¿Traductores creadores vs. traductores artesanos?

El lunes 25 de noviembre se celebró la última sesión del ciclo Escribir y sus circunstancias, promovido por ACE, Cedro y la BNE con el reclamo ¿Qué significa traducir literatura?
© REDACCIÓN ACE

Acaba 2024 y con él el ciclo que comenzó en abril y que, a lo largo de cinco sesiones, en la Biblioteca Nacional como lugar de encuentro, ha abordado diversas cuestiones de interés en relación a la literatura y su estado actual. A este respecto se refirió el presidente de la Asociación Colegial de Escritores (ACE), Manuel Rico, en los prolegómenos del acto, al recordar que la participación será clave para retomar estos coloquios en 2025 e invitó a todos los amantes de la literatura a proponer temas a tratar.

El propio Rico sugirió dos: la importancia de los talleres de escritura creativa a la hora de forjar escritores y la cuestión de los premios públicos: financiación, jurados y demás engranajes. Las propuestas se pueden enviar ya mismo al correo de ACE: ace@acescritores.com.

De izq. a dcha: Miguel Cisneros, Itziar Hernández Rodilla, Amaya García Gallego y Marta Sánchez-Nieves

El último coloquio del año incluyó a los traductores como parte ecosistema literario, es decir, agentes con «voz de autor», algo que apreció una de las ponentes, Itziar Hernández Rodilla, cuya posición contrastaba con la de otra de las traductoras, Amaya García Gallego, del lado de quienes consideran esta actividad como un proceso más artesanal que otra cosa. Y esta manera entender la traducción fue el eje que sostuvo un  rico debate, moderado por la también traductora Marta Sánchez-Nieves. Y en de la traducción como profesión: Miguel Cisneros. Empecemos esta crónica por este último.

Sector poco profesionalizado

Si bien Miguel Cisneros (traductor de autores como G. Bernard Shaw o Clare Jerrold y autor de dos novelas, No habrá más sol tras la lluvia y Vidas de mis amigos escritores) se posicionaba en la bancada de la traducción como profesión, él mismo se encargó de ilustrar, con un buen arsenal de datos, la precarización de un sector en el que solo un 28% de los encuestados se dedican en exclusiva a la traducción. Es decir, el 72% de los traductores literarios compagina esta labor con otras muchas (docencia, periodismo, etc.).

Un sector, por cierto, con presencia casi mayoritaria de mujeres, como se pudo comprobar en el propio acto, con una proporción de tres mujeres por un hombre en el estrado. Según los datos de Cisneros, en 2021, el 80,7% de las graduadas en Traducción e Interpretación fueron mujeres. Más datos:

  • La media de ingresos brutos anuales no supera los 5.000 euros.
  • Solo el 20% de las encuestadas facturaba más de 10.000 euros al año con traducciones literarias.
  • La mayor parte de los traductores y traductoras pertenece a asociaciones profesionales.
  • La lengua que más se traduce es el inglés.
  • El 85% de los cómics y novelas gráficas publicadas en España eran traducciones.
  • En 2015, el 35% de la facturación total de la industria editorial procede de libros traducidos.
  • Un 28% de los traductores trabajan sin contrato de cesión de derechos (a pesar de que la ley protege, en teoría, esos derechos).
  • En 2015, un 48% de los traductores no percibieron sus derechos de traducción*.

*Datos extraídos de publicaciones como Libro blanco del cómic en España (2024), Libro blanco de la traducción editorial en España (2010), Libro blanco de los derechos de autor de las traducciones de libros en el ámbito digital (2016), Informe del valor económico de la traducción editorial (2017).

Con esos registros en la mano, Cisneros concluyó su intervención recalcando lo que los propios datos reflejan: que la mayoría de los traductores y traductoras considera que la remuneración es mala, que las tarifas no suben al ritmo que sube el precio de la vida y que no es un trabajo visible. A lo que puso el broche la moderadora, Marta Sánchez-Nieves, con sana ironía: «Traducir es sufrir».

 

La traducción como proceso artesanal

Al margen de la realidad de las tarifas, el debate contó con esas dos miradas, no forzosamente enfrentadas, sobre el hecho de traducir. Amaya García Gallego, traductora (e hija de traductora y corrector), lleva en sus venas el oficio. Ya de niña traducía mentalmente los primeros libros que leía y el hecho de formar parte de una familia de traductores confirma, en su opinión, su cariz artesanal. Empezó traduciendo del francés y los lectores que disfrutan con Albert Camus, Joël Dicker, Gustave Flaubert, David Foenkinos o Jean-Marie Le Clézio, entre otros muchos, lo hacen gracias a su trabajo.

Araceli García, de la BNE, inauguró el acto.

García Gallego asume con dignidad la condición de oficio de la traducción, tanto es así que lo llega a comparar con la encuadernación. Es decir, como parte del proceso necesario para que un libro exista, pero sin entrar tanto en la parte de co-creación literaria que otras traductores (como la presente Itziar Hernández Rodilla) reivindican.

«Nuestro trabajo requiere un respeto absoluto al autor y a su materia prima, su texto. Y la trabajo con una herramienta: mi lengua materna. La lengua de llegada (español) es la herramienta. En todas sus dimensiones», señaló Amaya García Gallego.

Además, recalcó la importancia de dominar los registros desde una dimensión cultural e histórica para no cometer anacronismos lingüísticos y conceptuales (en el uso, por ejemplo, de refranes o ciertas expresiones populares). Así, el traductor, recordó García Gallego, debe tener una cultura amplia, multidisciplinar y actualizada. Porque la lengua a traducir no se recibe solo en registros cultos o académicos, sino que la literatura bebe de todos los ambientes. Por tanto, conocer el lenguaje de los reality shows o de las aplicaciones de contactos es fundamental para no sonar artificial cuando se traducen ese tipo de diálogos.

También valoró el trabajo de los correctores, que llegan una vez el traductor ha hecho su trabajo. «No sería capaz de publicar nada si no hubiera un corrector detrás. Son el primer lector y dan su primera impresión. Y tienen un papel todavía más infravalorado», observó esta traductora.

Y dos matices interesantes: 1) Que leer traducciones es un valor en sí, ya que de una misma obra puedes encontrarte distintas versiones, algo que no pueden hacer los angloparlantes, por ejemplo, que no leen en otras lenguas y que nunca conocerán más que una única versión, la original, de las obras de Virginia Woolf. 2) La ayuda que ofrecen las redes sociales de reseñas de libros (tipo Goodreads) ya que, al hablar de las obras originales, la traductora puede encontrar pistas para documentarse (obras que dialogan entre sí, etc.) y hacer mejor el trabajo, sobre todo la parte de contextualización.

Por último, Amaya García Gallego quiso recalcar que hay un proceso único y exclusivo para cada libro. «Da igual la experiencia, el proceso es distinto en cada libro y en cada traductor. Aunque sea consideren más artesanos, más creadores, cada traductor ofrecerá una traducción diferente».

 

La traducción como creación literaria

El coloquio ¿Qué significa traducir literatura? quedó compacto con la visión de otra de sus protagonistas, Itziar Hernández Rodilla, traductora que pone el acento en la parte creadora de dicha labor. Y hace bien, ya que la ley de Propiedad Intelectual así recoge el trabajo de la traducción literaria, como autores de una obra derivada. Y, por tanto, tienen derecho a que se impida la reproducción o distribución de esa obra traducida, así como a percibir los derechos de autor (si así se pacta previamente con el editor).

Las editoriales empiezan a dar más visibilidad a quienes traducen sus libros.

«Cuando traduzco [editorialmente], soy autora». Con esta declaración de intenciones comenzó su intervención Itziar Hernández Rodilla, que traduce al español desde el inglés, alemán e  italiano. En su opinión, traducir es creación literaria. Tanto es así, recalcó, que hay traductores que se inscriben en talleres de escritura para mejorar su técnica.

«Somos autores de la obra derivada; y esto implica todos los derechos: no pueden publicar esos textos sin nuestro consentimiento», recordó. E insistió en cómo, cada vez, más los lectores y lectoras eligen o se deciden por un libro si lo ha traducido un nombre concreto. Y ahí pudo citar a Miguel Sáenz (Thomas Bernhard, entre otros), Selma Ancira (Tolstói, entre otros), Marian Ochoa de Eribe (Cartarescu, e.o.) o más nombres destacados de la traducción española actual como Rubén Martín Giráldez, Javier Calvo, Inga Pellisa, Miguel Roán (temas balcánicos), Carlos Gumpert (toda la serie en torno a Mussolini publicada en Alfaguara), Rafael Carpintero, traductor editorial de varias obras del nobel turco Orhan Pamuk o Isabel García Adánez (Herta Müller). Sin su trabajo, literalmente, no disfrutaríamos de su literatura.