Vida ávida reúne la obra poética completa de Ángel Guinda con el acento en su evolución estilística, compromiso ético y relevancia literaria en la poesía española contemporánea. Una obra que complementa la reciente biografía que le dedicó J. Benito Fernández, reseñada también en República de las Letras.
© ÍÑIGO LINAJE
Tres años después de su adiós, llega a las librerías Vida ávida, el monumental tomo —en todos los sentidos— que reúne la obra poética de Ángel Guinda desde 1970 hasta 2022. Un volumen elegante de casi setecientas páginas que ha editado —con su gusto y buen hacer habitual— el sello Olifante, la editorial que publicó casi todos los libros del autor desde el seminal Vida ávida (así se titulaba también su debut literario) hasta el póstumo Aparición y otras desapariciones, que salió un año después de su muerte y en el que trabajaba el poeta en sus últimos meses de vida.
La obra de Ángel Guinda (Zaragoza, 1948 — Madrid, 2022) abarca varios géneros (el ensayo, la traducción, el articulismo, el diario), pero fue a la poesía al que dedicó toda su dedicación desde que a principios de los setenta iniciara su actividad artística e intelectual (habría que decir, también, su militancia poética, expuesta tanto en sus manifiestos como en las calles y cafés de Zaragoza) y escribiera sus primeros poemas y ensayos, reunidos estos últimos en La experiencia de la poesía (2016). En ellos expuso (con una clarividencia y un sentido crítico admirables) tanto su ideario estético como su compromiso moral. «Escribir no es una profesión, es una posesión», rubricó en un aforismo que abogaba por la autenticidad en detrimento de lo académico.

Edita Olifante
Vida ávida, que se publica al desnudo, sin soporte crítico y con una mínima nota a la edición, recoge todos los libros editados por Guinda en vida, sometidos —eso sí— a una rigurosísima revisión por parte del autor. El lector encontrará en él catorce títulos originales, amén de una selección de sus libros de los setenta, agrupados bajo el membrete Acechante silencio, y varias plaquettes. El tomo se cierra con Aparición y otras desapariciones, varios poemas editados previamente en revistas y otros más antiguos (de tono elegiaco) dedicados a María Pilar Pallarés Dúkar y Marcelo Reyes, entre otros.
Algo que llama poderosamente la atención cuando abrimos las páginas de esta obra es que Guinda comprime en apenas 150 páginas su producción poética hasta el año 2000. Fruto de una revisión contante de sus libros, y fiel a un trabajo incansable de depuración formal, el autor consideró que su trabajo válido comenzaba en 1979 con Vida ávida, el título seminal que da nombre ahora a su poesía completa.
Este primer poemario, que en la presente edición sufre leves retoques que afectan fundamentalmente al orden de los textos, pero que conserva su arrebato y fuerza originales, es una de las obras capitales de su carrera, ya que en ella estaban presentes todas las constantes —tanto temáticas como estilísticas— que darán sentido a su poesía posterior. Esto es: temas como la muerte, el paso del tiempo y el amor conviven en estas páginas con su afán por deconstruir el lenguaje y la invención de neologismos.
Si Cántico corporal y El almendro amargo apenas registran leves modificaciones respecto a los originales y Época opaca desaparece del conjunto, mayor es la criba que hace el poeta en sus libros de los noventa, donde opta por una lírica meditativa en la que empiezan a sonar los ecos de Ungaretti y Quasimodo. De esta manera, Después de todo aparece refundido en un solo tomo junto a Conocimiento del medio, que da título a todo el bloque poemático. Agrupadas bajo ese rótulo aparecen 25 composiciones, de las 60 originales, quedando fuera algunos poemas notables. Una poda similar sufre La llegada del mal tiempo (1998), que pasa a tener diecinueve textos —prevalecen los más breves— respecto a la treintena de su primera edición.
Maestría compositiva y su autenticidad y verdad descarnadas definen su obra.
Ángel Guinda inauguró el siglo XXI con Biografía de la muerte (2001), otro de los títulos capitales de su trayectoria que contiene, además, algunos de sus mejores poemas, entre ellos, «Una vida tranquila», «Canción estéril» y «La venganza». («De aquella hoguera queda una fotografía/que alguna vez contemplo, quizás, por comprobar/cómo el paso del tiempo se venga de nosotros», escribe en este último). Libro puente que divide su obra en dos, este poemario integra a la perfección las dos vertientes que cultivará el poeta en su madurez; es decir, una poesía meditativa que tiende a la abstracción, cuyos referentes más inmediatos son los herméticos italianos, Gamoneda y Valente, y otra que aspira a la sencillez discursiva y formal o, lo que es lo mismo, a una suerte de realismo existencial.
Con Toda la luz del mundo, Guinda entrega en 2002 su libro más escueto. Un experimento compuesto por 33 poemas de amor de un único verso, donde lleva al poema a su mínimo grado de expresión. Seguirá frecuentando esa línea —puntualmente— en los otros dos libros de esa década: Claro interior y Poemas para los demás. Vistos con la perspectiva del tiempo, ambos ganan presencia y enjundia dentro de su obra. Comprometido y desenfadado, el segundo de ellos es un libro abiertamente social y político, donde Guinda expone su ideario cívico de la manera más accesible. Al principio, dirá: «Urge cambiar el desorden del mundo». Y más adelante: «No espero la resurrección de los muertos. Espero la insurrección de los vivos». Guinda es tan Guinda en estos textos coloquiales como en los poemas más barrocos y desoladores de Claro interior, donde escribe: «Nadie tiene otra patria que su soledad. / Nadie llega a nadie si no es para marchase».
«Escribir no es una profesión, es una posesión», solía decir Guinda.
Alejado por principio de cenáculos literarios y de las reuniones donde se trafica con los galardones y los reconocimientos públicos, el poeta recibió en 2010 el premio de las Letras Aragonesas y, un año después, fue finalista del Nacional de Poesía con Espectral, quizás su obra maestra. Escrito a los 62 años, Espectral posee la fuerza y el vigor adolescente de la poesía más exquisita, esa que da la experiencia vivida (vivida y sufrida de verdad) y la dedicación —a tiempo completo— a una disciplina tan atractiva como exigente. Libro arrebatado y potente, rico en imágenes alucinadas y alucinantes, escrito en prosa, pero de una musicalidad y una belleza expresiva apabullantes, Espectral mereció un galardón que se le negó también en 2012 al —esta vez sí— irregular Caja de lava, que, pese a todo, contiene uno de los poemas más arrolladores que nació de sus manos: «El abrazo».
El nivel subirá tanto en (Rigor vitae) como en Catedral de la noche, publicados en 2013 y 2015, respectivamente. Solidario y comprometido el primero (descuella en él la denuncia social) y barroco y desolado el segundo (muerte, vejez y desamor se repiten en bucle), ambos están entre lo mejor de su producción. Si en el segundo priman el neorromanticismo y la deconstrucción del lenguaje y la sintaxis, el soberbio (Rigor vitae) —un título a reivindicar por muchas razones— avanza en la estética surreal y visionaria de Espectral y en su desgarramiento íntimo. («¿Cómo permanecer con los brazos cruzados viendo rodar el mundo con tanta cruz a cuestas?», se pregunta el poeta). Ambos son libros de madurez, escritos con rigor y un saber hacer asombrosos, lo mismo que Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones (2020), una coda final —mitad en prosa, mitad en verso— que constituye, al margen de su libro póstumo, su testamento poético y vital.

Olifante también publicó su biografía
La reunión de la poesía completa de Ángel Guinda, todo un acontecimiento literario en 2025, se complementa con la biografía del autor que publicó recientemente el periodista y escritor J. Benito Fernández. Un trabajo exhaustivo y documentadísimo que brilla, especialmente, en sus primeras páginas y en los capítulos finales. El libro, titulado Las claves de lo oscuro, da cuenta de manera fidedigna de los días y las noches de un hombre ejemplar en muchos sentidos; de un poeta raro que, en realidad, no lo fue. Y es que en estos tiempos que corren, donde confundimos rareza con independencia personal y creativa (Guinda fue un personaje ajeno a las servidumbres del mercado editorial y mediático), este tomo hermoso y rotundo que compendia su vida escrita, se eleva muy por encima de la mediocridad reinante en la poesía de este país en los últimos lustros. Sin lugar a dudas, la obra del aragonés se mantendrá en pie a través del tiempo por dos razones: por su maestría compositiva y su autenticidad y verdad descarnadas.
Periférico o maldito, heterodoxo o extravagante, Ángel Guinda es uno de los nombres ineludibles que ha dado la poesía española en los últimos cuarenta años. De ello da fe esta obra magna, este libro de libros. Un volumen que, personalmente, y como lector, he colocado al lado de las obras completas de Cernuda y Aleixandre, de Costafreda y Valente, pero también de las de otros autores menos celebrados o no bendecidos por la academia, como Eduardo Haro Ibars, Javier Egea o Mariano Íñigo… Hay nombres que nunca saldrán de la semiclandestinidad en la que han sido instalados, porque sus palabras incomodan y nos dicen lo que no queremos oír. Y es bueno que así sea. Eso no obsta para que las páginas de sus libros resplandezcan en las manos de los lectores curiosos y exigentes, esos que se dejan atrapar por el miedo y el misterio. Los otros, los que se conforman con la grandilocuencia de lo tópico y superficial, que sigan cultivando su vacío. No saben lo que se pierden.
Ávida vida (poesía reunida 1970-2022), Ángel Guinda, Olifante, Tarazona (Zaragoza), junio de 2025, 704 páginas.
Retrato de portada de AG: Asoc. Escritores Aragoneses
EL AUTOR
IÑIGO LINAJE (Vitoria, 1974) cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad del País Vasco. Es autor de cinco libros de poemas, entre los que destacan Breviario íntimo y Nunca más adiós, editados por Olifante Ediciones de Poesía. Escribe en los periódicos El Correo y Diario de Noticias, así como en las revistas Turia, Culturamas, Clarín y Vanity Fair. Próximamente, se editará el primer volumen de su diario personal bajo el título Una radiografía de la soledad.