Balance literario de 2025: sutileza, velocidad de crucero y algunas turbulencias

Como cada final de año, toca volver la vista atrás y hacer balance de las lecturas que lo han ido marcando. Sin listas ni cuadernos, recurriendo a la memoria —ese archivo imperfecto pero honesto—, repaso libros que dejaron poso, polémicas que agitaron un poco las aguas por lo demás calmadas y felices sorpresas que endulzaron la travesía lectora.
© EDUARDO LAPORTE

Acaba otro año en que tampoco cumplí con ese propósito de primero de enero de apuntar las lecturas. Así que acaba uno tirando de memoria, método poco profesional para hacer un análisis más o menos fiable de lo leído, pero quizá el más objetivo y riguroso: porque lo que retiene la memoria seguramente sea lo que más merezca la pena. Lo dijo Proust a propósito de su método literario: menos mal que no tiraba del Moleskine el tío…

Empezó el año un poco como acabó, con la lectura de biografías más o menos literarias. Porque ya dijimos que está la biografía «al uso», con su profusión de datos, más parecida al sumario de instrucción que a la literatura, pero bueno, tienen su punto también para los lectores omnívoros. Si el año pasado destacaron los trabajos de Xavier Pla sobre Josep Pla o el de J. Benito Fernández sobre Juan Benet, este año también ofreció otro rico volumen este último biógrafo: Las claves de lo oscuro, dedicada al poeta Ángel Guinda. Íñigo Linaje la reseñó para República de las Letras.

Siguiendo la estela de las grandes biografías canónicas, hay que citar Íntima Atlántida, de Anna Caballé, donde se aborda la vida de Rosa Chacel. Nutridísima de información, es una de esas biografías ómnibus, por así decir, que se disfrutan leyendo un poco a salto de mata. Me interesó especialmente la relación con quien fuera su marido, el pintor Timoteo Pérez Rubio, y cómo este le traiciona a no mucho tardar, el artista y la modelo, ay, rompiendo lo que hasta entonces había sido una relación casi idílica, pura, con viajes constantes, entre París, Londres y una Roma en la que permanecen varios años gracias a una beca en la Academia de España. Caballé elige, de hecho, la biografía que de su propio marido hizo Chacel (Timoteo Pérez Rubio y sus retratos del jardín), como uno de los mejores trabajos de la escritora vallisoletana.

También señala cómo encarnó, sin querer, el reflejo de la escritora orillada, al menos durante la mayor parte de su vida, por ser mujer. El modo en que la Real Academia Española no la tuvo en cuenta para ocupar una silla refleja bien los modos anquilosados de la institución, desprecio que se puede rastrear en los Diarios que se han editado en Seix Barral, con prólogo y notas de Elena Medel; en un solo tomo de más de mil páginas integran las diversas ‘alcancías’ y constituyen un obrón autobiográfico del que poco se habló este año.

Otra biografía que copó titulares fue la de El español que enamoró al mundo, de Ignacio Peyró, sobre Julio Iglesias, quien no se olvidó de vivir, a juzgar por las vívidas páginas de un libro que resulta vibrante en sus primeros dos tercios, pero que luego peca algo de demasiado documental, olvidado ese nervio literario.

Una biografía muy especial

Como literaria, y mucho, es Las damiselas y el escritor, que María Bengoa publicó en noviembre. Pareja de Ramiro Pinilla durante el último tramo de su vida, esta obra se puede leer como un hermoso homenaje cuya ausencia duele al leer sus páginas: se destila tanta bonhomía, integridad de la de verdad, y amor por la vida y los libros que el relato de Bengoa atrapa. También por la curiosa estructura del mismo, en un ejercicio audaz de dar voz a quienes fueron las amigas que apuntalaron la vida de este escritor enraizado en Walden, su casa de Getxo. Autor de una de las obras más importantes de la literatura vasca, Verdes valles, colinas rojas, el hito tiene más valor si cabe en cuanto que no comulgó con las cerriles ruedas de molino del nacionalismo. Publicada en Tusquets, resulta conmovedor ver el nombre de Bengoa a pocos centímetros del de Ramiro Pinilla, que figura en el catálogo reciente gracias a la reedición de Quince años.

Además de los de Chacel, también se han publicado algunos buenos diarios, como El murmullo de los otros, de José Luis Cancho (papeles mínimos) o Creo que el sol nos sigue, del crítico Juan Marqués. Ambos son breves, ligeros y profundos, y ambos aportan ricas aproximaciones sobre qué es o cómo debe ser un diario. En el caso de Marqués, con su punto contradictorio, pues dice que un diario no debe caer en el name dropping del famoseo literario y acto seguido se pone a hablar de sus encuentros con Bernardo Atxaga o Jordi Amat. El de Cancho, menos encorsetado, me gustó por su predisposición al stendhalazo, con perdón cotidiano, lo que resumí como «instantes de beatitud».

Respecto a la narrativa pura y dura, este año disfruté con Mejor que muerto, de Fidel Moreno (Random House), que es una novela muy refrescante, libérrima, adictiva. Así, hay bastante sexo infiel y drogas, cuestiones que se disfrutan más en la ficción, en el cómodo sillón de orejas de leer, pues no generan culpa ni resaca alguna. Hablamos de ello, cara a cara, en esta entrevista audiovisual grabada allá por abril. Un Fidel que, como veremos más adelante, ha quedado salpicado por las turbulencias de las que hablo al final del artículo.

También he disfrutado con Apuntes de una despedida (Almadía), de Javier Serena, que cambia de registro y se pasa a lo que podríamos llamar antificción; no porque sea un texto contrario a la ficción, sino quizá a la etiqueta facilona de la autoficción. Porque el personaje de la novela (breve, ligera y profunda también) es y no es un alter ego del autor. ¿Un alter-alter ego? ¿Un antiego? No tanto, pero sí desde luego un «experimento con la vida», como a él mismo le gusta decir. Va sobre amores fallidos en Madrid, sobre la dificultad de que, a ciertas alturas, algo eche raíces en estos mundos líquidos nuestros. Todo ello también con sutileza, o sutilidad, que dirían ahora los críticos más albardados, no en vano la han comparado con la delicada Los años nuevos de Sorogoyen.

Destaco también Iba yo a ninguna parte (Sloper), de Rubén Bleda, literatura autobiográfica, sensual e inteligente, que recuerda al mejor Umbral pero sin que se note su sombra. La reseñé aquí. Y El mal de Aira, cáustica y chisporroteante manera de tratar el tema de la admiración literaria, entre otros destellos, que le valió a su joven autor, Andrés Restrepo Gómez (Medellín, 1996) el último premio Tigre Juan.

Y dos libros de amigos y sin embargo buenos escritores: Los retratos desparejados (Sr. Scott), de Gonzalo Núñez, sutilísima historia de amor sobre cómo lidiar con los fardos del pasado, con el arte como telón de fondo. Y Demarquía (Sílex), de Agustín Alonso G., una trabajadísima novela de política-ficción en la que se recrea la posibilidad de una España que ha puesto en marcha la demarquía: 403 diputados elegidos por sorteo serán nuestros representantes. Personajes muy bien perfilados, con una mirada microscópica y atenta que me recordaron a los relatos de Eider Rodríguez en una novela coral que resulta verosímil y tiene el atractivo de poner en solfa la realidad política tal y cómo la habíamos conocido. Casi nada.

Me divertí también con Poética del ermitaño, de Miguel A. Zapata, autor insignia de Baile del Sol. Y disfruté, pese a que no soy muy amigo de las apuestas de ficción-ficción, con la evocadora y ratos cartaresquiana El organista (Candaya), de Diego Sánchez Aguilar.

Menciono también a Los ojos de la diosa, de Pilar Tena, por su relación con la política de unos tiempos de gloria ya lejanos: ¿Quién se acuerda hoy de los fastos del Quinto Centenario de la llegada de Colón a América? Pues ella lo hace. Y de paso recrea con soltura y oficio esos años en que España sacaba pecho pero desde la Nueva York que sirve de escenario para esa trama que desvela bien cómo funcionan ciertas estructuras de poder y su relación con el mundo cultural.

Y, sin salir de los Estados Unidos de América, destaco los relatos inéditos de Harper Lee en La tierra del dulce porvenir (Lumen). Incluye también unos ensayos y artículos en el que sobresale uno sobre el amor en el que leemos cosas tan bellas como: «La recompensa del amor es la paz interior». Llama la atención el sostenido silencio de la autora. Caso paradigmático de éxito editorial, quizá su existencia fue también un éxito vital.

Así, el año ha ido avanzando a su velocidad de crucero habitual, con sorpresas agradables como el rescate editorial de La isla, de Meša Selimović, clásico moderno de la literatura serbia que ha publicado con buen tino Automática Editorial, como ha hecho lo propio con Cuánto falta para Babilonia, de Jennifer Johnston, escritora irlandesa conocida sobre todo por su Las luces azules (también en Automática) y que nos dejó este año con 95 años.

Turbulencias

Habría sido un año tranquilo, con tantos libros como lectores somos… Ahí está esa lista de Babelia que nos demuestra cómo año a año se atomiza cada vez más la tarta editorial y caemos en lo que podríamos llamar el «cada loco con su libro». Con suerte, hay tres o cuatro libros que generan un consenso lector. O una controversia. Porque, aunque quede lejos ya, 2025 no empezó precisamente apacible con la publicación, luego abortada, de El odio (Anagrama), de Luisgé Martín. Se montó el rosario de la aurora. ¿Justificado? Leí el libro, reconozco que con avidez, porque ahí había material sensible que sumaba el morbo del true crime con el de ver hasta qué punto el autor se había metido en un jardín infernal por querer emular a su idolatrado Emmanuel Carrère.

El libro, ya digo, me pareció un buen trabajo en la parte estrictamente literaria, solo que el autor cruzó algunas líneas rojas que nunca debería haber traspasado: no hablar con la víctima del material con el que trabajaba. Y exponerla de un modo tal (en el libro se insinúan cuestiones delicadas, las clásicas desavenencias entre parejas que acaban mal, que si se quedó el piso, que si no pagaba nada, etc.) que acabe sufriendo un doble castigo. Muy sutilmente, probablemente sin intención, se deja caer que el asesino podría haber hecho lo que hizo motivado por ciertas acciones de su expareja. Aunque también describe al asesino, usando una expresión suya, de modo que lo retrata nítidamente a él, pero también a los cientos de maltratadores que cada año vejan a sus parejas: «En la calle soy un mierda, pero en mi casa mando yo». Apartado el libro, nos quedamos sin esa definición tan palmaria de la violencia de género: agredir desde una posición de supuesta superioridad. Machismo, nunca mejor dicho, de libro.

Una rareza muy sugerente se llevó el Tigre Juan

¿Se cercenó la libertad de expresión? Digamos que entró en conflicto con otras prioridades, como la reparación moral de una víctima y su derecho a vivir en paz su duelo eterno. (Lo que nos recordó que el prestigio del libro sigue intacto; pues son habituales los youtubers que abordan este tipo de cuestiones sin cortapisa alguna y no se genera el revuelo que se generó con el libro de Luisgé). Se puede entender que, si hacía daño a una víctima en concreto, se apostara por su retirada del mercado.

Otro título que sacudió el por lo demás tranquilo mar de las novedades editoriales de 2025 fue Esto no existe, de Juan Soto Ivars, publicado en Debate y que aborda el tema de las denuncias falsas y cómo estas podrían afectar a hombres en procesos de divorcio y juicios por la custodia de los hijos. Si bien la cuestión levantó ampollas y hubo intentos por boicotear sus presentaciones, la polémica aquí sería distinta a la de El odio y no parece que entre en conflicto, o no debería, el hecho de analizar los posibles puntos flancos de una ley, la de violencia de género, si se hace sin negar, como es el caso, la existencia de la propia violencia de género.

Una sociedad abierta no debería impedir que se publiquen y difundan libros por incómodos o impertinentes que puedan resultar sus argumentos, siempre que se ataque el honor o la merecida paz de nadie. Curiosamente, el autor reconoció que había sido «un buen año para la libertad de expresión» a pesar del amedrentamiento que sufrió en redes. Habrá hecho callo o le habrá cogido incluso el gusto. Eso sí, el libro, como él mismo lamenta, es muy difícil encontrarlo en librerías físicas. Personalmente, considero que impedir un debate sobre cualquier asunto alimenta más el músculo ultra de cualquier sociedad. Y si se quiere silenciar o boicotear ese libro, se consigue lo contrario: darle un marchamo de prohibido que hace que sus ventas, por canales alternativos a las librerías de siempre, se disparen. El propio Soto Ivars puede dar fe de ello, cuyos libros acumulan varias reimpresiones, es decir, son exitosos. Por lo demás, me pareció lamentable el capítulo que le tocó padecer a Fidel Moreno, por aquí citado, por exponer el tema para su análisis desapasionado en la radio pública, de donde salió no solo escaldado sino despedido.

Y, por ir terminando, si 2024 fue el año de La península de las casas vacías, de David Uclés, este que acaba podría ser el de Personaje secundario (Trama), de Enrique Murillo, ese hombre en España que lo hizo todo en el mundo de la edición. Y si el libro ha ido conquistado la curiosidad de los lectores (tanto ya hay quien lo compara, en repercusión, con El infinito en un junco de Irene Vallejo, aunque también recuerda, en ambición y punto justiciero a aquel El cura y los mandarines, de Gregorio Morán), no ha sido por sacar a la luz los trapos sucios del negocio editorial, que también, como por hacerlo de un modo didáctico, en la mejor tradición de la divulgación ensayística anglosajona. Con ironía, cercanía, espíritu divulgativo y mirada amplia, algo que siempre resulta, tal y como está el patio, de agradecer. Como se puede leer en esta entrevista de Hilario J. Rodríguez, publicada a finales de diciembre, en nuestra revista.

Feliz Navidad.

 


EL AUTOR

 

Foto Berta Delgado. YANMAG

EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.

En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato. En 2024, ha reunido su visión sobre su tierra natal en Navarra-Madrid, también en Sílex.

En enero de 2025 publicó, en Sr. Scott, La vida suspendida, la historia de un duelo minúsculo.

Es socio de ACE y, desde 2024, coordinador editorial de República de las Letras.