La poesía de Pedro López Lara explora el tiempo, la memoria, el fin de la vida y la reflexión sobre lo irrecuperable. Estas temáticas llegan a su máxima expresión lírica en Por arrabales últimos (Renacimiento).
© PEDRO ALCARRIA
Se puede afirmar que toda escritura es en su comienzo un lugar. Un lugar de duda, pero también de afirmación, de apuntalamiento. Desde allí se toma partido, y también se parte, se inicia una vía. La intención, la voluntad poética recorrerá otros lugares distintos del inicial, otras posiciones, otros tiempos, otros sentires, en un viaje que recalará en puertos imprevistos. Y así ha de ser: esas oscilaciones nos llevarán del énfasis al tedio, del amor al odio, del tormento a la iluminación. Todo periplo poético verdadero consiste en esa permutación continua de circunstancias, en un viaje desde su locación inicial.
La recientemente aparecida antología de la obra poética de Pedro López Lara (Madrid, 1963) lleva el significativo título de Por arrabales últimos (Editorial Renacimiento, col. «Antologías», 2025), situando de forma muy certera como frontispicio tiempo y movimiento, las dos coordenadas fundamentales de la visión poética de su autor, cuya obra constituye una «lírica del acabamiento».

Edita Renacimiento
En todo momento domina un tono reflexivo, que hace resonar la emoción de forma desapasionada y ecuánime, con conciencia de transitar por donde ya no se pisa tierra firme. Más allá de sus intenciones declarativas, la poesía de Pedro López Lara parece haber atravesado sus venas, recorrido su sangre, traspasando esa membrana sutil que separa lo inefable de lo humano. Su escritura es piel de pensamiento: que siente, que conecta y nombra la memoria de las cosas, el deseo de significado. Todo aquello que reconstruye un mundo íntimo.
Pues lo que el autor nos revela en sus versos es apenas la superficie de una realidad mayor, la parte visible de un iceberg. Lo esencial permanece oculto, escamoteado en los silencios, en lo no dicho, en los intersticios del lenguaje. Y, sin embargo, lo que se muestra es suficiente. Cada poema —muchas veces concreto y enigmático al mismo tiempo— habita un delicado equilibrio entre lo revelado y lo omitido.
En la sucesión de poemas y libros, un interés concordante espolea lo expresado, lo moldea, lo ahorma a imagen de la existencia humana, arrastrada sin remedio a su acabamiento. Por ello, lo que pone en representación López Lara no es el tiempo frío y objetivo de los relojes, sino el vivido, el tiempo sentido con hondura.
Muy al inicio de la colección se nos advierte que «Escribir poesía es incendiar un bosque / y verlo luego arder desde su centro, / sin otro fin que apalabrar las llamas: / demorar hasta el verso su recuerdo del fuego». El autor se arroja al fuego de su propia existencia en ese incendio vuelto símbolo del acto creativo que —a la vez destructivo y purificador— consume la dimensión espuria de las cosas para fijar el momento sustancial.
A lo largo de la antología se profundiza con dicción apodíctica en el compromiso de la obra de arte, del poema, con la fugacidad: «Te arrasará la vida, / y a cambio nada más te habrá dejado / intermitencia inhilvanable de momentos / de endiosado fulgor», desvelando la paradoja de que sea la existencia, la vida misma, en su voracidad, la que se despoja y destruye, dejando tras sí un séquito de ruinas, que son la huella en que se preserva un resto de lo que fue, el eco de un tiempo manifestado en la memoria.
Pedro López Lara se nutre de lo vivido, del tiempo sentido con hondura.
En algunos textos el autor orienta su atención hacia aquello que nos lega el pasado. Así, en el poema «El linaje», López Lara se interroga con feroz mordacidad: «La sucesión de seres que nos han llevado / a esto que somos, / ¿no tienen nada que decir ahora?, / ¿no van a presentarnos siquiera una disculpa?». Esta polémica irónica con los «yoes pretéritos» se convierte en una meditación sobre las deudas heredadas, en la que la historia personal se carga de cuentas impagables, de sombras nunca relegadas, constantes en su persecución. Somos sustancia de cuanto nos antecede.
Sustancia que se manifiesta en la urgencia vital, en la fuerza con que somos convocados a consumir «[…] esta noche la vida / íntegramente, sin dejarnos nada. / Nada pueda arrebatarnos el día. // No estemos cuando pase lista el alba». Mas tal llamado no consiste en un carpe diem ni en una invitación al goce; no basta con la inercia de existir, con la embriaguez del ser, hay que echar el resto, incendiar ávidamente cada segundo.
La melancolía y la nostalgia por lo irrecuperable se hacen presentes también en muchos poemas de la antología que evocan una trama donde el tiempo no es línea, sino fractura de un pasado, estableciéndose un diálogo en que el presente se pregunta acerca de la transformación del ser y de lo que una vez fue vibrante y pleno: «No tengo tiempo: / lo he sido. / Lo soy: no lo he tenido. Lo que somos / —era sencillo— nunca es nuestro». La identidad es, pues, un espejismo que se descompone en su propio intento de fijarse. No hay asidero, solo un vértigo de sombras proyectadas sobre un muro que se desmorona.
«Escribir poesía es incendiar un bosque y verlo luego arder».
Pero la poesía puede adquirir otras resonancias, llegar a ser un espacio de purificación en que la escritura se convierte en rito, exorcismo mediante el cual el decir libera, redime: «A veces el poema quiere ser exorcismo, / ritual celebrado en secreto, / salmo que se paladea en presencia / de aquello que será expatriado». La palabra, antes feroz y necesaria, se desploma sobre sí misma, se despliega en su última función: declarar el propio agotamiento. Es el acto final de una batalla perdida, en la que el lenguaje ya no es incendio, sino huella, rescoldo. El poema dicta su condena de las palabras: han servido, han rasgado la carne de la realidad, han insistido en su delirio de orden y significado, pero su tiempo termina: «El hombre se resume en palabras, desea, / por razones que no entendemos, / dejar de sí esa huella, que es también legado, / enloquecido laberinto que se hereda».

Pedro López Lara, filólogo y poeta
En estos bretes hay que convocar la ayuda de otros, mediadores para el agónico afán de la existencia. Por ello la intertextualidad es una herramienta esencial en la obra de Pedro López Lara, que entabla una conversación constante con otros textos, mitos y referentes personales que amplían y enriquecen la «puesta en escena lírica». Así, por ejemplo, hallamos en libros como Museo un poema en el que el turbio capitán Quinlan de Sed de mal recibe una sentencia que nos suena a simbólico sacrificio del propio autor: «Tú no tienes futuro. Lo has consumido todo».
Por momentos la voz de López Lara adquiere tintes sombríos: «El muerto en vida es confundible / con los vivos y también con los muertos». Y, sin embargo, algo del amor por las cosas se filtra aún entre las sombras: «El mundo solo se refleja / en ojos que arrasó y no temieron».
Con severidad, con dicción contenida, sobria y tensa, López Lara ha acuñado una poética de corredor de fondo, por encima de cualquier mercadeo o tópico a la moda, una poética para un mundo que —como es cada vez más evidente— carece de vocabulario con el que expresar su desazón. En un tiempo de lenguaje sin labios, de palabras sin rostro, su obra dibuja el retrato de un hombre que se niega a asumir que la vida se limite a una mansa aceptación de lo transitorio. Como quien extiende las manos en la oscuridad para tantear el camino, rozando algo con los dedos, intentado descifrar las formas antes de que la oscuridad que se extiende lo envuelva.
Decía Paul Éluard que la poesía es «la debacle del intelecto». Esa debacle, en la implacable y pesarosa epopeya que Pedro López Lara ha ido construyendo a lo largo de toda su obra, se convierte en ruina meditada, ruina cargada de sentido.
Por arrabales últimos. Pedro López Lara. Renacimiento. Sevilla, 2025.
EL AUTOR
PEDRO ALCARRIA VIERA (Barcelona, 1975) es escritor, traductor, gestor cultural y colaborador en la radio municipal de la ciudad de Castelldefels. Es autor de los poemarios El dios de las cosas tal y como deberían ser y Camada, elegido como uno de los mejores libros de poesía de 2021 por la Asociación de editores de poesía. También ha publicado poemas, reseñas y entrevistas en revistas como Zenda, República Digital, El coloquio de los perros, Casapaís o Radical 3. En su faceta de gestor cultural fue coeditor del número 7 de la revista Tinta en la medianoche y coordina el Festival de poesía que cada año organiza Ediciones Vitruvio en Barcelona. Como traductor es autor de la primera traducción al español de Las ciudades tentaculares de Émile Verhaeren, y de una nueva versión de Las flores del Mal de Charles Baudelaire. Su último trabajo es Paris Berlín Roma (Ediciones Vitruvio 2025).