Fernando Ariza salta desde la novela de ciencia ficción a la narración psicológica con una novela tan medida como compasiva: todos, en algún momento de nuestras vidas, pasaremos el suplicio de su protagonista.
© RECAREDO VEREDAS
¿Qué es escribir bien? Pocos defienden, entrado ya el Siglo XXI, que sea buscar el alarde y el deslumbramiento. Más bien implica el hallazgo del registro adecuado a lo que se desea transmitir, tanto en superficie –las peripecias- como en profundidad- el mensaje-. Los escritores inmutables, que han hecho de su campo semántico su sello, corren el riesgo de repetirse, agotarse y convertirse en un cliché apto solo para fans. El futuro pertenece al escritor capaz de cambiar de tono, aunque sea manteniendo su mundo, tan propio y tan irrenunciable como esa “primera leche que nunca se vomita” que abre Fuiste el rey. Fernando Ariza, tras años de escritura ensayística y narrativa, demuestra su capacidad para hallar las palabras adecuadas. No en vano el cambio entre, Ciudad dormida, su muy estimable novela de ciencia-ficción anterior, hasta estas páginas –que, aunque se aproximen a lo onírico, son plenamente realistas- demuestra, sin duda, su capacidad para conciliar distintos registros.
Fernando Ariza, autor de «Fuiste el rey»
Fernando Ariza escoge un estilo expresivo, pero nunca desmesurado, parece saber que la nitidez y la templanza son indispensables para adentrarse en la descripción de una crisis personal. También minimiza la inevitable tentación psicoanalítica: la intrusión de lo ensayístico siempre entorpece la narración. Son agua y aceite. Podría afirmarse que la escritura de toda obra implica una serie de decisiones, una vez escogida la historia, que inevitablemente la condicionan. Fernando Ariza toma las correctas.
Fernando Ariza escoge un estilo expresivo, pero nunca desmesurado, parece saber que la nitidez y la templanza son indispensables para adentrarse en la descripción de una crisis personal.
Ha escrito una obra que, además, consigue tensión con una peripecia plenamente centrada en un conflicto interno: la catarsis emocional que el protagonista experimenta durante una estancia en Bruselas. Ha viajado hasta allí esperando que llegue el mejor momento de su vida, pero debe afrontar una crisis sistémica: le atacan los problemas de pareja, laborales y personales, incluso la salud. Sufre una enfermedad fea, dolorosa, tan poco heroica como un cólico nefrítico. La narrativa de la enfermedad suele escoger dolencias terminales, que implican una lucha épica para su cura o, al menos, su paliación. Todo ello ocurre en un entorno que percibe como agresivo, desagradable, incluso intimidante. La propia ciudad de Bruselas es mostrada como una urbe gris y, sobre todo, rotundamente inhóspita, tan distinta al Madrid burgués donde residió el autor y tan diferente al espacio amable, a ese lugar cálido y bien iluminado que mencionaba Hemingway, y que precisa toda toma de conciencia. El protagonista, sin embargo, no pierde la esperanza de encontrar un amparo que no puede hallar.
La trama principal podría afirmarse que es la pelea por la estabilidad, por mantenerse en pie en plena crisis, cuando el dinero, el amor y la salud flaquean. Es decir, es el conflicto que nos afecta a todos cada mañana, cada día de nuestras vidas. Nos encontramos, sin duda, ante una novela de redención, que plantea una pregunta inevitable. Tanto que merece ser formulada de nuevo porque cada día se la plantean miles, millones de hombres y mujeres. ¿Es posible el cambio sin sufrimiento? ¿Implica toda toma de conciencia dolor, tanto psicológico como físico, como muestra en perfecta metáfora el cólico nefrítico?
La trama principal podría afirmarse que es la pelea por la estabilidad, por mantenerse en pie en plena crisis, cuando el dinero, el amor y la salud flaquean. Es decir, es el conflicto que nos afecta a todos cada mañana, cada día de nuestras vidas.
Fuiste el Rey transcurre en dos tiempos. El primero es el presente y ocurre en Bruselas, el segundo en la memoria fracturada del narrador, rota, y lentamente recompuesta, con la escasa fiabilidad que siempre ofrecen las décadas transcurridas. A su lado se encuentra una mujer que asiste, intentando prestar la ayuda que puede, al derrumbe y resurrección del protagonista. Las escenas de infancia que rompen la disociación son casi oníricas –lo onírico está presente en casi toda la obra de Ariza– y el tiempo define la distorsión de la memoria. Sin embargo constituyen mucho más: son el enlace del narrador con el núcleo duro de su vida, con el dolor escondido cuya fuga motiva su crisis. Son su Rosebud (aludiendo al trineo perdido por el Ciudadano Kane de Welles). Entre ellas destaca la presencia fantasmagórica, entre la verdad y el delirio, de un mendigo, clara contraposición a la posición social del autor. También aparece la memoria de una adolescencia marcada por una educación demasiado rígida, que dificultó su caminar por los tormentos propios de las relaciones entre jóvenes.
Nos encontramos, en cierto modo, ante una novela terapeútica, que permite el lector encontrarse con aspectos de sí mismo que no sabe verbalizar, incluso que no conoce, una novela que regala compasión. Que nos enseña que a veces, incluso con frecuencia, la salvación se encuentra en el centro del huracán. O, lo que es lo mismo, que solo la espada que nos hirió puede curarnos.
Fuiste el rey. Fernando Ariza. Tres Hermanas. Madrid, 2019. 220 páginas, 18 €.
RECAREDO VEREDAS (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado 7 libros. Los que más le gustan son los más breves, los poemario Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Esa franja de luz (Bartleby, 2019), pero se siente orgulloso de toda su progenie. Le preceden el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016), la novela Deudas vencidas (Salto de Página, 2014), la colección de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y dos obras perdidas en el espacio-tiempo: la colección de relatos Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior, Letras Libres y Revista de Letras.