La puerta a las realidades paralelas

Tras la buena acogida de Obra maestra, Juan Tallón regresa con una novela menos experimental que, sin embargo, tensa los límites de la ficción y del espacio-tiempo. Una propuesta arriesgada, con su parte crítica a cierta idea del éxito actual, que deja flecos sueltos.
© F. VICENTE MANJÓN GUINEA

Una de las grandes preguntas de la Filosofía es la discusión de si es posible o no que existan múltiples realidades que coexistan con la nuestra. Dos o más planos yuxtapuestos de una misma vida que se unen por un vórtice oscuro o, en el caso de la novela de Juan Tallón, por una simple puerta a la que se da acceso gracias a un taller mecánico que tiene los cierres echados.

El libro del filósofo y escritor, El mejor del mundo, saca a la luz la miseria del ser humano en nuestros días cuya única pretensión es el éxito caído por herencia o por un golpe de suerte, sin ningún esfuerzo ni sacrificio en el trabajo para conseguir esa ansiada celebridad.

La novela del novelista natural de Villardevós, Orense, comienza con un olor a tabaco, un Cohiba Behike 56, que se degusta olfativamente a lo largo de toda su extensión. Sin duda alguna un símbolo de la riqueza y de la opulencia. Es el regusto olfativo de un hombre que, en principio, se ha hecho rico gracias a un negocio cuya materia prima es la muerte. Un negocio de venta de ataúdes.

En ese comienzo se dibuja al protagonista del libro, un tal Antonio, el cual es un tipo ambicioso, charlatán y embaucador, que dice no temer a los obstáculos, ni tan siquiera se arrepiente de los cadáveres o mal heridos que hubiera que dejar por el camino para llegar a conseguir su ambición. Un tipo movido por codicia desmedida, sin escrúpulos, que actúa por instinto, falto de emotividad y de empatía, impulsado únicamente por el inmediato deseo de hacerse rico.

Es el mundo del derroche del dinero. De gente que pagaría lo que fuera por ser adormecido en un ataúd de oro, antes de ser enterrado para siempre. De individuos acostumbrados a despilfarrar porque no saben lo que significa el dinero ni lo que cuesta ganarlo. Gentes a quienes les gusta sentirse especiales, únicos, exclusivos y lujosos.

Frente a esa concepción banal y avarienta de la vida se muestra Amancio, padre del protagonista. Un tipo huraño y tosco que establece una clara diferencia entre la generación de su hijo, movido por el éxito inmediato y la de su padre, donde ese triunfo en la vida se consigue poco a poco, a base de subir escalones con el paso del tiempo. Un aprendizaje lento y continuado. Un camino plagado de esfuerzos, caídas y alzadas, aprendiendo en cada tropiezo.

Nuestra verdad se convierte en un juego de proyecciones.

Sin embargo, las generaciones de ahora, la que representa el protagonista del libro, son el perfil de alguien que quiere el éxito ya, instantáneo, sin necesidad de perder el tiempo subiendo escalones. Las prisas lo pueden todo y desprecian ese lento proceso del aprendizaje. Quizá tenga que ver, con ese veloz afán de conseguir el éxito, el tiempo presente del indicativo en el que el autor desarrolla la mayor parte de la acción de la novela.

De esta manera, Juan Tallón nos transmite una sensación de inmediatez y de urgencia, de eventos que se están desarrollando en tiempo real y que provoca en el lector el estar viviendo los acontecimientos junto al protagonista. Una sensación de novedad y frescura como si cada decisión fuera algo inesperado y siempre en ese afán de obtener el deseado triunfo.

Juan Tallón (Orense, 1975).

Hay una obsesión que continuamente atenaza al protagonista de la novela. Lo único que da sentido a su vida es tener éxito en el trabajo y, por encima de todo, la necesidad de demostrar a su padre muerto que es mejor de lo que pudo ser él en el ámbito de los negocios.

No obstante, lejos de establecerse ningún prototipo del bien y del mal, ambos personajes se muestran llenos de aristas. Amancio, el padre del protagonista, no muestra ningún tipo de cariño hacia su hijo. Todo son desprecios insolentes, en los que le trata como prácticamente un inútil y un vago que no tiene ni idea de cómo ganarse la vida. Quizá ese desdén, a lo largo de los años, es lo que hubiera provocado en Antonio, su hijo, el odio que siente hacia su progenitor. Un aborrecimiento tan grande que le lleva a intentar ser algo más que él en la vida como único fin, como una venganza a su falta de cariño.

La novela cierra el círculo de agujeros negros… pero con infinitos flecos.

Y, sin embargo, Antonio Hitler Ferreiro, que así se llama el protagonista, despreciable no solo por su afán pecuniario inmediato, sino incluso por su apellido, saca toda su humanidad a relucir cuando se muestra en compañía de su hija Irene. Su heredera, con quien pretende rememorar todos los momentos de su infancia y quebrar esa especie de rencor de estirpe. Una hija a quién le muestra un amor tan grande como para cambiarla el apellido y evitarla, así, futuros problemas en la sociedad.

Será en mitad de este tapiz de rencillas familiares, de tensiones monetarias y herencias malditas donde estará en juego la fusión entre la realidad y la ficción. La mezcla indivisible de las dos partes. La yuxtaposición de realidades paralelas ni tan siquiera explicables por la Filosofía.

Una pequeña puerta, en una estrecha calle de México, ejercerá de trampolín hacia otra dimensión paralela donde toda su vida se convertirá en una ilusión. Atravesar esa puerta en plena noche, significa que todo va a cambiar; absolutamente todo. Su vida, sus relaciones familiares, sus negocios, su pasado. Su mujer ya no quiere separarse de él porque ya no es su mujer. Ahora es otra persona la que le ama fielmente e incluso le es sumisa.

Todos los contactos de teléfono le han desaparecido, y en su lugar le han surgido otros nuevos de completos desconocidos. Entonces, un sentimiento de miedo le aborda, al haberlo perdido todo y al observar que, de pronto, no tiene nada propio a lo que agarrarse. Puede que haya entrado en un mundo irrealmente feliz donde ahora incluso su padre le adora y le protege, pero el creer saber quién eras y descubrir que ya no eres tú, es algo que le resulta terrible. Inimaginable.

Lo único que da sentido al protagonista es tener éxito en el trabajo.

Tallón establece un juego de paroxismo en la novela sobre la identidad. La solidez sobre la inmutabilidad de la identidad se desmorona y el protagonista comienza a verse en un estado que no sabe si es realidad o ficción, si es tangible o si lo que vive lo está soñando. Nuestra verdad se convierte en un juego de proyecciones como en esa alegoría de la caverna de Platón, donde se juega con la captación de la existencia de dos mundos: el del mundo sensible y el del mundo inteligible.

Dos mundos paralelos que han pasado a comunicarse, como en un mal sueño, por una simple puerta en una noche de juerga y de farra, donde los sentidos se confunden con el alcohol y la cocaína. Una puerta a la que se accede con una contraseña ridícula y que hará descubrir en el lector múltiples conexiones sorprendentes entre el pasado remoto y el pasado reciente del protagonista de la novela.

Si bien es cierto que la novela logra cerrar el círculo de agujeros negros y de dos realidades paralelas con un hecho sorprendente, en ambas galaxias quedan infinitos flecos sin atar. Insustanciales y volátiles como satélites ingrávidos.

 

El mejor del mundo, Juan Tallón, Anagrama, 2024, 288 pp.


EL AUTOR

F. VICENTE MANJÓN GUINEA (Madrid, 1968) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Criminología por la Universidad Camilo José Cela de Madrid.

Es del ensayo literario titulado De la literatura y las pequeñas cosas y del libro de relatos Altas miras. Como novelista, ha publicado Una lluvia fina mentirosa y Con tal de verte reír.

Editor y escritor del blog de artículos Memoria de un náufrago y colaborador en el Diario Siglo XXI.