‘Lo que permanece’ o el sutil arte de la despedida

La escritora Margarita Leoz (Pamplona, 1980) sorprende a sus lectores con un registro mucho más autobiográfico de lo publicado hasta la fecha. El resultado es todo un acierto y ‘Lo que permanece’ (Seix Barral) uno de los libros de duelo más brillantes de los últimos años.
© EDUARDO LAPORTE

El único padre podría haber sido también un título sugerente para este libro de duelo (y preduelo, como veremos). Matiz distinto a Un padre único, que sonaría más adulador, reverencial, algo que en absoluto se propone Margarita Leoz. Como tampoco se propone una revisión crítica, algo áspera, como hacía Philip Roth en su por otra parte magnífico Patrimonio.

En Lo que permanece, Margarita Leoz deconstruye y reconstruye a su padre. Y lo hace rescatando imágenes de su memoria que trascienden el álbum familiar (de interés relativo) para ofrecer estampas literarias, poéticas, sugerentes. Como lo es la imagen de un hombre por lo demás tirando a tradicional siendo «el único padre» en las presentaciones del nuevo curso escolar, en las tutorías, en los festivales de Navidad y fin de curso. Hablamos de finales de los ochenta y principios de lo noventa y esa presencia podía resultar incluso incómoda, llamativa, «impropia de un hombre» para la mayoría aplastante de madres allí presentes.

Tercer libro de Leoz en Seix Barral

Pero a él le daba igual y eso le hacía también ser un padre único: «Admiraba a mi padre porque siempre estaba cerca, porque yo le importaba». Es condición sine qua non ese requisito de la admiración para que el amor no se quede en las zonas confortables del afecto, del cariño, y Margarita Leoz nos recuerda que a veces no son necesarias la consecución de grandes logros, ni de títulos, Oscars, Goyas o galardones varios de los que presumir; ese mero ejercicio de amor incondicional de largo aliento, sostenido a través de una vida (de paternidad) no deja de ser algo admirable. Porque lo es.

Y Leoz se dedica a rescatar esas partes que lo hacían admirable pero también distinto, no especial en el sentido más llano de la palabra, sino un ser humano con identidad propia, reconocible, como lo somos todos en el fondo pero que solo a través de un gran ejercicio de observación y penetración psicológica se consigue. Así, el padre en apariencia normal, trabajador, garante de una familia de clase media, sin grandes excentricidades, nos regala también muestras de una personalidad exclusiva, y el modo en que Leoz lo cuenta hace que brille.

Es lo que permanece, como nos recuerda el título. Como también permanecen las partes menos rutilantes, presentes quizá para que se aprecien las otras, en un contraste taoístas que no deja de ser fieramente humano y que Leoz, con generosidad, no escamotea: «De él añoro hasta lo que me molestaba».

Son muchos los aciertos en este libro medido, casi frío a ratos, y que en esa sobriedad contenida esconde mayor emoción, más elegancia si cabe. Es difícil, por otra parte, hablar de estos libros («libros que no son solo libros», como dijo con tino Javier Serena en este artículo) en términos de ingeniería literaria. La hay, por supuesto, pero me resisto a hablar de tramas que funcionan y recursos narrativos que sorprenden. Pero el caso es que están ahí, a menudo colocados por el propio capricho de la vida, de los hechos.

Como esa muerte en la mañana del 7 de julio, en Pamplona, San Fermín. Prohibido suicidarse en primavera, advertía Alejandro Casona, y tampoco nadie debería morir en verano. El buen tiempo es proclive para celebrar la vida, para recoger la cosecha de trigo, no para abandonar la vida. Pero los relojes vitales no entienden de calendarios y así pasa con el padre de Margarita Leoz de quien, por cierto, ignoramos su nombre, ese nombre compuesto al que se refiere uno de esos curas despistados, ajenos, en el funeral, cuando todo el mundo lo llamaba por un nombre único.

Otro acierto narrativo, también auspiciado por la propia sucesión de los hechos pero que la autora lleva con talento al terreno literario, es esa muerte en dos tiempos, digamos, que padece el padre. Está el deceso en sí, el infarto definitivo del 7 de julio, que condena a un antes y un después, a un acontecimiento (que diría Žižek) del que costará mucho recomponerse, pero también un aviso, años antes, con un infarto de miocardio a la que siguió una operación. Otro acontecimiento que obliga a reconstruir la identidad, que excede. El padre, con humor fino (otro de los aciertos del libro), se referiría a ello como el «desastre del 98».

Leoz rescata imágenes de su memoria yendo más allá del álbum familiar.

Es entonces, cuando el padre, su corazón frágil de 57 años, quizá demasiado expuesto a un estrés laboral propio de cierta época, de cierto molde patriarcal, da un primer aviso. Se activan los mecanismos no ya del duelo, sino del preduelo. Así, Lo que permanece se puede leer, valga el símil, como la crónica de una muerte anunciada. El 7 de julio de 2016 llegó la muerte sin avisar, con lo traumático que ello implica, pero en realidad llevaba casi veinte años avisando. Y, como todo es duelo y celebración, la alegría por los mellizos recién llegados al mundo chocaría con ese adiós siempre a destiempo. Como dice la propia autora, las enhorabuenas se mezclarían con los pésames.

Así que el libro puede leerse también como una delicada despedida, un guiño a esa frase letal pero certera que se lee en el campanario de Urrugne: «Todas las horas hieren, la última mata».

Así, hay algo de animal herido, moribundo, en este padre fuerte pero que enseñó a su hija a designar con exactitud las cosas, los nombres de las flores, los montes, los quesos y los árboles. Un retrato que nos seduce porque Leoz no nos cuenta su vida, sino que hace literatura con ella, sutil arte cuya conquista no cabría en esta breve reseña. Leer libros como Lo que permanece nos abre a ese misterio.

 

Lo que permanece, Margarita Leoz, Seix Barral, Barcelona, febrero de 2025, 176 páginas.


EL AUTOR

 

Foto Berta Delgado. YANMAG

EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.

En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato. En 2024, ha reunido su visión sobre su tierra natal en Navarra-Madrid, también en Sílex.

En enero de 2025, está prevista la publicación, en Sr. Scott, de La vida suspendida, la historia de un duelo minúsculo. Es socio de ACE y, desde 2024, coordinador editorial de República de las Letras.