El poeta, narrador y ensayista Vicente Luis Mora se atreve con un libro creado con una misión: espolear el amor por la lectura. A los jóvenes, pero sobre todo a quienes deben contagiar esa pasión: los docentes.
© ÁLEX CHICO
Antes de cerrar este ensayo, Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970) concluye con estas certeras palabras: «Que no se agoten, porque esos debates implican que todo lo que nos importa sigue vivo». Se refiere a la crisis en la recepción de las obras literarias y a la oportunidad de reinventar su lectura, sobre todo entre niños y adolescentes. Ese es, grosso modo, el tema central de este libro, una espléndida radiografía del estado actual (complejo, inabarcable, conflictivo) que orbita alrededor de los nuevos lectores.
Construir lectores es una carta de amor hacia la literatura, una «lluvia en el desierto», con todas las luces y sombras que conlleva cualquier proceso de enamoramiento. Es una defensa apasionada de la imaginación y de esa existencia múltiple que proporciona la lectura. También es una defensa contra las ofensas de la vida («Leer libros proporciona fundamentos. No leerlos —o leer solamente uno—fundamentalismos»).
Cuando digo que es una carta de amor me refiero a que alberga, con propuestas y reflexiones, caminos que nos conducen a la esperanza. No es un ensayo apocalíptico, sino una puerta abierta hacia rutas que debemos explorar. Por eso buena parte de Construir lectores se dedica a desmontar esos nuevos viejos mitos que, en ocasiones, nos sirven como lugar común para justificar lo que no queremos reflexionar demasiado.
Conocer y asumir el pasado nos previene de seguir empleando frases manidas. Eso es lo que hace el autor: ponernos en aviso de cómo hay ciertos debates que ya han sucedido y que, con peor o mejor fortuna, se han superado. Mora nos habla, por ejemplo, de cómo hay actividades que no son incompatibles con el hábito lector, como el tan temido mundo tecnológico. Se trata de darle la vuelta y aprovechar el presente como estímulo, no como enemigo.
El libro es, escribe, «un gigantesco videojuego en red que millones de personas jugamos desde tiempos inmemoriables». A veces, y aquí hablo como docente, ese planteamiento levanta ampollas entre el mundo educativo. Como todo, depende del punto de vista que adopte el profesor para defenderlo. Y del profesor, estoy convencido, se espera cada día más que sea imaginativo, es decir, que tenga intuición suficiente como para adaptar sus contenidos a una nueva realidad que ya no es la suya, o lo es a lo lejos.
‘Construir lectores’ debería ser de lectura obligada entre docentes.
Por ejemplo, reinterpretando historias imperecederas, como las que se narran en El Lazarillo o La Celestina (aún seguimos presentando esa trama de Fernando de Rojas como una historia de amor, y no como lo que realmente es: la historia de un abuso a una chica por medio de brujerías, es decir, de drogas). De esta forma, adaptándonos, releyendo y reinterpretando estas historias, los alumnos «entenderán que los libros no se oponen a los videojuegos ni a la televisión». No puedo estar más de acuerdo.
Además de intuición o imaginación, hay algo que defiende Mora con lo que vuelvo a coincidir. Para que el mundo de los lectores se perpetúe entre los niños y los adolescentes hacen falta dos cosas: familias con tiempo (para leer juntos, para compartir el gusto por la lectura) y docentes con pasión por su materia. Este último es un tema delicado. Lo digo por experiencia.
Por eso me alegra que Mora lo haya señalado aquí como un punto central. Cada vez es más frecuente encontrarnos con profesores de lengua y literatura que no leen. El problema de esta anomalía no es la alarmante carencia, sino la falta de entusiasmo que genera. Si un profesor no se entusiasma con su asignatura, ¿cómo va a pretender entusiasmar a quien le escuche en clase, si es que le escucha?
Lo resume bien una de las citas del libro, de Emilia Ferreiro: «Si los docentes no leen, son incapaces de trasmitir el placer de la lectura».
Este es el signo de los tiempos, en donde el medio se ha convertido en un fin en sí mismo (la burocracia, las presentaciones digitales, los trabajos por proyectos…). Sumado a lo que Mora llama el síndrome Kanye West, una actitud antiintelectual (muy frecuente) que consiste no solo en reconocer que no se lee, sino que se presume de ello. Es más, a veces se defiende como una «lucha contra la autoridad».
En este punto se pregunta el autor qué se puede hacer para mejorar esa carencia en el aula. Mora nos proporciona reflexiones y proyectos para incentivar la lectura (hay un capítulo en concreto con muchas ideas al respecto). Por eso creo que Construir lectores debería ser de lectura obligada entre docentes. Sin embargo, es en ese oxímoron, el de lectura obligatoria, en donde no termino de ver claro si el autor es partidario o no de incluir en nuestros planes de estudio la obligatoriedad de la lectura. Por un lado, nos dice que la lectura «no debe imponerse, sino estimularse».
Si algo nos recuerda este libro es qué significa el placer de la lectura.
Y tiene razón. Por otro lado, escribe: «hacen falta lecturas escolares obligatorias, como son precisas músicas y artes y películas obligatorias». Y vuelve a tener razón. No me extraña esa disyuntiva. Llevo veinte años dando clase y aún no sé cuál es la respuesta adecuada.
Más allá de eso, agradezco de este ensayo de Mora su esfuerzo por desenmascarar ciertas inercias que están minando el universo lector de niños y adolescentes. El autor señala algunas de estas aberraciones, como proponerles obras poco profundas que se ajusten a su realidad, una literatura infantil más cerca del panfleto de autoayuda y no como una puerta de entrada a otros mundos. Las buenas lecturas ensanchan; las malas, limitan. Eso es lo que demuestra Mora: cuanto más lejos nos lleve un libro, más podremos escarbar en nuestro interior.
Como todo buen ensayo, en Construir lectores no vamos a encontrar verdades absolutas, sino preguntas, propuestas o afirmaciones que se contraponen para seguir avanzando. Porque si algo nos recuerda este libro es qué significa el placer de la lectura. Solo de esa forma lograremos trasmitir algo parecido al entusiasmo. Y a la esperanza.
Construir lectores, Vicente Luis Mora, Vaso Roto. Madrid, 2024, 280 pp.
EL AUTOR
ÁLEX CHICO (Plasencia, 1980) es un escritor español, nacido en Plasencia en el año 1980. Se licenció en Filología Hispánica y obtuvo el DEA en Literatura Española.1 Fue uno de los fundadores de la revista de humanidades Kafka. Actualmente trabaja como profesor de instituto y es miembro del consejo de redacción de Quimera.
Su trilogía de ensayo-ficción (Un final para Benjamin Walter, Los cuerpos partidos y Los nombres impares, todos en Candaya) está considerada como de los proyectos más llamativos del panorama literario español actual.