La obra en la vida como el agua en la esponja

 La editorial argentina (con presencia en Madrid) Blatt & Ríos recupera el primer tomo de los diario de Rosa Chacel, Alcancía. Ida, una obra cargada de detalles y con vocación de diario íntimo en su versión más auténtica.
© JUAN MARQUÉS

La mujer que nos recibe cuando abrimos los diarios de Rosa Chacel (1898-1994) es todavía joven, de cuarenta y dos años, y está en Burdeos (una “ciudad horrorosa”, a su parecer), pero es apenas un espejismo de tres páginas: a vuelta de hoja han pasado de golpe doce años, estamos en 1952 y en Buenos Aires y Chacel es una mujer abatida, no destrozada pero sí desazonada, entristecida.

Lo será a lo largo de todo este primer tomo de sus cuadernos personales, que, en lo que supongo que fue un autoguiño al título de su primera novela, Estación, ida y vuelta (1930), recogió en dos tomos de 1982 (y de Seix Barral) titulados Alcancía, I. Ida y Alcancía, II. Vuelta. Lo que ya no pudo ver fue cómo la Fundación Jorge Guillén, en su Valladolid, reunía en 2004 todas esas notas y apuntes bajo el rotundo rótulo de Diarios, formando el noveno volumen de su Obra completa.

Primer tomo de un proyecto de ida… y vuelta.

Yo nunca los había leído, y en realidad ahora únicamente conozco el primer tomo, pues ha sido recuperado en Madrid por la editorial argentina Blatt & Ríos, decidida a comenzar una aventura española. Confiemos en que se anime a rescatar también el segundo, pues querría saber cómo continuó la cosa tras ese lacónico 1966 en el que se cierra esta Ida, y saber cómo vivió la escritora ya no la vejez sino el regreso y el reconocimiento.

El consuelo es que Rosa Chacel estaba interiormente preparada para vivir una vida de privaciones. Andaba, digamos, filosóficamente armada para las carencias, la inestabilidad o el aislamiento. Lo malo es que realmente tuvo que sufrir más disgustos de los necesarios para comprobar lo anterior y, aunque era claramente una mujer acorazada con varios tipos de fortaleza, es el desaliento lo que sin tapujos protagoniza la mayor parte de estas páginas.

No es sólo la constante y lacerante angustia económica (omnipresente también en el testimonio de otros desterrados, como los epistolarios de Luis Cernuda o Benjamín Jarnés, porque también fue eso el exilio para muchos: la total desposesión), sino también las preocupaciones familiares encarnadas en el marido, que es esa figura intermitente a la que aquí se conoce como “Timo” (evitaremos bromas al respecto…), y en Carlos, el hijo, cuya falta de noticias y su monumental despiste desesperan también a Chacel.

Es un libro rebosante de cosas que subrayar.

Y está, además, ese no-se-sabe-qué tan típico de los expulsados, quienes, aunque pudieran tener, como ella, cierta vocación cosmopolita, miras amplias o sinceras ganas de horizontes (“yo hablo de un apetito que no es más que aceptación de la vida, disposición natural para decir sí a todo”…), chocan con el desasosiego de no haber podido elegir: “Es bien evidente que con España en guerra yo viví tranquila y segura de tener conmigo a España; en cambio, ahora, esté donde esté, sé que no tengo nada conmigo”.

Chacel comenzó este cuaderno en 1940.

Aunque en los años de este tomo (de 1940 a 1966, pero en realidad diríamos de 1952 a 1965, con alguna pequeña laguna o, mejor, una frecuencia muy irregular y descompensada entre las anotaciones de una u otra fecha, lo cual, por otro lado, no deja de ser significativo) hubo alguna buena noticia, algún momento de luz (como esa beca Fullbright que, entre 1959 y 1961, le permitió saltar a Nueva York y terminar La sinrazón), lo que leemos es el puro salto de mata entre Argentina y Brasil, sus dos lugares principales de llegada, y la constatación amarga de que “no puedo aguantar más la sordidez de mi vida”, o, mucho más graciosa aunque en el fondo también dramática, de que “no se puede pretender entrar en la sociedad de un país cuando se lleva en él diez años sin poder convidar a comer a una persona”.

Dicho esto último, aquí hay cierta vida social, que ella acomete sin demasiada vocación para ella, con una torpeza general y una declarada pereza que a veces lleva a su diario en forma de pequeños pellizcos a la gente con la que se encontraba, aunque fueran Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo o Héctor A. Munera (con quien se pelea un poco por asuntos editoriales relacionados con la revista Sur).

En Nueva York va a recepciones y simpatiza con Victoria Kent (quien “bebía como un marinero”) o saluda a un Stravinsky “asustadito de su vejez”. Aparte, lee a Simone Weil, trata de escribir Barrio de Maravillas (que no publicaría hasta 1976) o lamenta la muerte de Albert Camus (“un hombre sin alegría”…), de quien ella había traducido La peste.

El desaliento protagoniza la mayor parte de estas páginas.

Son sólo mínimos detalles casi al azar en un libro lleno de ellos, rebosante de cosas que subrayar, y donde también se reflexiona aquí y allá no sólo sobre la propia escritura sino sobre el mismo género diarístico. No sucede sólo en el prólogo (que comienza con una gran verdad: “Publicar, en vida, los diarios íntimos es un acto de impaciencia”) sino en el día a día, cuando a veces Chacel deja de encontrar ningún sentido en ese esfuerzo al que, en todo caso, está lejos de entregarse de forma metódica o disciplinada: “En esto que escribo aquí no hay elaboración ninguna, pero no tiene el tono de una verdadera confidencia […] a veces me da pereza contar detalles, y sin los detalles no se comprenden enteramente las cosas”.

Insisto: son poquísimos detalles entre mil de un libro que no por nada ha arrancado con una sentencia digna de los estoicos: “En mi vida no hay nada decisivo más que la vida misma. Si vivo, todo está bien”. De momento, más o menos, lo cumple. Veremos qué sucede en la Vuelta.

 

Alcandía. Ida, Rosa Chacel, Blatt & Ríos, Madrid, 426 pp.


EL AUTOR

JUAN MARQUÉS (Zaragoza, 1980) es doctor en Literatura Española por la Universidad de Zaragoza. Vive en Madrid desde que disfrutase, entre 2005 y 2009, una beca del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes. Ha editado libros de Arturo Barea, Gerardo Diego, Luys Santa Marina o Eloy Sánchez Rosillo, y ha comisariado para el Instituto Cervantes las exposiciones Retorno a Max Aub (2016) y Gabinete Bibliográfico de Pilar de Valderrama (2023). Es autor de cinco libros de poemas, reunidos en De qué vas a vivir (2024), y de la novela El hombre que ordenaba bibliotecas (2021). Reseña narrativa en La Lectura de El Mundo, ensayo en Revista de Occidente y poesía en La Plaza Invisible de La Línea Amarilla.