© JUAN ÁNGEL JURISTO
La trayectoria narrativa del escritor costarricense- portorriqueño Carlos Fonseca ( San José, Costa Rica, 1987) no es muy extensa pero posee el carácter de lo rutilante: en la revista Granta su nombre apareció en la lista de los 25 mejores escritores de habla hispana; en el Hay Festival se le cita como uno de los componentes más señeros de grupo Bogotá 39 y en la Enciclopedia Británica llega a decirse que su nombre se cuenta hoy día entre los veinte autores jóvenes más prometedores de la literatura a escala mundial. Por otro lado Ricardo Piglia le consideró su alumno más brillante de los de Princeton.
Lo cierto, dejando a un lado los maximalismos típicos en que incurre nuestro lenguaje actual, contaminado de publicidad y sed de espectáculo, es que las dos novelas que Carlos Fonseca ha publicado, Coronel Lágrimas, su opera prima, y Museo animal han conocido fama y elogios. No es para menos pues el autor, dotado de cierto estilo fascinante, se plantea en sus novelas indagar en esa zona donde el lenguaje y el silencio comienzan a parecerse en lo que significan. Así, en Coronel Lágrimas, se asiste a la labor de un ermitaño que en los Pirineos se dedica a escribir la Historia Universal desde la intimidad, lo que llamaríamos la intrahistoria. A tal fin quiere reducir la Historia a una sucesión de citas y para ello se vale de un día cualquiera en su vida desde la que dilucida la historia del siglo XX: la Revolución Rusa, la Revolución Mexicana,la guerra civil española… con lo que Carlos Fonseca logra en realidad esbozar una épica del hombre común, condenado a la manipulación de la información.
El autor, dotado de cierto estilo fascinante, se plantea en sus novelas indagar en esa zona donde el lenguaje y el silencio comienzan a parecerse en lo que significan.
En Museo animal, Fonseca se revuelve con la rara intensidad de cierta literatura posmoderna norteamericana: hay una relación entre un museólogo y una diseñadora de moda y, por otro, el juicio a una antigua modelo dada por desaparecida y, luego, de regreso en una isla caribeña donde se ocupa de repartir informaciones falsas en los medios de comunicación. Y todo ello con el subcomandante Marcos como telón de fondo con una resolución que no podía ser otra que la descripción de un maremagnum de simulaciones en clave de farsa.
«De cara a esa serranía en la que los estratos comenzaban a confundirse, Julio rememoró aquellas páginas y la larga cadena de herencias que allí se trazaba: Karl Heinz von Mühfeld, heredero de la locura de Elisabeth Förster- Nietszche; Juvenal Suárez, heredero de las ideas fijas de Von Mühfeld; Yiyzhak Abravanel, heredero de la soledad de Juvenal Suárez, y Aliza Abravanel, heredera de las pasiones de su padre. De cara al desierto, parado fumando un cigarrillo junto a las dos piedras conmemorativas que servían de lápida, el último eslabón en aquella historia se volvía evidente: por último venía él, Julio Gamboa, heredero de ese idioma privado en el que Alicia suspiró su último deseo” La cita está tomada de su última novela, Austral, publicada recientemente, una novela en la que Carlos Fonseca se muestra maestro de sus recursos, que son muchos, y que en cierto modo da cuenta somera de la estructura de la narración, donde se indaga en los límites del lenguaje y, por lo tanto, de la realidad en tanto en cuanto nos atengamos al dicho de Wittgenstein, personaje que en cierto modo permanece casi oculto en la narración pero determinante a la hora de delimitar las relaciones entre lenguaje y silencio. Vale decir, una indagación sobre las huellas que dejamos y que están determinadas a su desaparición, cuando no a su tergiversación.
A la búsqueda le corresponde su pérdida y en esta novela se plantean tres búsquedas y tres pérdidas: la escritora inglesa que , en una fase de afasia aún no aguda, terminar una especie de biografía de su familia; Juvenal Suárez, por su parte, se enfrenta, último mohicano, a la desaparición de su tribu y, por tanto, de su cultura e idioma, mientras un antropólogo quiere protegerlo, que resulta ser el padre de la escritora inglesa; finalmente Julio Gamboa, un profesor, es nombrado albacea literario de la obra de su amiga, la escritora inglesa, y donde descubre un Diccionario de la pérdida, otro manuscrito de ella, que dará lugar a una serie de reflexiones y que finalmente, Julio, que ha venido de una universidad norteamericana, regrese a sus orígenes con unos nuevos modos de resistencia frente a la explotación perenne, la del caucho, la del petróleo, la del litio y la del turismo depredador.
Carlos Fonseca. Austral. Anagrama. Barcelona, 2022. 233 pgs.
EL AUTOR
JUAN ÁNGEL JURISTO. Escritor, crítico y periodista. Nació en Madrid en 1951. Estudia filología española en la Universidad Complutense. Ha colaborado, entre otros medios, en El País, dirigido la revista literaria El Urogallo y la sección de cultura en El Independiente y El Sol. Ha ejercido de crítico en La Esfera, del diario El Mundo. Más tarde se incorporó a La Razón y actualmente colabora en ABCD las Artes y las Letras. Ha colaborado en las más importantes revistas literarias y culturales españolas. Es autor de los ensayos Para que duela menos (1995) y Ni mirto ni laurel (1998). Es autor de tres novelas: Detrás del sol (2006), El hilo de las marionetas (2008) y Vida fingida (2012).