La escritora vitoriana Patricia de la Puente dignifica la novela negra en Tres barrotes y una luna (Nimbo) en un texto que sin duda habría gustado a una pionera de los derechos de la dignidad de los presos como fue Concepción Arenal.
© JESÚS CAMARERO
Esta tercera novela de Vanesa de la Puente, titulada Tres barrotes y una luna (Nimbo, 2024), se adscribe al género de la novela negra y policiaca, continuando la saga iniciada en Bajo la mirada del Irrio (2022), en la que el escenario de la Ribera Sacra orensana ya acogía las aventuras de la inspectora María Robleda y de su compañero Raúl Sierra. En esta nueva entrega, el punto de partida de la narración sería un thriller cuya historia arranca en los asesinatos perpetrados por la inspectora María Robleda y que le condenarán a prisión.
Un drama social
Pero este incipit, una vez que María Robleda está en la cárcel, es en realidad el arranque de un argumento para construir un drama carcelario con tintes humanistas sobre el mundo penitenciario y la falta de libertad, que ya no es algo obligado o inherente por definición a la novela negra y policiaca, sino que formaría parte de una novela existencial en la que no faltan algunas reflexiones del ámbito filosófico-moral y social, incluyendo algunas definiciones casi de diccionario: «Cárcel, prisión, penitenciaría…
Diferentes palabras para denominar a la institución autorizada por el gobierno donde se encierra o encarcela a personas condenadas por la ley con la pena de privación de libertad».
Así que Tres barrotes y una luna es una novela que sirve también de reflexión sobre el sistema penitenciario actual en nuestra sociedad, sin excluir elementos de análisis social como los siguientes: «La cárcel no es un hervidero de conflictos y bandas confrontadas; cada centro es un mundo, en función de su tipología. […] Las cárceles femeninas se pueblan, en su mayoría, de mujeres pobres dedicadas a actividades de bajo rango y alto riesgo. Es decir, de mujeres en riesgo de exclusión social o, peor aún, excluidas».
Con algunos elementos de análisis psicosocial nada desdeñables: «El aislamiento dentro de la prisión es una doble pérdida de libertad. […] Ni siquiera entendía los objetivos (supuestamente educativo y de protección) del aislamiento, con nefastas consecuencias para la salud mental».
La novela ofrece un lado existencial, identitaria, en su vertiente autobiográfica.
Concluyendo al final de esta parte del relato con una especie de valoración sintética del régimen penitenciario en su última fase, no menos problemática desde el punto de vista sociológico: «Cuando la cárcel se convierte en tu hogar, el exterior significa enfrentarte a la amenaza del reencuentro con una realidad en la que, en la mayoría de los casos, ya no encuentras tu espacio».
En cuanto a la definición de la falta de libertad no es una cuestión sencilla de atacar ni fácil de resolver, sobre todo cuando en este relato se nos presenta un argumento relativamente complejo, sostenido por una protagonista que es una policía que cumple condena en prisión: «Ahora mismo estoy feliz y relajadísima aquí dentro, pero empiezo a no soportar el aburrimiento […], estoy asqueada, sin más».
La definición de la privación de libertad que es inherente a toda estancia en prisión viene expresada aquí por una contradicción conceptual entre el estado de felicidad-relax de la condenada y el aburrimiento-asqueo de la policía, como si se tratara de un gigantesco oxímoron tendido de un extremo a otro de la frase en relación con el mismo personaje de María Robleda.
El registro identitario y existencial
Otra cuestión de alcance de esta novela tiene que ver con la problemática del género literario al que está adscrita. Normalmente, en este tipo de novela thriller-negra-policiaca la imaginación del autor se desplaza a lugares míticos o emblemáticos donde se desarrolla el argumento, siempre tan bien contextualizado en una sociedad problemática, de modo que los autores tienen así la oportunidad de encajar perfectamente sus reflexiones de crítica social y política.
Pero en este caso no ha ocurrido exactamente así, porque la autora, transportada por sus referentes identitarios, no se ha desplazado a un lugar desconocido e imaginario, sino al lugar de sus orígenes, de sus ancestros gallegos y leoneses.
En este punto resulta obligado subrayar la importancia crucial del relato de Sagrario, compañera de celda de María, convertida en el alter ego del narrador para dar cuenta de la historia de sus orígenes. De este modo, Tres barrotes y una luna se convierte también en una novela existencial e identitaria, debido al registro autobiográfico que conlleva la adscripción de la acción a los lugares donde la autora ha vivido su niñez y sus vacaciones (la cárcel de Orense, las minas de León, el río Miño, la Ribera Sacra, Asturias), al modo de un homenaje pero también de un gesto muy significativo de la voluntad creadora de la autora para residenciar en su texto esa misma adscripción identitaria.
Dentro de este mismo registro no conviene olvidar además la importancia que adquiere en esta obra la presencia de mujeres protagonistas y la historia del divorcio del inspector Sierra, al modo de un homenaje feminista («ellas eran el futuro»), pero también para operar una traslación actancial por la cual el protagonismo del relato, desde el nivel principal hasta el más secundario o anecdótico, corresponde siempre a una mujer de la edad que sea, y desde el principio hasta el final.
La novela policiaca rural
Curiosamente, esta adscripción anterior funciona a la vez como determinante del género policiaco rural, ya que la acción novelesca se lleva a cabo en lugares de la España del noroeste, alejados de los grandes centros urbanos que suelen acoger los relatos policiacos, y definibles por tanto como periféricos y rurales. Esta ruralidad de la novela policiaca tiene su precedente histórico-literario en las novelas de Francisco García Pavón (Premio Nadal 1969), cuyos protagonistas eran el jefe de la policía municipal de Tomelloso, Manuel González, alias Plinio, y su amigo el veterinario don Lotario.
La novela sirve también de reflexión sobre el sistema penitenciario actual.
El género, lejos de difuminarse en el proceso de evolución literaria que se inició allá por el año 1968, se ha consolidado en una cierta trayectoria, pues precisamente en 2024 el Premio Nadal ha sido otorgado a otra espléndida novela policiaca rural, Bajo tierra seca, de César Pérez Gellida.
Siguiendo con este registro, Tres barrotes y una luna contiene también alguna peculiaridad relacionada con procedimientos analizables desde la narratología que pueden ser de alto interés para valorar la aportación de la autora al género narrativo policiaco.
En un gesto de audacia narrativa muy poco habitual en narrativa en general y en novela policiaca en particular, el narrador da un golpe de timón espectacular cuando de repente María Robleda aparece muerta (por suicidio) en su celda, dejando de ser la protagonista para convertirse paradójicamente en objeto de una investigación, en este caso protagonizada por el inspector Raúl Sierra, que por ende pasa a convertirse en el nuevo héroe de la novela.
Este sorprendente y original giro de la trama, que sin duda podría ser considerado un hito singular de este relato, se lleva a cabo de una forma rápida y eficaz, sin que el lector se vea afectado en ningún momento en su lectura, y contribuye no poco en el proceso que le guía en relación con el horizonte de expectativas, procedimiento clave sobre todo en la novela policiaca.
Además, por si no fuera poco, la fallecida había previsto que la subinspectora Silvia Quintela, experta en ADN, trabajara con el inspector Sierra tras haberla propuesto en el cargo.
Pero es a partir de este momento cuando Tres barrotes y una luna, como novela policiaca, se convierte en un torrente implacable de acontecimientos sorprendentes caracterizados por una singular coincidencia, a saber: el degollamiento sucesivo de tres personajes que efectivamente se hallan relacionados entre sí, otra audacia narrativa de la autora, pues se trata de una maniobra que se separa un tanto de los códigos narrativos del género policiaco.
Solo al final, en unas breves páginas, el narrador desvelará como es lógico el misterio propuesto en la trama, al mismo tiempo que reaparecerá el entorno de la adscripción identitaria de la autora, culminando el relato al modo de una novela romántica y feminista.
Tres barrotes y una luna, Vanesa de la Puente, Nimbo, Vitoria-Gasteiz, 2024, 326 pp.
EL AUTOR
JESÚS CAMARERO (Guipúzcoa, 1958) es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, y profesor de Filología Francesa en la Universidad del País Vasco. Ha sido docente de Crítica literaria, Literatura comparada y Literatura francesa.
Ha escrito obras de distintos géneros como narrativa, ensayo, poesía, crítica literaria y guion cinematográfico entre las que destacan ensayos como El escritor total (1996), Metaliteratura (2004) o Cosmópolis o ética de la ciudad utópica (2006).