Blasco Ibáñez y su contribución al oficio del escritor

Muy pocos, en España, conocen el empeño de Blasco Ibáñez por poner en marcha estrategias publicitarias que anticiparon, ante la incomprensión de sus contemporáneos, las que  hoy son norma en las grandes editoriales. De ello trata el presente trabajo.
© FERNANDO ARIZA

Este año se cumple un siglo y medio del nacimiento de Vicente Blasco Ibáñez y, al menos en su Valencia natal, hay un firme propósito por “sacar al autor del ostracismo” (cito aquí una frase repetida unánimemente por la prensa regional y nacional en estos últimos meses). Esto significa que hay una sensación general de injusticia histórica hacia su memoria y su obra. Estoy absolutamente de acuerdo y me gustaría, en estas líneas, considerar los motivos que supuestamente han marginado a este autor.

No ha ayudado, desde luego, haber nacido entre dos grandísimos grupos de narradores españoles: la generación del 68 (Galdós, Pardo Bazán, Valera, etc.) y la del 98 (Baroja, Unamuno, Azorín…). En este país en el que la memoria literaria se ha creado a golpe de generaciones, unidades didácticas y listas de autores y obras, Blasco Ibáñez queda desubicado. Cualquier avezado estudiante de bachillerato quedaría sorprendidísimo al comprobar que nació tres años después de Unamuno ¿acaso no es un autor del XIX? Tampoco pudo salvarle la política: republicano pero burgués, regionalista pero autor en castellano; ni la historia, pues murió pocos años antes de la guerra civil, por lo que se perdió aquella oportunidad de convertirse en héroe, mártir o demonio.

Sin negar lo anterior, personalmente opino que, si de verdad fue condenado al ostracismo no fue por un pecado generacional, ni político, ni histórico, ni por supuesto de calidad literaria. Lo que nadie le perdonó fue, sencillamente, que ganara dinero (mucho dinero) con sus libros. Que poseyera un Rolls y una casa en la Costa Azul.

Y es que la cultura se ha llevado mal con el oro hasta tal punto que lo crematístico ha estado en nuestra tradición asociado a lo judaico, a lo fenicio (Blasco era valenciano), a lo diferente. El dinero parecía ensuciar las manos que tocaba y si esas manos era las de un artista, las enviciaba: corruptio optimi, pessima. Incluso ahora mantenemos esa herencia y si a un escritor le va bien, pronto salta la duda de su limpieza de sangre. El ideal siempre ha sido Cervantes, un escritor de calidad incuestionable e incapaz de gestionar el lado económico de su empresa y por lo tanto timado por todos. Murió arruinado, claro. Todo un ejemplo.

Lo que nadie le perdonó fue, sencillamente, que ganara dinero (mucho dinero) con sus libros. Que poseyera un Rolls y una casa en la Costa Azul.

Blasco tenía una energía incontenible. Entre otras muchas cosas fue editor, uno de los pocos autores españoles que conoció el otro lado del negocio, por lo que tuvo una visión privilegiada. Incluso como editor, se adelantó a su tiempo, huyendo de la idea decimonónica del editor-librero para introducir modos que no se volverían a ver hasta los años cincuenta, cuando el editor José Manuel Lara, otra controvertida figura de la cultura española, cree su editorial Planeta.

Su novela sobre la Gran Guerra, Los cuatro jinetes de Apocalipsis, tuvo un inesperado éxito en los Estados Unidos, lo que provocó que Dutton, una prestigiosa editorial viva hoy en día dentro del grupo Penguin, publicara más de veinte novelas suyas. Hasta la fecha es el autor español más traducido en ese país. El director editorial, John Macrae, inició una relación epistolar con el valenciano que comenzó siendo puramente profesional y terminó como una amistad cordial. A lo largo de su correspondencia, inédita hasta ahora, se puede conocer una nueva perspectiva del español, pues dirigió gran parte de su energía en promover la venta de sus libros en América. Al leer sus cartas, da la sensación de sentirse muy a gusto ante el pueblo norteamericano. Tal vez descubrió en aquel país un reflejo de él mismo. El caso es que desgrana a lo largo de las cartas toda una batería de estrategias promocionales que ahora son habituales en cualquier editorial y que no hacen sonrojar a ningún escritor pero que en su época eran desconocidas o, si no lo fueran, probablemente mal vistas.

En los Estados Unidos era algo habitual que los autores de fama recorrieran el país dando conferencias sobre temas más o menos literarios. Había incluso agencias especializadas en la organización de estos tours. Tras el éxito de Los cuatro jinetes, invitaron a Blasco para que efectuara uno de estos periplos de costa a costa, a lo que accedió encantado, pero no por el dinero ni por conocer el país: “este viaje si se organizase con buena publicidad, sería muy beneficioso para la casa Dutton, pues serviría para aumentar la venta de libros”. Hoy en día, las editoriales ponen un fuerte empeño en que un autor de prestigio o el ganador de un premio importante recorra la Península presentando la novela o firmando libros, ya Blasco lo hacía hace un siglo y seguro que con mejor cara que muchos novelistas de ahora.

Publicó decenas de relatos en revistas literarias, concedió numerosas entrevistas y llegó a ser corresponsal de New York Times.

Es muy habitual que los escritores de fama completen su salario con columnas periodísticas de temas más o menos literarios. Esto lo comprendió Blasco en su tiempo. Consciente de la importancia de la presencia del autor, puso de su parte para hacerse una figura conocida entre la gente: “la mejor manera como puede hacerlo un escritor es escribiendo en los periódicos del país, para crearse una gran masa de lectores acostumbrados a leerle”. Publicó decenas de relatos en revistas literarias, concedió numerosas entrevistas y llegó a ser corresponsal de New York Times.

Otro aspecto al que le dio enorme importancia fue a la presencia de los libros. La sobrecubierta de Flor de Mayo le gustó especialmente, y así le dijo al editor: “Están muy bien y me gusta mucho la presentación del libro. Le felicito por ello. La cubierta en colores está muy bien dibujada y resulta muy atractiva para el público. Un libro así gusta verlo en los escaparates de las librerías y llama la atención del lector”. Pero no solo se quedó en una práctica que, si bien no era tan común como en la actualidad, tampoco era una gran novedad. Se adelantó a su tiempo, sin embargo, al aprovechar sinergias publicitarias. Hoy en día es común que al aparecer una versión cinematográfica de un libro, este se reedite previendo mayores ventas, incluso que se utilice el cartel de la película como cubierta del libro. Quien iba a pensar que en 1921 Blasco le propusiera a su editor hacer lo mismo. Tras el estreno de Sangre y arena, le envió material publicitario de la película, “el cartel puede servir de modelo para el artista que dibuje la cubierta de mi novela. Si no le gusta esta escena, tal vez puede inspirarse el artista en cualquiera de los grabados que figuran en el folleto del film”, y añadió “no deje de hacer esta cubierta. Daría frescura a nuestra obra, presentándola al público como si fuese nueva”.

Mucho más se podría decir de las innatas capacidades de Blasco Ibáñez para vender su obra, pero me parece que estos ejemplos son suficientemente convincentes como para entender su actividad, más allá del propio enriquecimiento, como una contribución importante en la profesionalización del oficio del escritor, de sacarle de las oscuras buhardillas y de los luminosos salones para presentarlo a su nuevo mecenas: el lector.


EL AUTOR

FERNANDO ARIZA  (Madrid, 1978) es profesor Titular de Literatura de la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Es máster en Edición de la Universidad de Salamanca y doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense. Estuvo trabajando durante varios años en el sector editorial. Ha realizado estancias de investigación en universidades de los Estados Unidos, Bélgica y Alemania. Tiene publicados numerosos artículos en revistas especializadas, además de libros sobre el mundo de la edición. Acaba de publicar Correspondencia entre Vicente Blasco Ibáñez y John Macrae. 1918-1932. Edición traducida con introducción y notas, (Editorial Académica Española: 2017).