El orensano Juan Tallón (1975) ofrece un registro cómico y urbano en Mil cosas (Anagrama), un divertimento sobre una pareja en apuros que retrata la sociedad actual pero bien podría retratar la de hace sesenta años: siempre estamos con el agua al cuello.
© EDUARDO LAPORTE
Hay dos tipos de novelas, dicho esto desde el ángulo del taller, de la cocina del escritor: 1) las ambiciosas 2) las que se disfrutan escribiendo. Por lo que comentó el propio Juan Tallón en su perfil de Instagram, Mil cosas sería un buen de ejemplo de las novelas del segundo grupo. Porque el autor de Obra maestra habría interrumpido la escritura de su novela ‘oficial’, para lanzarse a una alternativa cuyos protagonistas, en palabras del propio Tallón, «viven sin respiro, en la pura acción, exprimidos por el trabajo, la velocidad, las prisas, el ir y venir, los sobresaltos, la ansiedad. Están tan metidos en la espiral del estrés cotidiano que, como casi todo el mundo, no tienen tiempo de preguntarse ¿Adónde vamos, qué vida es esta?».
Así, la novela se puede definir como «una novela sobre la velocidad» que, curiosamente, está escrita desde esa misma actitud tan de nuestros tiempos (y de nuestros padres, e incluso abuelos y bisabuelos, pues hay quien consideraba que el ferrocarril podía generar infartos en sus viajeros, de tales vertiginosos ritmos que alcanzaba). Porque Tallón, como dijimos, se encontraba inmerso en la escritura de una novela que intuimos exigente, a la altura de las dos anteriores (especialmente su celebrada, con razón, Obra maestra, de 2022), cuando se coló esta otra historia dispuesta a romper mapas y brújulas. Así, la comenzó un 15 de diciembre (de 2024) y la terminó un 6 de enero de 2025, como estupendo autorregalo de Reyes, en unas Navidades ejemplarmente productivas.

Cuarta novela de Tallón en Anagrama
Dice Stephen King en Mientras escribo que el borrador de una novela debe hacerse del tirón, en un plazo máximo de tres meses: ahí está el meollo de lo que se quiere contar. Luego viene ya el tiempo de la reescritura, el poner bonito y enriquecer tramas, subtramas y personajes, pero en esos tres meses encierran la esencia de la novela. A Tallón le han bastado 23 días y nadie lo diría por el buen resultado; es más, esa escritura torrencial pero precisa también la practicó Kafka en su La metamorfosis y de ahí surgió un clásico contemporáneo.
¿Se convertirá Mil cosas, de Juan Tallón, en un clásico instantáneo? No parece que la intención de el autor de El mejor del mundo, su anterior novela en Anagrama fuera esa, sino ofrecer una comedia urbana que se puede leer como una sutil crítica a las exigencias de nuestro tiempo . En esta novela corta, como no podía ser de otro modo (149 páginas), el autor, según ha manifestado en entrevistas, habría recreado un estilo de vida que vivió en carne propia, hasta que cambió el chip y pasó a ser más un «espectador de la vida de los demás».
La premisa, una pareja (con hijo) sometida al agobio de vivir sin conciliar, no deja de ser actual pero, desprende, por otro lado, un resabio añejo, pues los problemas actuales llevan siéndolo, cambiando algunos elementos de atrezo, mucho más antiguos de lo que a veces pensamos. Basta leer Las cosas, de Perec, de 1965, es decir, de hace sesenta años, para encontrar un correlato literario parecido. El título, sin ir más lejos, ofrece concomitancias.
La novela, de modo consciente o no, tiene elementos que recuerdan no ya a ese lejano 1965 de los albores de la informática y la sociedad del paradójico bienestar, pero sí a unos años ochenta de los atascos, la contaminación y un estrés que se escribía stress. Hay en Mil cosas muchos semáforos, reuniones, llamadas de teléfono, y menos problemas y situaciones propias del mundo líquido por no decir distópico en que vivimos. La acción podía haberse situado en la redacción de la Muy Interesante, por así decir, de 1987, y la novela seguiría siendo verosímil (eliminando algunas referencias a internet).
Podríamos decir que se trata de un homenaje, quizá el último, a esa enfermedad del mundo moderno, el estrés. Homenaje crítico, irónico, pero con un punto de cariño, y un tratamiento casi nostálgico. ¿Hay estrés en los nómadas digitales? ¿En los que no encuentran trabajo, o el que trabajo que quieren? ¿En quienes no pueden pagar el alquiler o acceder una casa? Quizá sea ansiedad, depresión, pero el estrés es otra cosa y se retrata muy bien en Mil cosas.
Hay en ‘Mil cosas’ muchos semáforos, reuniones, llamadas de teléfono.
Por otro lado, Tallón, como muchos escritores de su generación y de la siguiente, se mantiene en este registro un tanto de desayuno continental, cuya acción bien podría transcurrir en Madrid que en Estocolmo. De hecho, el nombre de las calles descritas parece obedecer a ese criterio estandarizado; no tanto a una ciudad imaginaria como la Cárdenas (remedo de Sevilla) de Sara Mesa, sino a una ciudad que puede ser todas.
La identidad extranjera de los protagonistas, Anne y Travis, refuerza esa apuesta universal, digamos, que tiene su fuerza pero también sus limitaciones. Así, el lector de narrativa española empieza a echar en falta algún destello castizo, localista, folclórico incluso. Si bien hay decenas de novelas rurales, cuesta encontrar referencias a fiestas de los pueblos, el encierro del Pilón de Falces (Navarra), el lanzamiento de carretillas de obra de Cascante del Río (Teruel), encendidos debates regionalistas/nacionalistas, conversaciones sobre la matanza, el chorizo cular extremeño, el auge y decadencia del cachopo, la relativa juventud de la fabada (su origen se data en el siglo XIX), el vértigo de los castellers o la alegría del Pobre de Mí un 14 de julio en la Pamplona sanferminera.
Dicho esto, todos estos argumentos no reman en contra de la novela, aunque quizá le corten ligeramente las alas. Pero, como se dijo, la intención de Tallón parecía ser la de divertirse escribiendo la novela y sin duda lo ha conseguido, porque Mil cosas divierte a sus lectores, al menos a este. Lo logra gracias a una prosa inteligente, que, como los guionistas de Poquita fe, hace grandes los dramas pequeños, esos que juntos, conforman un problema mayor, lindante con el desasosiego existencial.
Porque Juan Tallón, como los grandes cómicos, el Woody Allen de Cuentos sin plumas, sin ir más lejos, se acerca al humor como asidero para sobrevivir, para evitar la tragedia, y esa fórmula, tan genuina, nunca falla. Y, sin querer queriendo, nos previene de los peligros de esa vida acelerada, porque, como cantaba Battiato, «no sirven excitantes ni ideologías, se quiere otra vida».
Mil cosas, Juan Tallón, Anagrama, octubre de 2025, 149 páginas, 17,95 euros.
Foto de portada: Wonderlane.
EL AUTOR

Foto Berta Delgado. YANMAG
EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.
En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato. En 2024, ha reunido su visión sobre su tierra natal en Navarra-Madrid, también en Sílex.
En enero de 2025, está prevista la publicación, en Sr. Scott, de La vida suspendida, la historia de un duelo minúsculo. Es socio de ACE y, desde 2024, coordinador editorial de República de las Letras.