El autor, profesor de literatura, poeta y crítico con una dilatada trayectoria, disecciona el libro de Carmen Camacho, Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI (1900‑2014), un recorrido por ese género, huidizo y preciso a la vez, en un período decisivo para la poesía en castellano.
© JOSÉ CARLOS ROSALES
A pesar de lo que podamos leer en manuales y diccionarios de preceptiva literaria, lugares donde todo queda bien definido y bastante cuadriculado, no es nada fácil definir el aforismo, tal vez porque no sea necesario: un lector moderadamente experimentado no encontrará dificultad alguna en distinguir los aforismos, y nadie confunde casi nunca un aforismo con un refrán, o un aforismo con una frase publicitaria, aunque la frontera entre todas estas clases de paremias sea cada más porosa y el tránsito de un espacio a otro, del refrán a la sentencia, del proverbio al aforismo o del slogan publicitario a la frase proverbial, sea una tentación para el aforista y un estímulo placentero para la persona que se acerca a libros como éste de la escritora y poeta Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976), Fuegos de palabras, una trabajadísima y documentada antología de aforismos poéticos españoles del siglo XX y XXI, de Juan Ramón Jiménez a Ramón Eder, pasando por José Bergamín, Juan Eduardo Cirlot o Lorenzo Oliván.
Carmen Camacho (CC) ha hecho un magnífico trabajo, un libro que va a permanecer durante mucho tiempo en nuestro sistema de referencias literarias más útiles o incitantes, un libro de consulta y disfrute al que le auguro larga vida y largo aprecio. Y no sólo por el resultado, sino también por los procedimientos que ha sabido desarrollar al acercarse a este fenómeno tan llamativo del aforismo español contemporáneo, pues como señala Carmen, “el aforismo moderno español en sus diversas variantes está experimentando un auge sin precedentes” (pág. 67), un auge que se suele relacionar con el auge de las redes mal llamadas sociales; pues –según parece– muy pocos tendrían hoy tiempo y constancia para escribir una novela de quinientas páginas, sin embargo a todo el mundo se le puede ocurrir una frase ingeniosa que, en vez de verse condenada a languidecer escrita en un papelito recóndito, bien que podría sobrevivir en alguna de esas plataformas electrónicas que ahora garantizan la vida eterna o, al menos, la vida perdurable. No olvidemos que la escritura (cualquier clase de escritura) aspira siempre por razones de su naturaleza intrínseca a perdurar, sólo que ahora perdurar no es sólo perdurar, es sobre todo conseguir que te conozcan de inmediato, que hablen de ti ahora mismo, congregar seguidores y aplausos, volverte popular durante unos segundos tan interminables como el chicle.
Carmen Camacho ha dedicado más de veinte páginas a definir el aforismo, a recoger tanto las definiciones más usuales como las menos conocidas,
Supongo que nunca tantos individuos estuvieron tan entusiasmados con la vida de la fama, nunca como hasta ahora estuvo la Edad Media tan al alcance de cualquiera, nunca el feudalismo fue tan democrático, antes no era nada sencillo tener nuestro propio escudo de arma, pero ahora todos podemos tener un perfil en Facebook o un canal de YouTube, lugares donde quedarán registradas nuestras hazañas y conquistas, nuestro particular cantar de gesta, una foto instantánea con el deportista de moda, ese caballero deportista jamás derrotado. Hay gente que nunca había pensado en tener tarjetas de visita y ahora pasa las horas atendiendo a seguidores con los que nunca se verá. El analfabetismo y la servidumbre cabalgan de nuevo. Habrá que recordarlo: cada escudo de casa nobiliaria resumía su carácter con una frase lapidaria, un lema familiar, la virtud de los antepasados. Pero todo eso se terminó, nunca como hasta ahora se había logrado que cada cual fuera hijo exclusivo de sus obras, nada de sangre limpia o apellidos ilustres: sólo una frase oportuna en la red oportuna nos dará la medida oportuna de nuestra alcurnia posmoderna.
Volvamos al principio, a la dificultad de definir el aforismo, una dificultad que quizás proceda de esa invisibilidad que se origina con lo que siempre ha estado visible, siempre expuesto a la luz pública, las citas y aforismos siempre han estado cerca, más o menos en la sombra, a nuestro lado sin hacer ninguna clase de ruido, sin pedir nada a cambio, en los almanaques, en las agendas, y ahora en los humildes sobrecitos de azúcar que nos dan en las cafeterías. Antes los aforismos se publicaban en alguna esquina sobrante de los diarios y ahora están por todas partes, también en la publicidad. Un ejemplo: durante el pasado mes de mayo nos bombardearon con una frase publicitaria demasiado fácil, anunciaba una agencia de viajes y decía así: “las vueltas dan mucha vida”. Si la tecleamos en algún buscador, veremos que ya ha sido usada cientos de veces, tanto en los canales de lo que podríamos llamar cultura seria o respetable como en aquellos otros que habría que calificar como efímeros o volátiles, canales de cultura chatarra.
Y es que lo más complicado de definir siempre ha sido lo más familiar y próximo, lo que llevamos con nosotros sin apenas darnos cuenta. Y CC lo sabe, de hecho ha dedicado más de veinte páginas a definir el aforismo, a recoger tanto las definiciones más usuales como las menos conocidas, con numerosas referencias bibliográficas que nos abren múltiples posibilidades. Partiendo de la idea de que el aforismo es “lo menos delimitado y definible que hay” (pág. 9), CC va desgranado sucesivas aproximaciones propias y ajenas hasta dejar caer (al menos en dos ocasiones: págs. 10 y 26) el adjetivo “proteico” para definir la naturaleza del aforismo contemporáneo. Ese rasgo me parece un acierto indudable, ya que el aforista contemporáneo, en mayor o menor medida, actúa como Proteo, dios del mar en la Odisea, una especie de buzo, el dios que posee la facultad de asumir cualquier apariencia, la de un animal o la de un elemento, el agua o el fuego, el león o la serpiente, un dios que puede ver y moverse en el fondo de mar, allí donde no acude nadie, un dios al que no le gusta desvelar el futuro, vive en una isla, de algún modo es un buzo ancestral, alguien que mira o que sabe, alguien que se oculta. El aforismo moderno es sin duda proteico; y tal vez sea con este género literario, entre otros, con el que mejor pueda uno acercarse (como autor o como lector) a la realidad que nos rodea, la visible o la invisible, la que es o la que todavía no ha sido.
Es un rotundo acierto que este libro se titule «Fuegos de palabras», una etiqueta que es una declaración, un doble declaración y un homenaje a Carlos Edmundo de Ory,
Y tras proteico, CC se detiene en el segundo rasgo, en el carácter poético de los aforismos modernos o contemporáneos. Y no porque todos los aforismos sean poéticos sino porque este libro de Carmen se centra en los aforismos que así se apellidan o que ella apellida de este modo; aunque aquí podríamos preguntarnos cuál es el apellido y cuál es el nombre, un nombre verosímil, pues como señala CC, “el aforismo poético ha buscado nombres alternativos para diferenciase […] del aforismo conceptual” (pág. 29) y así nos encontramos con musgos (en Antonio Fernández Molina), con nótulas (en Cristóbal Serra), con aforemas (en Miguel Ángel Arcas), con pecios (en Rafael Sánchez Ferlosio), con huesos (en Isabel Mellado), con minimás (en Carmen Camacho), etc. (pág. 30). Ese perfil poético explicaría el auge del aforismo en la España del siglo XXI, una época y un espacio donde falta la transparencia, y no sólo en el campo político o económico; de ahí que los aforismos poéticos sean hoy más útiles que nunca pues, según leemos en la introducción, “los aforismos de corte poético se sitúan al margen de la limitación o la falsedad de los lenguajes establecidos y descubren otros territorios, necesariamente ignotos” (pág. 31). Recordemos que la poesía moderna no nombra lo que existe sino que hace existir todo aquello que nombra; de ahí que CC se detenga en la cualidad más decisiva del aforismo poético, la de rehacer el idioma, “resignificando las palabras para devolverles su identidad” (pág. 49).
Por eso es un rotundo acierto que este libro se titule Fuegos de palabras, una etiqueta que es una declaración, un doble declaración y un homenaje, me refiero al tácito homenaje a Carlos Edmundo de Ory, ese poeta galo-gaditano tan radical y vanguardista, tan marginado con alevosía durante décadas; y es que ese título o etiqueta procede de uno de sus “aerolitos” (así llamaba Ory a sus aforismos), aquel que decía “Hago fuegos de palabras”. No puedo evitar recoger aquí uno de esos aerolitos, retengamos al menos la frase con la que se cierra, una idea de la que deberíamos apropiarnos para siempre: “Si lees un hermoso poema a solas, en tu casa, telefonea a quien amas, sea cual sea la hora, para hacerle participar de tu gozo. Leerse poemas por teléfono”. De alguna manera se puede deducir de este aerolito de Ory una buena definición de amigo: ‘aquella persona a la que podemos acudir a cualquier hora del día o de la noche para leerle un poema por teléfono’. Leerse poemas por teléfono era una idea estimulante y precursora, ahora trivializada sin escrúpulos a través de móviles y tabletas, aquí también ocurre lo de siempre: si alguna costumbre o alimento se extiende por doquier, con frecuencia se corrompe, pensemos en la falsa intimidad de twitter, ese río interminable donde todo se vuelve una ensalada de frases ingeniosas o rotundas, agónicas. Pasó con la carne de pollo y ahora pasa con los aforismos; y también a esta realidad alude CC cuando avisa de que esta situación de creatividad desbordante “puede entrañar la solidificación de las prácticas aforísticas y, con ello, la creación de aforismos de carril, lo que restaría a los fuegos carácter indómito y de indagación formal” (pág. 71).
Tras la revisión y análisis de los conceptos de aforismo y aforismo poético en su primer apartado, la introducción (más de ochenta páginas) de esta detallada antología nos trae otros dos apartados, el segundo y el tercero; donde se hace, en el primero de ellos, el II del libro (“Las ínsulas extrañas”), un estudio o análisis de las tipologías, retóricas y recursos formales existentes en el territorio del aforismo poético contemporáneo, siendo desde mi punto de vista el acápite titulado “Colindantes” (págs. 42-44) el más interesante o el más oportuno al recordarnos que los aforismos poéticos en muchas ocasiones se han relacionado “con el universo de la imagen, con lo pictórico y visual”: ahí están los trabajos de Chema Madoz o las frases que acompañan cada día las viñetas de El Roto en el diario El País. Y de los elementos característicos del aforismo que enumera a modo de prontuario (pág. 23), yo destacaría “la musicalidad” y “la actitud de perplejidad y asombro”, dos rasgos que sin duda son poéticos en grado máximo.
En el apartado III (“Música de lumbres”) se hace un rápido recorrido histórico por el aforismo poético español, desde la generación del 98 hasta hoy mismo, un recorrido que no por ser rápido carece de hondura o capacidad de análisis. Inundado de datos provechosos y lúcidos ejemplos, este apartado nos trae los logros de autores tan mal difundidos como los del grupo de “Accidents Polipoétics” (Rafael Metlikovez y Xavier Theros) y de otros cuyos aforismos no han llegado al público habitual, como ocurre con los de Federico García Lorca o los de Miguel Hernández, y aquí no puedo resistirme a citar uno de los aforismos del poeta de Orihuela, una de las mayores sorpresas de este libro: “El olor de la tierra no envejece, el de sus flores, sí” (pág. 197). Muy interesantes y sinceras son las reflexiones contenidas en el apartado con el que casi se cierra la introducción. Titulado “Nosotras” (págs. 63-67), nos habla de la escasa presencia de las mujeres en este campo expresivo a lo largo de la historia, de sus posibles causas y de la feliz realidad de ahora mismo, una realidad donde la presencia de las mujeres en la aforística española es frecuente, numerosa y brillante.
Habría que cerrar estas notas, ir terminando. Hablábamos de que el título de Fuegos de palabras encerraba una doble declaración, la de reivindicar un tipo de aforismo que provoque durante su lectura el mismo fogonazo (semántico o estético) que provocó durante su escritura; y al mismo tiempo defender el carácter lúdico de los aforismos más eficaces, “aquellos que cumplen el objetivo directo de provocar mediante el juego lingüístico una dislocación en la construcción discursiva de la Realidad” (pág. 37).
También me he referido más arriba a los procedimientos de conocimiento y análisis desarrollados por CC, unos procedimientos que añadían valor y garantía a este trabajo. No sólo ha consultado una documentación bibliográfica verdaderamente copiosa; sino que también ha mantenido conversaciones diversas aquí y allá con algunos o bastantes de los protagonistas de este libro. Si a todo eso le añadimos dosis notables de intuición, atrevimiento, entusiasmo y astucia, comprobaremos por qué la lectura de estas páginas, igual que le ha ocurrido a su autora durante su escritura, también matizará y ensanchará nuestros puntos de vista. Un libro que no alcanzara ese fruto sólo tendría vida allí donde nunca hubo vida, en los cenáculos sombríos de la academia. Pero este libro está vivo, está en la calle. Tan vivo que tendrá que ser escuchado y leído por aquellos que escuchan poco y sólo leen aquello que les sirve para medrar o pavonearse. De ahí que este libro de CC sea una ventana abierta, una bocanada de aire limpio que avivará todos los fuegos, el de las palabras, y el del corazón, y el de la inteligencia, de los que entren en sus páginas. En fin, siguiendo la estela de un aforismo de Carlos Edmundo de Ory (“Di algo que no sepas decir”, pág. 31), CC nos dice en estas páginas algo que no sabía decir antes de escribirlo para que nosotros sepamos, a partir de ahora, decirlo y conocerlo y disfrutarlo. Bienvenida sea esta antología o catálogo.
EL AUTOR
JOSÉ CARLOS ROSALES (Granada, 1952) es licenciado en Filología Románica y Premio Extraordinario de Doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. En 1989 recibió del Ministerio de Cultura una ayuda a la creación literaria para escribir El precio de los días (Renacimiento, Sevilla, 1991). Con El horizonte (Huerga y Fierro, Madrid, 2003) obtuvo en 2002 el Premio de Poesía Ciudad de San Fernando; y con Poemas a Milena (Pre-Textos, Valencia, 2011), el Premio Internacional de Poesía Gerardo Diego. Existe una amplia antología de su obra poética, Un paisaje (Renacimiento, Sevilla, 2013; selección y prólogo de Erika Martínez). Su último libro de poemas, Si quisieras podrías levantarte y volar (Bartleby, Madrid, 2017), ha obtenido el “Premio al Mejor libro de poesía del año 2017” que otorga Estado Crítico, revista virtual de crítica literaria. También ha publicado Libro de faros (Málaga, Puerta del Mar, 2008; antología poética y estudio preliminar sobre la figura del faro en la literatura hispánica) y Memoria poética de la Alhambra (Sevilla, Vandalia, 2011; estudio introductorio y selección de poemas en lengua española relacionados con la Alhambra y el Generalife). Actualmente reside en su ciudad natal.