La gran narrativa breve de Juan Montiel

La reseña destaca la riqueza lingüística, el realismo mágico y social, y el suspense en los relaos de Cada lunes de aguas, de Juan Montiel, libro reconocido con el Premio Internacional de Cuento Ignacio Aldecoa en su edición número 53.
© JESÚS CAMARERO

El cuento titulado «Todas las tardes había fiesta», incluido en el libro Cada lunes de aguas (ed. Fulgencio Pimentel), de Juan Montiel, ha sido galardonado con la quincuagésima tercera edición del «Premio Internacional de Cuento Ignacio Aldecoa».

Edita Fulgencio Pimentel

El lector se deleitará con una prosa ágil, urdida a base de expresiones rápidas, tajantes y hasta insólitas, con frases que se agolpan en unos párrafos medidos con el metro de un argumento bien estructurado y mejor dosificado.
El asunto del lenguaje literario preocupa especialmente a Montiel en todo lo relacionado con la especificidad, el rigor y hasta la responsabilidad «histórica» de su escritura. Además, atiende al registro de lo poético, a un cierto nivel de expresividad lírica, por mucho que se trate de una obra narrativa. Por eso, la semántica responde a una riqueza sorprendente, recuperando términos en desuso, propios de los ambientes rurales, ahora abandonados o vaciados. Todas esas palabras, propias de un lenguaje ancestral, describen un mundo desaparecido de la España rural, pobre, analfabeta y, en cierto modo, de costumbres primitivas, que en este libro reviven con un auténtico valor antropológico, etnológico.
Las descripciones son de una riqueza deslumbrante, y contienen detalles desconocidos y sorprendentes. La adjetivación es potente, pero bien dosificada, y enseguida seduce al lector y lo conduce a una lectura deleitosa, adornada, exuberante a veces, pues el autor ha resuelto muy bien la complejidad de lo real con una más que adecuada adjetivación.
Los detalles más nimios muestran el impulso de una descripción que no solo ambiciona representar la realidad, sino también construir un ambiente singular, en el que el lector pueda vislumbrar una realidad diferente y alternativa. Es una ficción potenciada precisamente con los componentes del paradigma descriptivo, mediante el cual la descripción se convierte en un motor de ficción por sí misma.

El realismo es el registro en el que sin duda se inscriben los cuentos que componen Cada lunes de aguas, aunque tiene dos dinámicas o expansiones bien diferentes.

El lector se deleita con una prosa ágil y precisa.

En primer lugar, cabe destacar el realismo mágico, por el cual la realidad ha sido transportada por la imaginación, en forma de unos gestos y unos hechos que nos sorprenden, y nos trasladan a un mundo alejado de lo habitual, en el que los personajes y los objetos se someten a un acontecer desconocido. En el cuento titulado «Ardides de Caín» hay una rememoración del mundo rural tradicional, con elementos de la tradición de un mundo ya desaparecido y a la vez con el suspense provocado por unos crímenes acontecidos en aquella España ancestral y retrasada, muy cercana a la ecoficción de Miguel Delibes.
Y, en segundo lugar, sobresale en esta narrativa de Montiel el realismo social, tan cercano a la narrativa de Aldecoa por el estilo y el lenguaje. En los cuentos «Ardides de Caín» y «Jarandina» la naturaleza y la vida campestre aparecen retratadas con una autenticidad que causa impresión. Además, en «Jarandina» aparece el fenómeno de la emigración, casi masiva, de las tierras pobres a Barcelona, como una necesidad perentoria, inexcusable, en relación además con una historia de amor impredecible.
A Montiel le interesa mucho la cruda realidad de la emigración, o sea, la «deslocalización» mal entendida de las vidas humanas, condenadas al desarraigo y la desventura. La pobreza y la falta de un horizonte mínimo condenan a los personajes a emigrar a las grandes ciudades, donde un porvenir incierto podría sepultar todas sus esperanzas.
El retrato de esa España del siglo XX, tan convulsa, tan ominosa a los ojos del lector actual, es un gran logro narrativo de Montiel, no solo por su aportación a la memoria histórica de nuestro país, sino también por el análisis sociológico y político relacionado con nuestra memoria colectiva de ese periodo.

La descripción se convierte en motor de ficción por sí misma.

El cuento titulado «El costado blanco de mi amor» es una historia en la que se mezclan, con gran maestría, el retrato realista de una familia miserable y desgraciada, y un evento enigmático, casi mágico, protagonizado por un anciano rico y moribundo; sin olvidar la intervención del cura del pueblo, que pone sobre la mesa una crítica del papel de las jerarquías eclesiásticas en nuestro país no hace tanto tiempo.

Juan Montiel (Antequera, 1973)

El suspense es un rasgo o componente que atraviesa todos los cuentos de Cada lunes de aguas. En el relato ganador del premio, «Todas las tardes había fiesta», el amante muerto es enterrado de un modo un tanto extraño; luego, ella lo confiesa con absoluta naturalidad, y sin comprender la razón de por qué lo hace. Tiempo después, ella vuelve a la casa… Y lo que ocurre es bastante sorprendente, dentro del género negro, del mejor estilo, en un argumento que podría dar para una novela.
En el cuento «Amical» se trata de una historia enigmática: unas mujeres presas o encerradas, para protegerlas no se sabe muy bien de qué o de quién, condenadas a un trágico final, tampoco se sabe muy bien por qué. Se salvan dos de ellas, aunque el final se resuelve en un malentendido fatídico, que al lector le deja sin duda fuera de juego (es lo que se pretendía, claro).
En el último cuento, «Sintra [343]», se trata de una narración que se inscribe totalmente en el género negro: el suspense aparece desde le principio, la maleta cerrada es ya de por sí un misterio, que solo se resuelve al final, sin ninguna consecuencia; además, una de las protagonistas es una enferma mental, una asesina. El misterio de la desaparición de una de las chicas queda sin resolver.

La semilla del mal se expande desde los ancestros hasta el presente y se materializa en un ser concreto, que no es un criminal ab ovo, sino tan solo la víctima de un proceso natural en el que la genética ha condenado a un personaje desde el inicio. Por eso, la violencia es intrínseca a esta narrativa de Montiel, que se inspira del ser humano natural, anclado al terruño o a un ambiente del que no puede escapar por mucho que lo intente.

Cada lunes de aguas, Juan Montiel, editado por Fulgencio Pimentel, 2025, 144 pp, 17 euros.


EL AUTOR

JESÚS CAMARERO (Mondragón, 1958) es catedrático de la Universidad del País Vasco, ha sido docente e investigador de teoría y crítica literaria, literatura comparada y literatura francesa: El escritor total (1996), Metaliteratura (2004), Intertextualidad (2008), Michel Butor autobiographe (2010), Autobiografía: escritura y existencia (2011), La ficción metaliteraria (2014), Epistemocrítica (2015) y Narratividad y hermenéutica literaria (2017). También es autor de obras narrativas: El monte del dragón (2004) y Expansión de los círculos (2008); de ensayo: Teoría del exceso (2025); y de poesía: Sábanas de niebla (2000), Crítica de la razón impura (2003), Cosmópolis (2006) y Anástasis (2010). Ha traducido a Georges Perec y Michel Butor. Premio Ciudad de Valencia de Ensayo Celia Amorós 2024.