La palabra que florece en el oído

Elegida por la revista Granta como una de las escritoras jóvenes con más proyección, Irene Reyes-Noguerol ofrece en su tercera obra publicada un conjunto de relatos con ambición poética y pulsión por embellecer que esconde un compromiso profundamente humano con los personajes sin nombre.
© DAVID ALIAGA

La literatura se nos siembra en el cuerpo a través del oído. Las nanas que escuchamos cuando ni siquiera tenemos edad de comprender que hay que temer al coco nos acarician el tímpano como si nos echasen dentro un puñadito de semillas. De la entonación con la que el abuelo narra la aparición del lobo en el bosque empezamos a aprender la tensión. En ese instante de silencio que escuchamos con la carita medio arropada por la sábana experimentamos una primera intuición del dramatismo. Y esa forma tan natural e intuitiva de relacionarnos con el hecho narrativo la azuzan y la hacen emerger cada uno de los cuentos que la escritora Irene Reyes-Noguerol (Sevilla, 1997) ha recopilado bajo el título de Alcaravea (Páginas de Espuma).

Edita Páginas de Espuma

Los doce relatos que conforman el libro se ocupan de temas dispares como la culpa o el amor, la vocación creativa y la melancolía, la familia, la enfermedad mental… pero justamente el despliegue estilístico de su autora, sus cualidades sonoras, los mantienen provisionalmente juntos hasta que la pieza que cierra el conjunto y que sirve para darle título («Alcaravea») los anuda para presentarlos, tras el punto final, como un armónico ramillete.

El transitar de la prosa de Reyes-Noguerol por la linde entre lo narrativo y lo lírico recuerda —y tal vez viene a la cabeza este nombre y no otro porque comparten casa editorial— al de la propuesta de Eloy Tizón. Sobre todo, ese cuento de una sola oración con el que abre el libro, en el que una voz poética y desesperada que atribuimos a Vincent van Gogh se arroja, desamparada, incontenible, bellísima en ese doloroso instante en el que está a punto de romperse («par-ti-do en dos, pero no roto todavía»), en dirección a un hermano que termina por ser el lector. Una primera asociación haría pensar en la coincidencia de que Velocidad de los jardines comience con una «Carta a Nabokov» y la apertura de Alcaravea pase por una «Carta a Theo», pero dejando de lado el parentesco epistolar, este cuento suena al Tizón más poético de Plegaria para pirómanos o Técnicas de iluminación.

Esa manera en que maneja el español Reyes-Noguerol cumple con el presupuesto literario de embellecer y contribuye a imbuir al lector en la atmósfera de estos cuentos, le secuestran el estado de ánimo para colocarlo en la disposición apropiada para recibir cada una de estas historias. Belleza, sutileza y capacidad para conmover son tres rasgos que han coincidido en destacar los jurados que han destacado este libro como Premio Cálamo ‘Otra Mirada’ o finalista de los Premios de la Crítica de Andalucía. Resaltarlo en una reseña de aparición tardía como esta parece innecesario, entonces. Y, en todo caso, basta con leer un puñado de páginas para comprender que Alcaravea no admite réplica al respecto.

En cambio, una vibración que parece haber pasado más inadvertida es la que insufla a estos cuentos también un aliento político. La pieza que más he disfrutado del conjunto, «Petit rat», narra mirando de lado, porque su narradora no quiere mirar, cómo una niña de edad escolar se va viendo arrastrada, por su madre, que querría salvarla, a un «pozo donde ella misma te va metiendo día a día». Y es también a través del oído que esta chiquita percibe la diferencia de clase, de circunstancias: los nombres de sus compañeras suenan a nombre de hadas, poseen una musicalidad que, la niña dice, «a mamá nunca se le habrían ocurrido». Los cuchicheos de las demás sobre su ropa remendada marcan una distancia. En esas mismas páginas, el silencio se vuelve también un privilegio porque en una casa pobre, o más que pobre, se escuchan todo el tiempo los pasitos de las ratas.

El aliento político de estos cuentos ha pasado más inadvertido.

Belleza y música, clasicismo, oralidad… sí, pero también palpita en el trabajo de la escritora andaluza un compromiso tremendamente humano. Los dos protagonistas que he mencionado se encuentran en las antípodas en términos de reconocimiento: Van Gogh es recordado como uno de los grandes pintores de la historia; de la pobre niña que se ahoga en la zanja de la miseria ni siquiera podemos decir el nombre. Aparecen también otras figuras como Lope de Vega o Abenámar, moro célebre del romancero, lo mismo que esa madre también anónima que lo daría todo por recuperar a su hijo en «La primera piedra» o la criatura que soporta sobre sus hombros el peso de la cruel enfermedad mental de la madre en «Niños perdidos». A unos y a otros, los cuentos de Alcaravea los equiparan en su condición de seres sintientes, les procura a esos dolores que no tienen nombre la justicia de la literatura.

Alcaravea, Irene Reyes-Noguerol, Páginas de Espuma, Madrid, septiembre de 2024, 160 páginas.


EL AUTOR

 

David Aliaga, fotografía de Andrea Roche - IMG570

Foto: Andrea Roche

DAVID ALIAGA (L’Hospitalet de Llobregat, 1989) es escritor y editor, reconocido por la revista británica Granta como uno de los veinticinco mejores escritores jóvenes en lengua española de la última década.

Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona y máster en Humanidades por la Universitat Oberta de Catalunya, es autor de cuatro obras de ficción, entre las que destacan los libros de relatos Y no me llamaré más Jacob (2016) y El año nuevo de los árboles (2018), algunos de cuyos cuentos han sido traducidos al inglés, al italiano y al islandés.

En 2021 fue incluido en «10 de 30», el programa de promoción de autores españoles en el exterior de AECID, y el Ayuntamiento de Barcelona le concedió la beca de escritura Montserrat Roig.