¿Qué podemos esperar de los inéditos de J.D. Salinger? ¿Deben publicarse los textos inéditos de un escritor fallecido contra su voluntad o su silencio?
© RECAREDO VEREDAS
Lo que se intuía es definitivo: Según ha confirmado su hjo Matt, el mítico recluso de Cornish, el aspirante a maestro zen JD Salinger siguió escribiendo durante sus décadas de encierro y su obra inédita será pronto publicada. La polémica sobre el respeto de los herederos a la voluntad del autor regresa, como ocurrió en el caso de Roberto Bolaño, como ocurrió en 1924 cuando Max Brod desoyó los deseos testamentarios de su amigo Franz Kafka y no quemó El Proceso o La metamorfosis. Pero, ¿qué podemos esperar de los inéditos de Salinger?
Si en la última parte de su breve obra publicada se intuía el abandono de lo puramente narrativo en favor de lo filosófico, puede intuirse que tal deriva no solo continuó sino se exacerbó durante su larguísimo encierro.
1.- AUGE Y CAÍDA
El indiscutible mérito de JD Salinger fue convertir su estrés postraumático, causado por las brutales batallas ocurridas en los bosques del norte de Francia tras el desembarco de Normandía, en dos obras maestras y media. La inmensa mayoría de los supervivientes solo sufrieron pesadillas. Él, al menos, pudo amortizarlas y disfrutarlas. Antes de la guerra era un escritor más bien frívolo, encantado con las pizpiretas chicas de la alta sociedad neoyorquina. La conquista de Francia causó quemaduras de tercer grado en su conciencia y su corazón pero también le aportó la profundidad y la universalidad que le faltaban. El dolor evitó que se convirtiera en un Scott Fitzgerald ligero, falto de la profundidad del autor de Suave es la noche, en un cronista de la alta sociedad cuyas narraciones habrían sido olvidadas con tanta rapidez como eran publicadas. En sus dos obras maestras y media mantiene su fervor por las chicas encantadoras de Madison Avenue y los millonarios superdotados, pero combina su poética original con un intenso ruido de fondo. No es otro que la búsqueda desesperada, pese al ocasional humor, del silencio interior, del cese del tormento causado por el trauma. Sin embargo, conforme los años avanzan, la perfección del equilibrio disminuye: el discurso filosófico aumenta y la capacidad narrativa naufraga. Así ocurre en la segunda parte de Franny and Zooey, muy inferior al impecable inicio por su excesiva carga de pensamiento abstracto. En lo mejor de su obra Salinger toma el minimalismo de Ernest Hemingway y lo dota de una profundidad que solo aparece en los mejores relatos del creador de la teoría del iceberg. Alcanza el extremo en el mítico texto Un buen día para el Pez plátano, donde el silencio lo es casi todo, apenas limitado por una somera trama y un desenlace tan potente como efectista. Sin restar méritos a tan misterioso relato, lo inimitable de Salinger aparece en El guardián entre el centeno y en relatos como, por ejemplo, Para Esme, con amor y sordidez, donde no hay exhibiciones minimalistas y coexisten lo explícito y lo implícito, lo narrado y lo oculto, generando dos niveles de lectura que se complementan a la perfección, sin restarse sentido ni protagonismo el uno al otro. Son textos llenos de una profundidad que no necesita ser obvia, de una filosofía amarga y vitalista, que consuela incluso a los peores psicópatas.
J.D. Salinger de uniforme, antes de la batalla.
El brillo de Salinger fue breve. Tras su encierro comenzó la leyenda de sus textos inéditos. Los biógrafos mencionan su obsesión con la cura del dolor, cuya solución creía hallar en el budismo vedanta. Si en la última parte de su breve obra publicada se intuía el abandono de lo puramente narrativo en favor de lo filosófico, puede intuirse que tal deriva no solo continuó sino se exacerbó durante su larguísimo encierro. Los creadores suelen escribir sobre lo que les preocupa en cada momento, sobre lo que rodea al interior y al exterior de sus vidas. Existen excepciones, como Marcel Proust, que generan obras enormes apoyadas en la memoria. No parece que fuera el camino escogido por un Salinger lanzado hacia una introspección coherente con su budismo: la obra es un fin en sí mismo y su explotación comercial genera deseos y ansiedades que la degradan. Por lo tanto no depositaría grandes esperanzas en lo que resta por publicar. Era un hombre hipersensible y empático, capaz de unir el dolor y la belleza, pero no poseía la capacidad de un Camus para vincular lo narrativo y lo abstracto.
Exigir, en estos tiempos, que un lanzamiento comercial no afirme que la última obra de un autor es la mejor que nunca escribió, que se modere en aras de la verdad, es una petición tan utópica como la paz mundial.
2.- UNA DECISIÓN COMPLICADA
Muy pocos escritores publican todo lo que escriben, al igual que muy pocos pintores finalizan todos los cuadros que inician. De hecho terminar un proyecto y considerarlo digno de ser mostrado es excepcional. Las buenas ideas suelen abandonarse, sea por falta de motivación o de medios, por pereza o, simplemente, porque la historia no da más de sí. Casi todos los escritores, por lo tanto, mueren con una cantidad considerable de material inédito o incompleto. La causa de que una novela de un autor célebre no vea la luz en vida suele ser la obvia: él o su entorno deciden que no es conveniente para su carrera que así ocurra. Los motivos personales son extraños: pocos escritores prefieren el pudor al éxito. Cuando el autor conoce el valor indiscutible de una obra que no quiere bajo ningún concepto publicar en vida puede disponer su publicación posmortem. Así ocurrió, por ejemplo, con De Profundis, de Oscar Wilde, que vio la luz décadas después de la muerte del autor irlandés de acuerdo con sus instrucciones testamentarias. Bolaño o Salinger, sin embargo, no pidieron que se publicara su obra inédita conociendo la cercanía de su muerte, uno por lo incurable de su dolencia, otro por su vejez. Kafka, incluso, quiso que se quemaran sus manuscritos. Pero el caso del checo es bien distinto porque no había disfrutado de ningún éxito en vida. No tenía perspectiva alguna que le permitiera valorar la magnitud de su obra. Su autoestima como escritor era nula. De hecho la decisión de que su obra fuera incinerada tras su muerte puede tomarse como una reivindicación de la misma, como una rabieta narcisista frente a la incomprensión. Tanto J.D. Salinger como Roberto Bolaño sí se habían convertido en una auténticas celebridades en vida. Sin embargo, como tampoco hizo Franz Kafka, no destruyeron en su obra. Podrían haberlo hecho. Eran manuscritos o archivos informáticos, fáciles de triturar o borrar. Tal vez, aunque lo rechazaran, su inconsciente esperaba que la publicación llegara y la belleza de sus hijos más feos fuese reconocida. El ego y la inseguridad de un escritor son tan infinitos como el más infinito de los universos.
Roberto Bolaño
El heredero de un escritor célebre, así pues, se halla frente a un difícil dilema. Por un lado se encuentra con una inesperada fuente de ingresos, que puede ayudar a mejorar su a veces precaria situación. No olvidemos que la precariedad es la condición natural de todo autor. Por otro, sabe que si su padre o madre hubiesen querido publicar lo que no publicaron lo habrían hecho, pero también sabe que tomaron la decisión de no destruirlo. Pueden avanzar por el camino freudiano y creer lo más conveniente: que el padre muerto deseaba que su hijo publicara sus papeles perdidos. Lo psicoanalítico no suele ser lo más fácil ni lo más conveniente, pero este caso es una de las excepciones. El resultado, sin embargo, siempre decepciona: solo mejora levemente la cuenta corriente de los herederos –nunca demasiado, son obras menores- y enturbia la calidad global de la obra del finado. Es mucho más considerado, como Rulfo, quien publica dos obras excepcionales que quien publica dos obras excepcionales y siete mediocres o, simplemente, aceptables.
¿Qué han aportado El tercer Reich o El espíritu de la ciencia ficción al corpus del autor de 2666? Muy poco, aun siendo obras estimables. ¿Qué aportarán las memorias meditativas o las nuevas peripecias de la familia Glass a la obra del autor de Nueve cuentos? Nadie lo sabe, pero las probabilidades indican que devaluarán la leyenda de Salinger y la rotundidad de su obra. Ojalá me equivoque.
3.- LA IMPOSIBLE SOLUCIÓN
Una de las falacias de nuestro tiempo es creer que todos los problemas tienen solución. No ocurre así. La mayor parte de los problemas se conllevan como si fueran una enfermedad crónica. Centrándonos en el dilema que nos ocupa, el conflicto se reduciría si las expectativas de los lanzamientos editoriales se ajustaran a la realidad. Si desde la industria y los herederos se tomara conciencia del carácter menor de las obras publicadas tras la muerte del autor y sin su voluntad expresa. Si no se generaran expectativas falsas sobre aquello que su creador y su entorno no quisieron sacar a la luz en vida. La publicación, por otro lado, es irremediable: implica ingresos para los herederos y su familia. Además sirve a expertos y académicos para conseguir una imagen más fidedigna de la obra y el carácter del escritor. Pero, volviendo al inicio de este párrafo, la solución es imposible. Exigir, en estos tiempos, que un lanzamiento comercial no afirme que la última obra de un autor es la mejor que nunca escribió, que se modere en aras de la verdad, es una petición tan utópica como la paz mundial.
EL AUTOR
RECAREDO VEREDAS (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha publicado 6 libros. El que más le gusta es el más breve, el poemario Nadar en agua helada (Bartleby, 2012), pero se siente orgulloso de toda su progenie. El último en llegar ha sido el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016). Le preceden la novela Deudas vencidas (Salto de Página, 2014), la colección de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y dos obras perdidas en el espacio-tiempo: la colección de relatos Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006). Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior, Letras Libres y Revista de Letras.