Galardonado por toda su obra con el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía en 2018, Leopoldo Castilla nació en la ciudad de Salta, y en 1976 se exilió en España, perseguido por la dictadura militar. En nuestro país ha publicado Nueva poesía argentina (Hiperión 1987), Teorema natural (Hiperión, 1991), y Era el único planeta que cantaba (Visor, 2016). Narrador con tres libros de relatos publicados y una novela, sobre su cuento La redada se filmó el largometraje homónimo dirigido por Rolando Pardo. Autor de más de veinte libros de poesía, obra suya ha sido traducida al inglés, francés, italiano, sueco, portugués, chino, turco, macedonio y ruso.
La Academia Argentina de Letras distinguió Tiempos de Europa, como el mejor libro de poesía publicado en el trienio que va desde 2013 al 2015. Anteriormente en 2003, fue distinguido con el Libro de Oro instituido por Fundarte por Libro de Egipto; en 2013 el Premio Esteban Echeverría, con el voto de escritores de toda la Argentina ; en 2014 el Premio Konex, el Premio Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional por toda su trayectoria y el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora que otorga el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Venezuela.
A propósito de su obra dice la poeta y ensayista Ivonne Bordelois: «El planeta que describe Leopoldo Castilla es territorio enemigo de todo afán de tarjeta postal: es enorme, desamparado, deslumbrante, indescifrable, todo a la vez. Produce terror y admiración, éxtasis y rechazo, pavor y amistad, y nos deja iluminados y transformados al mismo tiempo. Porque su viaje no es el viaje de Baudelaire en busca de un exotismo sensual que sacuda y exorcice el spleen de la ciudad moderna, y no es tampoco el viaje del turismo contemporáneo en clase ejecutiva. Es, por el contrario, un viaje que desafía y ataca de raíz la globalidad, el afán de dominio del espacio y la instalación de un paisaje homogéneo y tiránico, porque tiene un sesgo cósmico, el ademán que representa la audacia de la aventura humana, el crecimiento frente a lo nuevo, la irrupción en lo desconocido, la gestación de una alabanza titánica que no esquiva las miserias de la historia pero las somete al contraluz de un universo en desenvolvimiento que espera y exige nuestra continua resurrección. Viaje siempre iniciático que nos empuja a un espacio extraño y sagrado donde nos reconocemos distintos pero cada vez más cercanos al centro de un universo más real, de espanto y maravilla. Es bueno saberse otro, y Leopoldo Castilla se desliza en la otredad con gran ademán y soltura de viento arrastrándonos y alzándonos a todos. Y no se trata de un viaje meramente geográfico, sino de una nueva exploración dentro del lenguaje mismo, que cambia según su mirada va avanzando por el cosmos y va conformando una nueva poética, una poética de la esperanza.»
República de las Letras se honra en publicar un anticipo de libro: se trata de tres poemas pertenecientes al libro, todavía en taller, Salto mortal.
VISIÓN DE LOS LATENTES
¿De qué lado del hueco estoy mirando
que he visto
el delta negro y vertical,
en el que viajan,
fuera de toda eternidad,
los vivos y los muertos?
En esa oscuridad viscosa
se aparean
la viuda y su difunto,
los niños crían
a sus antepasados
y amamanta
la víctima a su asesino.
Reunidos
por una temible miseriordia
cada uno
es un eco sordomudo
del otro,
una herida
que en el otro
cicatriza.
No hay plantas, ni animales ni objetos allí,
sólo ellos
larvando en ese abismo
donde se corrompe
en un sueño enfermo el universo.
Los vi abrazarse
casi inhumanos
queriendo creer que habían nacido
mientras la brea
entenebrada
los hundía
como una lacra
de Dios
en el espacio huero.
De lo neutro,
de su potencia ciega
manaba ese lodazal
donde latían
agónicos y perpetuos.
Yo los vi.
Yo estuve allí.
No recuerdo
si fue antes
o después del tiempo.
VISIÓN EN UNA HABITACIÓN
Una esfera perfecta
en la que palpitan
lenguas
onduladas
y grises
una bomba
de estorninos
suspendida en el aire,
el holograma
de un embrión del universo.
La visión ve. Es autónoma, cerrada,
no admite ninguna significación
exige
que la habitación pierda el conocimiento,
que el espacio inmolado
por ese anuncio del futuro
se repliegue a un punto:
tu cerebro.
Cuando su inminencia se resuelva
te habrá excluido:
estará dentro de ti
y no te tendrá adentro.
EL FINAL DE LOS ANIMALES
Presintieron el final.
Toda la noche balaron,
aullaban y rugían
con el hueco del sol adentro.
Qué fue de elefante
y su mausoleo sonámbulo,
de la piedra amniótica
del hipopótamo,
del arenal de los leones,
de la miel homicida del leopardo.
Cuando llegó ese día
los campos
huyeron
y donde estuvo el cielo
volaban
hacia el jamás los pájaros.
El tiempo se hizo humo,
humo
el fuego fatuo de sus huesos,
el espacio era un desvarío
de instintos huérfanos:
de oídos sin ventura,
tactos inalcanzables
y olfatos ciegos.
En su más oculto
se hundió el hombre
que dentro del orangután
envejecía
y el búho
que antes de ser ave
era pensamiento.
La luna disolvió a la garza
y al voltaje del colibrí
un rayo.
Todo lo salvaje
se desgarraba solo
como se desgarra para despenarse un árbol.
Se arrancó su número la hormiga,
su cruz atormentada el toro
y el eco
devoró
a los sapos.
En ese instante
el canto de un gallo
degolló el mundo.
De su último aliento
luciérnagas
se iban
sembrando un débil,
inútil,
firmamento.
Al verse solo
el planeta se encerró en sí mismo
fijo y colérico
como un oráculo.
Ahora el esplendor de los animales
eterniza
este tanatorio de la luz
y no hay en él
ni sombra
de un ser humano.