El microrrelato ha cobrado una intensa actualidad en los últimos años. Sea a través de lecturas colectivas, sea mediante la multiplicación de concursos sobre el «género» en nuestra geografía, la realidad es que se trata de una disciplina difícil, moderna y, a la vez, profundamente arraigada en la historia de la literatura. El antólogo de Cien relatos cuánticos (Eolas Ediciones) reflexiona en este texto que introduce el libro y que nos ha facilitado para su publicación.
© JUAN PEDRO APARICIO
Ausente y casi olvidado, el microrrelato, creación de la Antigüedad oriental, parece haber encontrado en nuestros días una asombrosa vitalidad, por más que su ligazón con el pasado esté muy lejos de haberse roto. Entre La mariposa del chino Chuang Tzu, uno de los primeros microrrelatos de que se tiene memoria, si no el primero, y El Dinosaurio del guatemalteco Monterroso, el más celebrado de los que se han escrito en nuestros días, hay un claro vínculo.
Dice el primero: «Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.»
Dice el segundo: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.»
La mariposa y el dinosaurio son los cabos de una cuerda narrativa que en los últimos cincuenta años ha tomado insólito grosor en la literatura de nuestra lengua, hasta el punto de vivirse por parte de estudiosos y narradores lo que podemos llamar sin exagerar una auténtica refundación en la que unos y otros han venido a confluir hasta considerarlo un género más, como el relato o la novela. Su singularidad no le viene dada por la poca extensión, sino por la especial relación que existe entre la elipsis y la narratividad. Una relación tan íntima como difícil de precisar, que, con demasiada frecuencia, solo se percibe por la vía negativa, cuando la elipsis crece tanto que la narratividad desaparece y nos quedamos sin historia.
Dominar el equilibrio entre ambos elementos es cualidad que distingue al buen escritor de microrrelatos. La narratividad y la elipsis pueden llegar a confundirse; la una estando, la otra sin estar; la una explícita, la otra implícita, puesto que sin elipsis tampoco habría narración, probablemente no habría siquiera lenguaje. Basta pensar en la conversación diaria, llena de sobreentendidos que eso es al fin la elipsis, aquello que no necesita ser formulado. La elipsis es un vacío lleno de contenido.
En otra parte, con préstamos tomados de la física, he denominado a este tipo de ficción literatura cuántica, apuntando al corazón de lo que, a mi juicio, es hoy su naturaleza. En la física clásica existe la idea de que todos los parámetros –la energía, la velocidad, la distancia recorrida por un objeto– son continuos. En la física cuántica esto no es así. Max Planck descubrió que los átomos no liberan energía en forma continua, sino en pequeños bloques a los que denominó cuantos de energía. Lo singular del proceso es que no existen posiciones intermedias, es decir no existen medios cuantos o cuartos de cuanto. Es como si esas pequeñas cantidades se fueran almacenando en algún lugar sin poder manifestarse hasta que no forman un cuanto. En definición aproximada podemos decir que un cuanto es la cantidad que la energía precisa para hacerse visible. O dicho de manera más general, la cantidad mínima que se precisa para que algo se manifieste.
¿Qué sería un cuanto en literatura, según mi propuesta? Si cambiamos energía por narratividad tendríamos la definición del cuanto literario. El mínimo de narratividad necesario para hacerse visible. La narratividad implica movimiento, transformación; pero un movimiento o transformación significativos, que conmuevan, que iluminen, que emocionen. El cine ha sido decisivo a la hora de afinar la narratividad aumentando el peso de la elipsis. Sus cuantos de narratividad son tan intensos en cada secuencia que el espectador ni siquiera piensa en lo que ha sido eludido mediante la elipsis.
La narratividad implica movimiento, transformación; pero un movimiento o transformación significativos, que conmuevan, que iluminen, que emocionen.
Un microrrelato normalmente estará formado por un solo cuanto narrativo. Una novela, por el contrario, puede estar formada, además de por el cuanto-novela en sí mismo, por muchos otros cuantos narrativos. Hay ejemplos muy claros en la “Antología de la literatura fantástica” de Bioy, Borges y Ocampo. Bastantes de los relatos allí recogidos son piezas separadas -frases, sentencias, párrafos-, de un conjunto más amplio que, sin embargo, poseen en esas pocas líneas el don de la narratividad. Ese ha sido mi objetivo en esta colección cien mirorrelatos de la literatura clásica española. He extraído microrrelatos de cuerpos narrativos mayores, a los que llamo integrados, por contraposición a los exentos que han sido concebidos ya en formato breve y que son los menos.
La tarea no ha sido, sin embargo, fácil; a veces el cuanto-novela o el cuanto–relato se presentaban tan compactos que me resultaba imposible extraer de ellos esa mínima cantidad de palabras susceptible de formar un microrrelato. Pero, si no fácil, ha sido en cambio muy grata, como un paseo amenísimo por un lugar rebosante de maravillas, esas admirables páginas de nuestra mejor literatura, tan rica y fecunda, capaz de fertilizar muchas otras, americanas y europeas, receptora ella misma de los mejores frutos del Oriente, dueña de una infancia espléndida, por atrevida y desenvuelta, desde los primeros balbuceos de nuestras lenguas romances hasta la madurez de Cervantes y Lope o las creaciones de los grandes autores más cercanos a nuestro tiempo.
Algunos de los relatos seleccionados llevan el mismo título que su autor les dio; en ese caso, nada les he añadido ni quitado, si acaso en alguno el párrafo último, el que contenía la enseñanza moral, que la concepción moderna del cuántico o micrrelato ha desterrado. Los demás, en realidad la mayoría, han sido extraídos de textos más amplios, novelas largas y cortas, o relatos de tamaño convencional, en algún caso poemas o comedias. Los que aquí presento no exceden de las quinientas palabras, salvo muy contadas excepciones. Uno, el más largo, de Pedro Alfonso, tiene casi ochocientas; dos no llegan a las seiscientas, uno, extraído del Persiles y Sigismunda, y otro, del Quijote, el titulado precisamente Cómo no se debe contar un cuento.
Mi deseo sería que este librito pudiera ser algo así como un paseo por nuestra literatura en formato cuántico, una especie de pequeña guía de placeres literarios
El orientalismo y la antigüedad del género se advierten de modo evidente en los textos que abren la selección. Así, en los tres primeros, escritos originalmente en latín por el judío oscense Pedro Alfonso, como en los que inmediatamente le siguen, el Calila e Dimna, traducido por mandato del Rey Sabio, o los escritos ya en lengua romance, por Juan de Timoneda o Don Juan Manuel, todos de indudable inspiración oriental.
En otro orden de cosas, debo decir que pocas dudas he tenido a la hora de incluir a autores cuya consideración de clásicos pudiera tenerse por aventurada, por hallarse muy cercanos todavía a nuestros días, verbigracia Juan Ramón Jiménez o Max Aub, aunque estoy seguro de que nadie podrá negarles esa condición por lo que al cultivo del microrrelato se refiere.
que ofrece la posibilidad de un repaso fácil a la obra de nuestros clásicos, tan estimulante y placentero como una cata de buenos vinos que al tiempo que educa nuestro paladar nos alegra el ánimo.
Y una última cosa: el título no responde a la verdad. Cien es palabra rotunda y un número de prestigio en la tradición de las antologías literarias. De ahí que lo haya conservado a despecho de haber sobrepasado esa cifra con al menos una veintena de cuentos que muy gustoso ofrezco al lector.
© Eugene Jansson. «Salida del sol en lostejados». Imagen principal. Lienzo de 1868. Por gentileza de Concha Rodríguez.
EL AUTOR
JUAN PEDRO APARICIO. Narrador y ensayista. Premio Castilla y León de las Letras por el conjunto de su obra. Premio Nadal de novela en 1989 por Retratos de ambigú. Premio Setenil de Cuentos en 2005 al mejor libro de relatos publicado ese año por La vida en blanco. Premio Internacional de Ensayo Jovellanos en 2016. por «Vuestros hijos volarán con el siglo». Parte de su obra ha sido traducida al ingfés, alemán, chino, ruso, y otros idiomas. De 2005 al 2009 ha sido director del Instituto Cervantes de Londres.