Un acercamiento a la doble condición de Cela: como hombre y como escritor. El autor y su obra. Francisco García Marquina, experto en la obra del Nobel gallego, reflexiona sobre su figura al calor del reciente centenario.
© FRANCISCO GARCÍA MARQUINA
El centenario del nacimiento de Camilo José Cela se ha celebrado como el natural recuerdo de su persona y también como una revaluación de su literatura, pues a su muerte se llevó consigo parte de la atención sobre su obra, porque cuando un autor la marca y la defiende tan profundamente con su propia identidad, al morir el hombre su literatura cae en un desvalimiento, en una etapa de silencio o al menos de referencias en voz baja. Es necesario poner una distancia, dar un tiempo para que los libros de un autor lleguen a defenderse por sí solos, si es que por su valía son capaces de ello. A mi modo de ver, y en el caso que nos ocupa, ese plazo no será sino un purgatorio temporal.
Naturalmente hay cimas dentro de la obra de Cela que no han dejado de ser referentes inamovibles como la media docena de libros capitales encabezados por su criatura Pascual Duarte y los personajes de La colmena. Pero después de haber sido el escritor más popular y galardonado de la segunda mitad del siglo XX español, Cela ha pasado por una zona de indiferencia de la que solamente le rescataban los oportunistas para saldar viejas cuentas personales o para simbolizar los vicios del régimen político en que le tocó vivir.
Aparte de eso, es difícil en España tolerar la excelencia y a partir de la concesión del Nobel, la situación de Cela como escritor cobró un nuevo sesgo, respondiendo al diagnóstico que hacía el ensayista, poeta y dramaturgo inglés Samuel Johnson: “El autor que ha alcanzado fama, corre el riesgo de verla disminuir, tanto si sigue escribiendo como si deja de hacerlo”.
Creo que este periodo de sombra es un episodio necesario o, al menos, inevitable de depuración para que la marca Cela sea despojada de lo accesorio y pueda centrarse la atención en sus valores literarios. Toda obra objetivamente valiosa llega a despersonalizarse, a perder las adherencias biográficas de su autor. En el extremo de este proceso, las obras capitales de la humanidad nos han llegado como anónimas.
LA PERSONA
Cela fue un gran escritor y un llamativo personaje al que el académico sueco Artur Lundkvist consideraba una personalidad intensa cuya vida privada era “como una de sus novelas, llena de color y de fuerza”. Cela tuvo una poderosa manera de ser y comportarse que llegó a estar muy vinculada a su literatura.
Era una personalidad ancha y profunda, a veces de volumen insoportable, al que yo nunca he podido reprochar defecto alguno porque lo que Camilo verdaderamente tenía eran excesos. Exceso de confianza en sí mismo llevado a la egolatría; exceso de audacia que le hacía ser un octogenario que volaba en globo, en ultraligero y hasta en parapente; exceso de razón bruta que le llevaba a pelearse con medio mundo; exceso de triunfos, que concitaba la envidia de tanto cura y barbero como persisten en España desde los tiempos de Cervantes; exceso de inquietud que le llevaba a que cada una de sus obras literarias perteneciese a un nuevo género y siempre resultara inclasificable, exceso de laboriosidad, que se cifra en esos dos metros lineales que ocupan en mi librería los tomos de su Obra Completa; exceso de su ficción creadora, que le llevaba a ser él mismo un personaje literario.
Todos sus desafueros fueron algo así como los flecos de su grandeza y le proporcionaron un buen plantel de adictos y otro no menos frondoso de enemigos. Estos últimos también ejercieron con buena lógica, ya que resulta intolerable que aparezca un profesional en un país de aficionados, un trabajador entre ociosos, un organizado entre improvisadores, un egregio entre igualitarios.
EL PERSONAJE
Cela era una persona realmente educada y sensible, pero había fabricado un desaforado personaje de cara al público. Aunque tenía sus raíces en una inquietud que le llevaba a cultivar lo insólito, realmente el personaje de Don Camilo era un producto de la mercadotecnia. En las conversaciones con Umbral llegaba a reconocer que más útil que intentar vender su obra, era venderse a sí mismo, y en consecuencia sus libros se irían difundiendo.
Que persona y personaje no eran coincidentes en Cela lo prueba el diferente comportamiento entre su vida pública y privada. Como ejemplo suelo citar que quien popularizó el taco y los exabruptos verbales, nunca recurría a ellos en sus conversaciones con los íntimos. El Cela adusto se mostraba amable y el Cela despiadado era capaz de derramar lágrimas.
Solía reprocharse a Cela que el extravagante personaje público que había hecho de sí mismo se interponía como un mascarón ante su obra, siendo un obstáculo que llevaba a rechazarla. Pero también es cierto que los desafueros del autor eran un señuelo que espoleaba la curiosidad de las gentes y las convertía en lectores.
UNA GRAN LANZADA
Una persona con ese empuje, deja tras de sí tanto una admiración fervorosa como una estela de resentimientos. En este segundo caso, algunos de los actuales libros, artículos, coloquios y conferencias sobre Cela exhiben un retrato en el que se multiplican las sombras, con la vileza añadida de que algunos que ahora le niegan toda bondad formaron antaño su séquito de halagadores. Me apena que quien en vida de Camilo no hacía sino buscar su proximidad y exaltarle públicamente, haya escrito hace unos meses que “era una mala persona”, con lo que está delatando su propia inconsecuencia.
Con el título Cela, retrato de un Nobel, acabo de publicar una extensa biografía crítica tratando de analizar su persona, su personaje y su obra, para que tanto los que le admiran como los que le rechazan tengan una base objetiva para hacerlo.
En realidad, una biografía justa no ha de ocultar luces ni sombras de la persona que trata, pero siempre que las sitúen en su contexto social e histórico. Que Cela fuese fumador, putero, machista, torero y comensal de una dictadura, hoy día son señas de identidad poco recomendables, pero hay que valorarlas dentro de la época en que le tocó vivir.
SU LITERATURA
Como cualquier creador Cela tuvo irregularidades en su obra, entre otras razones porque se arriesgaba a ensayar nuevos modos de escritura. Cuando estaba instalado en la solidez de San Camilo se aventura en el impasse de Oficio de Tinieblas. También se le ha criticado buscando en sus libros lo que en ellos no existe: Madera de boj no es una mala novela sino un buen poema final. El exceso de facilidad narrativa le llevó a un virtuoso manierismo, lo mismo que la tarea de administración del Nobel le hizo cultivar una literatura postrera de mantenimiento. Y me adelanto a presentar estas debilidades para ser creíble a la hora de elogiar las virtudes y la talla de su obra.
La literatura de Cela permanece por su capacidad narrativa, la musicalidad de su prosa, el innovar partiendo de la tradición, la agudeza de observar y describir y su profesionalidad como escritor que le hizo ser él mismo toda una literatura. Aparte de sus grandes títulos, son decisivos sus relatos y apuntes carpetovetónicos que son todo un tratado antropológico sobre la España de la posguerra. Su obra no sólo es un monumento de creación artística sino que representa una época y un país y tiene un contenido testimonial.
Su obra también está llena de moralidad implícita porque fue la voz de la libertad y el descaro en un país de sumisos en que el único discurso era el oficial. Algunos de sus actuales críticos no entienden, desde una sociedad libre y satisfecha, la significación que tuvo Camilo José Cela para los españoles de la posguerra.
El rescate de los temas y expresiones escatológicas era una provocación liberadora a través del lenguaje contra la España oficial que manejaba un discurso en parte circunspecto y en parte enfático.
Pese a su aparente sintonía con el régimen —por otra parte de obligado cumpliemento en un país en que en la proyección del NO-DO se aplaudía cada aparición de Franco y al final de la película el público cantaba en pie el “Cara al sol”— hizo su tarea con lucidez crítica, como prueban las sucesivas prohibiciones y censuras que cercaron su obra.
Llega el momento de poder valorar objetivamente la obra de Camilo José Cela sin su presencia condicionante, labor de la que se encargarán los estudiosos solventes. Mi opinión, resumida, es que su magistral capacidad de narración nos dejó un trío de novelas ejemplares y un soberbio edificio de libros de viajes y narraciones cortas. Son estos apuntes, caminos y relatos los que hay que reivindicar a pesar de su apariencia de obras menores y cuya excelencia estriba en la habilidad de observación del mundo y la maestría de manejar el verbo para conseguir que el lector llegue hasta la emoción sin perder la sonrisa:
CODA
Cela está recibiendo críticas de quienes le juzgan ahora desde una época diferente, ignorando la enorme popularidad y fuerza liberadora que tuvo su literatura en el tiempo sombrío que le tocó vivir. Como a Valle-Inclán, a Cela muerto le está “fallando la época”. Pero no la de la posguerra, sino la actual, porque es una época que ya no es la suya.
Es cierto que se necesita una distancia para cobrar la necesaria perspectiva y en tal sentido se expresaba Francisco Nieva: “En arte, la proximidad empequeñece y la distancia agranda. Cela se agranda desde el momento de su muerte y esa vista desde las postrimerías —balcón de feria, palco de toros— no se engaña nunca”.
Tras la muerte del Nobel, hizo José-Carlos Mainer una atinada síntesis de tan ilustre creador literario, esbozando este pronóstico para el porvenir de su persona y su obra: “Ahora nada debe impedir que Cela crezca todavía más: no hay muchos escritores que construyan, por sí mismos, toda una literatura; tampoco hay demasiados que representen la totalidad de una época”.
Camilo José Cela, quedará en nuestro archivo biográfico de familia como el gran escritor español que alcanzó el premio Nobel y marcó una época con su impetuosa personalidad. Al mismo tiempo su obra se irá alzando y manteniendo por sus propios valores literarios y será en sus libros en donde podamos encontrarle —como es privilegio de los clásicos— en una actualidad permanente.
EL AUTOR
FRANCISCO GARCIA MARQUINA Es biólogo y periodista. Nació en Madrid en 1937 y desde 1974 vive en el campo de Guadalajara. Como escritor cultiva diversos géneros literarios, principalmente la poesía en la que tiene publicada una obra extensa cuyo último título es Morirse es como un pueblo y también el periodismo de opinión, siendo actualmente columnista de La tribuna de C-LM. Es especialista en la literatura de Camilo José Cela sobre cuya persona y obra ha escrito numerosas publicaciones, la última de las cuales es la documentada biografía crítica Cela, retrato de un Nobel.