Plinio en el centenario de su creador, Francisco García Pavón

En septiembre de 2019 se cumplirán 100 años del nacimiento de Francisco García Pavón, uno de los primeros novelistas policiacos de la literatura española. Situó su particular universo en Tomelloso, su ciudad natal, y creó dos personajes inolvidables: el jefe de la policía local, conocido como Plinio, y su ayudante, Don Lotario. Su hija Sonia García Soubriet le rinde homenaje en este artículo, que encantará a sus aún numerosos lectores y servirá de introducción para los nuevos.
© SONIA GARCÍA SOUBRET

Mi padre confesó en muchas ocasiones que nunca había sido lector de novelas policíacas aunque, naturalmente, por su profesión de profesor de literatura, conocía la obra de  los grandes autores del género. No recuerdo  bien ahora, después de tantos años, si alguna vez, en alguna conversación  me habló de los orígenes de Plinio, de cómo surgió aquel personaje de sus novelas. Lo que sí sé es que su nombre lo eligió  al azar, al igual que el de don Lotario. Me refiero con ello a que no había  nada que ligase ese nombre a su persona, quizá ese detalle fuese el único,  porque todo lo que hay en Plinio, lo que es Plinio, está estrechamente ligado a  su autor, hunde sus raíces en su historia personal y atraviesa toda su vida. Plinio aparece por primera vez en los años 50, en un cuento inspirado en hechos reales que ocurrieron en Tomelloso, y que le contó a mi padre Francisco Carretero, pintor de vocación y cinco veces alcalde de Tomelloso.  El cuento se titulaba  “De cómo “El Quaque” mató al hermano Folión  y del curioso ardid que tuvo el guardia Plinio para atraparle”.  De esta historia, lo que más le llamó la atención no fue el crimen propiamente dicho sino el ardid pueblerino que usó el guardia para que el asesino confesase. Mi padre escribió este cuento breve e intenso, en el que Plinio, todavía sin don Lotario, sería el astuto policía que resolvería el caso, y lo que es más importante, sin saber quizá  que ese personaje en el que nunca había pensado, ya existía  en su imaginario más profundo.  Así aparecerá Plinio en su primera descripción: “Plinio ya había saltado los sesenta años y tenía fama de ser el hombre más pacienzudo y callado de Tomelloso. Oía siempre con el cigarro pegado a la boca y cara de escéptico. Llevaba casi cuarenta años arrastrando el sable, como él decía y sabía más del pueblo que nadie.. Dotado de gran talento natural, sabía mucho del corazón humano, aunque “en pardo”. Sin decir nada, con el sólo instrumento de sus ojos socarrones desarmaba a los rateros, placeras de malas artes, prostitutas rústicas, robamulas y demás sujetos de su habitual clientela”.

Francisco García Pavón

Mi padre, durante su infancia, había escuchado casos parecidos, no de crímenes como el del Quaque, pero sí de pequeños robos y reyertas, en boca de Pedro Eugenio Cepeda, guardia civil jubilado que había alquilado los bajos de la casa familiar. Cepeda era alto, tenía el gesto cerrado y los ojos pequeños. Siempre llevaba boina y blusa verde oscura bastante larga. Tenía un estanco y en las tardes de verano se sentaba sobre un cajón en la puerta de su negocio, con los bolsillos de la blusa cargados de mercancía para poder despachar sin necesidad de levantarse. Casi todo el tiempo, de pie, le hacían tertulia amigos y vecinos. En la puerta de al lado, muchas anochecidas, mi padre que salía con su madre a tomar el freso formaba también parte de auditorio. El tema preferido de Pedro Eugenio era relatar  los casos que tuvo que resolver, allá por los años veinte. Delitos todos de poca monta, como el robo de una yegua o la matanza de los patos de la fuente del parque…Pero contados con tanto detalle y suspensión que encandilaba al auditorio. Al tiempo que narraba aquellas historias, Pedro Eugenio a veces quedaba callado, con los ojos entornados y las manos extendidas, sin decir palabra, oyendo el respirar anhelante de sus oyentes que ni chupar podían los cigarros. Otras se levantaba, y haciendo mimos de persecución, avanzaba unos pasos pegado al zócalo, volviendo la cabeza con el puño cerrado a la altura de los ojos como si llevara el revólver. Y muchas simulaba el cuerpo a cuerpo con el malhechor, hasta que le ponía las esposas y le daba un rodillazo en el culo, camino del Ayuntamiento. El niño que era entonces mi padre tuvo el privilegio de que le contase a él solo, el famoso robo de un queso de un comercio conocido … (Llegué ceñido a la pared. No me advirtieron con su escándalo. Desenvainé el sable y ¡alto! – grité- Qué nadie coja un cacho. Volvieron las cabezas asustados. Y yo con el sable pinché el queso y lo saqué por encima de sus cabezas…) La forma de relatar de Pedro Eugenio, la descripción de tipos y hechos, la intriga y suspensión de estos pequeños casos fue la que inspiró a mi padre a la hora de escribir este cuento del Quaque.  Sin embargo fue otro tipo el que influyó definitivamente en la creación del personaje de Plinio por su carisma y personalidad. Este fue Jareño, Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso que mi padre conoció, ya en su juventud. El hermano de Jareño, al que llamaban Cerrita, tenía una taberna, La Euticia. Una tabernita pequeña pero hermosa con anaqueles de caoba llenos de botellas antiguas, un mostrador de cinc y madera tallada. Lo mejor de aquella taberna era el vermut que preparaba Cerrita. Allí muchos días de verano mi padre y sus amigos iban a tomar un vermut y allí estaba Jareño casi siempre solo, con el cigarro en la mano o pausadamente chupado sin intercambiar apenas una palabra con los clientes. Mi   padre recordaba al Jefe de la Guardia Municipal,  como un hombre, pensador, y sutilmente sonriente cuando oía una tontería. Se limitaba a mirar entre párpados a unos y a otros, con aquel gesto un punto serio y dos puntos filosóficos. De vez en cuando se manoteaba la ceniza del cigarro que le caía en la guerrera, o se echaba un trago con aire del que piensa en algo muy profundo. Recuerda mi padre que fue él, la mañana del 17 de julio del 36, el que les dijo a él y a sus amigos que fuesen preparándose para coger el “chopo” porque los militares se habían levantado en África contra la Segunda República.

Plinio apenas cambió, porque,  tal y como se ha visto, nació ya hecho, de una pieza, partiendo de vivencias profundas  y de tipos conocidos, observados, que habían quedaron grabados con fuerza en la imaginación de su autor.

El cuento del Quaque  ganó un accésit en la revista Ateneo pero  sobre todo lo que llamó la atención fue el personaje de Plinio. Su autor tomó conciencia no sólo de la originalidad del tipo de policía, inexistente en la narrativa española,  sino también de la singularidad de situarlo en un lugar tan poco común como Tomelloso, pueblo ajeno a todo tipo de intrigas detectivescas. Decidió escribir, siguiendo el esquema de la novelística policíaca clásica,  tres novelas cortas con Plinio como protagonista pero ya ayudado por un veterinario amigo, don Lotario, llamado así sin saber bien por qué motivo. Estas fueron El carnaval, Los carros vacíos y El charco de sangre. Al igual que El Quaque, Los carros vacíos se basaba en una serie de crímenes ocurridos entre Tomelloso y Manzanares hacía mediados del siglo XIX cuando la construcción del ferrocarril de Madrid a Andalucía. Los personajes que en ella aparecen y los contornos   formaban parte del mundo infantil de su autor. Los casos de las otras dos fueron inventados.  De estas novelitas sólo se publicó Los carros vacíos con escaso éxito y el escritor desanimado por la falta de oportunidades de publicar las otras dos, se olvidó de ellas y siguió la línea más intimista y autobiográfica que había empezado con  Cuentos de mamá, hasta que en el verano de 1967  volvió a acordarse de Plinio durante un viaje en tren de Madrid a Castellón. En esas horas que serían decisivas y cambiarían el rumbo de su carrera literaria, mi padre decidió hacer una nueva novela policíaca, más larga, más actual, que reflejase el momento presente de la España de entonces. Añadiría historias secundarias, tipos, ambientes, descripciones, humor y lenguaje, es decir daría a conocer el alma profunda de la Mancha, tierra siempre olvidada y siempre de paso a lo largo de la historia y la literatura, y haría de ella la gran protagonista de sus novelas. Y así nació El reinado de Witiza, innovadora, tal y como la calificaron las críticas de la época,  por darle calidad literaria y dignidad a un género desprestigiado como era el políciaco, por su carácter totalmente autóctono cuando, hasta entonces, todo había sido mimetismo, y por su policía, antítesis  del detective clásico, misterioso y autosuficiente,  con menos técnica pero con otros valores. Un tipo totalmente español, normal, que encajaba perfectamente en el mundo rural del pueblo. Su humanidad, filosofía de la vida, su humor, hacían de él alguien cercano y atractivo. Con El reinado de Witiza empezaría la saga de Plinio que duraría hasta los ochenta y acabaría con unos fragmentos de novela que nunca se terminó y se iba a titular El asesino sin memoria. En todos esos años, Plinio apenas cambió, porque,  tal y como se ha visto, nació ya hecho, de una pieza, partiendo de vivencias profundas  y de tipos conocidos, observados, que habían quedaron grabados con fuerza en la imaginación de su autor. Pero sí se fue enriqueciendo con los años. Mi padre volcó en él parte de sus pensamientos, su forma de ver la vida,  su experiencia y Plinio se fue impregnando de la personalidad de su autor y nos fue descubriendo  todo su mundo.

No recuerdo  bien ahora, después de tantos años, si alguna vez, en alguna conversación  me habló de los orígenes de Plinio, de cómo surgió aquel personaje de sus novelas. Lo que sí sé es que su nombre lo eligió  al azar, al igual que el de don Lotario.

Sin embargo todavía hay alguien más en la personalidad del policía. Si Jareño con su presencia y carisma disparó la imaginación del joven que era entonces mi padre, su abuelo y héroe de su infancia, Luis García Giner, fue el que le dio al personaje profundidad, riqueza humana,  credibilidad y cercanía. Luis García Giner era un hombre de imaginación y sentido común, inventor y liberal. Mi padre lo recordaba como alguien “poco amigo de halagos y canelas al que le  gustaba contar cosas pasadas con muchas lentitudes y maneos. Luis G.G. fumaba con boquilla de vidrio color ámbar. Escuchaba callado y con las gafas clavadas en el suelo…Pero cuando estaba convencido, su razón era tajante, sus palabras fuertísimas, y su ademán entero”. Luis García Giner tenía un íntimo amigo, Lillo, se conocían desde niños y eran inseparables. La manera de ser de su abuelo de tan buen natural y a la vez siempre regido por la imaginación están en Plinio,  así como la fidelidad y admiración que le mostró siempre Lillo y que impresionaron mucho a mi padre; por lo que Plinio y don  Lotario son una recreación completa de los dos  viejos héroes de sus fábulas infantiles y la amistad que les unió es la de Plinio y don Lotario.  En el cuento “El robo de los 11 jamones” de Los liberales, como un pequeño homenaje, aparecen los cuatro resolviendo el caso. Luis García Giner llegó a tener una fábrica de muebles “El infierno”, muy conocida en Tomelloso. Su manera de bautizarla fue muy significativa de su manera de ser. Cansado de mover las máquinas de pie, la aserradora y el torno, se trajo de Valencia una pequeña locomotora de industria y la gentes, cuando pasaban por la portada de la fábrica, al oír el pistoneo, ver los vapores y los humos, se decían: “ ¡Eso es un infierno!

– Pues coño, ¡El infierno se va a llamar! , decidió él.

Y desde entonces durante medio siglo se leyó sobre la portada: “El Infierno. Fábrica de muebles y de carpintería mecánica de Luis García Giner”.


 

LA AUTORA

SONIA GARCÍA SOUBRET  nació en Tomelloso (Ciudad Real) en 1957. Estudió en el Liceo Francés de Madrid y en la Universidad Complutense donde se licenció en Filología Francesa. Ejerce la docencia en Madrid donde vive y desarrolla su labor literaria. En 1986 quedó finalista del Premio de narraciones Breves Antonio Machado con su cuento “Los últimos días del verano” y  a partir de esa fecha escribe sus primeros libros La otra Sonia y Bruna de carácter autobiográfico. Sus  estancias en el extranjero inspirararán más tarde parte de su obra literaria en la novelas de Al Bustán y La desesperación del león y otros cuentos de la India, finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos. Paralela a su obra de ficción realiza desde hace años una labor de investigación sobre la obra de su padre el escritor Francisco García Pavón y el escritor tangerino Ángel Vázquez.