Haber reído, haber vivido: el rock literario y sin fronteras de José Luis Ibáñez Salas

En Carry that weight, el historiador y escritor José Luis Ibáñez Salas (Madrid, 1963) nos ofrece un conjunto de relatos con un denominador común: la música. Pero con el fondo de los Beatles, the Clash o The Doors, el autor nos regala un viaje sensorial a la juventud, a la infancia, a unos recuerdos grabados a fuego pero que precisan de la literatura para revivirse. 
© VICENTE MANJÓN GUINEA

Existe una permeabilidad intangible entre la literatura y la música. Una influye en la otra y, a la vez, ambas desdibujan las fronteras que pudieran existir entre ellas. Son como dos niveles de un mismo discurso: el de los sentimientos. La música al igual que la literatura recrea una realidad interior donde arden las emociones. Son planos del arte que se entrecruzan y se alimentan, la una de la otra, para reforzar la expresión de un sentimiento.

Ya en tiempo de los griegos y de la mitología clásica se relacionaba a Apolo, dios del Olimpo, con la música y con la literatura. Era el protector de la poesía y se le invocaba al comienzo de las composiciones siempre acompañado de la música de su lira.

El libro de José Luis Ibáñez Salas, Carry that weight (Sílex ediciones), no tiene nada que ver con esos sonidos emitidos desde la deidad helénica, ni tan siquiera con el romanticismo del siglo XIX, donde la música alcanzó el punto más alto de autonomía y comenzó a ser valorada como un arte capaz de expresar todo aquello que no se puede expresar con palabras.

Música y literatura, en Sílex

Por el contrario, el libro de cuentos del escritor madrileño nos traslada a la época arrolladora del pop, del rock e incluso del punk en los años de rebeldía donde la bandera que ondeaba era la de la libertad. Tiempos anhelados de democracia tras la caída del régimen franquista que dieron pie a una música palpitante de letra arrebatadora y reivindicativa. Arpegios y semicorcheas insurrectas trasladadas por los utópicos vientos que soplaban desde las Islas Británicas.

Sus dioses no son otros que los del rock and roll, que pondrán a prueba todo el infierno interior». Porque los cuentos de José Luis Ibáñez Salas están escritos sobre un pentagrama vertiginoso por el que aparecen bandas míticas como Tequila, The Doors, The Class

El autor nos traslada, de nuevo, a revivir esas Historias del Kronen de Ángel Mañas o incluso el epicentro de La calle Great Jones, fielmente descrita por el neoyorkino Don Delillo, donde se retrata el centro centrífugo de la vanguardia cultural de finales de los años setenta y la década de los ochenta. Pero en su libro todo es más cercano, menos cosmopolita. Son recuerdos de pelo largo y de fútbol a todas horas. Noches eternas en los veranos del parque con la búsqueda incesante de alguien a quien amar. Boquitas pintadas y ojos de mujer fatal. Un corazón de tiza pintado en la pared, como dijera Radio Futura. Y siempre desde la perspectiva cenital de ese crucifijo vigilante de pecados sobre la cama de matrimonio de tus padres.

Una vez abiertas sus páginas, el cerebro se entrega a la par que se lee cada línea.

En los cuentos de Ibáñez Salas, podemos adentrarnos en la memoria de los baretos de barrio, de las pandas juveniles, de las aspiraciones a crear un grupo de rock, del fútbol en los campos de tierra y de la sedienta forma de beber en las fuentes de los parques. Todo se hace y sucede deprisa, sudorosamente, como si no hubiera un mañana.

Su escritura rápida y acelerada simula la insensatez de la juventud. La fuerza de la imaginación en brega constante con el poder cuyas heridas son curadas con mercromina. No hay otra patria que la noche ni otro refugio que el alcohol y la risa. En cada línea se revive el imperio de la jerga. Se pasa del «tronco», para llamar a un colega; al «nena» para seducir a la mujer de nuestros sueños. Y todo ello tildado de una chulería rufianesca, de caballero andante de suburbio de extrarradio, que pasea por las calles con su cazadora de cuero negro, bajo el destello de las luces mortecinas de las farolas y los rótulos de neón parpadeantes al anochecer.

Para Ibáñez Salas no hay fronteras en sus cuentos, porque todas y cada una de ellas son traspasadas con la versatilidad con la que suena la música. Con la arrogancia con la que se inicia un solo de guitarra bajo el cañón de luz de un escenario. Sí, se prohíbe prohibir porque la música es libre y no hay manera de asirla, de atenazarla.

Ibáñez Salas, junto a Ramiro Domínguez, editor de Sílex (izq), y el periodista Jesús Ordovás.

Nadie puede ponerle límites porque de la misma manera que avanza veloz por el pentagrama, se desvanece en el aire, en forma de ondas, se entremezcla con cada una de las palabras de un libro, en cada renglón de los versos de un poeta, y vuelve a aparecer en el epicentro de nuestro corazón. Se adentra en nuestro interior y no hay quién sea capaz de ponerle los grilletes.

Es tan insolente que sus melodías pueden trasladarnos a la balada más dolorosa y tierna o a la aventura más arriesgada e irreverente. Puede darnos billete, con ese color azul de eléctrica emoción, para navegar de la tragedia a la comicidad, de la venganza al amor. Se mueve por nuestro interior como un torrente, como un relámpago, como ese caballo desbocado de los terribles años de la heroína.

Leer los relatos de Ibáñez Salas es volver a rememorar la infancia, los años de pubertad y de esa reivindicativa universidad en tiempos de incipiente democracia. Sus relatos tienen el sabor a bocadillo de nocilla, el olor a tabaco en los cuartos de baño del colegio, las risas en las viñetas de los tebeos de Mortadelo y Filemón, las apuestas en los billares, mientras suena la música de Jimi Hendrix, los golpes secos del futbolín, con los «botijos» haciendo equilibrio sobre los huecos de las porterías.

Para Ibáñez Salas no hay fronteras: sus relatos son versátiles como la música.

Todas y cada una de sus líneas son evocaciones a un tiempo pasado colmado de esperanzas y de sueños bajo los acordes de los Rolling Stones, de los Clash o de los Sex Pistols.

Una vez abiertas sus páginas, el cerebro se entrega a la par que se lee cada línea. El goce salta como un resorte y nos embauca como a los navegantes de Ulises en la Odisea. Hechizados por una música perpetuada en los rincones de nuestra memoria que provocan el derrame cerebral de sentimientos inaprensibles, pero llenos de vida y de esplendor. Recuerdos que ya no se harán realidad jamás. Al fin y al cabo, qué más da. Como dijo, alguien, alguna vez, lo que imperaba en ese momento era «vivir sin más, sin mañana, sin futuro. Lo que importaba era haber reído. Haber vivido».

 

Carry that weight, José Luis Ibáñez Salas, Sílex ediciones, octubre 2024, 154 pp.


EL AUTOR

F. VICENTE MANJÓN GUINEA (Madrid, 1968) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Criminología por la Universidad Camilo José Cela de Madrid.

Es del ensayo literario titulado De la literatura y las pequeñas cosas y del libro de relatos Altas miras. Como novelista, ha publicado Una lluvia fina mentirosa y Con tal de verte reír.

Editor y escritor del blog de artículos Memoria de un náufrago y colaborador en el Diario Siglo XXI.

Es socio de ACE.