El periodista escritor: ¿mestizaje o esquizofrenia? | Un acercamiento crítico

Publicamos una reflexión sobre la doble condición de periodistas y escritores literarios de una parte de los autores. Sobre esa doble labor, vista a lo largo de la historia, de autores que han sustentado sus obras en un hecho precedente que fue noticia y realidad. 
© MANUEL RICO

No es fácil hablar de periodismo y literatura, ya sea de sus vínculos o de sus diferencias, sin caer en el lugar común o en el convencionalismo. Si la historia de la literatura (y, por tanto, de la experiencia literaria, entendida en su sentido más profundo) se remonta a las primeras  muestras de lenguaje escrito, casi en los aledaños del neolítico, la historia del periodismo, es decir, del uso de la palabra como medio de comunicación entre colectivos sociales o como medio de información y difusión de acontecimientos reales, ocurridos, es mucho más reciente y está profundamente vinculado a la invención de la imprenta y su utilización para editar de manera masiva materiales escritos.

Eduardo Mendoza, con «La verdad sobre el caso Savolta», crea a partir de hechos reales

Antes, en la Edad Media, incluso en el Renacimiento, la literatura, ya fuera la poesía (la épica sobre todo) o la narrativa, incluso el teatro o el auto sacramental, cumplieron una función informativa, de canal de transmisión de noticias o acontecimientos, pero sin la inmediatez ni la capacidad de modificación de los contenidos inherente a lo que hoy entendemos por periodismo. Si la literatura solía fijar una determinada noticia a través del lenguaje y convertirla en mito, en acontecimiento de lenguaje que acababa por trascender el momento y la casuística del hecho que le dio origen (los libros de caballerías, los romances, las leyendas) para convertirse en arte, el precario desarrollo económico, comunicacional y tecnológico impedía una realimentación permanente de los contenidos. Era posible convertir la peripecia del Cid, o de Amadis de Gaula, o de cualquier caballero andante o miembro de la nobleza en argumento de un poema, de un romance, de una leyenda o de una narración. No lo era, sin embargo, convertirlo en una sucesión de noticias de las que informar, de manera continuada, al pueblo: la extrema lentitud de las comunicaciones, la precariedad de los medios de transporte y la dificultad para reproducir masivamente los escritos que relataban el hecho lo impedían.

De la noticia de un crímen, a la novela

Eso sólo sería posible, y de manera sumamente limitada, en el momento en que la técnica  permitió canalizar una parte de las funciones que entonces cubría la literatura (es decir, referir acontecimientos reales, informar, dar cuenta de noticias) a través de un género nuevo, de una disciplina que acabaría diversificándose con el tiempo: el periodismo. Con el comienzo de lo que Marshall McLuhan definió como “galaxia Gütenberg” se abrió el proceso de una separación: el de la vieja literatura con el germen que, con formas difusas, en muchas ocasiones híbridas, llevaba en su vientre desde el origen: el periodismo.

Con ello se abría un período histórico en el que literatura y periodismo caminarían por senderos distintos (eso sí, con zonas de intersección, con no pocos cruces de caminos, posadas y “áreas de descanso” en  los que compartirían aspiraciones). El periodismo absorbía las capacidades funcionales de la literatura, convirtiéndose en soporte de lenguaje cuya única finalidad es la información, con la que contrae una deuda cuyo principal peaje a pagar es la imprescindible actualidad.

La literatura se quedaba con las capacidades imaginativas, con la potestad de crear mundos no necesariamente vinculados a la realidad, a una noticia o un acontecimiento comprobables. Desde ese punto de vista, el periodismo pasaba a ser un instrumento útil socialmente, con una utilidad constatable, y la literatura se convertía en una actividad prescindible, gratuita en términos de utilidad social (al menos, en apariencia, a primera vista). Pero, como antes señalé, ni una ni otro, a lo largo de los siglos, han podido vivir de manera absolutamente independiente. Sobre todo, cuando se ha dado la circunstancia (muy frecuente en la cultura occidental) de que ambos territorios, literatura y periodismo, eran visitados de manera indistinta por escritores y escritoras de las más diversas tendencias, muchos de ellos frecuentadores simultáneos de las dos.

Cuando el escritor actúa con conciencia de artista, se subjetiviza radicalmente lo que, como acontecimiento periodísticamente reseñable, en un primer momento era patrimonio colectivo 

La noticia del asesinato que da origen a «A sangre fría»

Hacer un recorrido por la historia para demostrar esa afirmación haría este artículo demasiado prolijo y extenso. Por ello me limitaré a resaltar algunos ejemplos en los que, por un lado, se da una evidente confluencia entre periodismo y literatura y, por otro, se produce una conversión en obra de arte de lo que inicialmente fuera una noticia. Cómo, cuando el escritor actúa con conciencia de artista, se subjetiviza radicalmente lo que, como acontecimiento periodísticamente reseñable, en un primer momento, era patrimonio colectivo .

Tal vez una de las experiencias literarias más conocidas  e este respecto en la literatura contemporánea haya sido protagonizada por Truman Capote a propósito de su novela A sangre fría. Un asesinato múltiple, ocurrido el 15 de noviembre de 1959, en un pueblecito de Kansas, es la base real sobre la que Capote, a principios de los años 60 construye la obra maestra que acaba siendo la novela citada. Lo que hubiera quedado en una crónica periodística y quizá hubiera concluido con el juicio y la ejecución de los culpables (tal y como ocurre con decenas de casos parecidos que anualmente suceden en Estados Unidos) queda, gracias al empeño literario de Capote y a su capacidad de trabajar literariamente con el lenguaje, fijado en el tiempo con la viveza y la intensidad de la verdadera obra literaria, artística: los lectores de las sucesivas generaciones recobran, al internarse en las páginas de A sangre fría, toda la desolación, toda la dureza, todo el miedo de un suceso que forma parte del pasado pero que está vivo siempre, que, gracias al escritor, cobra nueva e intensa luz a cada nueva lectura.

Un ejemplo de mestizaje periodismo-literatura

De un modo parecido podríamos hablar al referirnos a París era una fiesta, de Hemingway,Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez o, situándonos en la literatura española, a La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, o a novelas tan aparentemente autónomas de la realidad como dependientes de la actualidad periodística de un determinado período histórico como Crónica del alba, de Sender, San Camilo 1936, de Cela,  o Galíndez, de Manuel Vázquez Montalbán, por no referirnos a buena parte de la obra narrativa de Francisco Umbral, sostenida, en la mayoría de los casos, en una realidad cronificada, a diario, en los periódicos: leer, por ejemplo, su Trilogía de Madrid, es asistir a un caleidoscopio de la historia de un siglo de esa ciudad, a un mosaico de información periodística trascendida literariamente a la condición de obra de arte. En los últimos años, un escritor como Javier Cercas ha construido sus novelas más recientes a partir de hechos históricos que han sido narrados periodísticamente en diversos medios. Novelas como Soldados de Salamina,  Anatomía de un instante, una indagación novelada en las claves de la transición,  El impostor o El monarca de las sombras, que acaba de llegar a librerías, son muestras más que evidentes de esa doble condición. Más allá de su calidad de obras literarias autónomas, artísticamente solventes, todos los títulos citados son productos literarios mestizos. 

Los autores citados, son o han sido, por otro lado, magníficos y solventes escritores de periódicos, frecuentadores de la columna, del reportaje y de la crónica, sucesores, en esa disciplina, de periodistas/escritores míticos como Azorín o González Ruano, o de un novelista como Benito Pérez Galdós, que hizo de la crónica de la España de la época en sus Episodios nacionales un auténtico y riquísimo mosaico literario de una realidad que fue, que existió como suma de noticias y acontecimientos. A mi juicio, buena parte de la novela de base realista participa de ese mestizaje entre le género narrativo y el periodístico. Aunque el resultado final sea un “objeto literario”, un material de lenguaje cualitativamente distinto al material periodístico por una razón esencial: siempre en una novela desempeña un papel la fantasía, lo imaginario, algo impensable —por atentar contra su propia naturaleza y a su exigible objetividad— en el “producto” periodístico.


EL AUTOR

MANUEL RICO (Madrid, 1952) es poeta, narrador y crítico literario. Licenciado en Periodismo, ha colaborado en diversos diarios y revistas (El Mundo, Cuadernos Hispanoaméricanos, Ínsula, Letra Internacional, Mercurio, Turia…). Ejerce la crítica de poesía en el suplemento Babelia, del diario El País. Es autor, entre otras obras, de los libros de poemas La densidad de los espejos  (Premio Juan Ramón Jiménez de 1997), Donde nunca hubo ángeles (2003), Fugitiva ciudad (2012) y Los días extraños (2015).  La mujer muerta (2000 y 2011), Los días de Eisenhower (2002)  y Verano (2008), Premio Ramón Gómez de la Serna 2009 son sus últimas novelas. Es autor  del ensayo Memoria, deseo y compasión (2001) sobre la poesía de Vázquez Montalbán y de los libro de viajes Por la sierra del agua  (2007) y Letras viajeras (2015). Dirige la colección de poesía de Bartleby Editores y colabora con artículos de política y cultura en el diario digital Nueva Tribuna. Con Un extraño viajero ha obtenido el IX Premio Logroño de novela. Desde mayo de 2015 preside la Asociación Colegial de Escritores.