De Lera, un testigo de nuestro tiempo: su trayectoria literaria 

En el número 12 de la Revista República de las Lettras, de octubre-diciembre de 1984, se dedicó un amplio espacio al fallecimiento de Ángel María de Lera. autores y autoras como Jesús Fernández Santos, Buero Vallejo, Manuel Andújar, Juan Mollá, Andres Sorel, Pureza Canelo, Angelina Gatell, o Elana Soriano publicaron artículos sobre su vida y su obra. Por su carácter de artículo que desarrolla un recorrido a lo largo de la trayectoria literaria de Lera (con alguna incursión en sus empeños y compromisos sindicales), reproducimos el que firmó Gregoio Gallego, que formó parte de la primera Junta Directiva de ACE, constituida, por cierto en las dependencias en las que a principios de mayo ACE tendrá su sede social: Santiago Rusiñol, 8.
GREGORIO GALLEGO

En Angel María de Lera, recientemente fallecido, pugnaban diversas inquietudes que no pudieron desarrollarse en la España que le tocó vivir. El mismo se definió, en numerosas ocasiones, como un «hombre de acción frustrado». Y lo era en la medida en que la derrota republicana y la destrucción de la democracia le obligaron a buscar oficios sustituto­rios para sobrevivir en una sociedad que levantaba barreras infranqueables a cualquier oposición. Optimis­ta por temperamento y vitalista por convicción, como corresponde a una mente libertaria enemiga de dogmas y fanatismos, se hizo posibilista frente al totalitaris­mo reinante y buscó en la literatura una salida críti­ca. En unas declaraciones recientes se manifestaba con estas palabras: «Mi vida es un caso representa­tivo de mi generación. La generación que empieza en el 36, cuando se asomaba a la vida. Soy un hom­bre que hizo la guerra, un hombre que la perdió, un hombre que fue a la cárcel, que estuvo condenado a muerte, que salió de la cárcel y se vio precisado a ganarse la vida muy duramente. Después mi voca­ción se me impuso y empecé a escribir porque es­taba enriquecido de una serie de experiencias vita­les. Quizá mi manantial literario está ahí…»

Efectivamente, ahí estaba su manantial literario. Tras la dura cárcel, el duro trabajo de administrativo en una modesta fábrica de gaseosas en los subur­bios de Villaverde, donde toda miseria tiene su asiento y la sordidez forma acumulaciones degradan­tes de chabolas. Allí nació «Los olvidados» (1957) su primera novela vivida. Con ella recupera el don de la palabra y la fuerza narrativa que despliega le abre camino para mayores logros. Su vocación tar­día de novelista es una consecuencia de la impo­sibilidad de acceder a campos más cercanos a su espíritu: la sociología, la política y el periodismo. Pues no debemos olvidar que antes de la Guerra Ci­vil, Lera era un asiduo colaborador de La Tierra y El Sindicalista, ambos encuadrados en la línea del pensamiento libertario. Tampoco podemos olvi­dar que era amigo y seguidor de Angel Pestaña y que como éste estaba de vuelta de las inge­nuas utopías que radicalizaban el movimiento anarcosindicalista, sin dejarse atrapar por los que pregonaban la «dictadura del proletariado» leninista. Para Lera, democracia y socialismo eran inseparables y ambos conceptos necesitaban una base sindical vi­gorosa que impulsara la transformación social y eco­nómica de nuestro país.

Primera edición de su primera novela,, LOS OLVIDADOS

Su segunda novela, Los clarines del miedo, apa­rece un año después como finalista del Premio Na­dal y es acogida por la crítica con brillantes alaban­zas. Su preocupación moral por los vencidos es re­currente y de una u otra forma aparece en todas sus obras. Ahora se trata de dos «maletillas» que bus­can la gloria en la llamada Fiesta Nacional, siempre al alcance de la desesperación y la miseria, y son víc­timas de una tragedia anónima y brutal. Con esta no­vela, una de las mejores de Lera, se le abren las puertas del periodismo y alcanza una relativa fama. La novela es llevada al cine con mezquindad y esca­so acierto, pero contribuye a situarle en un plano de interés y expectación. Ya no se le puede Ignorar. For­ma parte de la vanguardia realista que escarba y son­dea al margen de los epígonos triunfalistas del ré­gimen. A este respecto escribe Rafael Conte: «Eran los tiempos del realismo social, con el que Angel María de Lera conectó, pero desde una posición per­sonal y bastante Intransferible, sin obedecer a con­signas de partido alguno».

Con La Boda, aparecida en el mismo año que Los clarines del miedo (1959), Lera remata su an­dadura independiente y su tardía vocación literaria confirma la presencia de un gran escritor. Los más remilgosos críticos literarios le han tildado con fre­cuencia de «autodidacta» como si el oficio de nove­lista se aprendiera en las universidades. Lera hubie­ra podido ser un buen obispo de no haberle defraudado el seminario de Vitoria, donde Iba para cura; o ser un buen abogado y quizá ministro de un go­bierno socialista, de no haberse producido la Guerra Civil. Pero como tantos miles de españoles, se vio emplazado a elegir y eligió la libertad y la justicia. Después ya no tuvo opción. Fue una víctima más de los vencedores. Sufrió, con dignidad, su cautiverio, y cuando pudo dio fe de los sufrimientos de su pueblo y de sus compañeros. Esta es la gran hazaña de An­gel María de Lera. Como apasionado cronista de la derrota republicana a todos nos devolvió algo de lo que habíamos perdido.

Después de La boda, que también fue llevada al cine y vertida a otros Idiomas, aparecen Bochorno (1960) y Trampa (1962). Con su fama de escritor ya consolidada, Lera recibe el encargo de Torcuato Luca de Tena de visitar a los emigrantes españoles de Alemania como enviado especial de ABC. Sus cró­nicas son un fiel reflejo de lo que piensan y sienten los millones de españoles que se han visto forza­dos a salir de España para escapar de la miseria. De esta hermosa aventura que le abre las puertas de los más Importantes diarios, surgirán dos nuevas novelas: Hemos perdido el sol (1963(, y Tierra para morir, el anverso y el reverso de una situación so­cial preocupante. Por una parte, el drama de los tra­bajadores españoles que buscan en el extranjero lo que no encuentran en su tierra y, por otra, el drama de los codiciosos de tierra que no encuentran brazos para cultivarla. Con estas novelas y las crónicas de la emigración aparecidas en ABC, Angel María de Lera se sitúa en una posición predominante indis­cutible. Tanto es así que Torcuato Luca de Tena le confía la dirección de «Mirador Literario» con plena «libertad para informar de todas las novedades que se producen en el mundo de los libros. Esto le va a costar algunos disgustos. Los santones literarios del régimen se querellan. Algunos de los más blaso­nados y privilegiados le acusan de rojo y comunis­ta. Son los que siempre han vivido a expensas del poder y siguen medrando lozanamente en la era de­mocrática y con un gobierno socialista.

En 1967, Angel María de Lera alcanza su máximo apogeo con Las últimas banderas, galardonada con el Premio Planeta. La novela relata los últimos días
de la resistencia republicana con la emoción del testigo. Con tacto y habilidad poco corrientes en un escritor visceral, Lera dice todo lo que se puede decir de los vencidos en aquel momento. No es mucho, pero la novela se vende como pan caliente. Es la voz de los millones de españoles que sufrieron la derrota. Con Los que perdimos (1974), y La noche sin riberas, Angel María de Lera completa la saga existencial de su peripecia en la tragedia que le tocó vivir.

A partir de la concesión del Premio Planeta, el autor de Las últimas banderas y Hemos perdido el sol se convierte en un vencedor por gracia exclusi­va de su inteligencia y talante humano. Los críticos malintencionados y los compañeros envidiosos pueden Ignorarle, pero el gran público le recompensa genero­samente y en las altas esferas se le toma en considera­ción. Esto le permite desarrollar su faceta de soció­logo. El viejo sindicalista, amigo y seguidor de An­gel Pestaña, renace con fuerza y plantea la necesi­dad de proteger a los escritores de la miseria. Su teoría es racionalmente justa: «SI todos loa colecti­vos sociales se encuentran protegidos por lo Segu­ridad Social, ¿qué razón existe para que los escritores de libros queden marginados?» El problema es complejo, pero Lera está acostumbrado a superar dificultades. Su batalla va a durar años. Rodeado de un pequeño grupo de escritores afines en sus reivin­dicaciones profesionales, visita a ministros y directo­res generales, publica artículos en la prensa y gol pea incesantemente en reuniones y coloquios hasta conseguir que se constituya la Mutualidad Laboral de Escritores de Libros, de la que será nombrado presidente. De inmediato se benefician muchos es­critores que se hallaban completamente desasistidos. Después, cuando la apertura democrática lo permite, constituirá la Asociación Colegial de Escritores para reivindicar la reforma de la Ley de Propiedad Inte­lectual y respaldar a los escritores en la defensa de sus derechos. Desgraciadamente ha desaparecido an­tes de ver realizada su ilusión.

Angel María de Lera puede ser considerado un es­critor prolífico a pesar de su tardía vocación. Raro era el año que no lanzaba un nuevo libro al mercado. Así fueron apareciendo, además de los reseñados, Se vende un hombre, Oscuro amanecer, Con la maleta al hombro, Por los caminos de la medicina rural, Los fanáticos, Mi viaje alrededor do la lo­cura, Diálogos sobre la violencia. La masonería que vuelve, El hombre que volvió del paraíso, Se vende un hombre, Secuestro en Puerta de Hierro y la biografía: Ángel Pestaña, retrato de un anar­quista. Su última novela, aparecida en febrero de 1984, se titula Con ellos llegó la paz y aborda el problema de la amenaza nuclear con su habitual In­genio y amenidad.

Angel María de Lera era, sobre todo, un hombre bueno, inteligente y trabajador. Poseía un sentido es­tricto del compañerismo y la solidaridad. La mejor de­finición que se puede hacer de él la hizo él mismo en unas recientes declaraciones: «Soy un hombre de iz­quierdas, un demócrata, más bien jacobino. Yo ful y soy un sindicalista pese a todo. Fundé el Partido Sin­dicalista Junto con Angel Pestaña. Es la única filia­ción, la única disciplina política que he tenido…, aun­que en el fondo soy un anarquista, entendiendo el anarquismo como formación de escuela, como forma­ción ética, moral, de la propia vida, como exaltación del hombre sobre lo humano, sobre la sociedad…». Con este bagaje y su enorme talento para captar la realidad inmediata hizo su obra, una obra que mere­ce la pena que las nuevas generaciones tengan en cuenta.