Hidalgo y Gaos: al rescate. 1919-2019 | Centenario de dos grandes poetas

Entre las conmemoraciones a no olvidar a lo largo de 2019 se encuentran los centenarios del nacimiento de dos poetas de la primera generación de posguerra de enorme calado: el santanderino José Luis Hidalgo, que falleció muy joven, con apenas 28 años, y el valenciano Vicente Gaos. El autor les rinde su particular homenaje. Un homenaje necesario.
© LUIS MARTÍNEZ DE MINGO

José Luis Hidalgo

Que se sepa sólo hay dos antologías consultadas en toda la segunda mitad del siglo XX español. La de Francisco Ribes (1952), así llamada, que va de poetas, y la titulada Poemas memorables 1939-1999, Castalia (1), que trata de saber cuales son los mejores poemas escritos en ese periodo por los poetas españoles. Pues bien, la de Ribes, que tiene mucho que ver con la llamada “Quinta del 42”, a la pertenecen ambos poetas, incluye a Vicente Gaos (1919-1980) pero no a José Luis Hidalgo (1919-1947), al parecer porque ya había muerto cuando se publicó. Alguien se lo ha reprochado al antólogo pero lo cierto es que fueron bien distintas las vidas de nuestros dos poetas del rescate de este centenario, el de su nacimiento. Hidalgo muere muy joven, 28 años, y además se publica ya póstumo su mejor libro, Los muertos, Vicente Gaos –ilustre familia la suya, hermano de José, el filósofo, y de Lola, la gran actriz- fue profesor en EE.UU, traductor entre otros de E. Pound, T.S. Eliot, Shakespeare y Mallarmé, ensayista, Claves de la literatura española, 1971, y Cervantes. Novelista, dramaturgo y poeta. Planeta, 1979, entre otros; además de ganador de premios, el primer Adonais, 1943 y el Ágora, como poeta. Bousoño dijo de Gaos que “es uno de los pocos poetas primerísimos de nuestra poesía de posguerra”. Aunque sólo fuera por repescar y releer este libro sobre Cervantes ya merecería la pena esta efeméride, pero comencemos por el joven Hidalgo.

Fue también pintor e ilustrador de sus propios poemas, y se le cita como poeta existencialista por su libro Los Muertos (1947) y por los dos anteriores, Raíz y Los animales. Vamos a centrarnos en ese libro póstumo, el mejor sin duda, del que Gonzalo Soberano dice que “es un libro impresionante, por su humanidad palpitante y por la belleza que logra en cada uno de sus poemas” y porque, como ya se ha dicho, incluso en la primera parte de Raíz se presagia la tonalidad de Los Muertos. Amigo de todos los poetas significativos de su generación, José Hierro, Maruri, Ildefonso Manuel Gil, Hidalgo participó en todas las revistas importantes de su tiempo, desde Corcel y Proel a Escorial y ante la inminencia de su muerte, hasta Ramón de Garciasol y Vicente Aleixandre corrigieron las pruebas de su libro Los muertos, aparecido sólo tres días después de su fallecimiento en la colección Adonais.

No encontrará el lector que quiera redescubrir a este fino poeta un solo verso arrítmico en su corta obra. Un oído educado en el endecasílabo y el eneasílabo (“Y sé que, como un mar, a todos bañas;/ que las almas de todos Tú reflejas./ “Y la tierra viene conmigo,/viene conmigo la mar honda”), combina también con plena maestría el heptasílabo con el alejandrino (“la noche que te aprieta la voz en la garganta/ como un grito de muerte/como un tiro lejano”), sin permitirse transgresiones gratuitas de rebelde inane. Hay quien ha apelado a Unamuno para fijar la raíz metafísica de la poesía de Hidalgo (“mi religión es buscar a Dios entre la niebla aun sabiendo que nunca lo voy a encontrar”) pero no es así exactamente; falta la raíz indagatoria. El de Hidalgo es un Dios fabricado para poder hablar con él o de él desde la muerte. Carecía el poeta cántabro de fe religiosa, aunque le atormentara sobremanera la sed de infinito. Sí que podemos hablar muy claramente de una simbolización, a base de metáforas sensóreo-afectivas, en poemas como “Hay que bajar” o “Yo soy el centro”: “Y la tierra viene conmigo,/viene conmigo la mar honda,/vienen conmigo los rebaños”, de un hilozoísmo panteísta que, como dice Víctor García de la Concha (2), “transforma la reflexión en himno gozoso”. Una poesía con vocación transcendental, de raíces metafísicas, que no surrealistas, como han pretendido otros, por aquello de que era un lector apasionado de La destrucción o el amor.

Vicente Gaos

¿Y qué decir ahora de don Vicente Gaos? Enmarcaremos mejor al Gaos poeta que va de Arcángel de mi noche. Sonetos apasionados (1939-1943) a Profecía del recuerdo (1956) pasando por Sobre la tierra (1945) porque entendemos que aquí se concentra su mayor aportación a la Literatura española. Para enmarcar la poesía de aquellos años Jacques Maritain habla de la existencia de una “espiritualidad natural”, “un deseo místico natural” en sentido lato (3), que lleva a la mística racional de Fray Luis de León, de la que han hablado otros, y que viene al dedo para situar a Gaos. El límite estaría en la poética de su compañero de promoción, Carlos Bousoño, que supone que el hombre quiere trascender su limitación, llegar a Dios y beber de su luz. Entre esos márgenes se mueve la poesía del valenciano. Si además tenemos muy en cuenta lo que ya dijo de él Dámaso Alonso: “Que una forma tradicional puede ser natural molde de una surgente, irrefrenable inspiración, lo prueba del modo más incontestable la poesía de Vicente Gaos” (4), tendremos enmarcada su obra. El mismo Vicente Gaos no dudo en recurrir a la cita machadiana: “Verso libre, verso libre,/líbrate mejor, del verso,/cuando el verso te esclavice”, y lo hace en el soneto introductorio “La Forma”.

A partir de ahí su poesía entronca con las mejores vetas de la tradición española. Hay en principio un fuerte pathos romántico, que por su configuración imaginativa (“estrellas arrebatadas”, “fuegos interiores”, relámpago feliz”) podría evocar al de Miguel Hernández si no fuera porque en esta poesía ese romanticismo está teñido siempre por un sincretismo metafísico muy personal. Es más, ese sincretismo tiene tal carga de pitagorismo y neoplatonismo que llega hasta Fray Luis de León: noche estrellada, música interior, “Oda a Salinas” en el soneto “Cuando contemplo el cielo” y en el poema “Sobre la tierra” y que, en definitiva, se hace preponderante. También a San Juan de la Cruz: “mano suave, / contacto tuyo, noche que juntaste…” y ante todo el núcleo simbólico de la  “noche oscura” y la “noche encendida”.

Todo este simbolismo se articula de manera continua con el de la luz: “Necesito vivir iluminado,/Dame tu luz de amor más encendida”, lo que nos podría llevar a pensar en una bipolaridad si no fuera porque el término “noche” adquiere muchas veces polivalencia semántica. Todo eso adquiere aún más significado si tenemos en cuenta que en Gaos late siempre un profundo poeta existencial, a veces trágico: “Aquí estamos/solos bajo la tormenta,/solos bajo el rencor de Dios, recostados/en la tierra”, que le acerca a Blas de Otero: “Ya tengo/ seca la entraña que Tú me exprimes a diario”, e incluso al Rubén Darío de “Lo fatal”: “Vivimos/hechos trémula llama, abatidos/por tantos soplos fugaces,/mientras la piedra infinita,/la absoluta materia,/ yace segura…” El trance estético, al fin, nos hace un instante rozar –mortal tangencia- el Espíritu. Vano empeño, gemelo de la rebelión satánica, que evoca el título de de uno de sus libros convertido en símbolo global de su poesía: Arcángel de mi noche.

Dos poetas importantes a los que, aunque sea con el pretexto de la efeméride, conviene volver una y otra vez. Están ahí, esperándonos, como los buenos libros “si no siempre entendidos, siempre abiertos” y son el mejor pretexto para escapar de tanta novedad inútil, excrecencias de un mercado obsoleto.

NOTAS

(1) Poemas memorables (1939-1999). J.M. López de Abiada, Luis Martínez de Mingo, Javier Pérez Escotado. Castalia. 296 pgs. 1999.
(2). La poesía española de posguerra. Victor García de la Concha. Editorial Prensa española, 1973. p. 479.
(3) Los Grados del saber.  Jacques Maritain. Buenos Aires, 1947, vol. II, pág. 55.
(4) Poetas españoles contemporáneos. Dámaso Alonso Madrid. Gredos, 3ª edición. 1965, pág. 22

DOS POEMAS COMO HOMENAJE
DESPUÉS DEL AMOR
El zumo de la noche me gotea
con racimos de estrellas en la cara,
y madura mi frente su luz triste,
como una fruta sola sin su rama.
He perdido mi tronco; ardientemente
ha tajado el amor en sus entrañas
con un hacha sombría. En otro cuerpo
la ceniza enrojece de mi savia.
A solas con la noche me he quedado,
con mi carne tendida, fruta amarga.
y suena el corazón, bajo mi pecho,
con un crudo tañido de campana.
José Luis Hidalgo.
NOCHE DE AMOR 
Ay, qué podré decirte, dulce amada,
joven virgen feliz que no conoces
en un cielo cerrado, suaves roces,
el peso del amor, noche entregada.
Desde este corazón, isla olvidada,
-oye del mar sus clamorosas voces-,
me elevaré hasta ti que desconoces
la flecha que en lo oscuro está clavada.
Los cuerpos se revuelven tan certeros,
guiados del amor, como esos astros
que, arriba, sólo ven tus ojos puros.
Órbita de pasión y verdaderos,
resplandecientes e infalibles rastros.
Celestes nuestros cuerpos aunque oscuros.
Vicente Gaos.

EL AUTOR

LUIS MARTÍNEZ DE MINGO es riojano (1948). Empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014 y La reina de los sables, Madrid, 2015.