Vamos a intentar hacer algo muy difícil y es que Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) nos hable de él y de sus libros. Un tema que siempre le parece inoportuno, incluso de mal gusto. La ilustración de cubierta de su novela Amor intempestivo, obra de Ouka Leele, muestra, sobre una mesa, un corazón atravesado por una flecha. Un corazón que parece de vaca. Quizá el adjetivo de «letraherido» es el que mejor se ajusta a Reig: la literatura le atravesó el corazón y de la herida rezuma esa sangre narrativa que le mantiene en constante tensión creadora.
Se sabe, como muestra en su Manual de literatura para caníbales, heredero de la ilustre familia literaria en español. Una familia exigente en la que solo cabe lo excelso. Rafael Reig no escribe para el ahora ni siquiera para la fama duradera, intuyo que escribe porque se lo piden sus muertos: todos los grandes contadores de historias desde el Lazarillo hasta, tal vez, Almudena Grandes.
© FERNANDO ARIZA
Vamos a hablar de sus dos últimos libros publicados. Cualquier cosa pequeña, publicado en 2024 y Lo que sé de Almudena, de 2025. Para empezar, me gustaría preguntarte sobre tu experiencia como novelista. Qué es para ti escribir y qué te motiva a ello. ¿Cómo vives con el reconocimiento que has alcanzado?
A mí me gusta el reconocimiento, claro, pero yo creo que seguiría escribiendo si no lo tuviera. De hecho, lo hago. Pero no me obsesiona. Es como quedarme calvo, algo que no me ha gustado, pero tampoco me ha cambiado la vida. Siempre cito un verso de Borges: «La meta es el olvido. Yo he llegado antes». A lo mejor he llegado antes porque he sido olvidado ya en vida. En tal caso, he llegado mucho antes que los genios. También es conocido lo que dice García Márquez, cuando le preguntan, «usted, porque escribe», responde: «Para que mis amigos me quieran más». Los motivos para escribir son los mismos que para dormir la siesta o no dormirla: idiosincráticos, arbitrarios, personales. Realmente, los caprichos, las cosas que uno no necesita, incluso las cosas que a uno no le convienen, son lo más importante de la vida. No son las cosas razonables, lo que debes hacer, sino esos ratos que le hurtas al sentido común. Y yo, por lo menos, sí he ganado una cosa, que es aumentar el tiempo que dedico a satisfacer mis caprichos, que son para mí lo más necesario, como para todo el mundo. Y he logrado organizar mi vida en torno a eso y pasar muchas más horas al día satisfaciendo más mis caprichos que mis obligaciones. Y no te creas que no es un logro pequeño en la vida: no tengo jefe, no tengo horario; salvo el que yo mismo me quiera poner. Eso sí, tampoco tengo un plus por acabar antes, ni sueldo.
¿Cómo tomaste la decisión de ser escritor?
Yo quería ser escritor, por lo que he dicho, de forma innata. Como uno nace asesino en serie y otro mafioso, pues yo escritor. Pero claro, hasta que no empiezas a matar gente y a hacer negocio con alijos de droga, no te das cuenta de lo que es el ser mafioso, o escritor. Y hay muchos que se hacen mafiosos, pero luego, lo de las recortadas y las vendetas y tal, pues no gusta. Son flojos. No sabía si quería ser escritor porque mola ser escritor, como mola ser mafioso, o me gustaba el trabajo en sí: matar, mover cantidades de droga, o escribir. Y eso es algo que todo el que tenga tentaciones de ser escritor debe llegar a saber: si lo que quiere es ser escritor o escribir, pues son cosas muy distintas. El no tener éxito me vino muy bien porque tardé cuatro años en publicar mi primera novela desde que la tenía terminada y nadie me hacía caso y todo me iba mal, pero seguía escribiendo y seguía escribiendo. Y luego me daba cuenta de que mis momentos más felices eran cuando estaba sin un duro, vivía en un piso que tenía orden de demolición, alquilado por cinco mil pesetas. Y arriba vivían unos okupas. Creía que los okupas eran buena gente que montaban centros culturales y qué va, tiraban la mierda en bolsa por el patio de luces. Les conté a mis hermanos que son medio activistas y me dijeron no, pero es que hay que distinguir entre okupa y okupa. La cosa de siempre, me han tocado los malos, pero los otros son una joya, todos.
«Tengo una novela pagada por un emirato árabe escrita y sin publicar».

La última ficción de Reig
¿Y nunca te has arrepentido de las decisión tomada en esos años?
¡Qué va! Nunca me he sentido más feliz. Tampoco trabajaba, o sea, ganaba muy poco dinero porque me dedicaba a manuscritos y a mandar informes a editoriales y a ejercer de jurado en premios. Y no tenía dinero para nada, pero tenía todo el día para escribir y era feliz, pero feliz feliz. Y lo sigo siendo. Si mañana que no escribo, ya estoy de mal humor. Y cuando nadie me molesta desde las cinco o seis de la mañana, que me pongo a escribir, hasta la una, soy el más feliz del mundo. Y si tengo un descubierto en el banco, ni me preocupo, ahí sigo escribiendo. Cuando acabe, ya miraré eso. Pero de momento, nada. Era la vida que yo quería. He aumentado mi espacio de libertad de lo que quiero hacer. Ser feliz tiene un precio, por supuesto, pero estoy dispuesto a pagarlo y a seguir pagándolo. No me voy a arrepentir si no tengo éxito o no. Porque todo lo que la literatura y la escritura me van a dar, ya me lo están dando y me lo han dado desde que empecé a escribir: esa alegría, esa felicidad, esa comprensión del mundo. Porque escribo para pensar también y escribo para entender las cosas. Esa comprensión del mundo que recibo se lo debo a estar escribiendo. Entonces ¿qué más me va a dar? No quiero estar en la Academia Española. Bueno, me encantaría, pero no especialmente. Creo que hay que ir todos los jueves y de corbata, además, que no tengo. He trabajado en corbata mucho tiempo cuando trabajaba para oscuras empresas telefónicas y esas cosas. Podía haber seguido por ese camino y haber ganado mucho dinero. Pero estoy muy agradecido. Si la escritura me diera más, hombre, gilipollas no soy, si me diera más, mejor. Pero si esto se acabara mañana, me sentiría logrado. Decía el francés que le preguntan: «Usted quién habría querido ser» y contestó: «Moi-même, mais j’ai réussi», «Yo mismo, pero logrado». Pienso que estoy cerca de ser yo mismo, pero logrado. Mucha gente que conozco es infeliz porque sí, son ellos, pero no del todo logrados, no todo lo que podían ser. Un millón de dólares nos vendría bien a ti y a mí, incluso a medias, quinientos para cada uno, perfecto. Tonto no soy. Pero tampoco soy ingrato. O sea, todo lo que tengo en la vida es mucho para mí. Y no soy humilde. La felicidad que tengo lo a gusto que estoy con mi mujer, con las personas a las que quiero, con mis amigos, con mis lectores. Se lo debo todo a escribir. Yo no tengo más que parabienes y agradecimientos por la cosa en la que estoy empleando mi vida. Si hubiera seguido, por ejemplo, siendo un alto directivo de una empresa telefónica, dudo mucho que me sintiera ahora, con más de sesenta años, así de contento. Lo dudo de verdad.
«Inventar es más fácil y rápido que pasar meses documentándote».
Cuando la realidad se te queda corta, lo que haces es inventar un país. Eso es lo que has hecho en Cualquier cosa pequeña. Dragonera, que es la isla donde tiene lugar la novela, es una mezcla curiosa entre Francia, Portugal, España, algo de Inglaterra. Una antigua colonia de todos y de nadie. Pienso que es una novedad dentro de tu obra. Por ser creativo incluso te inventaste la comida tradicional de la isla. Hasta el punto de que se podría sacar un recetario imaginario, pero viable. Creo que se podría comer y además podría salir hasta bueno, salvo el estofado de gamusinos que me imagino complicado de preparar. ¿De dónde vino la idea de escribir una novela de espías en un territorio ficcional?
Bueno, como siempre, todo está motivado por varias cosas, no solo una. Mi pereza es una de ellas. Quería escribir una novela sobre espías. Ya había escrito una que no se pudo publicar. Es una historia larga que no voy a contar ahora. Pero hablo de una novela escrita y pagada que no sé si se publicará. Está pagada por un emirato árabe. Daban un premio en un emirato árabe. Trabajaba entonces en una universidad americana y un día, en una fiesta –yo era joven y entonces bebía y no poco–, y un profesor iraquí me preguntó si estaba haciendo alguna novela. Le dije que de terrorismo islámico. Como siempre, haciendo amigos. Entonces me habló de un premio y me pidió un resumen y después de muchas aventuras, pues fui incluso a Doha, la escribí. El argumento consistía en que los emiratos ricos eran los culpables del terrorismo, cosa que sigo creyendo. Puesto que no hacen nada por sus hermanos árabes. Se lavan las manos pagando grupos terroristas. Me pagaron al día siguiente de enviarla. Una cantidad considerable, pero nunca la publicaron. Me dijeron que no la publicarían porque no querían hacerlo, que tenían los derechos y ya está. Me quedé atónito. Hablé con mi editor español de Tusquets y me dijo que esa novela se podía recuperar, que negociaría con ellos y me pidió un contacto. Sorprendentemente, no consiguió que le cedieran los derechos. Y eso que le puso mucho interés, porque la había leído y le había gustado mucho. Así que me quedé con la espinita de escribir sobre espías.
Y de ahí vino la idea de Cualquier cosa pequeña.
Eso es. Me quedé con las ganas. Aunque no solo eso. Mi amiga Belén Gopegui había escrito una novela de espías y a mí me gusta mucho chinchar a los amigos. Le dije que iba a escribir una mucho mejor que la suya, te vas a joder. Me dijo que no iba a poder, que era más difícil de lo que parecía. Y efectivamente, volviendo al principio, me decía: joder, una novela de espías. Los espías, especialmente en la actualidad, utilizan la tecnología informática para sus actividades. Sin embargo, no sé ni manejar mi ordenador, así que ¿cómo podría escribir una novela de espías? Conozco los métodos tradicionales de espionaje, fruto, efectivamente, de la lectura de novelas de espías: como dejar mensajes en troncos de árboles y marcar con tiza sin mirar para indicar la presencia de un mensaje. Eso es todo lo que sé sobre el mundo del espionaje. Así que decidí inventar mi propia historia de espías en lugar de documentarme. Era cuestión de documentarse o inventarse y con lo vago redomado que soy me dije «pues me lo invento, que no me cuesta más que una botella de whisky». Es más fácil y rápido que pasar meses investigando. Y me gustó el resultado.

Reig en Cercedilla. Foto: Fernando Ariza
Quería preguntarte sobre tu último libro: Lo que sé de Almudena. Un libro dedicado a tu amiga Almudena Grandes. ¿Cómo lo definirías?
Lo llamaría un memento. Hay una parte del canon de la misa que es el memento: el recuerdo de los fieles difuntos, de los amigos, de los familiares. Conocí a Almudena durante treinta años, sin darme casi cuenta. Entre otras cosas, por las niñas, pues llevábamos a nuestros hijos al mismo colegio, así que nos veíamos todos los días, literalmente. He vivido muchas cosas con ella, pero ninguna importante. Entonces, podría definirse como un libro de tonterías. Hablo un poco de sus libros, pero de mi opinión sobre sus libros, que no tiene mayor trascendencia. Y también cuento vivencias conjuntas. Por ejemplo, una vez Almudena y yo. para amenizar el día de los libros, el 23 de abril organizamos en el colegio una pequeña pieza teatral que escribimos entre los dos. Era una escena de El Quijote, la del caballo Clavileño. Era algo sencillo, un entremés para representar a los niños.¡ Nos pusimos en un pupitre con las sillitas de niños, Almudena y yo disfrazados de don Quijote y de Sancho Panza, e hicimos una representación teatral. Y cuento cómo surgió, cómo lo preparamos. Describo mi sorpresa cuando ya teníamos más o menos el texto —una adaptación libérrima de Cervantes—, y le dije: «Bueno, Almu, solo hay dos personajes y somos dos. ¿Quién va a hacer de don Quijote y quién de Sancho?». Y me dice: «Hombre, Quijote soy yo, por supuesto». Yo era un chaval tirillas, muy parecido a un Quijote. No era alto, eso sí. Ella era mucho más alta que yo, pero era una señora muy rozagante. Yo la veía más de Sancho, pero, bueno, como para discutir con ella, dije: «Vale, vale, lo que tú digas». Así que yo hice de escudero de Almudena. Le llevé a los chavales material. Compré no sé unos cuantos metros de papel de plata, hice pelotillas, las metí en un saco las entregué a los chavales. Y les dije: «Cuando pronuncie la palabra granizo, nadie os va a regañar, podéis hacerlo, empezáis a tirarnos las bolas con todas vuestras fuerzas. Nuestro guion mencionaba una lluvia de meteoritos, pero Sancho insistía en que eran granizos. Y entonces nos atacaron con las bolas de papel de plata. Sin ningún reproche, ni penal, ni docente ni nada, se sintieron en libertad de insultarnos y bombardearnos. Creo que fue un momento inolvidable para esos chicos. Yo estaba imponente. Para parecer un destripaterrones y un gañán apenas necesito caracterización. Eso sí, cogí una bota de vino bueno, porque la navaja para cortar el queso siempre la llevo en el bolsillo. Salvo ahora que viajo de vez en cuando en el avión y ya me han quitado tres. Almudena también iba disfrazada. Parecía una valquiria, con su casco, su cinturón y su espada. Con lo imponente que era ella como señora, imponía de verdad. Creo que fue una experiencia como si hubieran tomado LSD y a dos adultos subiéndose a esas sillitas y dejándose apedrear con papel de plata. Pues de eso hablo. Que qué que creo que es lo que a mí como amigo me tocaba. Amigo no muy íntimo, porque tampoco nos veíamos mucho. Ella tenía sus amigos íntimos y yo los míos. Pero teníamos mucha relación. Venía muchísimo a las tertulias de Cercedilla. Cuando se murió, conseguimos en el pueblo que la biblioteca que no tenía nombre, que estaba sin bautizar y se iba a ir la pobre al limbo, que por acuerdo municipal, y a propuesta nuestra, se llamara y se llame ahora Biblioteca Almudena Grandes. Porque realmente tuvo mucha relación con el pueblo. Tengo muchas fotos de ella allí. Bueno, subiendo por el monte poco, porque era más de subir al bar. Y eso es lo que cuento. Eso sí, cuento la verdad. Bueno, la verdad que yo conocía, por eso digo Lo que sé de Almudena. Hay muchas cosas de su vida que no tengo ni idea, y nunca tuve ganas de saberlo, ni siquiera cuando nos veíamos mucho. Pienso que a lo mejor a alguien le interesa el libro porque creo que ha salido algo muy vivo y fresco. Algo tan sencillo como un amigo que recuerda a otro, pero no porque el amigo tenga especial mérito, que en caso de Almudena lo tiene. Yo hablo de lo bien que nos lo pasábamos con esas tonterías. Y de ese tipo de cosas me acuerdo. Es el canon de mi misa.
«Ser feliz tiene un precio, pero estoy dispuesto a pagarlo».
El amor es un tema que aparece de forma original en tus libros. Y pienso que en los últimos que has escrito te has alejado –si alguna vez lo trabajaste– de la idea más romántica y adolescente del amor. La relación entre los jóvenes en Cualquier cosa pequeña es un desastre, mientras funciona bien el de los protagonistas maduros. Del mismo modo, en Lo que sé de Almudena elogias su relación con Luis García Montero y, aun diría más, una parte preciosa del libro es tu boda con Violeta.

Rafael Reig. Foto: F. A.
Del amor ¿qué puedo decir? Que es un aprendizaje, y que es algo que no existe, como no existe la auténtica receta de la paella, ni de la empanada gallega. Yo creo que existe un amor: el amor que se han tenido dos personas o todavía lo tienen, que es distinto del que se tienen otras dos personas al lado. Y que realmente hoy en día, pese a lo que digan sobre ser independiente, libre, autónomo… todo es mentira. Lo que quiere todo el mundo es ser igual a los demás. Y yo soy partidario de lo contrario. O sea, el amor es algo que sucede dos, tres veces en la vida. No tengo experiencia más allá de tres. Como decía mi madre con las primeras embarazadas, las primíparas, se quejaban de sus dolores y molestias, mi madre, que tuvo cinco hijos, siempre decía: «¡La primera gallina que ha puesto un huevo en la vida!». A los jóvenes les pasa lo mismo: los primeros chavales que se enamoran en la vida, no te jode. Pero creo que es verdad: cada amor y el de cada pareja es diferente. Incluso la gente que ha tenido la suerte de tener varios amores en la vida, según me han comentado, son totalmente distintos. Porque cada amor hay que inventarlo. No está ahí, no es un modelo, no es lo que sale en las películas, no es lo que se lee en las novelas, no es disciplina social. Es un acto libre y, por lo tanto, rebelde y absolutamente único. Inevitablemente, todos los actos únicos se parecen, pero esa es otra cuestión. Cada uno los vive como si fueran únicos, y es como debe ser. Creo que el amor no necesita teorías y que las teorías le quitan la gracia porque cada pareja se quiere a su manera, o cada trío, o cada cuarteto, o cada orquesta sinfónica.
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Una entrevista realizada en Cercedilla (Com. de Madrid) en la primavera de 2025.
EL AUTOR
FERNANDO ARIZA (Madrid, 1978) es doctor en Filología hispánica por la Universidad Complutense, docente universitario, escritor y crítico literario. Además de numerosos artículos y capítulos ha publicado más de una decena de libros entre novelas, ensayos y ediciones críticas. Sus últimas publicaciones son El pensamiento narrativo (Sílex) y Construyendo puentes: la travesía de la narrativa española en los Estados Unidos (1870-1975), en Comares. Es socio de ACE.