Con traducción de Alfonso Martínez Galilea, una pequeña editorial riojana (Fulgencio Pimentel), radicada en Logroño, ha publicado un «divertido libro de viajes» que se mueve en un territorio poco frecuentado por la literatura: se trata de El libro de las aguas, de Limónov. En el presente artículo se disecciona el libro.
© LUIS MARTÍNEZ DE MINGO
Confiesa uno de sus traductores –magníficos- el logroñés Alfonso Martínez Galilea que se le termina cogiendo cariño; yo lo sigo intentando. Hasta ahora sólo han caído en mis manos buenas reseñas de El libro de las aguas, espero que esta resulte crítica o al menos matizada.
Vaya por delante que en Limónov escasea la imaginación, que no se le da bien la ficción ni la construcción de caracteres –el único es el suyo, egolatría se llama- y que lo que al final cuenta es pura y dura autobiografía. Como correlato, valga decir que sus afirmaciones en entrevistas y artículos son inseparables de sus otros textos y, por tanto, imprescindibles para tratar ese “fenómeno” del que se escribe en la contracubierta que es “fanfarrón, amoral, megalómano, egocéntrico y falocrático” (Fréderic Beigbeder). Si además añadimos que es el apóstol del nazional-bolchevismo –dos barbaridades en una-, ya supondremos que el caso se las trae. Vamos a ello.
Empecemos por discrepar, pues Limónov ha afirmado que es mejor escritor que E. Carrère, que no se reconoce en la novela homónima que escribió el francés y que le debe más Carrère a él que viceversa. Discrepo cordialmente, señor Limónov: no se estaría hablando hoy de usted en Europa si no hubiese escrito Carrère esa novela. Además el francés, al menos en la aludida novela y en El adversario, muestra todas las tablas del narrador, crea suspense, los personajes tienen capas y se desdoblan, mientras que usted huye hacia delante y siempre se queda en la superficie, en este caso del agua sobre una tabla de surf.
El texto que nos ocupa, y me temo que todo lo que ha escrito “el que anduvo sobre las aguas”, es un divertido libro de viajes, compuesto de semblanzas llenas de vida, anécdotas y descripciones de múltiples rincones del mundo, salpicado, eso sí, de peripecias sexuales como corresponde a un falócrata y en muchas ocasiones menorero, para más inri: A la caza de una puta joven se titula una de sus novelas y otra de sus ocurrencias fue organizar un concurso de misses cuyo máximo premio era acostarse con él.
A lo que no le gana nadie a ese ruso, ya de 76 años, es a vitalidad. ¿Dónde no ha estado? ¿Qué no se ha bebido y metido? ¿Con quién no se ha acostado? Fundó un Partido anti-Putin que llegó a tener más de 70.000 seguidores cuyo emblema, el de los nazbols, juega con los símbolos de la hoz y el martillo sobre la cruz gamada. Quizá llevado por el lema de su vida, “De guerras y mujeres”, título de un espléndido epílogo de Tania Mikhelson, que acompaña al libro, no duda en enrolarse en la guerra de los Balcanes. Lo hace al lado de Radovan Karadzic, junto a los serbo-bosnios y en contra de los croatas. Hoy resulta que muchos de ellos están en la cárcel por genocidas –Srebrenica- menos él y aún tiene el descaro de decir que ni los croatas ni los chechenios se merecen tener una nación porque son muy pocos. ¿Y Andorra? ¿Y San Marino? Quizá declaraciones de ese jaez, u otras por ejemplo sobre el feminismo: “Las mujeres ya no quieren ser sumisas ni tener hijos, lo cual le quita mucho encanto al erotismo” son las que llevan a periodistas como Sabina Urraca –está en la red- a reconocer que “sentí varias veces deseos de estrangularlo durante la entrevista”. Tiene dos hijos -11 y 13 años- y declara que como ya se comportan como mayores no le interesan, que lleva más de un año sin verlos. La pregunta es: ¿Tiene este señor alguna capacidad para ponerse en el lugar del otro o su egolatría le impide entender algo del Juan de Mairena de Machado? : “Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario”.
Este libro de viajes, estimulante y alejado de toda cursilería, emanación pura del personaje, lo empezó a escribir en la cárcel de Putin. Es hoy más necesario que nunca porque Europa -nuestra cultura- como dice el mismo Limónov, “la palmó hace mucho, está agotada”, por eso hacen falta “fenómenos con vocación de malditos” como este espécimen que lo tiene muy claro: “Mientras seas malo no te has convertido en un animalito doméstico”. No sé si se referirá a las mascotas, que son capítulo aparte, aunque estas no aspiran al híbrido de “gay y punky a la vez como la mejor manera de ser un nazi-bolchevique”. Demasié, por eso él mismo reconoce que “En Europa me tienen por una atracción de feria, pero soy un profeta”. No sé si payaso o profeta, provocador siempre, aunque a veces con delirios como este de la página 70: “Tendría que metérseles entre las bragas un chechenio y así se enterarían de lo que vale un peine”, dice refiriéndose a las delicadas muchachas de la Rue de Petit-Musc (París), que coquetean en vano.
Pasen, pasen y vean. No quedarán indiferentes y, si no, les devuelvo el dinero, como “El Corte Inglés”.
EL AUTOR
LUIS MARTÍNEZ DE MINGO es riojano (1948). Empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014 y La reina de los sables, Madrid, 2015.