En Una historia del Kronen, José Ángel Mañas (Madrid, 1971) repasa sin resentimiento pero sí con crudeza lo que supuso el éxito de Historias del Kronen con tan solo 23 años. Una revisión de aquel fenómeno, pero también un certero análisis del mundo editorial con un ritmo directo y vibrante.
© JUAN APARICIO BELMONTE
Para quienes teníamos su edad cuando José Ángel Mañas quedó finalista del premio Nadal —yo siempre pienso que lo ganó—, sigue siendo algo así como una estrella del rock. Se convirtió en una figura pública insolente porque rompió con una tendencia literaria muy marcada e introdujo en la novela española un mundo juvenil lleno de ruido, excesos y desencanto.
No buscaba embellecer la realidad, sino capturarla en toda su crudeza, sin concesiones (por usar una expresión muy en boga entre los poderosos críticos de entonces). No había lirismo, sino narración. No había retórica, había personajes. No había mesura, había rabia. Y, en aquella España de los noventa, esa rabia juvenil no tenía todavía quien la contara. Él fue el primero. El que abrió la puerta.
Mañas, esquivo en las entrevistas, siempre con ese aire de tipo que prefería estar en otro sitio, parecía estar construyendo un personaje. Pronto se vio que no: la incomodidad era real. Era, por así decir, un Bukowski joven y español. Le gustaba escribir, pero no se le daba bien figurar. Y logró que un palabro suyo trascendiera sus libros: Kronen. Este término señala a la generación nacida en los setenta. Donde los demás solo veíamos bares ruidosos, noches perdidas y resacas interminables, él vio narraciones. ¿Qué se podía contar ahí? Exactamente lo que él logró narrar.
Con su insolencia —con la insolencia del jurado del Nadal—, Mañas se saltó una generación entera. Los autores nacidos en los sesenta, con alguna excepción, aún no habían logrado despuntar y, de pronto, irrumpía alguien de los setenta que llegaba directamente a la cima, hablando de cosas nuevas, insólitas, pero reconocibles, reales. Retrataba el presente del país y le daba un sentido. Ni dictadura, ni heridas de la Transición, ni Estados Unidos: juerga, sexo, drogas, alcohol en los bares de Madrid. Solo jóvenes españoles sin rumbo, consumiéndose en su propio desvarío.
Otros podrían haber aspirado a ser el Bukowski patrio, pero todos tenían algo en su contra. Ray Loriga, con su impresionante fotogenia, manejaba tan bien el aforismo lírico como la imagen. Roger Wolfe, con su nombre y aspecto de inglés, era un outsider al que leíamos cuatro gatos (yo era uno de ellos: su poesía me encanta). Lucía Etxebarria era mujer.
El mejor Mañas está en este libro.
Pero no es fácil convivir con la fama. Lo que en un principio parecía una victoria inapelable, con el tiempo se convirtió en una losa. La transición de Mañas desde el estrellato hasta un plano más discreto sirve de hilo conductor del libro. Flota en él una pregunta: ¿qué habría pasado si hubiera gestionado mejor su éxito? ¿Qué si, por ejemplo, no le hubiera colgado el teléfono a Rafael Conte, el poderoso crítico de EL PAÍS, cuando EL PAÍS daba y quitaba prestigios?
Una historia del Kronen (Aguilar) insinúa una cierta idea de fracaso en la gestión de su carrera, pero, paradójicamente, la desmiente. Mañas ha vivido siempre del mundo editorial. Más bien, lo que expone es la erosión natural del tiempo, que no perdona a nadie, ni a los más hábiles. Sin duda, su carácter poco dado a la socialización no le ayudó en su carrera, pero ¿cuántos de los autores de su generación realmente viven exclusivamente de la venta de libros?
La crisis de 2008 no solo pulverizó la economía, sino que también cambió la relación del público con los libros. Nuevas formas de entretenimiento se impusieron, relegando la lectura a un segundo plano o al menos la lectura de literatura. Y ahí seguimos, atrapados en una espiral donde todo juega en su contra.
José Ángel Mañas alcanzó el éxito como quien gana la lotería: de golpe, sin aviso previo, y con el vértigo de no saber muy bien qué hacer después. ¿Podría haber gestionado mejor su carrera? Sin duda. Pero quizás su destino literario estaba escrito desde el principio. Este libro es, en el fondo, una reflexión sobre el paso del tiempo, el desgaste del propio cuerpo y de los cuerpos de los seres queridos, el funcionamiento del mundo editorial y, en última instancia, de la vida misma.
Pero también es el retrato de un hombre con cierto cansancio. Y, sin embargo, en Mañas queda una curiosidad intacta, una mirada joven que no se ha apagado. Su capacidad de observación sigue ahí, al igual que su disposición para absorber influencias nuevas, ya sea en la literatura, la música o el arte en general.
El libro insinúa una cierta idea de fracaso en la gestión de su carrera.
El mejor Mañas está en este libro. Ese narrador certero, capaz de construir un personaje en apenas un par de líneas y de separar con precisión quirúrgica lo relevante de lo accesorio para mantener viva la tensión narrativa. Siguen ahí las mismas virtudes que lo hicieron triunfar tan joven: la prosa directa, con ritmo coloquial; la habilidad para plasmar entornos complejos con pinceladas mínimas; y una visión del mundo personal y persuasiva, siempre interesante.
El libro está escrito sin resentimiento, pero con la crudeza marca de la casa. «El éxito —dice Mañas en uno de los pasajes más llamativos— es encontrarte de pronto con pasta suficiente para comprarte un piso con 23 años…». Normal que, a partir de ahí, todo le haya parecido poco.
Una historia del Kronen, José Ángel Mañas, Penguin Random House, enero de 2025, 256 pp.
EL AUTOR
JUAN APARICIO BELMONTE es un escritor español nacido en Londres en diciembre de 1971 aunque reside en Madrid. Trabaja como profesor de escritura creativa en diversas academias y colabora en medios como 20 minutos, entre otros. También es viñetista de República de las Letras con su firma satírica Superantipático.
Como escritor, es habitual de sellos prestigiosos como Siruela, donde destacan novelas como Un amigo en la ciudad (2013) o su última publicación en narrativa, Pensilvania (2022).