Paisajes para la meditación | Cano Ballesta y Carlos Santamaría, texto y acuarela

De la confluencia del texto literario y la acuarela ha surgido un atractivo libro publicado por Ediciones de la Torre. La literatura de viajes basada en la contemplación meditativa se encuentra con las imágenes impresionistas y sugestivas que la ilustran. Juan Cano Ballesta y Carlos Santamaría son los protagonistas.
© PATROCINIO RÍOS SÁNCHEZ

Juan Cano Ballesta es catedrático emérito de Literatura Española de la Universidad de Virginia, ensayista, crítico literario e historiador de las Letras. Carlos Santamaría, seudónimo de Carlos García Sánchez, es doctor Ingeniero por la Universi­dad Politécnica de Madrid, Auditor de Sis­temas y acuarelista. Se han unido el profesor y el artista plástico para ofrecernos integradas pintura y “prosa creativa” (11), un libro a dos manos, unidas por la amistad: Meditaciones y paisajes. Un pintor y un escritor por los senderos de España (De la Torre, 2017). Puede conceptuarse, en cierto modo, como libro de viajes y me recuerda a otras obras que llevaron a cabo aquellos pintores y escritores del Modernismo o Fin de Siglo, también llamada Generación del 98, tan amantes de andar y ver.

LAS MEDITACIONES Y LOS VIAJES

El libro comienza con una reflexión acerca de su motivación y se anotan algunas consideraciones sobre el pensamiento y el paisaje. Dice Cano Ballesta, a quien corresponden los textos del libro, que Albert Einstein “llegaba a asociar, aunque tímidamente, esta vivencia de las altas montañas y sus cumbres con el salto a la trascenden­cia y casi al roce con la eternidad” (12). Igualmente se hace alusión a Antonio Machado, a fray Luis de León, a Lope de Vega. Aquél hilvana muchos de los recuerdos y pensamientos expresados en estas páginas. Machado abre el primer capítulo y cierra la última excursión. No es de extrañar: este poeta une magistralmente el yo meditativo y el paisaje.

Podríamos aludir nosotros a otros escritores viajeros del 98, además de Machado: Azorín, Baroja o Miguel de Unamuno. Las tierras y los hombres de España los movían a la reflexión y en el caso de Unamuno, Gredos, entre las dos Castillas, fue en algún momento como el Sinaí. Allí, con “el alma en mangas de camisa”, vivió en 1909 una experiencia en que se le reveló Dios. En esta cima Unamuno se estira, se ensancha y asciende, llegando a alcanzar estados de elevación espiritual cercanos a la mística. Lo que quiero decir con todo esto es que el paisaje y la meditación o el paisaje y el sentimiento van muy juntos en muchos pensadores y artistas plásticos y literarios.

Los excursionistas Cano Ballesta y Santamaría nos llevan también de viaje, con sus paseos, por rincones de la sierra madrileña como el valle del Lozoya, Peñalara, Rascafría, El Paso de las Palomas, Patones, Miraflores de la Sierra, Soto del Real, Manzanares el Real, si nos circunscribirnos a la sierra. Pero la geografía madrileña se ensancha y podemos ir a Toledo, Guadalajara, Galicia y Asturias.

Los viajes y paseos se nutren de recuerdos históricos o artísticos y literarios. Así surge en Pastrana la princesa de Éboli. En Buitrago, Miguel Hernández y Rosario la Dinamitera, quienes durante la guerra civil se encontraron por aquí como parte de las unidades que luchaban en el frente de Somosierra. Rosario le contó al poeta de Orihuela cómo perdió la mano fabricando granadas en botes de conserva. Este hecho le inspiró el soneto que empieza “Buitrago ha sido testigo”. Ya adentrados en la villa medieval, se alza en el recuerdo Picasso y el museo formado por las obras de arte que el pintor malagueño dedicó a su barbero, Antonio Arias, y que éste donó a su pueblo natal. Custodia dibujos, cerámicas, obra gráfica, programas, platos y papeles.

Al visitar Manzanares el Real, acuden a la memoria de Cano Ballesta el ilustre Marqués de Santillana: “Sí, Don Íñigo López de Mendoza, escoltado por numerosos pajes, se pasearía, acompañado de sus perros, por estos parajes tan bellos y acogedores en los días en que gobernaba amplios señoríos y se deleitaba componiendo las preciosas serranillas que le han inmortalizado”. Y evoca el lirismo delicado de “La vaquera de lo Finojosa”.

Y no falta en estas páginas un romance del propio Juan Cano Ballesta, dedicado al Paso de Maspalomas en las inmediaciones de la Morcuera, compuesto con técnica impresionista y resonancias machadianas: “Destilan las laderas/ sus líquidos espejos […]” (76). En ocasiones, con esa misma técnica, se fija en detalles diminutos al describir algunas escenas desde la altura de Peñalara (76). Me recuerda entonces los “primores de lo vulgar” de la agraciada prosa de Azorín, según el ensayo que en 1916 le dedicó Ortega.

Un capítulo muy interesante está dedicado a Toledo, “La villa imperial”, con su artesanía, su historia y su mezcla de cultos y razas de otras épocas. Emergen los torreones del Alcázar y en el recuerdo el Tajo y Garcilaso, el Greco y El entierro del conde de Orgaz, los cigarrales asociados a Cervantes y a Tirso de Molina. Muy dignas de destacarse son también la visita a la Plaza de Oriente madrileña y la excursión a Pedraza de la Sierra, ilustrada con una sugerente acuarela que anuncia la entrada en un mundo bien distinto de aquel que el viajero está a punto de abandonar antes de cruzar el arco de entrada en la segoviana villa medieval.

Meditaciones y paisajes. Juan Cano Ballesta y Carlos Santamaría 124 págs. Ediciones de la Torre. Madrid, 2018.

También visitaron el pueblo visigótico de Patones de la Sierra, rico en patrimonio arqueológico, arquitectónico y paisajístico. A la Comunidad de Madrid pertenece también “La Villa del Saber”, es decir, Alcalá de Henares, por cuyas aulas han pasado celebérrimas figuras como Nebrija, Mariana, Quevedo, Calderón, Lope de Vega, Tirso de Molina, Mateo Alemán…

No quiero olvidarme de El Escorial y su erguido y colosal monasterio. El monumento va asociado a muchas figuras del arte, el pensamiento y la poesía. Dionisio Ridruejo le dedica cinco composiciones en Sonetos a la piedra, libro que, por otra parte, estudió el profesor Cano Ballesta en Estrategias de la imaginación (1994), donde nos recuerda que José Ortega y Gasset lo estimó como una “enorme profesión de fe” (110). El libro se cierra con una visita primaveral a Asturias en abril de 2015, con sus playas, montes y praderas bañadas por el sol, sin olvidarse de los tesoros artísticos de Avilés.

Las impresiones, los pensamientos, las sensaciones, las evocaciones van precisamente fechadas. La cronología es el criterio de ordenación. Comienzan las excursiones el 2 de junio de 2008, cuando emprenden la caminata a Pastrana, y se cierra con “La primavera en Asturias”. La precisión de las fechas es un detalle que hemos de interpretar como la unión de la vida y la creación artística. Vida y biografía.

LAS ACUARELAS: DESDE EL CIELO HASTA EL SUELO

Las acuarelas ilustran copiosamente el texto y desprenden serenidad. El sosiego, la calma, la quietud pasan de la mirada al cuadro de Carlos Santamaría. Son numerosas las reproducidas, hasta 72 si contabilizamos algunos apuntes. Constituyen una colección o un catálogo de extraordinaria consideración, reunido aquí por primera vez. La colección queda resaltada mutuamente con la palabra y viceversa en una buena reproducción.

Destaca la luminosa impresión del color que envuelve el tema en una atmósfera muy atractiva: los edificios arquitectónicos, las casas, las nubes, los árboles, las montañas, las lagunas, el mar… En definitiva, obras de la naturaleza y del espíritu del hombre. Todo eso es paisaje: el campo natural y la ciudad o los pueblos y caseríos (con edificios civiles o religiosos). En el paisaje de Carlos Santamaría no falta el animal o el hombre animando el paisaje. En algún caso sirve como imagen del trabajo (Cerro de San Pedro o las Mariscadoras).

Todos los elementos del paisaje, desde el suelo hasta el cielo, están ahí: los creados por la propia naturaleza y los surgidos de la mano del hombre. Se incluye en esta escala temática o motivadora de las obras incluso el paisaje geológico, donde ya no entra ni el agua ni el vegetal ni el animal, sino el puro suelo. Es el caso de La Pedriza. Pinganillos, ejemplo de lo que Francisco Giner de los Ríos llamaba “estética geológica” (Obras selectas, Espasa Calpe, 2004, 794). Es decir, Carlos Santamaría nos ofrece un todo, un paisaje total.

Técnicamente, manifiesta un apreciable parentesco con el londinense William Turner y se mueve entre el impresionismo, con su insinuada linealidad, y la abstracción. Y yo subrayaría su sensibilidad para ver y plasmar la visión, el fenómeno observado.

La sierra de Guadarrama, tan presente en este libro, fue muy frecuentada también por pintores de paisaje a fines del siglo XIX. La impresión de color y el trazo de las acuarelas de Santamaría, junto a los motivos de la sierra de Guadarrama, evocan en mí a Carlos de Haes, a Aureliano de Beruete o Martín Rico y Jaime Morera, que desarrollan muchos temas pictóricos inspirados en esta sierra madrileña y que guardan relación con los escritores de la Generación del 98 a los que antes me referí.

LOS LECTORES 

De todo lo que he dicho, y más, ha salido Meditaciones y paisajes: arte y erudición; palabra y pintura. Quiero terminar volviendo a un ensayo de Unamuno motivado por la lectura de otro libro de viajes escrito por George Borrow y titulado Wild Wales o “Gales Bravo”, como traduce Unamuno. Me refiero a “Con Borrow por Gales” que publicó en La Nación de Buenos Aires el 5 de septiembre de 1919 (OC, IV, Escelicer). Comienza diciendo: “¿Qué voy a hacer ya que tristes circunstancias del bochornoso estado en que yace mi patria me impiden salir, como otros veranos, a recorrer rincones de España, repliegues de sierras, cumbres de montañas, orillas de rías, páramos de la llanada o callejas de ciudades seculares?”. Entonces pesaban sobre Unamuno tres procesos por supuestas injurias al rey. En libertad provisional permanecía recluido en Salamanca, obligado a presentarse en el Juzgado los días 1 y 15 del mes. Le quedaba el recurso virtual de viajar “en compañía de un hombre, de todo un hombre como fue Borrow” y “dejarse llevar adonde él quiera, que es adonde uno quiere, pues que él nos hace el querer”.

Así decía Unamuno y con él digo yo también que los lectores pueden recorrer la sierra de Madrid o acercarse a Pedraza o a Sigüenza o a Toledo…, dejándose llevar virtualmente por Juan Cano Ballesta y Carlos Santamaría. Las excursiones recreadas deleitan el intelecto y los sentidos, amistosamente unidos aquí, y nos enseñan a querer a la Naturaleza, real y artística.


EL AUTOR

PATROCINIO RÍOS SÁNCHEZ obtuvo la licenciatura en Filología Románica en la Universidad de Salamanca y el grado de doctor en la Universidad Complutense con la tesis Lutero y los protestantes en la literatura española desde 1868 (Editorial de la Universidad Complutense). Ha ejercido la docencia en distintos institutos de Madrid y ha impartido cursos de literatura española a estudiantes de posgrado en universidades norteamericanas -New York University, Suffolk University y Middlebury College (Madrid y Estados Unidos)- y en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander (UIMP). Es autor de varios libros, comparte la autoría de otros, ha publicado en revistas especializadas artículos científicos de su especialidad sobre autores de los siglos XIX y XX y ha preparado la edición crítica del drama Yo, Martín Lutero, de Ricardo López Aranda (Teatro. Obras escogidas, Asociación de Autores de Teatro, 1998) y de la novela Libro de las memorias de las cosas de Jesús Fernández Santos (Ediciones Cátedra, 2012). Tiene en prensa dos libros de aparición inmediata: “Juan Bautista Cabrera Ivars. Introducción a la vida de un reformista español del siglo XIX” y la edición de Poesías religiosas y morales de Juan Bautista Cabrera Ivars.