La editorial Renacimiento publica El plural es una lata, de J. Benito Fernández, ambiciosa biografía de Juan Benet, autor de Volverás a Región, en un trabajo tan minucioso como humano.
© RAMÓN L. CALVO
Lo primero que habría que decir, en este caso —o al menos así nos lo parece a nosotros, vaya—, es que El plural es una lata, esperada biografía de Juan Benet (1927-1993) que J. Benito Fernández publica en la editorial Renacimiento (sello que tanto cuida su catálogo), es una obra que hacía falta.
Porque resulta del todo incomprensible que, hasta hoy, el lector de Benet, devoto de uno de los más grandes autores de las letras europeas del siglo XX, no pudiese disponer de un libro como el que aquí nos ocupa. Libro, y todo sea dicho de paso, bellamente escrito y, como además salta a la vista, fruto de un colosal esfuerzo que roza, de lleno, lo titánico.

Edita Renacimiento
En cualquier caso, y anotado esto, conviene hacer constar también, ya, sin más dilaciones, que la obra de J. Benito Fernández es una biografía excelente, a la que vale la pena volver una y otra vez. Porque la verdad, y para nuestra propia dicha, es que —y permítasenos el juego de palabras— El plural… no se acaba nunca, renovándose en cada nueva lectura. Siempre que el lector regresa a este libro, volviendo a abrirlo por cualquiera de sus páginas, se encuentra con algo nuevo.
Bien se conoce que esta es una de esas obras a las que, gracias a las huidizas magias de la escritura, le salen, invariablemente, ramas. El plural es una lata contiene tanta (tantísima) información, que en cada una de esas relecturas nos cuenta cosas que aún ignorábamos, que no nos habían sido desveladas antes.
Ciertamente resulta asombroso el inmenso caudal de datos que el autor ha llevado a las páginas de esta biografía. Una biografía que por momentos te emociona, por momentos te desasosiega y por momentos te deja desconcertado.
No cabe duda alguna de que Benet, allí donde vive ahora —al otro lado del río, en lo que nosotros llamamos muerte—, estará a esta hora, también, admirado o por lo menos un poco sorprendido, viendo todo cuanto J. Benito Fernández, frente a la fría luz de los espejos, ha conseguido rescatar del olvido para alimentar ese eterno presente de la literatura que es una de las formas de la eternidad más hermosas.
Llama la atención la manera en la que el autor ha sabido contar la vida entera de Benet, poniendo ante nuestros ojos la esencia del paso por el mundo del más faulkneriano de todos nuestros novelistas, sin caer jamás en la tentación de sacar conclusiones sobre lo visto y lo escuchado.
Es el lector quien ha de hacerlo; si es lo que desea, claro. Pongamos un ejemplo que está en la mente de todos: la amistad (y el consiguiente distanciamiento) entre Benet y Luis Martín-Santos. El libro no juzga. Nos habla de ambos, sí señor. Nos permite, si cabe, sentirlos, tanto a uno como al otro, más cercanos, casi familiares.
Pero es el lector quien ha de preguntarse, si a bien lo tiene, por qué el autor de Saúl contra Samuel y el autor de Tiempo de silencio fueron incapaces de mantener encendida, o al menos ardiendo con la misma intensidad que antes, la llama de una amistad que tanto enriquecía, intelectual y afectivamente, a ambos.
Particularmente, y aunque esto en el fondo ya carezca de importancia, uno tiene la impresión de que el alejamiento fue, sobre todo, cosa de Benet. Algo del (también grandísimo) escritor en el que se había convertido Martín-Santos lo desasosegaba. Y bien podría añadirse que lo seguía desasosegando cuando el autor de Tiempo de destrucción ya había fallecido. ¿Algo que podría ir incluso más allá del mutuo aprecio y de la admiración que ambos sentían uno por el otro…? Pues pudiera ser, sí. Quién sabe.
Una biografía imprescindible que está al altura de biografiado.
La biografía escrita por J. Benito Fernández nos descubre un Benet muy distinto del personaje que muchos de los que no tuvimos la suerte de llegar a conocerlo nos habíamos imaginado. El libro nos desvela, y esto es otro ejemplo, lo extraordinariamente importante que fue para el escritor la presencia de Rosa Regàs. Quienes sí tuvimos la suerte de conocerla a ella, recordamos con qué afecto hablaba del novelista y de su obra, a pesar de todo lo que los había distanciado.
Es más que probable que si no hubiese tenido a Rosa Regàs a su lado en momentos cruciales de su vida, él hubiese sido otro escritor muy distinto. Y no mejor, por cierto.

La particular amistad entre Martín-Santos (en el centro, con flor en la solapa) y Benet, a su lado, también se aborda.
Juan Benet, hombre de un humor a menudo hiriente, de un humor que solo sabía capear quien era dueño de una inteligencia semejante a la suya —el libro relata un sinnúmero de anécdotas que permiten comprender a la perfección por qué era tan fácil, discutiendo con Benet, llegar a perder los estribos—, debía albergar dentro de sí una ternura que en público ocultaba cuanto podía.
Una ternura que primero le inspiró, sobre todo, su madre, y que sin duda debió de derramar después, de una manera muy especial, sobre sus hijos. No era un personaje plano. La biografía escrita por J. Benito Fernández nos deja constancia de que Benet era poliédrico hasta el infinito.
Narrador de una voz inconfundible, ingeniero de incuestionable prestigio, viajero empedernido, intelectual profundamente preocupado por el bien común, hombre a menudo propenso a la ira, gran conversador y gran seductor, más vulnerable de lo que parecía, creador de sí mismo, Benet, como nos cuentan las páginas de El plural es una lata, supo imprimir su propio sello, de una u otra forma, a todo cuanto halló en su camino.
Por eso, en este tiempo de hierro en el que nos ha tocado vivir, un tiempo que confunde lo fundamental con lo accesorio y lo sustantivo con lo meramente adjetivo y secundario, es muy de celebrar que se editen libros como este de J. Benito Fernández. Una biografía imprescindible (imprescindible, sí, e importa subrayarlo, porque hay que decir la verdad, que es una costumbre que se está perdiendo) y que logra —la biografía, digo— algo muy difícil: estar a la altura de un biografiado que llevó el arte de narrar a una altura que pocos, muy pocos, han alcanzado. Incluso hoy en día.
Benet era poliédrico hasta el infinito.
En este preciso instante regresa a mi memoria —y ya sabrán ustedes disculparme, de nuevo, el comentario personal— la excursión que hace un par de años hicimos, mi amigo Manel Bouzamayor (ingeniero que colaboró estrechamente con Benet en los proyectos que esté dirigió o coordinó en Galicia) y yo mismo, a la Costa da Morte, visitando los paisajes que Benet amaba tanto en ese finisterre nuestro en el que la tierra, el mar y el cielo tienden a confundirse entre sí de vez en cuando.
Al llegar a la casa en la que residió, naturalmente frente al océano, durante una larga temporada —una casa muy hermosa, de gran galería, pero ahora ya vacía y herida por el paso del tiempo—, me llamó la atención la caracola que había, bajo las cortinas, tras los cristales de una ventana. Una caracola que sin duda debió acompañar a Benet, durante largas tardes de fuertes lluvias y luz escasa, mientras el novelista leía, escribía o quizás, incluso, pintaba barcos que navegaban en formación de batalla.
(Allí, en la Costa da Morte, en la Galicia del Fin del Mundo, Benet solía recibir visitas como las de Carmen Martín Gaite, amiga que, como nos recuerda la biografía de J. Benito Fernández, siempre le demostró a Benet su lealtad diciéndole muy a la cara las verdades).
Casi nada es, nunca, lo que parece. Bien se sabe que, por paradójico que esto pueda resultar a veces, cuando uno tiene ante sí algo auténticamente valioso y grande, no suele verlo con claridad. Por lo menos, en primera instancia. Porque cuando algo es así, quiere decirse que monumental, se precisa tomar cierta distancia para llegar a contemplarlo en toda su verdadera dimensión, sin perder detalle.
A mí me parece (y no me hagan mucho caso, porque esto no pasa de ser una opinión particular, sin más valor que ese) que Benet aún está aguardando por sus verdaderos lectores. O, por lo menos («Vamos a no exagerar», como decía Gonzalo Torrente Ballester, que también conocía bien a Benet), por una gran parte de sus verdaderos lectores. Pero eso —¡ya lo verán…!— va a cambiar muy pronto. En buena medida, gracias al libro de J. Benito Fernández. Porque él, con una maestría encomiable, nos ha mostrado el verdadero rostro de Benet. Y eso nos ayuda a intuir el sentido último de su obra.

Benet, que pasaba temporadas en Galicia, en una imagen de madurez.
Los benetianos de estricta observancia, que, como más de una vez se ha dicho, somos una secta, quedamos en deuda con esta biografía publicada por la editorial Renacimiento y tan bien iluminada con fotografías —un verdadero álbum personal— que nos muestran al escritor en muy diferentes circunstancias.
Gracias a El plural es una lata, don Juan Benet, cuyos libros han hecho mejores nuestras vidas, ha caminado un poco, como en un milagro, un milagro de papel y de tinta, a nuestro lado.
Esta biografía nos descubre un Benet muy distinto al que imaginábamos.
Yo, sin ir más lejos, sé ahora, gracias a estas páginas, que Benet no solo tuvo relación con Torrente Ballester, sino también con su hijo Gonzalo, de quien fue otro gran amigo, y a quien recuerdo, a su vez, contándome, no mucho antes de abandonar este mundo, que su padre estaba convencido de que no había nada al otro lado.
Como sé, también, que cierta ocasión, mientras recorría la cuenca del río Eume, Benet estuvo (¡jamás lo habría imaginado…!) en uno de los lugares que me son más queridos, el monasterio de san Xoán de Caaveiro, situado en el corazón de uno de los más hermosos bosques atlánticos que Europa conserva: un antiguo cenobio al que, quien tenga el ánimo suficiente, puede llegar en media tarde, desde donde vivo, andando.
De una forma o de otra, a mí me parece que esta biografía ha venido para recordarnos, a cuantos amamos la literatura, que Juan Benet, aunque no siempre nos diésemos cuenta, ya formaba parte de la vida de todos nosotros, por los caminos más insospechados. Y que es, de hecho, de todos.
El plural es una lata, J. Benito Fernández, Editorial Renacimiento, junio de 2024, 524 páginas.
EL AUTOR
RAMÓN L. CALVO (Fene, 1965) es un escritor y periodista gallego que logró gran notoriedad con la publicación de su novela As Galeras de Normandía, publicada en 2006 y traducida al castellano, al año siguiente, por el propio autor.
En 2025, ha publicado un diario en la editorial Sr. Scott: La bendición de las estrellas.