El autor recorre la obra de un filósofo y escritor en cierta medida relegado de los espacios de referencia de la literatura española del último medio siglo. Salvador Pániker, un pensador de hoy a reivindicar.
© RECAREDO VEREDAS
En estos tiempos convulsos la recuperación de la inteligencia nítida, lúcida y antinacionalista de Salvador Paniker resulta imprescindible. Nació en Barcelona en el lejanísimo 1927 y allí también murió el 1 de abril de este mismo año, más olvidado de lo que debería. Lo mismo ocurre con otros intelectuales de su época, algunos tan alejados de su liberalismo, pero no de su clarividencia, como Manuel Vázquez Montalbán. Poseía una formación y una cultura integral: se doctoró en filosofía e ingeniería y vinculó la sabiduría oriental con el pragmatismo mediterráneo.
La unión de elementos en apariencia contrarios –vanguardia y tradición, ciencia y misticismo- es la base de un pensamiento que él mismo define como “retroprogresivo”. Durante su juventud se dedicó plenamente a la empresa. Lo hizo con tal éxito que pudo vivir de las rentas durante el resto de su vida. Incluso desembarcó en política de la mano de UCD, aunque duró apenas unos meses. Le enorgulleció que su renuncia facilitara el nombramiento del primer diputado de etnia gitana, Juan de Dios Ramírez Heredia. También formó parte de la mitificada Gauche Divine, aunque sin implicarse cien por cien en aquel juego de resistencia, más estética que política. Su obra más destacada son sus diarios: cinco tomos* donde desarrolla su filosofía y da cuenta del último tramo de su vida (1993-2010). Aún permanecen inéditos los escritos de sus años finales, cuya publicación no ha sido anunciada.
Pániker no es una excepción, pero su lúcido desapego, su aparente ausencia de autoflagelación, incluso su excesivo cuidado por evitar el dolor, permiten que surjan las grietas.
La precisión, claridad y belleza de la escritura de Pániker sorprende, dado el aparente caos de sus referentes: admira el castellano impoluto de Azorín, respeta a alguien tan alejado de sus parámetros vitales como Camilo José Cela y sitúa en el cénit al minimalismo místico de JD Salinger. Su prosa puede parecer fría, poco emotiva, pero nunca desprecia los sentimientos, ante los que mantiene una actitud entre quirúrgica y comprensiva. Es capaz de trasladar hasta el lector su peculiar visión del mundo, marcada por la ciega adscripción al “aquí y ahora” propio del budismo y de tantos pensadores de todas las tradiciones, incluso la cristiana. Su peculiar orientalismo le regala una distancia sobre uno mismo imprescindible para que los diarios consigan, a un tiempo, relevancia histórica y cierta verosimilitud. Porque si una primera persona es siempre subjetiva, la parcialidad de la perspectiva se incrementa, de manera casi exponencial, cuando el protagonista es el propio autor. Los escritores son, como todos los artistas, egocéntricos y tienden a justificar sus actos o a convertir su dolor (o su culpa) en belleza. Pániker no es una excepción, pero su lúcido desapego, su aparente ausencia de autoflagelación, incluso su excesivo cuidado por evitar el dolor, permiten que surjan las grietas.
Salvador Pániker fue un liberal de palabra y de acto: respetó la libertad ajena en todos los ámbitos, evitando el prejuicio, fuera ideológico, racial, sexual o de cualquier otro tipo. Su empatía, no reñida con la ética, le permite valorar los errores o aciertos de cada vida teniendo en cuenta las circunstancias que la han conformado. Sabe que el juicio está deformado por los sesgos y es, hasta cierto punto, consciente de los suyos. Mantiene, por tanto, una posición original frente al mundo, apoyada en sus propios cánones, creados por referentes tan distintos como el cristianismo, el hinduismo, el existencialismo o el pensamiento holístico. Pocos autores poseen una capacidad tan clara de transmisión de sus posiciones, lo que tiene especial mérito porque nunca cae en la trivialización y porque sus referentes no son precisamente fáciles. Gracias a su mezcla de cultura y perspicacia posee un notable filtro para detectar la superchería. Un filtro que afecta a uno de las personas más importantes de su vida: su hermano Raimundo, también filósofo, y con quien mantiene una interminable relación de amor-odio. Ese filtro también le resultaría útil para el éxito del proyecto de su vida: la editorial Kairós.
Sin duda Pániker es fruto de su tiempo, como todos sus amigos de la gauche divine, pero no cae deslumbrado por los clichés. De hecho siempre cultivó una considerable distancia con la mitificación. A falta de las conclusiones, a buen seguro dolientes, de los últimos años de su vida, puede afirmarse que su decadencia fue bastante digna: le permitió mantener la cabeza en su sitio hasta edad muy avanzada, incluso disfrutar de una rica vida sexual. Su permanente anhelo de felicidad solo fue emborronado por los achaques y por la endeble salud de dos de sus hijos. Su éxito con las mujeres lo atribuye tanto a su inteligencia como al respeto a la femineidad, incluso a la suya, que tiene plenamente asumida.
Paniker cultiva un relativismo que evita la inmoralidad y promueve la asunción serena de lo incomprensible, la mística del vacío. Reniega en apariencia de la culpa, aunque sí asume cierta responsabilidad, que golpea en sordina a su bien nutrido ego. El lector atento capta el dolor y cómo lo evita: mediante pastillas tranquilizantes y con una vida social agotadora. Dentro de sus penurias llama la atención la más escondida: su hijo Goyo, apenas mencionado, que le acompaña durante los cinco tomos en su propia casa, víctima de una enfermedad degenerativa. Siente menos miedo a la exposición del peor de sus dolores reconocidos, la enfermedad y muerte de su hija Mónica, provocada por el alcohol y las drogas. Aunque se refugie en otros intelectuales de su generación que también perdieron a sus hijos -como Castilla del Pino, Umbral o Haro Tecglen– no deja de reprocharse su excesiva permisividad frente a las drogas o su dejación de las obligaciones paternales.
El lector atento capta el dolor y cómo lo evita: mediante pastillas tranquilizantes y con una vida social agotadora.
La contradicción es consustancial a su pensamiento y se extiende a la propia escritura. Alaba la espontaneidad del diario y el encanto de lo inacabado pero reconoce la censura de los aspectos más delicados de su vida y una concienzuda reelaboración, abriendo así el camino a una interpretación literaria de su obra. La invasión de lo novelístico resulta incontestable en el punto cumbre de la obra: el anuncio de lo que se sabía inevitable, la ya mencionada muerte de su hija Mónica, tratada con una concisión, claridad y contundencia no exenta de poesía.
El ser al que más he querido en este mundo ya no está.
Desde hoy al mediodía ya no está.
Sin embargo el dolor pronto se esconde bajo un aluvión de fármacos, vida social compulsiva, reflexiones científico-filosóficas o sexo tántrico. La disociación, como suele ocurrir, no consigue su objetivo y el recuerdo de su amada hija regresa incontenible. O tal vez sea su aparición y desaparición una estrategia narrativa, acorde con su minimalismo. Quién sabe.
Estos cinco tomos regalan un retrato único del microcosmos catalán de una época, muestran los años previos a su declive, causado por la mezcla de globalización y nacionalismo. El lector comprueba, con el mismo cansancio que el propio Pániker, la omnipresencia de los mismos invitados en las mismas fiestas, desde Jorge Herralde a Xavier Rubert de Ventós, pasando por un Jordi Pujol que no es tratado con demasiada benevolencia -aunque reconozca sus virtudes políticas e intelectuales- dado su pertinaz fanatismo.
La lectura de los diarios de Salvador Paniker supone una experiencia integral, que aúna el disfrute estético de la mejor literatura, el crecimiento intelectual que siempre aportan las respuestas lúcidas a las preguntas esenciales y el valor histórico de la descripción de unos tiempos y un país muy distintos a los actuales.
*Sus títulos son:
Cuaderno Amarillo, 2000, Random House, Barcelona, 480 páginas.
Variaciones 95, 2002, Random House, Barcelona, 368 páginas.
Diario de Otoño, 2013, Random House, Barcelona, 384 páginas.
Diario del anciano averiado, 2015, Random House, Barcelona, 448 páginas.
Adios a casi todo, 2017, Random House, Barcelona, 352 páginas.
EL AUTOR
RECAREDO VEREDAS (Madrid, 1970) ha estudiado Derecho, Edición y Creación Literaria. Ha trabajado para diversas editoriales, entre las que destaca Alfaguara. Ha sido profesor en la Escuela de Letras y en Fuentetaja. Ha reseñado, entre otros medios, en Quimera, ABC, Política Exterior y Revista de Letras. Ha publicado 6 libros. El que más le gusta es el más breve, el poemario Nadar en agua helada (Bartleby, 2012), pero se siente orgulloso de toda su progenie. El último en llegar ha sido el ensayo No es para tanto (Sílex, 2016). Le preceden la novela Deudas vencidas (Salto de Página, 2014), la colección de relatos Actos imperdonables (Bartleby, 2013) y dos obras perdidas en el espacio-tiempo: la colección de relatos Pendiente (Dilema-Escuela de Letras 2004) y el manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema-Escuela de Letras, 2006).