A lo largo de este texto conocemos una faceta de Gloria Fuertes en el centenario de su nacimiento, quizá desconocida para algunos, la de dramaturga. La autora no sólo era una gran poeta infantil y para adultos sino que también creó obras dramáticas que hoy reivindicamos.
© NIEVES RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ
El teatro de Gloria Fuertes (1917-1998), de la que este año se cumple el centenario de su nacimiento[1], alberga todas las tendencias de la poesía española de posguerra: existencial, postista y social. Sin embargo, cualquier etiqueta literaria ha de ir siempre acompañada de «espíritu glorista», ese con el que su voz se convirtió en una de más singulares del siglo XX. La niña que sufrió la Guerra Civil comenzó a publicar alrededor de los años 50, una vez superada ésta, pero lo vivido se calaría en su producción artística a modo de denuncia: las miserias, la infancia horadada, las injusticias sociales… En una ocasión dejó escrito: «Lo único bueno que me dio la Guerra Civil fue que me hizo pacifista y me dejó un poco de metralla en el muslo».
La niña que sufrió la Guerra Civil comenzó a publicar alrededor de los años 50, una vez superada ésta, pero lo vivido se calaría en su producción artística a modo de denuncia.
La mirada de la escritora madrileña aporta una personal perspectiva ética sobre las cuestiones citadas en toda su producción artística. Gloria Fuertes, la dramaturga, aquella que hizo de cada pieza dramática un retablo de la sociedad en la que creció y vivió —otorgando el protagonismo a los mendigos, las prostitutas, los huérfanos, los marginados—, ofrece en títulos como Prometeo, El caserón de la loca, Las Tres Reinas Magas, Vuelva mañana o Nombre: Antonio Martín Cruz, la ternura, el humor y el desgarro con que miró al mundo y nos enseñó a mirarlo.
Prometeo —que se estrenó en 1952 en el Teatro del Instituto de Cultura Hispánica y recibió el Premio Valle-Inclán en el mismo año— nos muestra, quizá, el tono más existencial y sobrio de Fuertes. El humor no tiene cabida en esta versión que bebe del Prometeo encadenado —atribuida a Esquilo— donde a través de los símbolos de la mitología griega y del cristianismo reflexiona sobre la creación del ser humano y la conciencia del mundo. Es cuanto menos reseñable que el protagonista de la tragedia en verso no tome la palabra. Serán otros los que nos cuenten el error trágico y el destino fatal de Prometeo: Hefesto, Hermes y el Coro. Esta decisión dramática, este Prometeo silente, carga su dramatismo en la pura acción que recogen las acotaciones: «Prometeo llora, acaricia la tierra», «Prometeo suplica», «Entra Prometeo, cargado de cadenas. Breve y dolorosa danza esperando al ejecutor», «Prometeo queda solo en la infinita noche de su martirio», son solo algunos ejemplos.
Es cuanto menos reseñable que el protagonista de la tragedia en verso no tome la palabra. Serán otros los que nos cuenten el error trágico y el destino fatal de Prometeo: Hefesto, Hermes y el Coro.
Las alusiones al cristianismo (que podemos encontrar en otras obras suyas)[2] son relevantes al ofrecernos la autora un Prometeo mártir con paralelismos propios del martirio que sufrió Jesús en la cruz: la herida en el costado, la salvación del mundo, el perdón final.
«Tú eres la luz que dará a luz otras luces,
otras luces traerán nueva luz este tu hijo del dolor.
Y otros quedarán como tú, en una tarde como ésta,
en un alto momento,
y se citarán las tinieblas antes de su hora,
por ver cómo por una fina herida,
como esa tuya que brilla en el costado,
saldrá de nuevo la salvación del mundo.
[…]
Lloverán por siempre siglos sin ocultar tu nombre,
ni siquiera la Muerte valdrá para matarnos,
que los hombres que aman son eternos,
que los que así sufrieron, siempre viven,
que si la tinta es sangre, se borra,
que si la muerte es Vida, ya se sabe».
La ética de la esperanza está presente en la pieza a través de la luz, del uso de la luz que la dramaturga realiza. Más allá de ser parte del argumento de la pieza[3], la luz aparece representada como una responsabilidad moral que puede salvar de la agonía.
En otro de sus títulos, aunque muy lejos en tono y forma, Nombre: Antonio Martín Cruz, volvemos a encontrar que quien da título a la pieza no toma la palabra, su protagonista está muerto:
«MENDIGO.— Nombre: Antonio Martín Cruz.
Domicilio: Vivía en una alcantarilla.
Profesión: Obrero sin trabajo.
Observaciones: Le encontraron moribundo.
Padecía: Hambre.»
El retablo de mendigos que ofrece en esta pieza escrita en dos actos es una denuncia al desamparo en que viven los más pobres. De tal manera que solo tienen nombre los muertos porque los vivos, mientras lo están, no dejan de ser invisibles y repudiados por el resto de la sociedad. La autora, como primera denuncia, permite que la categoría de la identidad de sus personajes permanezca vacía y que el núcleo identitario esté ausente: Mendiga Joven, Vieja, Marido, Muchacho, Mendiga Manca… La descomposición de su identidad es narrada, en no pocas ocasiones, por los personajes como en el caso de la Mendiga Joven:
«Los pájaros anidan en mis brazos,
en mis hombros, detrás de mis rodillas,
entre los senos tengo codornices,
los pájaros se creen que soy un árbol.
Una fuente se creen que soy los cisnes,
bajan y beben todos cuando hablo.
Las ovejas me pisan cuando pasan
y comen en mis dedos los gorriones,
se creen que yo soy tierra las hormigas
y los hombres se creen que no soy nada.»
Este retablo repleto de giros lingüísticos castizos condimentados con humor, «Oye Titi, cuando la diñe…¡que no me hagan ir andando al cementerio!», en convivencia con una poesía descarnada —como la del ejemplo anterior—, trae aromas de una tradición teatral que nos remite al teatro de Ramón de la Cruz, a las fábulas de Tomás de Iriarte, a Arniches y a otros autores de reflejo costumbrista en la obra literaria. Sucede que Gloria Fuertes, lejos de quedarse como mera espectadora, alejada de la moralidad que se describe con distancia física, se adentra de tal modo que sus personajes son ella misma, ella es la mendiga, es la prostituta, es el obrero, es la hambrienta. Esta capacidad experiencial a través de su poesía y su teatro le confiere un halo místico que encontramos cada vez que el humor desparece y da lugar al desgarro.
O encontramos el camino inverso como En el caserón de la loca donde de la fractura, la locura de amor de su protagonista llamada Esperanza, pasamos al humor de la cordura. Y en ese viaje inverso Esperanza pierde un mundo interno que deja un vacío en el resto de personajes. La cordura es una pena cuando la luz de la locura ayudaba a adentrarse en un mundo más complejo, más honesto, aunque incomprensible.
No es difícil encontrar ecos lorquianos de La casa de Bernanda Alba: el deseo de las hermanas por contraer matrimonio, el dolor que produce el amor imposible, los delirios de la madre de Bernarda, la muerte… Son muchos los paralelismos en esta obra escrita en dos actos, sin embargo llena de «espíritu glorista», en que la pieza está a caballo entre la comedia de enredo y la antitragedia.
El lector o la lectora sufrirá lo mismo que el resto de personajes: una profunda tristeza ante la cordura de la loca. El humor, nuevamente, convive con una sobriedad que confieren los poemas insertados, pues es en verso como aparecen los delirios de la protagonista:
«Tengo sangre por las manos
de apretarlo y exprimirlo
para que no se despierte.
Y él sigue llamando a voces
desde un filo de mi alcoba
para que yo le conteste».
Se está refiriendo al corazón, que por momentos parece otro personaje, el símbolo destinado a la hermana que muere en escena y que entreabre el clímax de la obra cuando Esperanza se casa con el hubiera tenido que ser su cuñado. El amor le devuelve la cordura y, al hacerlo, le roba el misterio, el lenguaje, la hondura en el mirar. Paula, la vecina,—con reminiscencias de Poncia— cierra la obra diciendo: «Lo que es aquí no vuelvo… ¡Mi Esperanza! ¡Qué pena! ¡Si ya no está loca!».
Con esta aproximación a algunos lugares del teatro de Gloria Fuertes, tanto infantil como adulto, encontramos un mundo poético con una fuerte pretensión pacifista[4] que se convierte en una parodia del mundo real. La rebelión de la autora ante la falta de ética de los sistemas políticos, las ideas convencionales, la falta de libertades, la desigualdad entre hombres y mujeres, confiere una maravilla poética de un verbo no contaminado, de una emoción pura, de una mirada, al fin, lúcida y disparatada. Y precisamente porque los temas que la inquietan y sobre los que reflexiona son pura vigencia, la deuda escénica con Gloria Fuertes es más que manifiesta. Ojalá podamos redescubrirla en un retablo del que como lectores ya nos sentimos parte.
NOTAS
[1] Con motivo de la fecha se han organizado en Madrid, ciudad donde nació, numerosos homenajes. Caben destacar la Exposición Retrospectiva GLORIA FUERTES 1917-1998 que tiene lugar en el Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural la Villa, hasta el 4 de mayo. Del mismo modo, el grupo teatral Cantera Exploraciones estrenó su obra Deambulantes o la verdadera historia de la poeta errante el 12 de marzo en los Teatros Luchana de Madrid. Por último citar la inauguración del XIII Festival Ellas Crean del Centro Conde Duque de Madrid que abrió con un homenaje a Gloria Fuertes donde participaron las poetas Ana Rossetti, Elsa Veiga, Cristina Mirinda, Irene G Punto, Victoria Ash y Nuria Gómez de la Cal.
[2] En su pieza de teatro infantil, por citar algún ejemplo, La princesa que quería ser pobre (1942), Gloria Fuertes subvierte el tópico y nos presenta una princesa cansada de serlo, una princesa que busca la pobreza. El enano Lentejilla la guía en la búsqueda del «arca blanca» que guarda el secreto de la paz de la humanidad. La princesa encontrará en el fondo del arca una cruz con un pergamino que contiene escrita la máxima evangélica: «Amaos los unos a los otros».
[3 ] Prometeo roba el fuego de los dioses para dárselo a los humanos y su acción es castigada por Zeus a través de una condena eterna en lo alto del Cáucaso. Allí, un águila le devorará el hígado, pero siendo Prometeo inmortal, su hígado se regenerará cada noche y el águila volverá a comérselo cada día.
[4 ] Claro es el ejemplo de su, quizá, obra de teatro más conocida Las tres Reinas Magas (1978) donde las esposas de los Reyes Magos, Melchora, Gaspara y Baltasara van a adorar al niño Jesús porque sus maridos están en la guerra. Es
relevante el hecho de que se citen dos contra las que Gloria Fuertes mantuvo una clara postura política: la guerra de Camboya (1967-1975) y la guerra de Vietnam (1955-1975).
SOBRE LA AUTORA
NIEVES RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ
(Madrid,1983). Licenciada en Dramaturgia por la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense. Actualmente estudia un Máster en Filosofía Teórica y Práctica en la UNED junto a sus estudios de Doctorado en Periodismo en la UCM. Ha escrito La tumba de María Zambrano ―pieza poética en un sueño― (Ediciones Antígona, 2016. Estrenada para el Ciclo IgualaTeatro en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares por la compañía Volver Producciones, 2017), María Zambrano [La hora de España] junto a Itziar Pascual y Blanca Doménech (Ciclo Los lunes con voz del CDN, 2016), pigmento (La mujer del monstruo, Frinje 2015), semillas bajo las uñas (IV Programa de Desarrollo de Dramaturgias Actuales del INAEM, 2015), la araña del cerebro (V Premio de Textos Teatrales Jesús Domínguez, 2014, Primer Acto 347. Estrenada en el TNT (I Festival CINTA ―Cita de Innovadores Teatrales Andaluces― 2016), por la compañía TXANKA KUA), a (alguien) b (bucea) c(contigo) ―breve pieza isotópica― (V Premio de Dramaturgia La Jarra Azul de Barcelona, 2013 y Festival Internacional de Jóvenes Autores Europeos Interplay, 2012), entre otras obras. Su pieza Por toda la hermosura ha sido seleccionada para el ciclo Escritos en la Escena del Centro Dramático Nacional para la temporada 2016-2017. Es miembro del Consejo de Redacción de Primer Acto y de la Comisión de Proyectos de la Asociación de Autores y Autoras de Teatro.