Juan Marsé, el universo es el Guinardó

El autor se aparta de los caminos habituales del obituario para ubicarle, desde el profundo conocimiento de su obra, como un indagador en la memoria y en el espacio.
© JUAN ÁNGEL JURISTO

Recuerdo que fue en el año 73 cuando leí por primera vez una obra de Juan Marsé. Se trataba de Si te dicen que caí, que había publicado Novaro en México y en España había sido prohibida. Fue una obra que me impresionó por varios motivos, desde luego porque constituía un verdadero proceso moral al régimen franquista, pero sobre todo me llamó la atención la intensidad sobrellevada de su estilo, donde Juan Marsé quizá se muestra más sombrío y expresionista y, desde luego, lo que él entendía como memoria, donde la fantasía se muestra como único recurso para combatir la prosa del mundo, representada en este caso por el Guinardó y sus aledaños, donde Marsé se educó como persona y que constituye el paisaje de gran parte de su obra.

Marsé junto a Gil de Biedma, Barral, González y Goytisolo

Ahora que Marsé ha muerto a los 87 años, una edad que él debía pensar no estaba nada mal haber llegado a ella, y que es sentimiento propio de la magia de la vejez bien llevada, se le harán necrológicas sin par y estas, por mor de una de las reglas básicas del periodismo, cuya condición es la prisa, tendrán un cierto tufo de plantilla, cosa que es algo inevitable pero que conviene apuntar porque es de temer que nos vuelvan a decir que pertenecía a la Generación del 50, más concretamente a la Escuela de Barcelona, junto a sus amigos, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Juan García Hortelano y, luego, Manolo Vázquez Montalbán y Terenci Moix. Vale decir lo mejorcito que dio la Barcelona de los años sesenta y setenta, lo que está muy bien para el historiador de la literatura, imbuido de academicismo contextualizador pero que bien mirado no aporta nada a la comprensión de la obra de Marsé, bien mirado a la obra de nadie por la sencilla razón de que la obra sólo se vale y se explica por sí misma, siendo la contextualización un trampantojo que tranquiliza a los estudiosos porque les hace navegar por tierra firme en el mar proceloso que es la obra de arte genuina.

La fantasía se muestra como único recurso para combatir la prosa del mundo, representada en este caso por el Guinardó y sus aledaños

Y esto tampoco es muy original que se diga. La independencia de la obra de arte respecto a la biografía de su autor es tema que llevó como nadie, en un obsesivo como él, Marcel Proust en Contra Saint Beuve, donde demuestra que el método del famoso crítico, lo de explicar la íntima relación entre obra y avatares biográficos del autor metía a la literatura en un callejón sin salida pues en realidad no explicaba en qué consistía la especificidad de la obra en cuestión limitándose a describir documentos que leyendo sólo daban vueltas alrededor de la obra sin entrar dentro del meollo de la misma.

Como Baroja que renegaba de pertenecer a la Generación del 98 por razones obvias, ¿cómo le metían en el mismo saco que a hombres como Azorín o Ramiro de Maeztu? Muchos otros ven con estupor de qué modo crece a ojos vistas la llamada Generación del 27, primero con la incorporación de los humoristas y luego con el de las mujeres más tarde, cuando ni siquiera nos ponemos de acuerdo con el nombre de la misma, que si 25, que si 27, que si sólo metemos a los poetas y los artistas plásticos dejando aparte a los prosistas, que si… me temo que la adscripción a la Escuela de Barcelona tiene más que ver con la amistad que con otra cosa y se ha querido trascender más allá de esa amistad incorporando la pertenencia a cierta concepción del realismo social y las simpatías hacia el Partido Comunista. Todo esto está muy bien siempre que se matice que todo ello no explica Últimas tardes con Teresa y la creación de ese personaje llamado Pijoaparte, que es uno de los más logrados de la narrativa española de los últimos años, por ejemplo, y que esa adscripción al realismo y las simpatías por el PCE tenían su origen en un doble efecto: la lucha contra la cultura oficial del Régimen, donde cabía cualquier opositor aunque por razones de organización y celo de sus militantes era el PCE la cabeza visible de esa oposición ya que republicanos y socialistas, si descontamos el núcleo ugetista de Baracaldo, andaban aún a la gresca en su exilio latinoamericano y los cenetistas se habían dispersado en una guerrilla urbana y un ambiente muy próximo a veces a lo carcelario y teniendo como única figura de prestigio a Federica Montseny, una lucha que se complementaba con la influencia de la cultura de izquierdas del momento y en concreto de la problemática italiana.

Sólo así puede entenderse que a Gil de Biedma y a Carlos Barral se les ocurriese elevar a Juan Marsé a la categoría de escritor proletario, o lo que entonces se entendía por tal, ya que el ejemplo italiano venía que ni al pelo a intereses editoriales como Seix Barral, muy influidos por las editoriales de Turín y Milán. Fue entonces cuando a Marsé se le cruzó el boom, fomentado por su amigo Carlos Barral y el realismo social murió de consunción por mor de la inmersión del español en la Modernidad con la obra de García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante que, por si esto fuera poco, arrastró al español medio al descubrimiento de la enorme literatura de América Latina, la de un Jorge Luís Borges, la de un Lezama Lima, la de un Juan Carlos Onetti, un continente enorme que estaba ahí pero que razones políticas habían distanciado, sobre todo si lo comparamos con los tiempos de antes de la guerra civil en que Federico García Lorca estrenaba en Buenos Aires con el éxito otorgado a una estrella del rock…

¿Significa esto que Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa o La oscura historia de la prima Montse o Si te dicen que caí puede ser considerado preterido por el éxito del boom? Para nada porque la narrativa de Marsé nada tiene que ver con los planteamientos del realismo social del momento aunque sí con ese realismo, no había manera de hacer otra cosa a no ser tener fama de extravagante como Álvaro Cunqueiro, que practicaban de mala gana Gonzalo Torrente Ballester y Camilo José Cela a los que el boom les vino de perlas porque gracias a éste se obligaron a imprimir a sus obras otro aire… así, nada menos que La saga fuga de JB...

Juan Marsé es la memoria del barrio, el que todos llevamos dentro. El suyo era el Guinardó, su universo, con sus fantasías y su degradación. Nadie como él ha representado ese paisaje.

Pero en Marsé ese realismo está armonizado de manera muy peculiar porque la memoria constituye la reconstrucción de un paisaje y un paisanaje simbolizado en el barrio barcelonés del Guinardó, con sus miserias y fantasías, con su erotismo refinado y su pornografía impuesta, por su capacidad para engendrar belleza en la inmundicia… Juan Marsé, el de las novelas que le dieron fama pero también el de Teniente Bravo, Un día volveré, con la figura de ese boxeador que se convirtió en atracador de bancos en su etapa de guerrillero urbano y, sobre todo, Ronda del Guinardó, una de las novelas más hermosas y terribles que nos dado la literatura española del último medio siglo.

Juan Marsé es la memoria del barrio, el que todos llevamos dentro. El suyo era el Guinardó, su universo, con sus fantasías y su degradación. Nadie como él ha representado ese paisaje.


EL AUTOR

JUAN ÁNGEL JURISTO Escritor, crítico y periodista. Nació en Madrid en 1951. Estudia filología española en la Universidad Complutense. Ha colaborado, entre otros medios, en El País, dirigido la revista literaria El Urogallo y la sección de cultura en El Independiente y El Sol. Ha ejercido de crítico en La Esfera, del diario El Mundo. Más tarde se incorporó a La Razón y actualmente colabora en ABCD las Artes y las Letras. Ha colaborado en las más importantes revistas literarias y culturales españolas. Es autor de los ensayos Para que duela menos (1995) y Ni mirto ni laurel (1998). Es autor de tres novelas: Detrás del sol (2006), El hilo de las marionetas (2008) y Vida fingida (2012).