más valiosos del libro, comenzaba lo que vinieron en llamar la vida en condicional.

Paco reconocía que no se atrevería a ‘desnudarse’ tanto como había hecho yo Luz de noviembre, por la tarde, memoria de duelo en la que quizá me pasé de intimista; lo escribí con 26 años, cuando pensaba que o se era escritor radical o no se era. Hay que circunscribirse, decía Leopardi, y quizá me pasé en el estriptís emocional, generando quizá un pudor en el lector, ese pudor ajeno, que en cambio Paco Bescós salva con maestría en este libro.

En su inmersión autobiográfica, Bescós aprovecha sus conocimientos en la ficción convencional para parapetarse en el personaje de Paulina. ¿Paulina un personaje? Sí. A Paco no le duelen prendas en colocar a la protagonista de esta historia, su propia hija, como una voz literaria que actúa como vehículo del relato.

Pictograma, utilizado en educación especial

Cumple así la máxima de todo ejercicio autobiográfico del desdoblamiento, aquel Je est autre, de Rimbaud, pero con una ternura notable, no exenta de ironía, en un sutil homenaje hacia su hija, que mantiene unos diálogos impagables con Padre, la otra parte del desdoblamiento. Hay que tener mucha templanza para levantar toda esa arquitectura narrativa durante 332 páginas y que la obra no se venga abajo.

Confieso que algunas partes netamente relacionadas con la gestión de la cuestión de la discapacidad las pasé más por alto, centrándome en lo que más me ligaba a este libro, la relación de un hombre con la dificultad a la que le ha puesto la vida. O el combate entre amor/responsabilidad y deserción. Es admirable, escalofriante incluso, ver cómo el autor apenas vacila un segundo. No hay otra opción, viene a decir. O ser el mejor padre de Paulina, y asumir todas las cargas que eso conlleva, o ser un hijo de puta.

¿Y cómo se enfrenta Paco Bescós a esta tesitura? «Somos un caso, no un modelo», insiste. Porque Paulina es dulce como ninguna, pero las exigencias de su crianza, el futuro incierto que le depara, la misma conciencia de que los padres no estarán ahí siempre, por mera ley de vida, no dejan de ser elementos inquietantes.

Es admirable, escalofriante incluso, ver cómo el autor apenas vacila un segundo. No hay otra opción, viene a decir. O ser el mejor padre de Paulina, y asumir todas las cargas que eso conlleva, o ser un hijo de puta.

Aunque el autor lo niegue, se desprende algo modélico. Para empezar, por la alergia a sermonear sobre cómo asumir o gestionar una situación de este tipo, más allá de su defensa sin equidistancia ninguna de la educación especial y los palos que mete a los prescriptores de la sonrisa ful del pensamiento positivo como panacea. Para seguir, por la generosidad con la que brinda su testimonio a los demás, sin ponerse guapo en la foto, dejando bien claros sus miedos, sus decepciones, sus cabreos, sus impotencias. Y, por continuar, por evitar la tesis concluyente, por reconocer que a veces la confusión es el estado que más predomina en todo ese catálogo de emociones.

Lo modélico, si se me permite la expresión, no es otra cosa que aferrarse al amor y a las nuevas dimensiones que el amor ofrece, entre todas las capas de problemas. Como si al final de todo, la sonrisa de Paulina al ver entrar a Padre romper la oscuridad de la mañana y cómo clava su pequeña mandíbula en el músculo trapezoidal dieran sentido a todo. O esa nueva comunicación que surge entre dos seres deseosos de entenderse, de transmitirse información y afecto, a pesar de las dificultades que la discapacidad interpone. O esos hallazgos contradictorios que revelan también la complejidad de las emociones. Como que Padre se alegre cuando descubre que Paulina puede ser un pequeño diablo cuando quiere y reírse cuando sus hermanos tropiezan o se les quema la lengua al comer una pizza ardiendo. Ellos se cabrean, pero Padre se alegra porque portarse mal, a conciencia, es signo inequívoco de libertad, de que podemos elegir, de que no estamos tan jodidos como para estar obligados a conformarnos con el papel de ángeles de Dios.

Paco Bescós redefine, quizá sin saberlo, las posibilidades del amor. Como cuando habla del miedo, de un miedo que surge porque hay amor. Si no hubiera amor, no habría preocupación por el futuro de Paulina, ni por su presente, ni habría un libro como Las manos cerradas, que surge también del miedo a que esas manitas no se abran nunca, lo que significa que la enfermedad se obceca. Por suerte, las manos se van abriendo, gracias a esa llave misteriosa llamada amor que tiene tantas caras como pliegues tiene la vida.

Dice Padre:

«Creo que el único consuelo es saber que el amor prevalece. Que la discapacidad tiene un efecto potenciador, no del amor (no puedo decir que amemos más), pero sí de su percepción, de su sabor, tal y como el champagne potencia el sabor de las fresas.»

Leer este libro, con las manos abiertas, te acerca a esa nueva percepción del amor que, personalmente, me ha abierto sobre todo los ojos.

Las manos cerradas. Francisco Bescós. Editorial Sílex. Madrid, 2020. 334 páginas, 21,85 €.


EL AUTOR

EDUARDO LAPORTE (Pamplona, 1979). Es escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.