En La seca, Txani Rodríguez (Llodio, 1977) hunde la mirada en los conflictos de ese mundo rural que agoniza en novela que dialoga con las anteriores y una protagonista que atrapa.
© ALESSANDRO GIANETTI
Seguí lo bastante de cerca las andanzas de la anterior novela de Txani Rodríguez, Los últimos románticos, Premio Euskadi de Literatura 2021 (cuya adaptación cinematográfica se acaba de estrenar en España bajo la dirección de David Pérez Sañudo) como para tener la sensación —intima, quizás, más que efectiva— de que las primeras páginas de La seca (Seix Barral, 2024) fueron escritas con el entusiasmo y la firmeza que siguen a un rotundo éxito de crítica y público.
Me perdonará el lector, por lo tanto, si hago alguna referencia a esa anterior novela, aunque las sombras que puede proyectar sean largas y en parte incómodas.
Lo que ocurre es que La seca no es solo una novela que sigue cronológicamente a la anterior, sino que parece seguir un planteamiento y un desarrollo parecidos. Su protagonista, Nuria, una joven con tendencias hipocondríacas, viaja desde Llodio (Álava) al pueblo donde ha veraneado desde pequeña, ya alejada de ligues y amistades juveniles, entregada a un interminable pique con su madre, Matilde, a quien lleva meses cuidando tras una complicada caída.
En el fondo —en lo profundo—, los corcheros del pueblo emprenden la extracción de la preciada corteza de los alcornoques. Son ellos —los corcheros, la heroicidad cotidiana de quien trabaja— quienes habitan y vivifican el paisaje donde se mueven las protagonistas. El mundo se ve de una forma u de otra y para Txani Rodríguez son importantes los trabajadores, el medio ambiente y la condición femenina (cuya dimensión social y política está tan bien disimulada que parece una proyección de la esfera individual).
Otro tema que persiste —y que la convierte en una voz muy peculiar en el panorama español— es la relación entre distintas generaciones. Nuria y Matilde están mucho más unidas que Irune y Paulina —que solo eran vecinas en Los últimos románticos— pero en todas ellas se aprecia el afecto, la ternura y algunos irresolubles problemas de comunicación que acaban por convertirse en dulces batallas. Más que una predisposición temática, me parece una forma de entender la vida.
Nuria se siente desubicada: reconoce los escenarios de siempre —el bosque, el río donde bañarse, los caminos entre los árboles—, pero no la vida ni las dinámicas de quienes los habitan. Este es el marco argumental de La seca, novela emparentada, además, con Agosto, obra de 2013 donde la escritora vasca narraba la historia de los andaluces y extremeños que en los años cincuenta abandonaron sus lugares de origen para ir a trabajar en las fábricas del País Vasco, a cuyo dramático cierre aludía precisamente en Los últimos románticos.
En los personajes de Txani Rodríguez hay un aguante secretamente heroico.
La seca está por tanto perfectamente ubicada —vieja regla de oro de la literatura— y sin caer en un intento realístico respira a través del entorno, sin él le faltaría aire; de allí la placentera viveza de las vicisitudes y la sensación de asistir a fragmentos de vidas ajenas narrados con la fluidez de una charla entre amigos. Quizás sea una de las razones que han llevado Los últimos románticos a la gran pantalla y que podrían llevar a La seca: su representatividad de ciertos momentos individuales, calados en una dimensión compartida en una sociedad algo crepuscular.
La relación de los personajes de Txani Rodríguez con el contexto ambiental tiene algo de primitivo, animal. Dependen el uno del otro y mantienen una relación simbiótica, de lucha por la supervivencia. La seca, la enfermedad que provoca el decaimiento y la muerte de encinas y alcornoques en el sur de España, podría ser también la enfermedad que padece Nuria, afligida por enquistadas aprensiones que le causan crisis respiratorias e insomnio, impidiéndole relacionarse de forma satisfactoria con los demás.
En este sentido, la novela —escrita durante la desescalada de la pandemia—, parece llevar consigo las huellas de aquel encierre forzado, con el consiguiente corolario de precauciones y mascarillas. No le vendría mal, también sea dicho, algún alcornoque más y alguna controversia menos.
Hace falta valentía para escribir una novela donde la insociabilidad de la protagonista se aprecia de principio a fin, y es un logro conseguir que nos enganchemos buscando la inspiración que resuelve la historia, entre la locura y los fantasmas de quien busca agarrarse al pasado porque no sabe vivir el presente, menos aún imaginar su proprio futuro. Nuria es una anti-heroína en toda regla y La seca parece un globo que se hincha a medida que su soledad aumenta.
¿Cuándo y cómo llegará el estallido que cambie la situación, el ansiado punto de ruptura? Una lucha y una derrota muy duras de describir y hasta de contar: “Eso fue lo primero que notó: un cambio brusco en la intensidad de la luz, y la sensación de que el pasado se había desvanecido, de que sus mejores vivencias habían quedado atrás: la sombra del álamo, el agua fresca en los pies, el arrullo de la corriente, el olor a romero y a tomillo y a jara”.
La seca parece un globo que se hincha a medida que la soledad aumenta.
El monte, el río: hay una pureza que se ha perdido, corrompida por la acción del hombre —como las montañas amenazadas por las plantaciones de eucaliptos en Los últimos románticos—, y, en esta atmósfera enrarecida, los personajes se encaminan hacia una catarsis que toma la forma de destrucción. Siempre hay aguante en los personajes de Txani Rodríguez, un aguante secretamente heroico que les sirve para enfrentarse a los males desde una esquina, seguido por una rebelión incubada que puede estallar con un incendio o la aniquilación de un cultivo a golpes de hacha, por un loco.
Algo parecido a un pequeño apocalipsis, después del cual se asoma la esperanza de un nuevo inicio. Cabe la esperanza de que las amablemente ansiosas protagonistas de Txani Rodríguez sepan seguir la senda trazada por Irune, Nuria y las que ya se vislumbran en el horizonte, mientras de forma casi involuntaria, sin apenas tomar partido, se posicionan sobre conflictos que recorren paisajes en claro riesgo de extinción.
La seca, Txani Rodríguez, Seix Barral, enero de 2024, 272 páginas.
EL AUTOR
ALESSANDRO GIANETTI (Florencia, 1976)
Alessandro Gianetti (Florencia, 1976) es un escritor y traductor que vive en España. Ha traducido al italiano obras de Ricardo Piglia, Pablo d’Ors, Carlos Castán, Txani Rodríguez, Román Piña Valls, Abilio Estévez y Espido Freire, entre otras. Ha publicado el libro La guida di Giuda, una colección de historias sobre los bares de Madrid, Storie di Baci y la novela La ragazza andaluza, traducida al español por la Editorial Sloper en 2022. Coordina proyectos de traducción literaria y colabora con distintas revistas, tanto italianas como españolas.