En El murciélago entre fuegos de artificio, Antonio Daganzo modela un poemario sublime para ajustar cuentas con la vida.
© JESÚS DÍAZ HERNÁNDEZ
Antonio Daganzo ha desembarcado, en nuestro impaciente y desangrado mundo, un nuevo libro cargado de belleza y profunda admiración por las palabras. Un poemario que en su profunda limpidez nos muestra todos los misterios de la poesía seduciéndonos en sus formas, pero también mostrándonos las complejas dudas que abrasan al ser humano en su deambular por el mundo.
Y valga la metáfora del desembarco para recordarnos su anterior obra maestra, La sangre Música, donde —como ya dije en su momento— el poemario navegaba por la intrincada memoria del poeta en una serie de cinco hermosos cantos y un preludio, con Wagner a la proa. Esta vez, sin embargo, y así lo reconoce el autor, a la proa está el inabarcable Puccini, proteico, majestuoso aunque cercano a cada instante, para modelar (siempre la música acompasando la poesía del autor, melómano empedernido y experto musicógrafo) unos poemas ricos en matices, exquisitos en su composición y profundamente inspirados en su temática.
La música siempre ha sido el hilo conductor (que no el fin último) en la poesía de Antonio Daganzo. De tal modo, si la emoción de Puccini abriga implícitamente los esfuerzos creadores de este poemario, no es menos cierto que la claridad expositiva de los mismos nos lleva a Haydn y Mozart, citados en algunos poemas (deténganse especialmente en “La librea de Haydn” y se verán envueltos irremediablemente por su música) y, claro está, a Rachmaninov, cuya cepa postromántica ampara muchos de los poemas amorosos del autor.
Gracias a la concepción y cristalización de El murciélago entre fuegos de artificio —poemario estructurado en cuatro partes bien diferenciadas, cada una con su leitmotiv, y un poema introductorio (el que da título al libro)—, Antonio Daganzo realiza un exhaustivo ejercicio de ajuste de cuentas con el mundo y con la vida.
Con el mundo, porque alumbra con inusitada lucidez todo el sufrimiento que nos rodea:
De todo lo sufrido
sólo vale
la dignidad ilustre
de saber que pudimos resistir
como resiste el verso del amor
en la memoria.
Toda la mentira que nos humilla:
Y en mi revelación,
que parece de piedra a pesar de su viento,
la farsa continúa.
Y sin dejar de señalar directamente al corazón del arquetipo del culpable:
Por eso callas
y entre lujos pervives,
sucio de no llorar, de no cantar,
urdiendo estratagemas
—bajo el alto lucero
que pudiste comprarle a la noche más mísera—
contra el que no cedió
ni claudicó
y sólo en la verdad se siente digno.
Con la vida, Daganzo ajusta también cuentas, delicadas y precisas, desde la memoria, su memoria, para traernos a aquellos poetas que le han marcado profundamente (son muchas, y muy bien escogidas, las citas que abren tantos de los poemas), para recordarnos sus orígenes y su pasado, y, quizá la cumbre del poemario, para hablarnos de amor.
Daganzo nos ofrece unos poemas ricos en matices, exquisitos en su composición.
En los poemas de amor Antonio Daganzo alcanza cotas sublimes, imperecederas; algo solo comparable a esos cantos trovadorescos del amor galante e imposible de épocas pretéritas que aparecen imbricados en una de las partes del libro, “Estancia en Occitania”. Es en estos poemas amorosos donde las resonancias líricas adquieren un poso especial de poema redondo, de perfecto acabado y profundos sentimientos, ya sea en conjunción con el recuerdo:
el eco de tus pasos en el tiempo,
la memoria imposible y por amor posible.
Con el paso del tiempo:
Y quizá ya comprendas
que el hombre que te ama ha llegado hasta ti
rompiendo calendarios,
cosido a fechas muertas pero no malherido.
O con la profundidad de los sentimientos:
Como un poema
en el cielo de sangre
que llamas corazón.
Este libro tiene la fuerza y el vigor de un todo abarcador realizado con la mayor de las sutilezas. Es un poemario que nos hace deslizarnos con inusitada suavidad por versos torrenciales, elaborados con mimo, con elegancia, escogiendo las palabras adecuadas para cada momento, evitando las estridencias, pero marcando el compás adecuado, alto o bajo, fino o profundo, a cada verso, a cada estrofa; conjugando poesía lírica y poesía épica como algo tan natural que a veces el autor se nos trasmuta de enamorado trovador (repárese en la fina ironía de ese poema total que es “Cartografía y quiromancia”) en audaz navegante (valga como ejemplo de poema épico sublime “La nao Victoria atraca en Sanlúcar de Barrameda”, puesto en boca de Juan Sebastián Elcano).
En fin, nada falta y nada sobra en este libro cuyos poemas parecen realizados con un metrónomo (nada extraño en un melómano; recuerden, además, lo que dijo Nietzsche: “Sin música, la vida sería un error”, y la poesía, añado yo, sería una catástrofe), y las palabras, o mejor habría que decir los versos, parecen sacados de un sueño. Sí, El murciélago entre fuegos de artificio es un sueño hecho poemario y solo nos queda disfrutarlo, en la magnífica edición de RIL editores, como un regalo que nos hacen los dioses. ¿Dionisos? ¿Apolo? Eso júzguelo el lector.
El murciélago entre fuegos de artificio, Antonio Daganzo, RIL Editores, Barcelona / Santiago de Chile, 2024, 82 pp.
EL AUTOR
JESÚS DÍAZ HERNÁNDEZ (Madrid, 1954). Poeta y dramaturgo, es licenciado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Es autor de cinco libros de poemas: Los sueños perdidos (2003), Olvidos eternos (2007), Quizá en otro mundo (2010), En mil pedazos (2014) e Invisible (2020). En 2018 publicó un libro de aforismos bajo el título de El último refugio. Ha trabajado y colaborado en diversos medios de prensa y radio, tanto en informativos como en programas musicales de jazz. Ha sido miembro del jurado de varios premios de poesía y teatro; y ha colaborado en prestigiosas revistas literarias como “Hermes” y “Tinta en la medianoche”. Actualmente colabora en la revista de cultura “Entreletras”.
En los últimos años ha desarrollado una amplia y exitosa labor teatral, estrenando varias obras de teatro y microteatro.