La fragilidad de un orden engañoso | «De la melancolía», de Espido Freire

El autor realiza un recorrido, capítulo a capítulo, por el último libro de Espido Freire, un novela a la que, como un contradicción aparente respecto al título, califica como «la menos melancólica de la autora».
© SAMUEL RODRÍGUEZ. Universidad Complutense de Madrid 

De la melancolía (Planeta, 2019), última novela de Espido Freire (Bilbao, 1974) nos sumerge en el instante en el que la vida, como un glaciar, se desquebraja estrepitosamente en el vacío del sinsentido. El teatro social en el que ha sido educada la protagonista, Elena, condiciona sus mentiras conyugales pero, sobre todo, la fragilidad de un orden engañoso que se desmorona ante sacudidas imprevistas –la crisis matrimonial, económica y existencial– que la llevan a la depresión. Sin embargo, Elena aprenderá finalmente a asumir la contingencia y el sinsentido, ayudada por la terapia y la presencia de Lázaro, superviviente exiliado de la guerra civil, y viudo de su tía Amalia. (Re)descubre el amor –en primer lugar a ella misma y, más adelante, a Eduardo, el sobrino de Lázaro– y se siente, al fin, feliz. 

Como en la mayoría de sus novelas, Espido Freire recurre a la narradora autodiegética para desplegar, en esta ocasión de manera cronológica (aun con algunas pocas analepsis) la vida de su protagonista. Dividida en cinco capítulos de extensión irregular, el primero (Quién era yo) intenta descifrar sin éxito la identidad de Elena. Es una mujer de edad media, procedente de una familia acomodada del barrio de Salamanca. Sin aspiraciones propias, vive a la sombra de Sergio, su esposo. Su único proyecto ambicioso en común, la adopción de una niña, fracasa y, con él, el matrimonio y la propia vida de la protagonista: “Supe entonces que me abandonaría con la misma certeza y seguridad con la que recordaba los hechos más relevantes de mi vida, como si hubiera ocurrido ya y mi pensamiento regresara a un lugar conocido y hostil” (13), dice en el íncipit, in medias res. 

El segundo capítulo (Los demás) ahonda en ese “lugar conocido y hostil”, la melancolía, experimentada desde su más tierna infancia al no sentirse querida por sus padres. Su madre le advierte: “Los sentimientos son algo muy peligroso, Elena. […] Así funciona la vida, Elenita. Ya lo entenderás, por desgracia” (85). Como Cecily a su hija Dolores en Soria Moria (2007), o la reina Margrat Skulesdatter a su hija Kristina Haakonardóttir en La flor del norte (2011), le enseña a su hija el teatro social que ella ha de perpetuar. No obstante, los miembros de su nueva particular familia, tras el fallecimiento de sus padres y el divorcio con Sergio, le ofrecerán nuevas perspectivas sobre cómo desenvolverse en la vida. Eduardo da en la clave de la angustia de Elena, proyectada en su afán de orden y categorización: “nos da miedo el azar, el caos o la incertidumbre, sin más. En un universo de infinitas posibilidades las categorías carecerían de sentido. Y eso […] lo saben de manera intuitiva los poetas, los enamorados, los niños y los físicos” (112).  

El tercer capítulo (Todas las nubes que se encapotaban) nos acerca a nuevos personajes que enriquecerán la nueva familia de Elena: Teresa, miembro de una asociación de protección de animales en donde Elena adopta a una gatita, Sonsoles, a quien alquilará una habitación, y Vanesa, becaria del archivo en el que trabaja Elena. Todas ellas contarán sus propias historias de sufrimiento y superación. Asimismo Lázaro, narrador infatigable, asume en primera persona el relato de una guerra que marcará para siempre su vida. 

El cuarto capítulo (Los demás) recupera fantasmas del pasado, supuestos amigos que desaparecieron de la vida de Elena junto con su dinero, y acuden ahora cual hienas, acuciados por la crisis que también con ellos se ha cebado, en algunos casos como perpetradores de estafas a gran escala. Vuelve también Sergio, que intenta embaucarla para vender el piso que tienen en común, pero ella no cede. El propio Sergio se da cuenta del cambio operado en Elena: “pareció que la vida se te iba a llevar por delante, pero nunca te rindes. A lo mejor es porque no esperas nada de nadie. Esperar demasiado de las personas y de las cosas es arriesgado” (236). Aleja así definitivamente a Sergio de su vida. Comienza al fin una nueva etapa para Elena. 

Y al fondo, la esperanza. El último capítulo, muy breve, a modo de epílogo (Y entonces) concluye de manera optimista –por vez primera en la narrativa espidiana– De la melancolía. Y es que la melancolía –la melas kholé o bilis negra de los griegos– puede ser la enfermedad que imposibilita el pensamiento y la acción –la llamada “depresión” desde época reciente– pero también, y sobre todo, es el espíritu crítico del ser humano autoconsciente, que se rebela contra una realidad hipócrita e inasumible. Elena supera esa realidad, toma las riendas de su vida, recupera su autoestima y no condiciona su felicidad a elementos externos, sino a ella misma. Acepta el sinsentido y la insignificancia del ser humano como algo hermoso: “Yo no conocía todas las respuestas. Eso era todo” (253). 

Espido Freire omite en De la melancolía, para nuestra desgracia, el proceso depresivo que tan pocos autores han abordado en la ficción –véase José María Vaz de Soto en Despeñaperros o Juan Goytisolo en Telón de boca– y se centra en los antecedentes y la recuperación de la protagonista. De hecho, De la melancolía es, a nuestro juicio, su novela menos melancólica. “Esta vida así, suspendida sobre el abismo, es imposible”, dice Rilke en las Elegías de Duino, que Espido Freire emplea como paratexto en el frontispicio. Y precisamente son el abismo y la melancolía los protagonistas, jamás nombrados pero omnipresentes, de sus textos. Desde la tímida Natalia en Irlanda (1998), inmersa en un mundo de fantasmas y espíritus que la atormentan, pasando por la urna de cristal claustrofóbica de los ochenta y seis personajes de Oilea en Donde siempre es octubre (1999) y de su compañera de ciclo, Nos espera la noche (2003), o las vidas trágicamente entrelazadas en Melocotones helados (1999) pero, sobre todo, las protagonistas de Diabulus in musica (2001), La flor del norte (2011) y Llamadme Alejandra (2017), quienes sucumben mortalmente –por cuenta propia o ajena– a la angustia frente al sinsentido, Espido Freire nos recuerda que nuestra existencia es gratuita, innecesaria, pero única e irrepetible en su propia contingencia. De la melancolía se distancia de sus otras novelas no solo por un legítimo optimismo de perspectiva, sino por el trazo grueso de la psicología de sus personajes. En cualquier caso, Espido Freire, autora de sensibilidad e inteligencia brillantes, sabrá sin duda construir nuevos reinos de lo invisible, sugerentes, sugestivos. En definitiva, vida estetizada, potenciada, hermosamente fijada sobre el papel. 

De la melancolía de Espido Freire. Planeta, 2019, 255 pp.


Nota: la ilustración de portada es un lienzo de Aleksey Savrasov. De Primavera 2. Jardin de la cocina. Cortesía de Concha Rodríguez y  de su web Trianarts.


EL AUTOR

SAMUEL RODRÍGUEZ (Plasencia, 1987) es doctor en Literatura Hispánica por la Université Paris-Sorbonne, además de contar con un máster en Estudios Hispánicos, en Musicología y en Pedagogía, así como una licenciatura en Musicología y en Historia del Arte y un diploma de profesor de conservatorio. Desde 2019 es investigador en la Universidad Complutense de Madrid gracias a un contrato Juan de la Cierva del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Con anterioridad ha impartido clases de literatura y español en la Université Paris-Sorbonne y la Université Clermont Auvergne. Ha disfrutado de una beca postdoctoral en el Trinity College Dublin. Es autor del ensayo Universo femenino y mal. Estudio crítico de la narrativa de Espido Freire (2019, Universidad Autónoma de Madrid) y de más de cuarenta publicaciones en libros y revistas internacionales. En la actualidad investiga sobre melancolía y depresión en la literatura contemporánea.