El premio

Partiendo del cambio que supone el otorgamiento del Premio Biblioteca Breve a Elvira Sastre, el autor analiza el estado de los Premios Literarios y su importancia actual. 

@ RECAREDO VEREDAS

Desde que el Premio Biblioteca Breve fue otorgado a la poeta Elvira Sastre, antes por lo tanto de que la novela fuera publicada, ha habido una intensa polémica sobre su conveniencia. Distintas reseñas, artículos o comentarios en redes sociales evidencian la perplejidad de la crítica. La causa: un reconocimiento de prestigio, que en tiempos remotos consiguieron autores como Vargas Llosa o Benet, ha cedido ante la presión del mercado. No puedo opinar sobre Días sin ti porque apenas leí 10 páginas, que me sirvieron para comprobar que no podía evaluarla. El desistimiento no implica juicio alguno. Tampoco entiendo, por ejemplo, el trap. De hecho no puedo escuchar más de treinta segundos de una canción de tan conocido estilo. ¿Eso implica que Elvira Sastre o el trap sean de baja calidad? Desde mi punto de vista no, o al menos no necesariamente. Supone que no encajan con mi canon, petrificado por mi pertenencia a la que Ian McEwan denomina juventud de la vejez. La obra de Elvira Sastre habita en otra dimensión, a la que debemos acostumbrarnos. Su presencia en ámbitos antes reservados a obras que cumplían con los criterios de calidad convencionales es irremediable. También debemos asumir que quienes pasamos de los cuarenta nunca comprenderemos su sentido ni su causa. Días sin ti ha sido escrita para un público muy joven para quien el esfuerzo que implica la lectura es mucho mayor, dada su absoluta digitalización y su dependencia, mayor que la que implica la adicción a bastantes drogas, del Smartphone. Un público para el que conseguir media hora seguida de atención es un acto heroico. Sastre ya demostró su sobrada comprensión del Zeitgeist con la publicación de poemas en redes sociales. Poemas que apelan con acierto al mundo emocional de cientos de miles de lectores. Un mapa emocional al que también, supongo, llama la novela premiada creando así un corpus entre digital y analógico radicalmente nuevo. No pocos de sus poemas tienen destellos de alta calidad, desde el punto de vista tradicional, y demuestran que Elvira Sastre posee la capacidad de escribir en el registro que desee. Que su supuesta cursilería es una opción premeditada, no un lenguaje propio e irremediable. Lo escrito no implica que me parezca bien o mal la concesión del premio. Solo supone comprensión. Tanto hacia el otorgamiento como hacia la perplejdad de la crítica porque no puede negarse que el salto desde el último premiado –Agustín Fernández Mallo– a Elvira Sastre es casi cuántico. Solo les une su conocimiento de las nuevas tecnologías y de sus repercusiones en el público.

Sastre ya demostró su sobrada comprensión del Zeitgeist con la publicación de poemas en redes sociales. Poemas que, nos gusten o no, apelan con acierto al mundo emocional de cientos de miles de lectores. Un mapa emocional al que también, supongo, llama la novela premiada creando así un corpus entre digital y analógico radicalmente nuevo.

Los premios literarios carecen en nuestros tiempos de la importancia que tenían durante la era predigital. Su valor ha decrecido con la misma velocidad que lo ha hecho la crítica literaria tradicional. ¿Por qué? Porque ahora los prescriptores clave son otros, porque el boca a boca, que antes se movía con la lentitud de una tortuga, ahora salta de Madrid a Barcelona y de Barcelona a Bogotá con la velocidad de un tuit, un comentario en Goodreads o una reseña en Amazon. Porque la opinión se ha amplificado y el sello de calidad o de comercialidad que otorgaba un premio o una reseña de un suplemento cultural debe pelear con los miles, millones de pequeños apoyos o rechazos que suscita la red. Porque un tuit ingenioso puede causar más ventas o rechazos que una reseña publicada en una revista cultural. Porque ni siquiera las editoriales de prestigio poseen la importancia  que tuvieron. Siguen manteniendo catálogos notables, pero solo son reconocidos como tales por una masa decreciente de lectores. El premio a Elvira Sastre supone la convergencia entre el empuje que implica un premio de prestigio y una popularidad difícil de igualar entre usuarios particulares de la red. Los criterios tradicionales de calidad quedan, por lo tanto, al margen. En nuestra época de velocidad extrema –pronto nos habremos olvidado hasta del Brexit– la popularidad de un premio literario es también breve y no garantiza, en absoluto, la persistencia de una novela.  De hecho casi la anula: pocos lectores leen premios de años anteriores solo por este reconocimiento. La fidelidad a determinados autores o determinados temas alargan la vida de un libro mucho más que un galardón. Podría afirmarse que se han convertido en escaparates publicitarios de los sellos que los patrocinan, más allá de la obra publicada.

Condenar a la hoguera a la editorial y al jurado implica cierta falta de empatía y una buena dosis de superioridad moral. El editor se encuentra, por naturaleza, en un difícil punto de equilibrio entre lo ejecutivo y lo creativo. Además casi todas las editoriales de prestigio de tamaño medio, entre las que se cuenta Seix Barral, pertenecen a grandes grupos cuyos intereses se diversifican en sectores muy diferentes. Si una decisión casi nunca es libre, una decisión tomada dentro de un gran grupo empresarial lo es aún menos. Resulta mucho más importante el largo recorrido, concretado en el catálogo anual, que situaciones puntuales. Desde esta perspectiva, el premio de Elvira Sastre implica la constatación de un cambio que ha venido para quedarse, pero no supone un vuelco radical del ecosistema literario español. De hecho la literatura española de calidad goza de una salud excelente. La misma editorial que ha otorgado el polémico premio ha publicado recientemente novelas tan notables como El asesino tímido, de Clara Usón, Feliz Final, de Isaac Rosa o Tierra de mujeres, de la también joven María Sánchez. Desdramaticemos, el apocalipsis tal vez llegue, pero por ahora hay sitio para todos.


EL AUTOR

RECAREDO  VEREDAS  (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado 6 libros. El que más le gusta es el más breve, el poemario Nadar en agua helada (Bartleby, 2012), pero se siente orgulloso de toda su progenie. El último en llegar ha sido el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016). Le preceden la novela Deudas vencidas (Salto de Página, 2014), la colección de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y dos obras perdidas en el espacio-tiempo: la colección de relatos Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior,  Letras Libres y Revista de Letras.