El circo humano | Sobre “El calentamiento global”

En “El calentamiento global”, el novelista andaluz Daniel Ruiz indaga de nuevo, con notable habilidad narrativa, en sus temas favoritos: el trabajo y la hipocresía de la sociedad.
© RECAREDO VEREDAS

Los escritores suelen rodearse de otros escritores, que complementan la escasa retribución que les aporta su obra con otros trabajos, como las clases en talleres, la traducción, los servicios editoriales… Es decir, con oficios próximos a la literatura, en los que solo tratan con otros escritores o con profesionales vinculados con la literatura. Todo ello genera una “cámara de eco”, próxima a la endogamia, que se traslada, irremediablemente, en los personajes de sus creaciones. No todos los protagonistas de la literatura actual, por supuesto, son escritores, traductores o profesores de universidad (aunque haya cierta sobrepoblación) pero muchos piensan como tales, aunque nunca hayan escrito un folio. No es una crítica, es una consecuencia inevitable: si solo te rodean gentes con una determinada organización del pensamiento es irremediable que pienses que el resto de la humanidad aplica esos patrones. Y, como resulta obvio, no es así. Eso no afecta de manera irremediable a la calidad de las novelas, pero sí a su verosimilitud y a la empatía que siente el lector ante lo leído.

Daniel Ruiz

El mayor mérito de El calentamiento global es su alejamiento radical de esa tendencia. Los protagonistas de esta novela coral utilizan patrones de pensamiento y de actuación auténticos, reales, que cualquiera puede contrastar con sus propias vivencias. Porque la realidad existe. No solo me refiero a los ejemplos más extremos, como el canallesco “Lagartijo”, también a personajes más cercanos e identificables, como Federico, el directivo que debe optar entre la lealtad a su empresa y la justicia o al entrañable Tana. Todos ellos no parecen reales. Lo son. Tal logro facilita, irremediablemente, su conexión con el lector. Su composición demuestra un conocimiento de la realidad muy poco frecuente. Como consecuencia, traslada esa realidad a las páginas con verosimilitud y sin caer, en ningún momento, en la superioridad moral. Todos los protagonistas, incluso aquellos en apariencia más deleznables, tienen una razón de ser, un matiz que les convierte en complejos y facilita la identificación del lector. Porque, aunque la simplificación y el maniqueísmo propio de nuestros tiempos nos obligue a pensar lo contrario, existen pocas personas absolutamente deleznables o maravillosas. La mayor parte se encuentra entre en gris perla y el gris marengo.

La composición de los personajes demuestra un conocimiento de la realidad muy poco frecuente. Como consecuencia, traslada esa realidad a las páginas con verosimilitud y sin caer, en ningún momento, en la superioridad moral.

La trama se centra en los estragos que una planta de energía fósil causa en las zonas, muy habitadas, que la rodean y en cómo distintos personajes reaccionan ante un hecho traumático –la muerte por accidente de un trabajador de la planta- que revela que la supuesta ejemplaridad de la fábrica no lo es tanto. También en cómo el poder económico y real de la empresa domina a toda la sociedad de la zona, incluso, o tal vez sobre todo, a los supuestos vigilantes, como son los ecologistas.  La anécdota que mueve la trama –el accidente- es un auténtico McGuffin, un hecho secundario imprescindible para movilizar a los personajes y que la narración avance porque lo importante, como ocurre en tantas novelas corales, es describir la vida cotidiana de distintos personajes de la ciudad, representativos de su complejidad y sus interacciones. Logra describir la auténtica naturaleza humana, expresada en emociones complejas, contradictorias, extremadas por el accidente. El ejemplo más claro es Amanda, una cantante de orquesta incapaz de amar, pero amada por Tana y utilizada sexualmente por Federico.

Lo magistral aparece cuando se mezcla el humor grotesco –en muchas páginas pasa del realismo al hiperrealismo- con emociones crudas, reales, complejas.

Daniel Ruiz ya ha abordado en su obra anterior –por ejemplo en La gran ola- las peculiaridades del mundo del trabajo, tan postergado –tal vez por ese ensimismamiento propio de la mayoría de los escritores- y aquí continúa centrado en “lo real”, lo que auténticamente viven, más de ocho horas al día, sus lectores y un porcentaje elevadísimo de la población. Es decir, El calentamiento global implica un descenso a tierra –tanto en personajes como en trama- poco habitual para los lectores de narrativa.

Los personajes más esperpénticos, como el chef Michelin o el niñato que dirige la Start up, forman parte de su imaginario. De sus enemigos reales, que no son otro que los creadores de esta sociedad vacía, sin un trasfondo real. Sin embargo, lo antes considerado esperpéntico se es real en nuestros tiempos. Lo magistral aparece cuando se mezcla el humor grotesco –en muchas páginas pasa del realismo al hiperrealismo- con emociones crudas, reales, complejas, como las que aparecen en la cena donde Federico, el directivo y Amanda, la cantante, conocen sus verdaderas –y antagónicas- personalidades.

La novela, por lo tanto, no aborda, o lo hace de manera tangencial, las consecuencias de la crisis climática. El calentamiento global al que se refiere es más la presión que sufre la sociedad ante las imposiciones desmesuradas de un mercado implacable, que deja a los más desfavorecidos con muy pocas opciones. Ahí se sitúan tanto la familia del operario accidentado y muerto como la tristísima Amanda. En el aprovechamiento de la situación basculan dos personajes: Federico, que sabe extraer beneficio de una manera socialmente aceptada, y Lagartijo, un auténtico golfo, que trafica con los pañales de la caridad. El desenlace es cínico, pero no desolador, Daniel Ruiz es más compasivo con la naturaleza humana que Houllebecq y sus acólitos. Conoce y comprende las debilidades y cómo lo inevitable debe juzgarse sin dureza.

El calentamiento global. Daniel Ruiz. Tusquets Editores. Barcelona, 2019. 384 páginas. 19,50 €.


RECAREDO  VEREDAS  (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado 7 libros. Los que más le gustan son los más breves, los poemario Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Esa franja de luz (Bartleby, 2019), pero se siente orgulloso de toda su progenie. Le preceden el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016), la novela Deudas vencidas (Salto de Página, 2014), la colección de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y dos obras perdidas en el espacio-tiempo: la colección de relatos Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior,  Letras Libres y Revista de Letras.