En Desechos, José María Higuera enfoca su mirada hacia aquello que sobra, los desperdicios, los escombros, con un lenguaje directo y reflexivo que demuestra su habilidad para conmover desde los márgenes.
© JOSÉ ANTONIO SANTANO
Declaraba en una reciente entrevista el poeta Juan Antonio González Iglesias, premio Castilla y León de las Letras, lo siguiente: «La vida social, tal y como la conocemos, es poética, y suprimir la poesía supondría acabar con la empatía, con la ternura, con el amor por la belleza… Sin poesía tendríamos un mundo despiadado e impío», y, además, añadía: «Un poeta es alguien que dice verdades elementales. A veces es simplemente alguien que las recuerda o se las recuerda a los demás».
González Iglesias acierta de pleno en sus aseveraciones, al creer que sin poesía el mundo sería despiadado e impío, y, de otra, que el poeta es alguien que dice verdades elementales. El poeta que se precie se nutre de lo vivido y experimentado, y es el lenguaje el instrumento liberador, capaz de crear otro tiempo y espacio, en el cual la luz del pensamiento y su silencio salve al mundo, hoy más que nunca. La poesía es vida y el poeta su observador, no solo de la belleza que pueda hallarse en ella, sino también de cuanto existe al margen, esa verdad orillada en las sombras, en el olvido.

Edita Averso
Así, el poeta José María Higuera (Córdoba, 1970), reclama en su último libro, Desechos, la atención del lector, al recordarnos a aquellos que habitan los márgenes, como también al título con estas palabras de Nietzsche en su frontispicio: «Los desechos, los escombros, los desperdicios / no son algo que haya que condenar en sí: / son una consecuencia necesaria de la vida». Con esta verdad elemental, Higuera inicia su periplo poético, se adentra en un terreno movedizo y oscuro, porque difícil de expresar es, tanto conceptual como líricamente, todo aquello que desechamos por inservible o por capricho, pequeñas cosas que están ahí, presentes cada día de nuestra existencia: «No sabemos lo que nos insinúa / la silla que cojea, / la puerta descolgada / o el cajón que conserva lo inservible / ni qué sitio conquista cada roce».
Higuera se propone en este libro acercar al lector a la profunda reflexión de todo lo cotidiano, de los objetos y las cosas que pasan desapercibidas, pero que son esenciales para la vida, porque nada le parece insignificante al poeta, y así construye un corpus sólido y homogéneo en el que la poesía, el verdadero sentido de la poesía, como dice Ana Blandiana, «es el de restablecer el silencio». Para conseguirlo, José María Higuera ha conformado una estructura permeable, que en las cinco partes de que consta consigue emocionar al lector.
De la primera, Materia orgánica, destacaría el poema La alcayata, donde la soledad y el desamor es la esencia que respira en cada verso: «Si sólo dispusiese de un minuto / para coger la nada (cuanto queda), / tomaría la vida cuando fuimos / tan felices, al menos, ese instante. // Guardaría la foto que preside / la entrada de la casa que dejamos / donde tú me sonríes y te creo / y no me daba cuenta. // … y al ver que la alcayata que sostiene / quedaba, a su manera, / en su mitad desamparada, sola, / y que quizás, lo hiriente de su punta / (oculta en la pared), aún ayer, / no había terminado de clavarse».
Higuera conoce bien los márgenes, la línea que separa, las tangentes de la vida, y con ellas construye un discurso poético luminoso, creíble y consecuente con su particular concepción del mundo. De Recogida de enseres, es significativa su posición ante lo cotidiano, como lo es el simple hecho de tirar la basura: «Como un hombre constante en mi caída / he bajado de nuevo la basura / separando por bolsas mis miserias».
Es esa constante observancia de lo que acontece a su alrededor lo que distingue la poesía de Higuera, haciéndola más humana y desnuda: «El principio del fin en que seremos / fragmentos de otra cosa / despojando almanaques con la lengua / en el sabor azul del todavía. / Y la esperanza intacta en no sé dónde / comiéndose los restos del mañana, / bebiendo la saliva de los muertos, / respirando de un aire que no es suyo».
Higuera conoce bien los márgenes, la línea que separa, las tangentes de la vida.
En las tres últimas partes: Envases no retornables, Textiles y ropa usada, y Punto limpio Higuera expresa, con un lenguaje claro y sencillo, su inquietud ante una sociedad consumista y anodina, que mira hacia otro lado, individualista, ajena a la realidad de quienes se sustentan de lo que otros desechan: «Allí un hombre se afirma en el detalle / de lo que se desecha, / A la misma hora, cada noche, / elige su momento y, con pudor, / recoge de las bolsas / objetos y lugares / y devuelve a su sitio, con un orden, / las sobras que no estima necesarias», y cada verso es una afirmación del ‘yo’ lírico: «Entre hilos soy. En lo profundo busco / retales de otras vidas».
Desechos (Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro) nos descubre todas las miradas, todos los paisajes urbanos, la necesidad de expresar la vida en todas sus realidades, sin renunciar a nada. José María Higuera nos deja la huella imborrable de su poesía, de manera tal que conmueve al lector cuando se adentra en lo invisible para nombrar sólo el alma de lo hallado, para beberla a tragos lentos, sin prisas, ahondando en lo que importa y por eso la palabra vuela por el aire y se posa en las ramas de un árbol cualquiera para ser esencia sólo: «Me gustaba tomar fotografías / de sitios que predican su derrumbe, / de ruinas que florecen en los dedos, / del musgo que tapiza de humedad / los órganos vitales. // Aquella foto fue mi despedida: / Nunca me percibí / tan frágil de intemperie. / Nunca me acarició, tan triste, / su belleza».
José María Higuera escribe desde el convencimiento de que la poesía es abarcadora y por ello busca, bucea para encontrar su propia voz, inconfundible y precisa, esencia de otras voces y de una mirada que penetra hasta lo más recóndito para encontrar la luz.
Desechos, José María Higuera, Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro, Averso, 2025, 75 pp.
EL AUTOR
JOSÉ ANTONIO SANTANO (Baena, Córdoba, 1957) cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de veinte libros, entre los que destacan Profecía de Otoño; Exilio en Caridemo; Suerte de alquimia o Tiempo gris de cosmos, todos ellos galardonados con prestigiosos premios.