Siempre se ha vinculado el altruismo con la poesía aunque ha habido textos memorables con el «poderoso caballero» como protagonista. El autor aborda la antología editada y prologada por José Carlos Rosales.
© ANTONIO MUÑOZ PALOMARES
¿El dinero activa, estimula, la Musa, la inspiración, la facultad creativa? Arriesgada y audaz ha sido la apuesta de José Carlos Rosales en la edición de este nuevo libro de reciente aparición. Un volumen que se añade a otros estudios ya publicados como, por ejemplo, Memoria poética de la Alhambra (2011), Libro de faros (2008) o Señales amarillas (2018), amén de sus poemarios con los que ha obtenido por algunos de ellos galardones como el Premio al Mejor Libro de Poesía del año 2017 por Si quisieras podrías levantarte y volar, el Premio Internacional de Poesía Gerardo Diego por su libro Poemas a Milena (2011) o el Ciudad de San Fernando por El horizonte (2003). Este que reseñamos ahora es un trabajo muy sugerente que, posiblemente, suscitará en algunos lectores cierta controversia, pero que ilumina sobre un aspecto polémico y tan poco proclive a ser tratado (que yo sepa no hay precedentes al respecto) como es la relación entre poesía y dinero, y que revela claramente el trabajo meticuloso y bien documentado característico de su autor.
“Money is a kind of poetry”. Lo dice Wallace Stevens, un poeta, pero también un abogado corporativo experto en finanzas, que, curiosamente, nunca hizo mención de los negocios en su poesía o en su crítica. Como tampoco lo hicieron otros poetas norteamericanos que se ganaron la vida trabajando en actividades comerciales, como T.S Elliot, A. R. Ammons o James Dickey, entre otros. El dinero es una forma de poesía: este es el axioma sobre el que gira básicamente el trabajo de soporte de José Carlos Rosales a esta antología de poemas sobre la conexión entre poesía y dinero.
El libro se estructura en dos grandes apartados, ya clásicos, en este tipo de obras: un estudio introductorio extenso, sagaz, denso en información, apoyado en una amplia bibliografía, que invita a una lectura pausada y reflexiva; y, de otro lado, una antología de más de ciento veinte poemas pertenecientes a más de noventa autores de todas las épocas, aunque predominan los contemporáneos. Poemas de distintos tonos que plantean situaciones diversas. Porque no todos los poetas hablan de lo mismo cuando hablan de dinero: poemas que van desde el tono, yo diría cínico, de Quevedo (él sabe muy bien de su valor, no en vano no escatimó esfuerzos por comprar voluntades), la actitud desdeñosa o irónica (Juan Ruiz, por ejemplo) hasta posicionamientos más positivos (Antonio Rivero Taravillo). Y en medio múltiples variantes: de crítica (José Martí, entre otros), como símbolo del amor en medio de alguna especulación cuasi filosófica (Borges se pregunta por qué un hombre necesita que una mujer lo quiera; el hombre busca en la mujer la otra cara de la moneda), como contabilidad de los pagos en las faenas agrícolas (Luis Melgarejo), como fantasía de lo que puede generar (Leticia Herrera); el dinero que cuesta el amor de los adultos (Cristina Peri Rossi), dinero que compra el tiempo y el olvido (Roger Wolfe), dinero que hace cómplices pero no amigos (dice Ángel Petisme), el escaso sueldo que se cobra por un trabajo (Fina García Marruz), el reparto de unas últimas monedas (Juan Carlos Mestre), el dinero que se ingresa en el banco como ahorro (Víctor Jiménez), la desesperanza de un padre que ve que no puede satisfacer las ilusiones de su hijo (José María Cumbreño)… En algunos, caso de César Vallejo, la ausencia de dinero se hace tan presente en su quehacer literario que se incorpora casi automáticamente al poema como dinero contante y sonante: “la cantidad enorme de dinero que cuesta ser pobre”.
Todo es cuestión de economía para el poeta moderno. Pero por qué está tan mal visto relacionar poesía (¿ubicada en el ámbito de la belleza, de lo puro, de lo inmaterial?) con el llamado “vil metal” (¿por su asociación con la codicia, con la corrupción, con el fraude, con la desigualdad social…?). José Carlos Rosales reflexiona con perspicacia sobre este aspecto. Muchos poetas muestran su desdén y su desconfianza ante el dinero, como si ambos conceptos (dinero-poesía) fueran antagónicos, enemigos mortales, incompatibles. Pero ver las cosas así sería aceptar un esquema demasiado sencillo, un maniqueísmo conceptual que no tiene por qué encajar con las dos realidades. Ni todos los poetas andan subidos en la nube idealizada de la belleza ni todos los que manejan dinero tienen por qué ser defraudadores, corruptos o avaros impenitentes. La mayoría de las personas del mundo usamos dinero para comprar o vender bienes y servicios, para pagar y recibir un sueldo o para hacer o saldar contratos. Es el dinero del que habla Antonio Machado en su poema, el que nos permite pagar la ropa y la comida, la casa o cualquier otra necesidad o deseo. Es a ese dinero al que aluden Virginia Woolf o Fernando Pessoa para poder escribir, para tener la libertad de poder escribir. Es la moneda que “acaba por ser todos los guarismos, la vida entera”, como dice César Vallejo. Y sor Juana Inés de la Cruz, como se sugiere en el verso que titula esta reseña, se excusa si sus décimas no están a la altura de las circunstancias: es efecto del dinero. Algún economista ha argumentado que la maldad es el origen de todo el dinero, pero es justamente el dinero, una institución social, el que dio solución al problema de la falta de confianza que se generó en los intercambios de los humanos. En la economía moderna el dinero es un pagaré en el que todos confían.
Así pues ¿por qué el temor de muchos a vincular la poesía con el dinero, como si este fuera un virus que infecta todo lo que toca y supusiera el exterminio de aquella del reino de la literatura? Habría que analizar de forma profunda de qué modo lo económico se ha inscrito en la ficción poética y, tal vez, fuera interesante -como alguien ha sugerido- hacer una historia de la literatura analizando la manera en que se ganaban la vida los escritores y volver a pensar la relación entre dinero y poesía. Puede que la poesía no dé dinero, pero puede hablar de él, incluirlo en los textos como materia o como retórica, puede ironizar, abominar y burlarse de su poder, plantear situaciones tiernas o trágicas con su presencia o su falta, satisfacer sueños o quedar atrapada bajo su dominio. Y aunque “el dinero ha perdido la inocencia” (Luis Rosales), conserva el don de ser “el gran prestidigitador que evapora todo lo que toca” (Octavio Paz). Puede crear la ilusión de cambiar la luna en pesetas (Nicolás Guillén), o defraudar y herir cuando las monedas se convierten en enjambres furiosos que devoran a los niños (García Lorca).
Esta antología nos da buena muestra de esas múltiples relaciones que mantiene el dinero con la poesía a lo largo de la historia de forma constante. Y dicho sea de paso, el dinero ha tenido la facultad de comprar un largo y trabajoso tiempo (que también es una divisa) para que su autor pudiera escribir este libro del que todos celebramos su advenimiento.
A mi trabajo acudo. Poesía y dinero.
Antología poética desde el Arcipreste de Hita hasta la actualidad,
Ed. de José Carlos Rosales
Vaso Roto Poesía, Madrid, 2019
EL AUTOR
ANTONIO MUÑOZ PALOMARES (Granada, 1950). Es licenciado en Filología Románica y Española, doctor por la Universidad de Granada. Ha publicado, entre otros, algunos artículos sobre aspectos lexicológicos en algunas obras clásicas de la literatura española, sobre poesía ( “Algunas consideraciones en torno a la poesía de Dionisio Ridruejo”, Estudios Segovianos, nº 94, 1996; “Gerald Brenan y la lírica popular: dos canciones romance inéditas”, Gazeta de Antropología, nº 9, 1992; “La escritura de un tiempo herido en la poesía de José Carlos Rosales”, Álabe, nº 10, 2014), colaboraciones en obras colectivas relativas a diversos aspectos del teatro del Siglo de Oro, editor de dos comedias de Mira de Amescua y un libro sobre el mismo autor (El teatro de Mira de Amescua.Para una lectura política y social de la comedia áurea, Iberoamericana, 2007)