Maruja Mallo, una mujer total

Ana Rodríguez Fischer nos introduce con su libro, Notre Dame de la Alegría (Siruela), en una biografía novelada de la pintora de origen gallego Maruja Mallo, aquella irreverente vanguardista a la que Dalí definió como mitad mujer, mitad marisco.
© VICENTE MANJÓN GUINEA 

Notre Dame de la Alegría gira en torno a las vivencias de la pintora con la generación del 27 y su pasión con la pintura. Para ello, Rodríguez Fischer se vale del empleo de la primera persona como voz narrativa. Una especie de monólogo o soliloquio que permitirán la apertura a determinadas puertas de la memoria con continuas referencias al pasado, a imágenes, a alusiones, a los propios cuadros y amores que permitirán ir configurando la vida y obra de Maruja Mallo.

Hay momentos en la novela (publicada por vez primera en 1995, y ganadora entonces del premio Femenino Lumen) en que la descripción de esas situaciones se convierte en un río de pensamientos y de deseos, de brochazos sobre la tela pictórica que discurren como una torrentera de esperanzas hacia un nuevo mundo, el de la Segunda República, colmado de color, de riesgo libertario, de vanguardia, abierto al mundo como diría Aleixandre, o de furia color de amor como versaría Luis Cernuda.

El punto de partida para volver al pasado no es otro que la sala de un hospital, con sus cables y sus aparatos de medición de la tensión arterial. Un espacio colmado de gasas, de tijeras, de apósitos, de antisépticos, esparadrapos e hilos de sutura, éter y agua oxigenada cuya simbología no es otra que el umbral entre la vida y la muerte, entre lo pasado y lo presente.

Es el momento de mirar hacia atrás y recordar todo lo vivido, todo lo que queda dentro de nuestro espíritu y que en breve desaparecerá con nuestro paso al otro mundo, si es que existe. Es el momento de aferrarse, gracias al recuerdo, a la infancia, a la adolescencia, a la raza y a la tierra, a la tradición y a los sueños, a la luz prometida y a las regiones de oscuridad de quedan apaciguadas en el interior de la pintora oriunda de Viveiro.

Es por ello por lo que la autora del libro incide en la concepción surrealista de la pintora y protagonista del presente de la obra. Su concepción del arte pictórico, hipnotizante e histriónico, tan cercano a la muerte, no es otra cosa que un clamor para, desde la oscuridad, contemplar la vida. «Confundieron la razón vital de mi absurdo, incapaces de ver que, en aquellas telas pobladas de grajos, excrementos, cuchillos, basura, lanzas, esqueletos, herradura y harapos, latía un feroz reclamo a la vida», dirá Ana Rodríguez Fischer en palabras de Maruja Mallo.

Un homenaje a una mujer irreverente que enarboló la bandera republicana.

Un reclamo a la vida de amor y frenesí, de notas de jazz y charlestón. Un continuo grito al cielo en favor de la irreverencia, de la gracia, del sarcasmo, de la trasgresión de una sociedad caduca y dominante para convertirla en una ensoñación. Porque la Generación del 27 es la explosión, desde los cimientos clericales y transgresores de Góngora, que dinamita una retestinada monarquía en fuegos artificiales. La unión perfecta entre la tradición y la fiesta, entre secular y lo moderno, entre Sermones y moradas, entre Cloacas y campanarios. Y ellos, los poetas y los pintores de la generación del 27, colmados de fosforescencia y fantasía, eran los encargados de llevarlo a cabo.

La novela de Ana Rodríguez Fischer ahonda principalmente en esa relación tan intensa que Maruja Mallo tuvo con todos y cada uno de los referentes poéticos y pictóricos de esa generación quebrada por la Guerra Civil. Principalmente con Alberti.

Maruja Mallo, una meiga que bajó de entre las nieblas del norte, de alma redimida y rebelde, pequeñita y con ojos de lince, con una cabeza como de veleta de giros rápidos, tal y como la describió, Ramón Gómez de la Serna, tomó la decisión de quitarse el sombrero. Soltarse el pelo en aquella época de tiznes machistas y mostrarse moderna en el amor, igual que las mujeres diseñadas por los surrealistas. Quitarse el velo de la mojigatería española y dar rienda suelta a la desinhibida vanguardia.

Maruja Mallo (1902-1995) está considerada ‘la Frida Kahlo’ ibérica

Como su amiga, y quién sabe si amante, Concha Méndez. A quién inmortalizó para siempre en su cuadro, en paradero desconocido La ciclista. La desvergonzada imagen de una mujer que, en bañador, monta en bicicleta, como símbolo de la lucha feminista. Aboliendo todas y cada una de las barreras que aprisionaban a la mujer en esa esfera tan delimitada de lo femenino en la época. Una bicicleta que se muestra sin la barra horizontal, la cual dificultaba la conducción con falda y cuyo sillín roza, en cada pedalada de avance hacia el futuro, la parte erógena de una mujer liberada.

Puede que el amor nos ciegue ante la imagen de un poeta arrebatador, de melena al viento y arboleda perdida, como Rafael Alberti en aquella época de vientos apasionados, pero si hay algo que me rechine en el libro es la idealización de ese amor compartido entre Maruja Mallo y el poeta gaditano. Un goce de caricias y anhelos hasta que el autor de Sobre los Ángeles tomó la decisión de romper su relación con la pintora gallega para entregarse en brazos de María Teresa León y casarse con ella.

Quizá, a mi parecer, en el libro se idealice en demasía la figura del poeta Rafael Alberti en una novela que aborda la vida y obra de Maruja Mallo, hasta tal punto de que parece que llega un momento que la figura del poeta gaditano cobra, incluso, más importancia que la protagonista de la novela. No hay que olvidar que Alberti decidió romper con Maruja Mallo y ofrecer sus roces y caricias a María Teresa de León, una mujer bien posicionada, separada y con dos hijos. Una mujer que, según dijo la propia Maruja Mallo «creo que para él era una solución porque yo era una cría, en cambio esa señora tenía dos hijos, una experiencia y le habrá solucionado muchas cosas».

Un reclamo a la vida de amor y frenesí, de notas de jazz y charlestón.

A esto hay que añadir que Alberti, obediente, asumiría a pies juntillas lo que la propia María Teresa le indicó: mantener en el más absoluto silencio el romance que tuvo con Maruja Mallo y no mencionar nunca el nombre de la artista. Ese silencio impuesto solo se rompería en 1985, por medio del artículo publicado en El País, titulado De las hojas que faltan, con María Teresa ingresada por enfermedad y Maruja Mallo viviendo en un geriátrico. Como diría Tom Wolfe, Todo un hombre.

Independientemente de ello, la novela es un tributo a una mujer irreverente, de gracia y sarcasmo que enarboló la bandera de la Segunda República, de las doctrinas de la Institución Libre de Enseñanza, que tomó entre sus manos el estandarte del feminismo y de una mujer adelantada a su tiempo. Una joven liberada, de risa sonora y alegre como los versos de Lorca. Alimentada de savia goyesca que se complace en pintar esqueletos, entre montañas de lodo y basura porque «el mundo es un gran desorden de huesos y flores».

En definitiva, una mujer total.

 

Notre Dame de la Alegría, Ana Rodríguez Fischer, Siruela, enero 2025, 248 páginas.


EL AUTOR

F. VICENTE MANJÓN GUINEA (Madrid, 1968) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Criminología por la Universidad Camilo José Cela de Madrid.

Es del ensayo literario titulado De la literatura y las pequeñas cosas y del libro de relatos Altas miras. Como novelista, ha publicado Una lluvia fina mentirosa y Con tal de verte reír.

Editor y escritor del blog de artículos Memoria de un náufrago y colaborador en el Diario Siglo XXI.

Es socio de ACE.