Autobiografía y totalidad | Sobre «Viento variable», de Antonio Hernández

Tras Nueva York después de muerto, libro galardonado con los premios Nacional de Poesía y de la Crítica en 2014, Antonio Hernández publica Viento variable. Sobre el libro reflexiona Pedro A. González Moreno.
 © PEDRO A. GONZÁLEZ MORENO

Último libro publicado por Antonio Hernández, Viento variable (Calambur, 2016), recoge un amplio conjunto de poemas que fueron escritos, según declaración del propio autor en la nota introductoria, “entre los años 2010 y 2015. Su basamento se contienen en la poesía total que vengo haciendo desde mi primer libro, en el que la autonomía de los poemas no excluye una corriente general de río polifónico….” Y continuando con su explicación, añade: “A ese carácter dicotómico y epicolírico -canto y cuento- he ido añadiendo después recursos técnicos procedentes de otras Artes –cine, teatro- y otros géneros -narrativa, ensayo, periodismo- presentes en títulos anteriores (…) inclinados decididamente a un fin de globalidad donde la poesía, como sostén de todo lo dicho, y la literatura se funden.”

Llevado, pues, por ese citado afán de globalidad, el presente poemario entronca  tanto por su  tono como por su estilo o por su variada temática,  con esa línea de búsqueda que ya el poeta de Arcos venía practicando en sus últimos libros, y que se manifiesta sobre todo a partir de A palo seco y, de un modo especial, en Nueva York después de muerto. Múltiples son los registros que Antonio Hernández ha ido pulsando a lo largo de su dilatada trayectoria poética, y todos ellos aparecen ahora condensados aquí “en la misma estela con un una decidida voluntad de autonomía en cada poema y una más diluida propuesta de conjunto”.

Viento variable. Antonio Hernándz. Calambur. Madrid, 2016. 172 pgs.

Así, como ramificaciones de un mismo tronco común, pero siempre entrelazados por esa voluntad totalizadora, encontramos diversos motivos medulares de la obra hernandiana, entre los que destaca, en un primer término,  la confesión autobiográfica, sustentada en un yo a veces equívoco, que se apresta a la evocación nostálgica de escenas de su infancia y de su más remoto pasado familiar: “Paraísos perennes” y otros poemas de la primera parte inciden en esa rememoración nostálgica del ayer, y lo hacen con voz emocionada y temblorosa porque, como se afirma en el titulado “Posdata”, “sin temblor no existe buen poeta”.

De su firme vocación solidaria, expresada a veces con tintes irónicos y otras veces ofrecida con los más crudos acentos críticos, dan fe algunas otras composiciones que denuncian la falta de justicia social o fustigan los abusos y conductas perversas de ciertos sectores dominantes. Composiciones que, entre la rabia y el dolor, dan cuenta de ciertas realidades del mundo actual, como la explotación de los más desfavorecidos (“Trata de tullidos”), o la  precaria situación de los inmigrantes africanos y los refugiados, así como de otras vergonzosas corruptelas y lacras sociales que ha traído consigo el sistema neocapitalista imperante (“La bolsa y la vida”). O bien, recurriendo al sarcasmo o a la expresión parabólica, dibuja en leves retazos una reconocible galería de funestos personajes que han hecho del dinero su única patria: tiburones de las finanzas, evasores de divisas, o toda esa “infame turba de nocturnas aves” que han encontrado su mejor oficio en el robo y en el delito a gran escala (“Pájaros y pajarracos”):

                             «Benditos sean los pájaros que cantan (…)

                             Los que ascendían sólo utilizando
                             sus alas, no, como ahora, los otros
                             pájaros que no cantan, o si lo hacen,
                             lo hacen en los juzgados o en las
                             comisarías…»

No faltan tampoco los poemas que encuentran su campo de inspiración (en general traspasada de ironía o de ácido sarcasmo) en el ámbito de la propia literatura y en ese farandulesco universo de ruindades y aspiraciones que lo rodea, así como de los pecados –no siempre veniales- que aureolan a la creación poética: vanidades, narcisismos, pavoneos, envidias y otras mezquindades… (Los titulados “Firma de ejemplares”, “Insidias” o “Pompas fúnebres” constituyen un buen ejemplo de ello).

Otro de los apartados de Viento variable tiene como núcleo temático y emocional el recuerdo, la voz y la figura de algunos de los grandes poetas que ejercieron sobre él su magisterio, autores a quienes homenajea y por los que siempre ha sentido una singular devoción, de la que Antonio Hernández ha dejado numerosas huellas a lo largo de toda su obra: tal es el caso de Luis Rosales, Machado, Lorca o Miguel Hernández. Conjunto de poemas entre los que  destaca el titulado “Un día vino a mi casa”.

Los madrileños jardines de El Retiro son en este libro como un escenario de fondo que el poeta de Arcos convierte en un lugar idóneo para la meditación y el paseo, un “edén diplomado” al margen del mundanal tráfago urbano; pero esos jardines tan extrañamente edénicos, son también como una metáfora del mundo, como un raro islote en mitad del infierno, un insólito paraíso donde se desarrollan el drama y la comedia, la tragedia y la farsa de la realidad actual.

El Reitro, uno de los escenarios de los poemas de «Viento variable»


SOBRE EL AUTOR

PEDRO A. GONZÁLEZ MORENO  (Calzada de Calatrava, 1960) es Licenciado en Literatura Hispánica, y ha publicado seis libros de poesía, entre los que destacan Calendario de sombras (premio “Tiflos”, 2005), Anaqueles sin dueño (Premio “Alfons el Magnánim-2010), y El ruido de la savia (Premio “José Hierro”, 2013). En el ámbito de la narrativa ha publicado Los puentes rotos (IX Premio “Río Manzanares de novela”, 2007), el libro de viajes Más allá de la llanura (2009 y 2013), y la novela juvenil La estatua de lava (2014). Como crítico literario y ensayista, es autor de los libros Aproximación a la poesía manchega (1988), Palabra compartida (Antología poética de Eladio Cabañero, 2014), y La Musa a la deriva (2016) premio “Fray Luis de León” de ensayo.