Los ángeles y demonios de la Italia profunda en ‘La cartera’, de Francesca Giannone

Entre aromas de albahaca, rezos dominicales y adoquines calentados al sol, Francesca Giannone construye en La cartera un fresco sensorial de la Italia profunda. Una novela que se lee con gusto pero que incurre en algunos tics complacientes con el discurso dominante.
© VICENTE MANJÓN GUINEA 

Hay algo que no pasa inadvertido en este libro. Es la fuerza en la descripción de los olores. Casi sin darse cuenta, el lector percibe el aroma especial de un pueblo del sur de Italia, Lizzanello, en la Apulia. Francesca Giannone consigue, con excepcional precisión, transmitirnos esa fragancia que viene de tiempos pasados y que aún perdura. Una mezcla de pasta fresca, de orégano, albahaca, tierra mojada y vino.

La novelista nos sumerge en un mundo de sensaciones no solo a través del olfato, sino que explota cada uno de los sentidos como la vista, el tacto, el sabor e incluso el oído. Nos describe la plaza y su extraño amarillo pajizo donde los letreros descoloridos de las tiendas intentan sobrevivir al paso de las inclemencias. Incide en el extenuante calor del día de Ferragosto (que buena unión morfosintáctica de palabras: hierro y agosto). La camisa empapada, pegada al cuerpo por el sudor, el lento pasar del tiempo donde los relojes parece que se mueven a cámara lenta. El olor a sofrito y a café recién hecho….

Pequeños detalles que van involucrando al lector en el conocimiento de una cultura culinaria colmada de recetas mediterráneas, en la tradición del vino, el esmerado cuidado de las cepas, el trato cariñoso de la recolección del fruto. Y con la misma parsimonia se desarrolla la narración de la novela, al tranquilo pero inexorable caminar de una mujer convertida en cartera que pasea sobre los adoquinados del pueblo o se desplaza a pedaladas sobre una bicicleta que le permite subir calles empinadas o alejadas del centro histórico.

Publica Duomo Ediciones

Las creencias religiosas se infiltran en todos y cada uno de los rincones del pueblo. Rezos y misas de domingo. Confesiones y bendiciones que vienen vinculadas con el fascismo y con el engaño de Democracia Cristiana. Una sacralización de la vida y el pensamiento único que se acepta con tranquilidad. Todo bajo esa predicación torticera de la Iglesia que tiene siempre en boca la palabra bendición cuando lo que quiere decir es sumisión. Salmos y predicaciones cuyo único fin es controlar el alma de las personas. Administradas con el sosiego con el que cualquier habitante se sienta en la mesa del bar de la plaza del pueblo, tras salir de misa, para tomarse un café con grappa mientras el sol le dora la cara los domingos por la mañana.

Pues bien, toda esa tranquilidad ungida de beatificación y buenas costumbres va a romperse con la llegada de una mujer del norte de Italia: Anna. Una mujer adelantada a su tiempo que ha decidido convertirse en Madame Bovary, en Ana Karenina y en La Regenta a la vez. Todas tres en una. La propia autora no lo esconde y al poco de empezar ya nos pone sobre aviso de sus preferencias literarias incluyendo entre ellas a Flaubert, Tolstói, Emily Brönte y Jane Austen.

La narración del libro se lleva a cabo desde la perspectiva de una mujer que no está destinada a ser solo esposa y madre. De ahí su incesante búsqueda de un trabajo, aunque le repitan cansinamente que ser cartero no es un trabajo para mujeres. Sin embargo, aceptar esa labor propiciará la sensación de sentirse una mujer libre y útil además de la oportuna movilidad para adentrarse en las vidas de los habitantes del pueblo y sacar a la luz las trazas machistas de una época donde se consideraba que la mujer debía estar en su sitio, en casa, dedicada al marido y a los hijos. Abnegada y fiel.

Sin embargo, la grandeza y la modernidad de un escritor consiste en atreverse a echar un pulso al vínculo con la vida y con el momento que le ha tocado vivir. Sacar a la luz todas sus virtudes e inmundicias. Y siempre desde el vértigo que da la visión de un trampolín al observar la realidad aun a riesgo de saltar y caer en el abismo. No es lo mismo abordar las cuestiones de un asunto desde la distancia histórica que desde el corazón cronológico donde late la acción. Quizá por eso, Flaubert, tras escribir Madame Bovary, fue llevado a los tribunales por el «retrato inmoral» que significó su obra en ese momento histórico.

Por el contrario, Francesca Giannone, ganadora del premio Bancarella, parece haber diseñado una novela con un personaje políticamente correcto desde las perspectivas del marketing actual, cayendo en profundas grietas de anacronismo.

Falta, precisamente, aquello que reclamaba Clarín en su Regenta: la penetración psicológica de los protagonistas. Giannone trae a la memoria la suprema obra maestra de la ficción española del siglo XIX. Sobre todo, con un personaje despreciable que es el cura violento y abusador que maltrata a Giovanna física y psicológicamente. Pero, lamentablemente, no deja de ser un triste episodio dentro de la novela. Todo queda un poco por encima, como el aceite que riega la albahaca y potencia su olor, sin llegar al ahondamiento y precisión de las emociones y de los sentimientos.

La protagonista es un personaje políticamente correcto para el marketing actual.

Parece que, en el encadenado del libro, queda un eslabón abierto en cuanto a la capacidad de penetración psicológica, al contrario de lo que ocurre en la obra de Flaubert o Tolstói.

En los personajes de Giannone todo queda en la superficie hasta el punto de parecer frívolos. Puede que el adulterio, impensable en una época como aquella, y el amor pasional sin frenos sean una de las fuerzas motrices de la novela. La inercia necesaria para sacar a la luz las vergüenzas de una Italia profunda que va desde los años treinta hasta los años sesenta, dejando tras de sí el rastro lacerante de un fascismo y de la Segunda Guerra Mundial. Todo se menciona, pero todo pasa como un simple soplo de viento, un siroco mal avenido.

Queda un regusto de mujer egoísta y caprichosa que busca el amor platónico por encima de cualquier cosa, incluso por encima del bienestar de su hija. Pero hay algo que no cuadra, que hace rechinar. Que me evita creer a Lorenza de la misma manera que comprendo y llego a entender a Ana Karenina y a su desaforado amor hacia el príncipe Vronsky.

Francesca Giannone

Giannone (1982) procede del sur de Italia

Hay algo que pone un parapeto en ese papel purificador de la protagonista: Anna. En ese buenismo equivocado que raya el convertirla en una celestina… ¿Una doble moral, quizá, reflejado en aquellos actos que ella misma no se atreve a llevar a cabo?

Clarín, en su Regenta, ataca a la España de la Restauración, caciquil y católica. A Flaubert no le tiembla el pulso para desgajar a la sociedad burguesa del siglo XIX. Las iras de Tolstói se centran en la aristocracia terrateniente y en el surgimiento de nuevas élites empresariales. Y todas y cada una de sus protagonistas (Ana Ozores, Madame Bovary o Ana Karenina) son vapuleadas por haber creído en un idealismo romántico corrompido y envenenado por cada uno de los sectores sociales y políticos de su época.

Anna, protagonista de La cartera, juega con las cartas marcadas.

Quizá, mi principal error, al haber leído la novela de Francesca Giannone, sea haber recordado a estas mujeres víctimas de su época. A estos grandiosos escritores. Pero me quedo con la sensación de haber disfrutado de un buen libro, con el olor a limón y albahaca en la ribera de una playa al sur de Italia, que no es poco.

 

La cartera, Francesca Giannone, Duomo Ediciones, 2025, 464 páginas, 19,90 €.

Foto de portada: Vincenzo Inzone.


EL AUTOR

F. VICENTE MANJÓN GUINEA (Madrid, 1968) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Criminología por la Universidad Camilo José Cela de Madrid.

Es autor del ensayo literario titulado De la literatura y las pequeñas cosas y del libro de relatos Altas miras. Como novelista, ha publicado Una lluvia fina mentirosa y Con tal de verte reír.

Editor y escritor del blog de artículos Memoria de un náufrago y colaborador en el Diario Siglo XXI.

Es socio de ACE.