Sergio Mayor o la escritura total

Sergio Mayor entrega una obra, según el autor de la reseña, que busca la «escritura total». Una casa en Salinetas (Karima) como una novela apabullante, en el mejor de los sentidos, que val del diario poético al registro colectivo de todo un universo.
© CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS

Estaba leyendo el Decamerón cuando cayó en mis manos Una casa en Salinetas, de Sergio Mayor. Y así, con los dos libros empezados, con los dos libros abiertos, me dio por pensar en el uno de ellos como literatura de la carne, y en el otro, como literatura del espíritu. Boccaccio, enfangado en la carne, conoce las debilidades de la carne y las perdona, mima a sus personajes con una ternura y una distancia que lo acercan en lo humano. Sergio Mayor, empeñado en la ascesis del espíritu, no perdona nada, ni se lo perdona a sí mismo, y nos da una altura de la escritura que habría que irse a alguna zona en la obra de Gamoneda para hallar algo comparable últimamente entre nosotros. Y eso que Una casa en Salinetas no es un libro de poemas. O, más bien, es un libro de pura y plena poesía en prosa, una fusión de ambos, como escribir la única novela posible hoy día. Como cuando prosa y poesía comprendieron que podían ser lo mismo, y empezó la escritura romántica con Novalis, con Schlegel, la literatura del espíritu.

Una casa en SalinetasUna lectura más convencional del libro podría definirlo como diario poético, aunque eso se queda corto porque un diario suele ser el cuaderno de bitácora que lleva una persona, y esto responde más bien a un registro colectivo, una saga épica de toda una generación que se mojó los pies en la playa canaria y ardió como la luz del sol, oculto, quién sabe si para siempre, en los horizontes de la Atlántida.

Una casa en Salinetas apabulla desde las primeras líneas.

Toda la memoria de la especie rezuma en las páginas del libro, hay citas en cada epígrafe que anclan el devenir de la prosa a roquedos de suficiencia semiótica, como esas rocas que tienen formas humanas, animales, y por las que se guían los marineros, los nadadores y los ahogados. El recorrido es lineal y transversal, desde antes del Génesis a la música de Lou Reed, son los episodios de lectura del mundo en los signos escritos, cantados, dibujados, pintados, filmados por la especie. Y, sin embargo, es un libro relativamente corto. Un libro que se funde en la lectura entre las manos. Irrepetible.

La distancia a la que me refería antes, que permite a Boccaccio tratar con ternura a sus criaturas, abolida, sirve en muchos casos para localizar el punto de enunciación en lo más íntimo del discurso. Hay literatura de la carne muy cruel con sus criaturas, caso de Shakespeare o Galdós, y hay literatura del espíritu bondadosa en grado sumo, como Cervantes. Boccaccio alcanza una suerte de cima enunciativa en el inicio del Decamerón, cuando la prosa le sirve para plasmar un mundo apocalíptico. Luego se repantinga en el asiento y deja que sus seres sean, se maravilla del hecho de ver cómo son, padre amantísimo que cree en ellos y en el mundo que los contiene y explica.

La cima enunciativa de la poesía suele ser el canto. Pero el problema del canto es la creencia, el cantar con fe en el canto, aunque no se la tenga a lo cantado ni al cantar. Escribir poesía desde ahí es complicado porque ya casi no tenemos creencia, necesidad de decir, y surgen enunciaciones vacuas. El ejercicio literario perdura, incluso da de sí grandes libros, reconocidos y exitosos, pero suena a hueco a veces ese canto.

Una obra que conmueve por su belleza y sabiduría.
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Sergio Mayor.

Una casa en Salinetas apabulla desde las primeras líneas, el canto nos lleva y nos trae, y uno siente la lectura como un zarandeo, asiste al rosario de nombres, temas, personajes, ecos y reflexiones impregnado de esa furia en el anhelo, vivo empeño de rescate en la mención. Sin embargo, desde el principio también el autor declara su escepticismo. Él también ha adoptado su distancia, pues sabemos que no escribe desde Salinetas. Sabemos que ha corrido mundo y no ha podido apartar de su cabeza el recuerdo de aquella playa en la que empezó la vida para él y en la que acaba el mundo para nosotros.

Es la luz de la nostalgia, sí, pero no un canto vacío al paso del tiempo. Nos sentimos todos implicados en esa pérdida, humana y cósmica, y a veces uno se pregunta si la lírica para la Atlántida que cantaba Juan Ramón ha quedado destilada con especial vigencia en los poetas insulares, los que tienen una visión del mundo como archipiélago, como horizonte calcinado por el sol, una especie de vanguardia en la desolación del planeta. Pienso en los poetas canarios de la revista Paraíso, Alejandro Krawietz, Rafel José Díaz, Francisco León, en Vicente Valero desde Ibiza. Quizá en poesía el centro está allí, y desde la supuesta centralidad de la Península solo habitemos un escueto margen.

Por la generación del autor, vienen también a la cabeza libros muy dispares, que nada tienen que ver con él ni entre ellos, salvo la voluntad de rescate de lo personal en lo colectivo. Pienso en H, de Eugenio Castro, y en Ordesa, de Manuel Vilas. Quizá por ahí apunten los nuevos usos de los géneros entre nosotros, quizá la novela, la poesía estén abriendo nuevas sendas en las que no ejercen directamente como tal, sino como escritura memorial que nos acerca a las sagas y al canto más que los ejemplos climatéricos publicados con el marbete de novela o de poesía.

Toda la memoria de la especie rezuma en las páginas del libro.

Pero esa voluntad común de cantar lo vivido en lo perdido y recoger apenas unas vislumbres de los soles idos culmina en las páginas finales en lo que, a mi entender, constituye la falla de estos libros, magníficos en lo demás: a todos les sobran esos poemas finales a modo de colofón. En el caso de Una casa en Salinetas, el contraste es todavía más marcado porque la poesía ha fluido sin tasa desde el mismo comienzo, ha conmovido al lector con la contundencia, la belleza y la sabiduría en combinación feliz de contenido y forma, un puntillismo sabiamente plasmado, la pincelada de contigüidad y metonimia que crea el maravilloso efecto óptico de mostrarnos nuestra realidad. Ni más ni menos. Escritura total Una casa en Salinetas.

Quizá en poesía el centro esté en las islas.
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S. M.

Cito un párrafo dedicado al padre, aunque el verdadero padre, genealógico y geológico, es Lothar, un personaje de una estatura ingente, todo un hallazgo. Y eso que el mar, con la voz de Sergio Mayor, diría, todo un naufragio.

Cuando padre murió, pensé en Salinetas, que tanto había amado. Si no lo quise debidamente, quise muchísimo con él. En la terraza, callados en la noche, nos dábamos la paz. Llovía mucho la tarde que murió. El nervio de un hueso de Kenia recorre las generaciones. Vivimos para siempre, morimos continuamente, llenos de tubos y cables como tú, la última vez, padre nuestro que estás muerto, junto al electrocardiógrafo, hijo de Juan y de Reyes, muerto, reemplazado, como la playa.

 

Una casa en Salinetas, Sergio Mayor, Karima, 2022, 134 pp.

 


EL AUTOR

CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS (Madrid, 1966) es un escritor y traductor español. Licenciado en Filología Inglesa y Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, es Doctor en Literatura Española y Teoría de la Literatura por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)