El amor que vela en la sombra

El poeta granadino Gerardo Venteo ofrece en La veladora, con un lenguaje depurado y emoción contenida, un homenaje íntimo a esa fuente de emoción inagotable: la madre.
© JESÚS CÁRDENAS

En el desgarro de la ausencia, donde la memoria teje hilos invisibles y el tiempo se detiene para escuchar el eco de lo perdido, la literatura ha encontrado voces capaces de honrar lo que se agazapa a la espera. De Cernuda hasta Jorge de Arco, de Pablo Neruda o Borges a Óscar Hahn, son muchos los poetas que han rendido homenajes conmovedores a la madre, figura que sostiene el mundo y lo ilumina incluso desde la distancia. En ese umbral entre la sombra y la ternura, el poeta se enfrenta a la fragilidad del recuerdo con una voz contenida, despojada de artificio, que busca en la palabra refugio y permanencia.

Gerardo Venteo (Galera, 1963) nos invita a transitar ese jardín íntimo de la pérdida en La veladora, poemario donde se entrelazan el testimonio personal y el diálogo con una tradición lírica que tiene en la madre su origen y su destino. Autor de cuatro libros anteriores —Los verbos conjugados, En el corazón dormido del esparto, El nombre del frío y Casa de dos plantas—, Venteo ha sabido espaciar y oxigenar cada entrega, permitiendo que su poesía respire entre un libro y otro. Su palabra, despojada de hojarasca, busca una pureza expresiva: la emoción se filtra sin exceso y cada verso alberga una respiración.

Edita OléLibros

El discurso poético que despliega Venteo transmite serenidad y hondura, adentrándose en la poética de la orfandad que persiste, en la llama que titila y no se extingue. Su voz se une a la de aquellos poetas que, desde la intimidad, convierten el dolor en revelación, elevando el duelo a categoría de arte y explorando la ausencia con la delicadeza de quien acaricia una herida para hallar luz.

La veladora refleja la soledad de la orfandad y, al mismo tiempo, la fortaleza de una mujer que enfrenta la vida con dignidad antigua, tejiendo un legado de ternura en gestos cotidianos, incluso en los contextos más adversos. El poemario funciona como un puente intergeneracional: enlaza madre e hijos, voz que recuerda y voz que escucha. Susana Drangosch, en la primera página, revela la clave: un amor incondicional que desvela noches, un vínculo que ni la muerte logra borrar.

El libro se organiza en dos tramos —«Juana» y «La cosecha», subdividido a su vez en «Un hijo» y «Otro hijo»— donde se percibe un delicado equilibrio: un diálogo de espejos entre madre e hijos, entre la voz que da vida y la que la rememora. En ese fuego que no se apaga, La veladora ilumina el territorio del amor filial con una luz que no deslumbra, pero permanece, encendida en la quietud de lo eterno.

Venteo nos invita a una danza melancólica con el pasado, donde cada palabra se vuelve susurro cargado de afecto y gratitud. La sencillez de los versos contiene su mayor poder: evocan a una madre capaz de forjar un hogar de amor y protección incluso en la adversidad.

El poemario combina verso y prosa poética, y desde su inicio despliega un amor rotundo, fundado en la verdad de lo cotidiano: las palabras y las manos de la madre se convierten en hondura, y su ejemplo se transmite a los hijos como verbo y acto. La analogía con lo animal, presente en varios textos, subraya la fuerza del afecto: en lo más instintivo reside la entrega materna, carne de su carne y hebra de su propia vida.

Los poemas, aunque sin títulos, rinden homenaje a la trabajadora incansable: «Todo en ella era servicio… Era el bálsamo de los cuidados… Una manera de hacer y hacer el mundo». La madre se ama a sí misma a través de los hijos, incumpliendo la regla de quererse primero, y logra milagros cotidianos: poner siempre la mejor mesa, ser luz en la tiniebla, proteger y cuidar con esmero.

El relato de los hijos describe momentos felices en una casa sencilla, de paredes blancas y tejado abierto como las manos que redimen del frío y de las afrentas del día. Ese hogar, reflejo de la madre, acoge y proyecta hacia el mundo: es bueno porque lo fue su creadora, y en él se aprende la anchura del mundo y la paciencia del futuro.

La veladora es también reflexión sobre la fragilidad y la fortaleza humanas.

En verso, la cadencia acompaña la desnudez de la memoria: «Una patria. / Eso es lo que hiciste en nosotros». La conciencia filial emerge en la reflexión: «Lo supimos como ahora sé / cuánto cuesta hacer un hijo y que sea». La analogía animal reaparece, evidenciando un afecto pleno y vaciante a la vez, y el reflejo en los hijos se convierte en herencia: aprender a mirar, cuidar y acompañar, como lo hizo la madre.

Hacia el final, los versos expresan agradecimiento y compañía, reconociendo a la madre como «veladora», «hada buena / que custodiaba los días». La emoción se condensa en líneas como: «Escribo para (re)parar / en agradecimiento… nada mejor que aquella suerte de ser / hijos tuyos».

La veladora no es solo canto a la memoria de la madre: es también reflexión sobre la fragilidad y la fortaleza humanas, fuente de descubrimiento y de luz. En su aparente sencillez, se convierte en espacio de reconocimiento y consuelo, testimonio de que la poesía puede ser puente y refugio, memoria y homenaje, elegía y celebración. Venteo nos recuerda que, al enfrentar la ausencia con palabra precisa, la poesía puede alumbrar lo que parece perdido y sostener lo que permanece en la sombra.

 

La veladora, Gerardo Venteo, OléLibros, 2025, 130 páginas, 14,42 euros.


 

EL AUTOR

JESÚS CÁRDENAS (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1973) es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Como investigador literario, ha escrito ensayos y dado conferencias sobre Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, García Lorca, Pier Paolo Pasolini… Como crítico literario colabora con reseñas en diferentes revistas literarias.

Hasta la actualidad es autor de los libros de poemas: La luz de entre los cipreses (Sevilla, 2012), Mudanzas de lo azul (Madrid, 2013), Después de la música (Madrid, 2014), Sucesión de lunas (Sevilla, 2015), Los refugios que olvidamos (Sevilla, 2016), Raíz olvido, en colaboración con Jorge Mejías (Sevilla, 2017), Los falsos días (Granada, 2019) y Desvestir el cuerpo (Madrid, 2023). Es socio de ACE.